Cuando Oliver despertó luego de casi un año, lo primero que vio fue el caos en Verlur: desempleo, hambruna, corrupción y crímenes. Todo mientras el marqués Helshen se deleitaba de ser el nuevo señor a pesar de que no era oficial. No habló con su esposa ni cuando le dijeron que ella firmó para ceder los derechos de las tres minas. Ni siquiera pasó a verla, solo quería estabilizar sus tierras. Sin embargo, tuvo que partir a Kolmat para otra expedición. Lo que no sabía, es que era una trampa para matarlo definitivamente.
Encierro, monstruos, flechas, emboscadas y sobreesfuerzo terminaron por reducir su ejército. Perdió la cuenta de cuantos días o meses estuvo en la tierra congelada. Ese detalle tampoco importó cuando regresó al ducado recibiendo otras noticias: su esposa estaba desaparecida o tal vez muerta, una turba furiosa invadió el castillo para matarla.
El Lobo Blanco perdía cada vez más, pero tuvo una pequeña esperanza cuando el 2° príncipe encontró la Reliquia Sagrada. La guerra corta le dio tiempo a Oliver de tratar de estabilizar su ducado. Claro que no fue fácil, el marqués iba pasos adelantes con las ganancias de las minas. Pero no pudo seguir con esa guerra fría, porque el nuevo emperador lo convocó a la capital a la fuerza con la falsa noticia de que tenía a su esposa.
—Duque de Verlur, Lobo blanco… —le dijo el ya conocido tirano de Leoveter—, arrodíllate ante mí y júrame lealtad como tu emperador. Y como muestra de tu juramento, dime el secreto del lobo que ha pasado de padre a hijo durante generaciones en tu familia.
Oliver sabía que no podía decir aquel secreto. Juro ante su moribundo padre protegerlo y solo compartirlo con su heredero. Además, no podía imaginar lo que un cruel tirano como el 2° príncipe, portando la Corona Sangrienta, haría con esa información.
El duque no cambió de opinión ni cuando fue llevado a su ejecución. Sus comandantes, siempre leales, le siguieron hasta la muerte y respetaron su decisión. Por eso fue doloroso para él como señor: ver morir primero a sus subordinados. Aun así no dudo, ni cuando fue llamado traidor, bastardo o cobarde. Dejó que el tirano de Cafder decapitara su cabeza.
“Me pregunto si estás viva. Lamento no haberte protegido. Espero que tengas una vida mejor”. Pensó en su esposa, la mujer que siempre vio a la distancia desde antes de que se casaran.
Recordó que nunca pudo compartir una conversación adecuada con ella, lo sola que se sentía al no tener a nadie en la Cueva del lobo y cada momento en que la ignoro por creer más en su gente, sin darle ni el derecho a defenderse. Todos esos momentos se sintieron como un puñal al corazón de Oliver. Su esposa nunca le sonrió, sus gestos eran solo tristeza o miedo. Por eso, decidió mantener la distancia para que no fuera más infeliz de lo que era por su forzado matrimonio. Creyó que su infeliz vida de casado era un castigo divino por lo que hizo. Y que su muerte era otro castigo por no arrepentirse de lo que hizo para casarse.
“Recuerdo querías decirme algo antes de irme. Ese momento fue la última vez que nos vimos. Ahora, ya ni recuerdo tu rostro, solo tu figura de espaldas y lo lejos que siempre estuviste de mí. Quiero verte una vez más, tocar tu cabello, besar tus mejillas y hacer que me sonrías. Asi al menos, me iría de este mundo recordando una sonrisa tuya. Dios… no me importa si es falsa, forzada o pequeña, aunque sea dame una sonrisa de ella para no recordarla triste”.
El día de su muerte llovió, saber la fecha no es importante. Lo único que importaba, era que entre esa multitud, la esposa del duque viajo solo para ver su muerte. Diannel no derramó lágrimas, gritó o se alegró. Simplemente no podía creer cómo alguien como su esposo murió. Luego, regresó a donde vivía para luchar por sobrevivir como podía. Pues la tiranía ya comenzó a destruir cada rincón del imperio. Así los plebeyos dejaron de preocuparse por otros.
La cabeza de Oliver estuvo clavada en una larga estaca a las afueras de la villa Venesten junto a miles más. Aquella sangrienta imagen dejó en claro una cosa: el nuevo emperador se había convertido en un matasangre, un tirano que desecha a quien quisiera cuando lo desea.
Aquella muerte llegó a Verlur, la gente lloró por su señor y otros se alegraron mientras lo maldecían por no protegerlos o ser un bastardo. Pero nada de eso importaba, solo el hecho de Jeremy Alan Helshen se convirtió en el nuevo duque de Verlur al doblar la rodilla ante su nuevo emperador, a pesar de que antes su lealtad estaba hacia el 1° príncipe.
Sin algún heredero, aliados o familiares, la familia Verlur desapareció del mundo, su historia era lo único que se podía recordar. Pero el mundo pasó años asegurando que esa poderosa familia cayó en desgracia cuando un bastardo tomó el trono del ducado.
“Dios castigó a Verlur por aceptar a un bastardo como duque”, eran las palabras más repetidas en el imperio Leoveter. Pero pronto dejaron de escupir chismes, entendieron que no tendrían una vida sencilla con un auténtico tirano en el trono y, por si fuera poco, escogido por la reliquia sagrada.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 125 Episodes
Comments
Laura Buitrago Rozo
ojalá de un giro y nos sorprenda. vamos Oliver quizás si ella recibió su oportunidad tu también la tengas
2023-10-19
1
Maritza Valecillos
dejo de leer no me gusta
2023-07-28
0
Mei_Chan
Esta es la realidad del Duque Oliver en la primera línea de tiempo.
2023-07-10
0