Capítulo 11

Cuando las chicas se fueron del sótano, Helen miró al hombre que estaba calmado a su lado, y luego, su cara fue tomada con fuerza por esas manos.

Hubo miedo, un miedo tan intenso que le cortó la respiración, el temor de ser asfixiada por aquel demonio, su cuerpo se tensó, pero antes de que pudiera reaccionar, unos labios fríos y crueles se presionaron contra los suyos, sellando cualquier grito que pudiera haber brotado.

La pasión que emanaba del hombre la desbordó, tan intensa y arrolladora que Helen no supo cómo reaccionar. Era una sensación extraña, ajena, y aunque su cuerpo se estremecía, sus pensamientos se entremezclaban, atrapados entre el miedo y la confusión. A pesar de haber sido tocada de forma indecente por él, una y otra vez, había algo en ese beso hambriento, casi desesperado, que la descolocaba aún más. La culpa, el deseo, la repulsión y la necesidad se entrelazaban.

Cerró los ojos, dejándose consumir por una sensación que no sabía cómo manejar. Era más fácil rendirse, aceptar el torrente de emociones y sensaciones que la arrastraban, que luchar contra lo que estaba ocurriendo. Su mente le gritaba que debía resistir, pero su cuerpo no respondía como esperaba.

—Tú, mi querida Belladona, eres tan protectora con nuestras hijas —murmuró él, su voz áspera rozando sus labios mientras mantenía un control absoluto sobre ella. Helen, aún aturdida por el beso que la había dejado sin aliento, se sostuvo de él, buscando un punto de anclaje en medio del caos que sentía dentro.

Era humillante, vergonzoso. Pensar que estaba así, tan vulnerable, debido a su captor. Y aún más, el hecho de que su cuerpo reaccionara ante su toque la llenaba de una rabia amarga. Nunca antes había Conocido el placer de la carne, y ahora, en esta situación que no había elegido, se sentía atrapada entre el deseo y la repulsión. La virginidad de su cuerpo, que ella había considerado una barrera, ahora parecía un obstáculo en su lucha por sobrevivir, como si su captor jugara con esa vulnerabilidad para socavar todo lo que ella intentaba aferrarse.

Helen sabía que las personas podían caer en el placer, aunque generalmente lo buscaban con desesperación, entregándose al deseo como si fuera una droga. Muchos parecían adictos a esa sensación fugaz, esa explosión momentánea de éxtasis que se volvía más importante que cualquier otra necesidad, incluso más que el alimento. Sin embargo, ella temía sucumbir a esa tentación, temía caer en un abismo que no había elegido, aunque su cuerpo, por más que se resistiera, respondía a cada toque como si estuviera fuera de su control.

En aquel instante, cuando él la tocó con una maestría aterradora, sintió algo que no podía procesar. Era una vergüenza profunda, una sensación tan abrumadora que sus pensamientos se mezclaron en un torbellino de confusión y angustia. No sabía cómo lidiar con el conflicto que se desbordaba dentro de ella, y todo lo que quería hacer era llorar, liberar el dolor que la oprimía.

Pero luego, ese beso... Ese beso encendió una bola de calor en su vientre, una necesidad que no reconocía pero que la aterraba. Un dolor extraño, desconocido, se asentó en su interior, un recordatorio cruel de lo que estaba ocurriendo, de lo que nunca había sentido en un lugar tan íntimo, tan prohibido.

—Dime quién te hizo tal acto, eliminaré por ti aquella amenaza que te ha torturado por años —murmuró él, su voz baja y venenosa en su oído, mientras sus manos, sin ningún pudor, continuaban explorando su cuerpo.

Era una promesa, una que estremeció su cuerpo de una manera tan diferente, como también de una amenaza a ser castigada si no decía tales palabras con tal de saber quien era la persona culpable de sus años de torturas, que hasta el día de hoy todavía afectaba su psique con bastante sencillez, e incluso infiltrándose en sus pesadillas, que eran recurrentes.

Trago saliva, para luego dar un salto y cerrar los ojos mientras sus labios soltaban un sonido largo y sensual, que sin duda había prendido al hombre.

No sabía por qué de sus labios no estaba saliendo el nombre que tanto había maldecido en silencio, no es como si quisiera salvarla de las garras de un demonio de hombre que era esta persona que la abrazaba de forma asfixiante. Pero, decirlo en voz alta, era algo que no había hecho en años.

—Ce…¡Cecilia!…. se llama... así —dijo con la voz entrecortada, para recibir otro beso en sus labios, tan intenso como el anterior.

—Bien hecho, mi querida Belladonna, tendrás tu recompensa —dijo él dándole un beso en la mejilla.

Las manos de Helen fueron forzadas contra el frío metal de las cadenas, dejándola completamente indefensa ante aquel ser que la tenía atrapada. Cada movimiento suyo era un recordatorio de la impotencia que sentía, la sensación de estar atrapada en un lugar sin salida.

Con los ojos fijos en el techo, incapaz de mirar cualquier otra cosa, Helen sintió la presencia de aquel hombre entre sus piernas. El contacto, aunque indeseado, provocó una oleada de sensaciones contradictorias que la sacudieron hasta lo más profundo. El placer que él le otorgaba era tan ajeno a todo lo que había conocido, tan prohibido, que la confundía. Nunca antes había sentido algo así; nunca imaginó que su cuerpo pudiera reaccionar de esa manera a alguien que la había reducido a nada más que un objeto en sus manos.

A pesar de todo, la lucha interna seguía, un conflicto entre el dolor, la humillación y la inquietante respuesta física que su cuerpo no podía negar.

Su cuerpo, débil y agotado, se desplomó contra la colchoneta, sin fuerzas para resistir más. El contacto con el lienzo frío de la cama era casi un alivio comparado con lo que acababa de ocurrir. Helen, casi inconsciente, sentía su mente borrosa, atormentada por la confusión y el dolor. Cada músculo de su cuerpo parecía rendido a la fuerza de lo que había sucedido.

Mientras tanto, él se mantenía erguido, con una expresión satisfecha en su rostro, como si hubiera logrado algo más allá de lo que buscaba. La satisfacción que irradiaba de él parecía inmensa, como si hubiera ganado una batalla al conseguir lo que quería de la mujer que yacía allí, vulnerable y exhausta. No parecía importarle lo que ella sintiera, solo el hecho de haber obtenido el control, de haberla sometido a su voluntad.

—Gracias, querida, por el alimento —murmuró él, su voz suave y cargada de una dulzura inquietante, somo si estuviera dedicando esas palabras a una amante.

Los ojos de Helen se clavaron en el hombre, llenos de sentimientos conflictivos que se mezclaban en su mente. No podía negar la confusión que la embargaba, pero algo dentro de ella se quebró, una chispa de determinación que empezó a arder con fuerza. En ese momento, una resolución fría se instaló en su ser: debía seguir adelante, aceptar lo que ocurría, y encontrar una manera de salir de allí. Había una sola cosa que importaba ahora, y era sobrevivir, aunque para ello tuviera que soportar todo lo que él le hiciera.

Aunque estaba atrapada, aunque era víctima de su cruel destino, Helen se negó a dejarse consumir por el rol que él le había impuesto. Algo en su interior despertó, una fuerza silenciosa, pero firme. Si él encontraba placer en su cuerpo, lo dejaría. Lo utilizaría, lo atrajería con la dulzura de una mujer, como solo una mujer podía hacer, con la esperanza de que cada movimiento le acercara más a su liberación, aunque el precio fuera alto.

Entonces, cuando el demonio volvió a estar encima de ella, ella solo lo miró y lo abrazo.

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