La duquesa era escoltada con un total de setenta caballeros y cuarenta cinco soldados desde el puerto Feirsten hasta el castillo. Pero ni ese número pudo lidiar con un ataque sorpresa de los varokls. Joseph recibió a la baronesa Melany, las doncellas, a la pequeña María y al joven sacerdote. Un caballero informó toda la situación. Sir Cristian no perdió ni un segundo en preguntar o cuestionar lo sucedido, reunió a todos los hombres que pudo a caballo y marchó junto a ellos rápido y sin descanso hacia el campo de batalla.
Cuando el 1º comandante llegó con ochenta caballeros y sesenta soldados, se encontró a tan solo dos comandantes en pie, sir Alexander y sir Andreas, junto a treinta dos hombres heridos y quince agonizando en gritos. El resto no eran más que carne tirada en la nieve.
Apenas llegaron, comenzaron a matar a los varolks restantes. En cuanto la situación mejoró, sir Andreas gritó la dirección hacia donde fue la duquesa. Pero sir Cristian no era tonto, había enviado hombres al bosque al escuchar graznidos en medio de una fuerte tormenta. Cualquiera hubiera dicho que solo era el monstruoso viento, pero la intuición de un comandante no se rebaja a dichos. Supuso que había sobrevivientes y no se equivocó:
Varios caballeros llegaron a tiempo para matar a los cinco varolks restantes que amenazaban con llevarse a su señora y devorar al resto. En cuanto acabaron con los monstruos, se acercaron a la cueva donde el primer caballero que bajó ayudó a la duquesa de inmediato. Los demás ayudaron a los escoltas terriblemente heridos y agotados. Diannel fue cubierta con una capa de caballero y levantada con cuidado. Su cabeza aún le dolía por esa voz. Solo pudo cerrar los ojos pero no dormir. La tormenta no disminuyó, pero los caballeros plateados cabalgaron sin descanso hasta el castillo. Los gritos de varias personas obligaron a la duquesa a abrir los ojos. Noto los muros de la cueva del lobo, sentía que moriría congelada en cualquier momento. Afortunadamente, fue llevada a su habitación con cientos de gritos dando órdenes o los fuertes lamentos de los heridos. La dejaron en su cama, pero estuvo muy lejos de sentirse tranquila.
—Mis doncellas… —susurro— que vengan… —su respiración era pesada.
—Están tan enfermas por la lluvia, duquesa —respondió la singular voz de Lola. Con solo escuchar a la jefa de sirvientas, Diannel se puso intranquila y movió los brazos alterada.
—¡Quiten sus manos de mí! —grito sin considerar su garganta mientras apartaba a las sirvientas que comenzaron a retirar su ropa mojada— ¡Aléjense!
Al final, tuvieron que sostenerla para que no evitara la ayuda. Lograron quitarle la ropa, levantarla entre todas hasta la bañera con el agua caliente. En su habitación, encendieron la chimenea, cerraron cada ventana y cortina para que ni un leve viento helado entrara.
Todos en el castillo estaban alterados, no sólo en los pasillos, también afuera. Varias carretas llegaban con heridos, muertos y cadáveres de los varolks. Los sirvientes corrían con agua caliente, toallas, vendajes, leña, enfermeras y médicos que apenas llegaban. Sir Cristian no se quedó mucho tiempo, envió cuervos al resto de los comandantes informando de lo sucedido. Pidió que revisaran cada ciudad cercana o sus alrededores en busca de más monstruos. Cuando terminó, la tormenta había disminuido un poco, pero fue lo suficiente para salir al Campo Rojo o cualquier sitio cercano.
Desde que Diannel despertó con sus memorias, el castillo estuvo dividido por aquellos que se resignaron a obedecerla y los que no. Sin embargo, como gente de Verlur, no había lugar para divisiones en la situación actual. Así que todos fueron atendidos, incluido las doncellas y el mercenario escogidos por la duquesa bastarda.
Elías se recuperó pronto luego del shock, salió de la pequeña habitación donde lo dejaron solo y busco a Maydi entre tanto caos. Para su sorpresa, todos los heridos estaban abajo, en el gran salón y algunos más en el del trono. Se pusieron camas de paja para los heridos y enfermos. Ya había más de diez enfermeras cuidando a todos y cinco médicos rondando de paciente en paciente.
El joven sacerdote logró encontrar a Maydi, cuando se acercó, la noto temblando, su fiebre era alta, cada punta de sus dedos estaban morados y tiesos. Sintió alivio de que estuviera viva, luego colocó sus manos sobre las de ella y se concentró. La luz divina no pasó desapercibida para los presentes, sobre todo cuando sabían que ningún sacerdote vendría a ayudarlos.
Cuando la fiebre de Maydi disminuyó, al igual que sus temblores, Elías acarició su frente y luego su cabello. La cubrió bien para que no pasara frío y se levantó. Fue cuando noto los cientos de ojos sobre él. Nadie tenía que decir nada, el joven sacerdote sabía lo que tenía que hacer.
—¡¿Quiénes recuperaron parte de su fuerza?! —pregunto fuerte para todos en el salón. Una enferma se acercó y dio nombres de los que podían recibir el poder divino.
En medio de sus sanaciones, logró hallar a Susan, Giovanni, Héctor y Sam. A ellos los sanó rápido y sin gastar tanta fuerza a pesar de lo grave que estaban los tres escoltas. María estaba con su padre, no dejo de llorar ni cuando Elías le dijo que se recuperaría. Luego preguntó por la duquesa y le dijeron que estaba en su habitación atendida por el médico y la jefa de sirvientas.
—¡Sacerdote! —gritó una mujer conocida: Melany— ¡Por favor, salve a mi esposo!
La baronesa arrastró al joven sacerdote hasta el salón del trono donde se habían puesto a los heridos de gravedad y con menos posibilidades de sobrevivir. Le asombró que la señora, asustada y llorando, tuviera un estómago fuerte para soportar ver tal escena. Cuerpos morados, pálidos, con partes amputadas, gritos, quejas y otros cubiertos con sábanas por sus decesos
—No puedo hacer más —dijo un médico, cansado y asustado—, ambos comandantes están gravemente heridos. Debo apuntar la pierna de sir Alexander y el brazo de sir Andreas.
—¡No puede hacer eso! —grito Melany— ¡Ambos son comandantes del ejército! ¡Conozco a mi esposo, él no podría soportar vivir sin un brazo!
—Señora, no hay más que hacer. Están agotados, no tienen la fuerza para recibir poder divino, el tratamiento acabaría con sus vidas.
—¡No puede ser! —Melany lloró abrazando el cuerpo de su esposo. No era la única, varias personas lloraban junto a heridos y muertos.
“Si soy un prodigio ¿realmente podré ayudarlos?” se preguntó Elías “No dejó de ser un bastardo, ¿Qué puedo hacer que no hicieron otros prodigios antes que yo?”
Recordó cuando los comandantes se quedaron atrás sin dudar para salvar la vida de los que no podían defenderse, como la suya. La idea de salvarlos pasó por su mente, vio con detenimiento sus graves heridas infectadas, negras y con pus en algunas partes.
“Lord Henderson le robó el poder divino a dos prodigios y los pasó a su hijo. El proceso que usó fue la extracción de sangre que hizo beber a su hijo. No puedo hacer lo mismo, pero ¿Qué tal usar parte de la vitalidad de alguien más? Solo sería lo necesario, pero nadie lo ha hecho porque únicamente se toma la fuerza de la persona a quien sanamos”. Era inaceptable, para el Templo, tomar la fuerza vital de alguien sano. El poder divino era sagrado y útil con enfermos y heridos con el precio de que debían dar su propia fuerza. Que hubiera un atajo sería considerado herejía contra el único y verdadero propósito del poder divino. “Es imposible porque nadie lo ha hecho. Y nadie lo ha hecho porque el Templo dictó que es imposible y que la sola idea es un pecado. Pero yo mismo soy la prueba de que mienten, ¿no basta con eso?” Elías tomó la mano de la baronesa interrumpiendo su llanto. “El poder divino llega a la fuerza vital para sanar. Ella no está enferma, pero su fuerza podría salvar a su esposo. Entonces, no estoy rompiendo el sagrado propósito del poder divino. Estoy cumpliendo mi deber como sacerdote”.
El joven sacerdote no olvidaba que el concepto lo aplicó Lord Henderson con su propio hijo. Tomó la sangre y con ella la fuerza vital de los prodigios. Le funcionó a Yodiveira por años, entonces “¿Por qué no habría de funcionar para sanar a otros?” se preguntó Elías.
Como un verdadero prodigio, detectó la fuerza vital en la baronesa, la imagino como destellos brillantes acumulados en su corazón. Entonces, atrajo esos destellos hasta su mano, la mujer comenzó a sentirse cansada. Elías no paró, dirigió cada destelllo hacía la mano que tocaba la de sir Andreas. Las heridas comenzaron a cerrarse, no del todo, pero si lo suficiente para que dejara de sacar la fuerza vital de la baronesa y pudiera concentrarse en sanar al 4° comandante.
—Imposible… —dijo el médico atestiguando el milagro de Elías—, sus heridas…
El brazo de sir Andreas comenzaba a mejorar, la putrefacción se perdía. Y sin notarlos de inmediato, su sanación llegó hasta la pierna del otro herido: sir Alexander. La luz blanca de sus manos se esparció hasta sus brazos, el aire mismo parecía haber cambiado. La baronesa Melany recuperó parte de su fuerza y logró presenciar el milagro que sucedía ante sus ojos.
“¿Ya sanó?” se preguntó Elías perdido entre la luz de su propio poder “¿Debo seguir?”
Abrió sus ojos lentamente y a pesar de que se asombró, no perdió la concentración en ningún momento. Solo cuando noto las heridas de ambos comandantes sanadas, alejó sus manos, la luz se desvaneció y se sintió agotado. Tal cansancio era similar al que uno siente cuando usa en exceso un músculo de su cuerpo que apenas movía.
—¡Andreas! —grito Melany alegre pero llorando— ¡Estás bien! ¡Gracias a Heitor estas bien! ¡Gracias…! —miro al joven sacerdote— ¡Muchas gracias, por Heitor, gracias por salvar a mi esposo! ¡Realmente eres un hijo bendecido por Dios! ¡Gracias a nuestro salvador por bendecirte!
No fue la única que agradeció, tanto el médico presente como otros más, juntaron sus manos y alabaron a Dios por la presencia de Elías. Un momento tan memorable para él, uno real, sin ser planeado o con la duquesa detrás riéndose del espectáculo. Era real, lo consideraban un gran sacerdote y aun confesando que es un bastardo, no podrían borrar de sus mentes lo que vieron.
“Aún no…” Elías se acostó para descansar “No es el momento”.
No supo cuándo se durmió, pero nadie lo molestó. Sobre todo porque no había necesidad de llamarlo. Los heridos de gravedad a su alrededor comenzaron a mejorar desde que curó a los dos comandantes. Claro que no revivió a los muertos, así que los llantos y penas no pararon.
“Debo ir con la duquesa, pero… Me siento cansado. Además, seguro que está bien, la sanaré después. Me siento agotado, tengo tanto sueño…”
El joven sacerdote caminó como pudo hacia su habitación donde se encerró. Le aliviaba saber que Maydi estaba mejor y sentía un gran orgullo por su propio avance. Sin embargo, no pudo celebrarlo a gusto, realmente estaba agotado. Así que se retiró el hábito y se acostó en su cama envuelto en varias sábanas.
“Debo mejorar aún más para que nadie dude de mi derecho”.
Fue por la noche que el ambiente se calmó un poco, pero el clima había empeorado. Sir Cristian se encargaba de todo junto a Joseph y Lola. La duquesa estaba mejor, pero la dejaron dormir por el fuerte agotamiento. Varios cuervos llegaron informando que no había rastros de más monstruos en ninguna parte. Los vigías de las montañas blancas no descansaron hasta hallar alguna abertura o un varolk que pudiera pasar la frontera.
La situación era igual a lo sucedido en la capital: un sorpresivo ataque de los monstruos sin ningún reporte de ser vistos en su viaje. Thomas y Hans llegaron al amanecer, quedaron en shock al ver la situación en el castillo. Fueron al salón de reuniones para hablar. Durante los reportes, Alexander y Andreas llegaron cansados, pero con las fuerzas suficientes para trabajar. Ambos comandantes confesaron estar en deuda con el sacerdote Elías, sin él, muchos habrían muerto en el castillo. Pero ese tema llevó al número de pérdidas por el ataque y el denominado “Campo Rojo” que ya estaba en boca y oído de cada ciudadano de Verlur.
—Ni siquiera hay reportes de alguna ruptura en las runas. ¿Cómo demonios explicaremos este ataque? —dijo sir Thomas.
—El poder de las runas llega hasta el cielo, es imposible que hayan podido pasar por arriba —continuó sir Hans—. Nadie en Verlur vio nada, ni los vigías o algún granjero.
—No hay que olvidar esa trampa—añadió sir Andreas—. Bloquearon la carretera, eso no fue obra de los varolks sino de los mercenarios que hayamos muertos en la nieve. Es obvio que esos tipos planeaban atacarnos, hay que averiguar quién los envió.
Siguieron discutiendo, pero dejaron de hablar en cuanto las puertas fueron abiertas por alguien inesperada: la duquesa, recién despierta, en camisón y con una manta sobre sus hombros:
—¡¿Por qué los comandantes tienen una reunión sin mi presencia?!
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Comments
Bertha Ramirez
Ellas, Elias, Elias, Elias. 👏 👏 👏
2024-07-06
0
Laura Buitrago Rozo
si me ha gustado mucho
2023-10-19
1
Sandra Chavarría
esta más que genial tu obra autora desde el primer capítulo no puede despegarme felicidades
2023-07-08
1