Miró atentamente a la niña que tenía al frente. Tenía el cabello rubio castaño y unos hermosos ojos grises. Aquellos ojos la miraban con atención, esperando algo de ella. No obstante, no entendía lo que quería de ella, pero aquella niña de siete años de le hacía conocida.
Muy conocida.
Fue en ese instante que el nombre de la niña llegó a su mente.
—¿Rosemary? —pronunció el nombre con un poco de duda.
La razón es que en su práctica era en un colegio u veía tantos niños al día que apenas recordaba los nombres. Apenas se acordaba los nombres de aquellos niños que le habían pasado para ayudar y si recordaba algún nombre era porque tenía un horario específico para ayudar a los niños a desarrollar habilidades que tenían bajos después de una evaluación.
La niña saltó emocionada. En sus manos tenía un cuaderno y un estuche rosa con diseños bastante difíciles de distinguir.
—¡Tía Helen, se acuerda de mi nombre! —exclamó Rosemary feliz de que Helen dijera su nombre, ignoraba la duda como se pronunció.
A Helen no le molestaba que la llamarán de esa manera, era la forma de los niños de familiarizarse con otros, en especial con los adultos que no entendía qué lugar estaba en su mundo. Dado que en sus primeros años se le enseñaba decir tía a las primeras profesoras que tenían en su vida, lo adaptaron para aquellas personas que tenían un título más extenuante.
No imaginaba a los niños llamarla practicante Helen. Sería incómodo para ellos que estaban acostumbrados a llamar tío/a y profesora/o a las personas que veían de forma regular en el colegio.
Rosemary, se acordaba de la niña de siete años porque una vez hizo un taller para los niños de la edad de Rosemary y ella era la más participativa que no pudo evitar felicitarla.
Entendió después del profesor jefe que Rosemary era una estudiante ejemplar y con el mejor promedio del curso. Participaba tanto en eventos escolares como en talleres, que sin duda su profesor jefe se sentía orgulloso.
Pero Rosemary era hija del demonio.
Y muchas cosas tenían sentido. Las preguntas personales como si estaba soltera, su edad, sus gustos, preguntas que un niño tendría curiosidad en una persona nueva que vería deforma regular. Y empezó un día después de ayudar a una profesora a cuidar a los niños en la entrada del colegio después del término de las clases para que ningún niño sea secuestrado por un desconocido.
El demonio debió verla en la entrada del colegio y se obsesionó con ella, tal vez porque era amable con los niños o la preocupación que demostró por estos. Y aquí estaba, una muestra de su obsesión dejándola en un sótano donde ocurrieron muchas muertes.
Tenía sentido como la habían elegido porque ella no comprendió este secuestro porque nunca había interactuado con el demonio. No lo había visto en su vida, al menos que ella recordara.
Suavizo su mirada. Sabía lo que estaba haciendo el demonio dejando que sus hijas se acercaran a ella. Desde una prueba en cómo trataba a sus hijas hasta tratar de suavizarla y despertar su instinto maternal que creía tener todas las mujeres.
(No era cierto, había mujeres que no tenían este instinto, lo sabía muy bien).
—Claro que me acuerdo de tu nombre, eres inolvidable —le dijo Helen a Rosemary, y todo era verdad. Era uno de los nombres que se acordaban y que había dejado impacto en ella.
Rosemary soltó una pequeña risa, pero ella se sentó frente de Helen dejando sus cosas en el suelo. Si no fuera porque sabía que el piso estaba limpio, Helen se habría preocupado.
—Papá dijo que podía bajar, que me podrías ayudar con la tarea que no entiendo—dijo Rosemary abriendo su cuaderno, uno que era collage y no universitario para que las hojas no se salieran.
Ella vio que el cuaderno era de matemáticas. La matemática de los niños de la edad de Rosemary era sencillo, no había letras, solo números hasta que llegaban a una edad donde algunos niños no podrían seguir el ritmo. Helen fue en su momento que no entendió las matemáticas cuando las letras llegaron, pero a la edad adulta, los entendió y solo porque había una materia en la universidad que se trataba de aquello.
No se negaría en ayudar a Rosemary, más que nada porque se podía ganar la confianza tanto de los niños como el del demonio. La confianza de los niños para mantenerlos a salvo, y la del demonio para dejarla con un poco de libertad en este juego largo que podía durar años.
Rosemary indicaba los ejercicios que necesitaba resolver, pero Helen no le daría la respuesta y la guio en los ejercicios para que encontrara la respuesta. En el término de la tarea, Rosemary dijo:
—Papá dijo que ahora eres nuestra nueva mamá.
Helen no supo qué responder, más que nada porque si bien ella no lo diría en voz alta, no sabía si podía aceptar ser llamada de esa manera. Quería proteger a todos los niños que estuvieran en esta casa (no le importaba si ellos no tenían salvación con tal pensamiento que fueron criados), no se imaginaba siendo llamada mamá.
Tal vez debía acostumbrarse al hecho. Si todo iba como creía que sería, pronto sería llamada de esa manera muchas veces al día.
—Aparentemente, lo soy ahora —respondió Helen con suavidad.
—Me gusta que seas mi mamá, eres muy bonita —comentó Rosemary.
Helen no olvidaba la sinceridad de los niños, por eso le creyó a Rosemary y olvidaba las palabras que le habían comentado en el pasado que era todo lo contrario.
Que se podía esperar de una madrastra bastante celosa y vengativa.
—Gracias, Rose.
—Ugh, me gustaría pasar más tiempo contigo, mamá, pero papá dijo que solo podía estar hasta que terminara la tarea —dijo Rosemary con un poco de molestia.
—Y así es, Rose —dijo la voz del demonio que Helen no quería escuchar.
El demonio estaba a unos metros de ellas, tenía en sus manos una bolsa negra que Helen no quería saber que era. Rosemary guardo sus cosas de forma rápida y las tomo en sus manos.
—Ya me iba, papá —le dijo Rosemary al demonio.
—Lo sé, cariño, ahora ve arriba, Aria ha colocado su película favorita y no creo que quieras perdértelo —dijo con suavidad el hombre.
Rosemary la miró, había un poco de cautela en sus ojos, casi como si temiera de lo que le sucedería a ella, y luego, se inclinó para besarle la mejilla.
—Nos vemos después, mamá.
—Nos vemos, Rose.
La menor se fue rápidamente, aunque le dio una última mirada. Helen supo que Rosemary era bastante inteligente y sabía lo que estaba sucediendo. Sabía que su padre estaba haciendo cosas que no debería hacer, eso era algo que a veces te enseñaba en el colegio, y a pesar de saberlo, era solo una niña que temía si le ocurría algo.
Helen nunca pondría aquella carga en los hombros de una niña. Trataría de encontrar una salida para todos ellos.
Y si enloquecía, que así fuera hasta que pudiera encontrar la luz en la oscuridad.
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