“¿Qué faceta del 2º príncipe conoció la duquesa Lershe que yo no? Se supone que es el futuro tirano que destruirá el imperio. Y aunque al principio me dijo que sería emperador, sigue siendo el hombre que aceptó el plan de la peste para derribar al Templo. Será un tirano, ¿o no?”
—¿Y eso bastó para unirse al bando donde la mayor benefactora es una mujer en la que desconfía? Estoy segura que uso más que simples palabras, duquesa Lershe.
—Las promesas no son simples palabras cuando vienen de la boca de un hombre con verdadero honor. Usted está rodeada de muchos hombres así, debería sacar provecho.
—Prefiero los hombres que siguen mis órdenes sin cuestionar o dudar.
—Los hombres que pide la dejarían por una mejor oferta, porque solo los asesinos despiadados son así. Y ellos lo saben, por eso cobran por su inhumanidad y su talento homicida.
—Tengo a un hombre que me sigue lealmente, no por el oro, sino por mí. Además, si se trata de mercenarios, mientras yo pague mejor, siempre serán leales.
—Es cierto, pero ¿Quién es la persona más rica del imperio?
—La duquesa dorada, con sus grandes minas de oro.
—Si ella ve que somos un problema, no durará en deshacerse de ambas. Ni siquiera necesita oro para eso, sus hombres le son realmente leales. No dejaré que me gobierne alguien cuyas intenciones no son claras. Claro que esto se resolvería si ella confesara, pero solo me dijo que quería hacer justicia por la Reina Merilia haciendo a su hijo emperador.
—¿Y no es cierto?
—Claro que no, ella miente tan bien que es imposible saber qué quiere.
—¿Qué puede desear más que controlar el imperio más glorioso del mundo?
—Esa es la pregunta ¿Qué desea realmente? Le digo esto para que tenga cuidado, una cortesía por su gentileza conmigo. Al final, puedo asegurarle que la duquesa dorada tratará de usarnos como marionetas para su verdadero propósito. Yo al menos daré lucha, por eso hice que el 2° príncipe me prometiera el verdadero objetivo de su maestra con pruebas. Su alteza no es tonto, es un adulto que ya conoce bien a esa mujer, así que ya tenía sospechas sobre ella. Lo que hice fue tratar de impulsar esas dudas. Pero siento que necesitará otro impulso más adelante.
Luego de aquella conversación, la duquesa Lershe regreso a sus tierras. Diannel no olvidó sus advertencias sobre la duquesa Raintras. Lo que menos quería era que esa mujer fuera su enemiga. Pensó que si dejaba las cosas como están, Abraham y Silvein eliminarían de la duquesa dorada como, supuestamente, ocurrió en el pasado. Solo que, cambio ciertas cosas del pasado que ahora no estaba segura de que tal peligrosa mujer muriera. Decidió despejar esas ideas por un momento. Prometió estar concentrada en el Templo, aunque no estaba en una situación sencilla. Es por eso que fue con Issac para hablar sobre la “enfermedad hipotética” y la cura del Verikel que creó.
—La matamaridos debería ser su sobrenombre. Le queda mejor que Cierva Indomable.
—Si fuera por ti, ¿Cómo me llamarían? ¿Amante de dos príncipes? ¿Mujerzuela? Mmm…
—¿Por qué cambiaría su sobrenombre? La Duquesa Bastarda está muy bien, ¿va a negarme lo bien que le queda?
—No, solía odiar ese apodo, pero no tienes idea de cuánto lo amo ahora.
—Estoy seguro que no vino para hablar de apodos y esas cosas ¿no es así, mi señora?
—Claro que no. La Reina Roja también podría despertar a mi esposo ¿no es así?
—Eso bastante obvio. El veneno Verikel es el producto más peligroso creado a partir de la flor de la luna. Hice el antídoto para sanar una infertilidad. Para hacerlo, tuve que derribar a ese veneno. Claro que, la Reina Roja no se compara con este —saco un frasco cuyo líquido rojo brillaba intensamente—. Me gusta llamarlo Rey, ya que este es la cura definitiva para su esposo.
—¿Por qué no le diste eso a la duquesa Lershe?
—Porque a ella le dieron la flor de la luna en pequeñas cantidades, a su esposo en grandes. Este de aquí es más potente, logró limpiar el Verikel de la sangre contaminada.
—Nunca te pedí buscar una cura para mi esposo, Issac.
—Si analizamos la situación de ahora, diría que le vendría bien mi antídoto ¿no es así?
—Aún no lo he decidido. Tal vez no hice nada contra mi esposo, pero disfruto bastante los privilegios de ocupar su lugar, aunque no su trono.
—Pero sab que no puede sin su ayuda, a menos que revele un vientre abultado de la nada. U eso que engañar a su santidad no es fácil, en especial con usted, la Duquesa Bastarda.
—Déjate de bromas, ¿quieres más presos para experimentar? ¿Más equipo? ¿Dinero?
—Su enfermedad hipotética es real, ¿verdad?.
—Es hipotética porque la enfermedad que no existe.
—Si la duquesa me sigue, quisiera mostrarle algo interesante.
Issac la guió hasta el último piso del edificio, el cual tenía las ventanas cubiertas, la puerta con tres seguros y reforzada. Al entrar, noto grandes vitrinas, frascos con insectos, líquidos extraños, gabinetes llenos y libros tirados en el suelo. Los papeles, la pizarra y los cuadernos eran borradores, pasos o datos del verdadero objetivo de su investigación. Diannel se asustó cuando escuchó un golpe tras otro. Issac prendió varias velas, y la duquesa noto que el ruido venía de algo escondido detrás de una cortina.
—Si dan limones, es lógico hacer limonada, mi señora. Si me dan datos de una enfermedad “hipotética”, yo la haré real con todo y cura.
La cortina fue abierta, los golpes aumentaron con mayor fuerza. Era un hombre amordazado golpeando desesperadamente el grueso vidrio. Pero no era eso lo que sorprendió a Diannel, sino el aspecto del prisionero de Issac.
—Espinillas al rojo vivo, tos incontrolable, huesos de cristal, ceguedad, carne pudriéndose y vomito amarillo.
—¿Qué fue lo que hiciste?
—Hice realidad su enfermedad hipotética, mi señora. Así pude crear la cura “hipotética”.
El hombre encerrado era casi inhumano, pero sus gritos, golpes, dolor y aspecto demostraban algo de humanidad. El enfermo tenía espinillas rojas en todo su cuerpo, algunas reventaban y otras amenazaban con hacerlo. Tosía sin control en medio de gritos, con huesos sonando cada vez que golpeaba el vidrio. Lo peor era su carne: negra en algunas partes con gusanos devorándola, parecía más muerto que vivo. Pero estaba vivo, dejo de golpear para vomitar un líquido amarillo y espeso.
—Si mi señora quiere soltar una peste, ¿Cómo se le ocurre dejarme fuera del asunto?
“Loco” fue el pensamiento de Diannel al ver a ese hombre. Ni siquiera comprendió cuando Issac tuvo el tiempo de volverse el creador de una enfermedad y de la cura a su vez. Lo que sí sabía, es que debía evitar que el genio del siglo saliera de su vista.
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Comments
Claudia M. Sánchez S.
está perra está loca (me refiero a Issac)
2025-02-15
0
Bertha Ramirez
isaac es todo un loquillo 🤪🤪🤪🫠🫠🫠🙃🙃🙃
2024-07-06
0
Car KLove
Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia!!!
2023-06-12
5