El viaje de regreso se reducía con cada avance, ahora solo quedaban alrededor de cuatro horas para llegar al castillo de Verlur. Fue algo pesado con la nieve estorbando, pero al menos las carreteras estaban limpias antes de que la duquesa llegara. Aun así, la vista era desagradable para ella, odiaba el clima de sus propias tierras.
Alrededor del carruaje, dos regimientos protegían el vehículo, a las damas en el interior y al sacerdote que se merecía un viaje cómodo de regreso. Sir Alexander los acompañó desde el puerto Feirsten con cincuenta caballeros y treinta soldados.
—Que rápido olvidamos la primavera —dijo la baronesa Melany—. Admito que la extrañaré, pero mi mente y cuerpo están acostumbrados a los inviernos. Sentí que casi moría en Arank, ¿Cómo pueden vivir con ese horrible calor?
—Es cierto —respondió Susan—. Siempre duermo con varias sábanas cubriéndome, fue la primera vez que quise dormir sin algún chal siquiera.
—Envidio a la duquesa, ha vivido en ambos climas y no parece afectarle los fuertes veranos o inviernos —Melany sonrió afable hacia su señora— ¿Cuál es el clima de su preferencia, mi señora?
—El verano —respondió Diannel sin dudar.
—Oh… —Melany no espero esa respuesta—. Bueno, debe ser porque vivió más tiempo en Arank. Pero creí que cinco años serían suficientes para cambiar sus gustos.
—Cinco años no son una niñez o juventud, baronesa. Es lógico que me guste más el verano, apenas voy empezando con mi vida de adulta casada en largos inviernos.
—Pues espero que el invierno llegue a gustarle como a nosotros. Hasta sus doncellas se ven más cómodas con este clima. Han vivido siempre en Verlur ¿verdad?
—Si —respondió Maydi—, aunque no por eso niego lo divertido que fue estar en Arank.
—¡Maydi! —grito Susan.
—¡Ah! —y la joven se dio cuenta de su comentario— ¡No me refería a que “eso” fuera divertido! ¡El clima fue lindo, junto a los lagos, las aves y…!
—Está bien, Maydi —Diannel calmó a su alterada y joven doncella—. No debemos dejar que los crímenes de mi hermana destrocen los lindos recuerdos en Arank.
Siguieron hablando de cualquier tema que se les ocurriese, los únicos callados eran Elías y la pequeña María. Afuera, sir Alexander miro el carruaje con un rostro lleno de angustia y desesperación. Fue el primero en casi perder la cabeza al enterarse que su señora fue atacada por la propia princesa de Arank. Pero tuvo que resignarse a no hacer nada cuando la carta de la duquesa expresaba sus deseos de que mantuvieran la calma y no hicieran algún escándalo.
—¿Cuántas veces fracasaremos en proteger a la duquesa? —preguntó Alexander para su compañero y amigo: sir Andreas.
—Estoy dispuesto a arrodillarme de la vergüenza en frente de su excelencia —respondió.
—Ni arrodillados merecemos ser perdonados.
—¿Vas a negar que la duquesa no se lanza al peligro? —la pregunta de Andreas no fue del agrado para Alexander—. Le aconsejamos no salir del castillo, pero se usó de carnada para atrapar al marqués a costa de su propia vida. Luego, de nuevo le aconsejamos no salir, pero decidió ir al cumpleaños de su hermana a pesar de que el marqués seguía libre.
—¿Y cómo la duquesa iba a saber que su propia hermana la atacaría?
—Pero de habernos escuchado, ella no hubiera sufrido tal atentado.
—Y la princesa Carmina hubiera logrado su propósito de matar a su prometido.
—¿Cómo podemos protegerla si ella misma se pone en peligro?
—Eso no se debe preguntar, Andreas. Solo debemos protegerla, sin importar lo que haga porque es la duquesa, nuestra señora. Creo que dudas porque el 5° comandante te habló demasiado.
—¿Sir Hans? El solo da su opinión, claro que dejó muy claro que no le agrada la duquesa. Y ella tampoco mejora eso al darle los deberes más pesados.
—Le agrade o no, sir Hans debe dejar de ser tan irrespetuoso —Alexander bufo molesto—. No estamos en una situación en la que debemos sospechar de nuestra señora.
Pero esas palabras no pararon las sospechas de sir Andreas. Era sabido que el 5° comandante Hans estuvo en desacuerdo con el matrimonio de sus señores. Esperaba que su futura señora fuera una mujer de Verlur, de carácter fuerte y honor inquebrantable. ¿Pero a quien tuvo que arrodillarse y jurar fidelidad? A una mujer de Arank, acostumbrada a largos veranos, de mala reputación, inmadura, cobarde y cuyo padre forzó el matrimonio por sus infantiles sentimientos.
—¿Acaso olvidaron los cinco años de vergüenza que sufrió su excelencia por ella? —dijo enfadado Hans al resto de los comandantes—. Que ahora haya cambiado no borra esas humillaciones y peor, cada vez hay peores rumores y los ignora sin importarle su reputación o la de su propio esposo. ¿Y cómo no? Una mujer como ella, con la reputación tan ensuciada, no le importa que haya más mugre en el nombre de Verlur.
Fueron sir Cristian y sir Alexander los que lo callaron con una seria advertencia. Pero sus palabras permanecían aún. No podían evitar sospechas, dudar y hasta juzgar. Solo que ya no tenían la libertad de hacerlo libremente desde que la duquesa tomó el control.
—¿Qué es eso? Está bloqueando el camino —preguntó Giovanni —ambos comandantes trataron de visualizar lo que estaba al frente. Creyeron que eran troncos de madera en plena carretera. Sir Andreas se ofreció para ir a investigar primero.
Los caballeros se detuvieron junto a los carruajes con un poco de brusquedad. La duquesa abrió una ventana y llamó a Giovanni, quien le dijo que algo obstruía el camino. Sir Alexander no tenía un buen presentimiento, así que ordenó a los guardias estar en defensa y a los caballeros desenvainar sus espadas. Sir Andreas cabalgó rápido y confirmó que sí eran troncos amontonados para que ningún carruaje pasara. Llamó a sir Alexander para que viera todo. Ambos compartieron las mismas opiniones sobre lo que sucedía. Con la extensa y alta nieve, no era una opción rodear. Podrían correr el riesgo de que alguna rueda se rompiera por una piedra o quedara atascada en un hoyo. Estaban lejos de la ciudad Renish, a horas de la ciudad santa y a más del castillo. ¿El problema? Que esa era la única carretera hasta las siguientes que llevan a otros lugares. Al final, quedaron en ir todos a caballo sin parar hasta llegar a la Cueva del Lobo.
—Bien, iré a decirles que… —pero sir Andreas no terminó su oración— ¿Eso es un cuerpo? Ambos comandantes notaron un hombre ensangrentado oculto en la nieva. Sir Alexander comprobó que estaba muerto, alzó su cabeza, revisó su cadáver y dio con una espada y dinero.
—Creo que es un mercenario, sus manos tienen astillas, debió colocar los troncos.
—Si es quien colocó los troncos, ¿Por qué está muerto…? —sir Andreas avanzó con su caballo un poco más allá del cadáver y confirmó su sospecha—. Hay más de un muerto.
Como si su vista no fuera más clara, ambos comandantes vieron montones de cadáveres gracias al viento que reveló la sangre por sus alrededores. Todos los cadáveres eran mercenarios, de manos con algunas astillas y espadas, arcos y cuchillos cerca.
—No puede ser… —sir Alexander revisó los cuerpos rápidamente—. Esto no fue obra de un hombre, no son heridas por espadas o flechas, son mordidas… ¡A algunos les faltan extremidades!
—¡No es cierto! —sir Andreas subió a su caballo y comenzó a gritar— ¡A cubierta! ¡Saquen a todos del carruaje y llévenlos a caballo! ¡Ahora!
Antes de que algún guardia o caballero pudiera preguntarse el motivo de tales gritos, un graznido chirriante, aterrador y molesto paralizó a todos. Pero, sobre todo, un sonido familiar para cualquier hombre que ha ido a Kolmat a enfrentar a los monstruos del invierno. Gritaron el nombre de aquel monstruo, varios de ellos salieron de la nieve, rodeándolos por completo y graznando para llamar a más de los suyos en los cielos:
—¡Varolks!
El Varolk era un monstruo volador muy común en Kolmat. Tenía el cuerpo negro, alas negras y más grandes que las de una arpía, cuerpo de toro, cola larga y con plumas, el cuello largo como el de un caballo, cabeza con cuernos medianos y una cara era igual al de una máscara humana blanca. Pero en cuanto abría su inusual boca, revelaba sorpresivos colmillos. Eran monstruos perfectos para el ataque en tierra y aire. Pero como sus cuerpos eran pesados, volaban más lentos que una arpía y no eran tan sigilosos o pacientes como esas aves aterradoras del desierto. Un varolk era peligroso, pero varios eran una sentencia de muerte.
—¡Despejen un camino! —ordeno sir Alexander.
Como una estampida, los varolks embistieron a los escuderos de las primeras filas. Pero los golpes hicieron caer o volar hasta la tercera fila. Más de diez caballeros tuvieron que salir a primera línea para evitar el avance de tales monstruos. Pronto una feroz batalla comenzó, con la neblina en el cielo, el sol oculto y la nieve en lo alto lista para ser teñida con la sangre humana. Pero un número como ese, no era nada para los grandes caballeros plateados. El único elemento sorpresa fue que los monstruos atacaron en Verlur por primera vez. La incertidumbre de lo imposible los distrajo los primeros minutos importantes. Sin embargo, recuperaron el control para pelear.
¿Quiénes serían si fueran fácilmente devorados? ¿Dónde quedaría su reputación, honor y fuerza? El único miedo que tenían era fallar en su deber. Porque no importaba la situación o la injusticia del momento, lo único que estaba en su mente era asegurar la vida de los inocentes, de aquellos que juraron proteger, indefensos que solo querían seguir su vida ordinaria. Entre ellos, la vida de la duquesa, la señora del Lobo Blanco.
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Comments
Bertha Ramirez
por que grito a cubierta? eso solo lo gritan en los barcos🤔🤔🤔 no te creas autora, amo tus historias, tu escribe lo que quieras 🫡😚
2024-07-06
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Bertha Ramirez
perro maldito de hasta, lo odio
2024-07-06
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Faty
jajajajajaja ay noo amó a Maydi
2023-06-02
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