Capítulo 2

Hubo un tiempo en que a Helen le había gustado estar con su familia. Eran buenos momentos que aprecio y disfruto que había pensado no irse de al lado de su familia hasta que fuera lo suficientemente mayor y no necesitaran de su presencia pegajosa.

Pero todo se había ido cuando sus padres se separaron y su madre decidió irse de sus vidas (más tarde se enteraría de que había muerto y su padre era el único que sabía sobre esto, lo cual generó una discusión grande que abarcó a sus hermanos también ofendidos, y muchas lágrimas). Eso fue un momento decisivo, que empeoró con la llegada de su madrastra y el terror en la casa. Sus hermanos no estaban mal con la madrastra, pero ella fue quien era el objeto de burlas y humillaciones que no dejó pasar y se fue de casa.

Lo que pensó que sería para siempre, se terminó en momentos.

Y Helen sabía que ninguno movería un dedo para saber cómo estaba. Si esos meses que pasó arrendando la casa a un buen precio que incluso pensó que era una falsedad hasta que se arriesgó, no la llamaron para ver cómo estaba, entonces ni siquiera sabrían que fue secuestrada. Su padre podría guardar esta noticia y descartaría su secuestro como una rebeldía suya porque ya se había ido antes. Quizá para tener dinero.

Pero no sentía que su secuestro fuera por dinero. Su padre no era millonario, solo ganaba lo suficiente para estar cómodos (excepto que su madrastra se gastaba la mayoría del dinero en cosas que ni siquiera le iba a servir). Lo que podría significar que la querían para algo más y ella se estremeció al recordar la noticia de la mañana.

¿Sería el mismo asesino serial? Helen esperaba que no. No le importaba morir, pero no quería ser rebanada como sushi y ser parte de diferentes personas para construir un cuerpo. No, no quería eso porque tenía la intuición de que cortaba a sus víctimas aún estando vivas. Ella no le gustaba el dolor.

Cuando despertó, había notado una presión en la parte de sus ojos y ver todo negro indico que tenía una venda en los ojos. No mover las manos y los pies también era una indicación notable que no podría moverse de tal lugar, pero sus manos, que estaban al frente, tocaron el piso siendo algo tan suave y abrigado que la sorprendió momentáneamente.

No creía que estuviera en una cama, incluso trato de rebotar para probar si estaba en una cama, pero no, era sólido con una manta suave que la protegía del suelo frío. O eso pensó.

Tiro un poco de sus manos para comprobar que tan firme eran lo que la envolvía alrededor de sus manos y lamentablemente, eran muy firmes que incluso un hombre tendría problemas para romperlas después de ver aquel truco para salir de situaciones agravantes.

¿Qué es lo que haría? Su secuestrador podría venir en cualquier momento. Incluso podría estar en la misma habitación mirándola con diversión por su intento de salir, lo cual era preocupante porque indicaba que era un sádico que disfrutaba de las desgracias de los demás. O quizás estaba siendo paranoica, algo que no le molestaba estar si la mantenía alerta del peligro inminente en el momento vulnerable que se encontraba.

¿Qué haría? ¿Qué haría?

Se mantuvo en silencio, pero escucho quejidos. Casi sonaba como una persona amordazada tratando de hablar, una descripción demasiada exacta que solo pudo identificar debido a las novelas dramáticas dónde secuestraban personas por una venganza o por tratar de adueñarse de la vida de la persona.

Helen no tenía mordaza, eso en sí era sospechoso porque podría gritar tan fuerte que causaría molestia y dolor de oídos a cualquiera. A excepción si la habitación estuviera silenciada para que ningún sonido saliera al exterior, lo cual eso apesta. Un profesional no dejaría esto de lado sin tener preparación para contrarrestar tal "error".

Pero, ¿Por qué tal persona tenía la boca tapada? No tenía sentido, a menos que fuera para confundir.

Helen no habló, no quería llamar la atención en sí misma cuando no sabía bien su entorno. No era estúpida, no se iba a dejar llevar por el miedo que podía provocar un secuestro. Lo mejor era pensar en cómo salir, y si no tenía escapatoria a corto plazo, ingeniar una que la mantuviera a salvo.

Había dificultades, muchas que incluía un síndrome que siempre se hablaba, y que ella no quería caer a pesar de que sea la mejor opción.

Se quedó quieta cuando escuchó pasos lentos, pero firmes, sin un titubeó. La persona que se quejaba con la mordaza, fue más desesperada que fue tortuoso de escuchar e incluso Helen podría haber hecho una mueca, por lo que podría pasar en los siguientes segundo, minutos u horas con la llegada de su captor.

Los pasos se detuvieron, y ella se estremeció al sentir que la miraban. No sabía como explicar aquella sensación, pero lo había sentido en su vida y era algo inherente, algo que se sabía a pesar de la paranoia que podría crear.

—Es tan hermoso —dijo una voz masculina que le sonó familiar a Helen, que fue molesto para ella porque no podía identificar a la persona a pesar de que estaba el nombre en la punta de la lengua.

Hubo sollozos más fuertes que Helen se sintió incrédula. El miedo podía hacer cosas increíbles, como darle un infarto a una persona o poner el cabello blanco, como el síndrome de María Antonieta, después de todo, el miedo generaba estrés a la persona. Sentía miedo, sí, pero no quería demostrar que tenía miedo. No sabía lo que haría la otra persona si demostraba tal miedo, aunque estaba la posibilidad que hiciera cualquier cosa para incentivar el miedo.

¿Qué hacer?

—Mi pequeño jardín, es lamentable que deba podarlo de nuevo —comentó con tristeza, casi como si fuera doloroso.

Entonces, Helen escuchó los pasos que se hacían más cercanos y trago saliva sabiendo que algo iba a ocurrir con ella. Hubo un cosquilleo molesto en sus mejillas que daba gana de rascar, lo que indicaba la proximidad de la otra persona. La venda que cubría sus ojos, subió lentamente por esas manos más grandes y con un deje de dureza, ella pudo ver de nuevo.

Y vio rojo. Al menos un tipo de rojo con marrón en los ojos de la persona.

—Bienvenida, querida Belladonna.

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