Regina le miraba fijo y nerviosa, y le encantó ver que enrojecía y su boca se abría en una adorable O, sin emitir palabra. Sus pequeñas manos se restregaron en la falda y por fin, luego de varios segundos de mirarlo y hacer gestos con su boca, le saludó.
—Ehhh, buenos días. Bien … Bienvenido.
—Buenos días, Regina—ella boqueó al escuchar su nombre y él sintió una punzada placentera. Dios, se veía tan inocente, tan transparente, que sus sentidos bramaron.
—Señor… Yo... Buenos días.
—Tal vez me recuerdas, soy Milo Monahan—ensayó una presentación que supo era innecesaria. Ella sabía quién era él, lo tenía claro.
—Lo sé—contestó bajito, batiendo sus pestañas tupidas de manera rápida y mordiendo su labio inferior en un gesto de nervios que resultó ultra sensual.
Estaba convencido de que cada uno de los gestos de esa mujer, involuntarios y espontáneos, eran divinas expresiones de una sensualidad escondida. No había nada de falso en ese rostro de muñeca y en ese cuerpo lujurioso y exuberante que le encantaba como hacía tiempo nada lo hacía. Ella era como una fruta plena y madura, mal presentada y rodeada de un contexto que impedía apreciarla en su plenitud. Pero él era capaz de distinguirla y se encargaría de dotarla de aquello que necesitaba para que brillara. Solo para él. Si aceptaba. Y tenía que aceptar.
—Señor Monahan.
—Dime Milo. Solo Milo.
—Solo Milo…Perdón— Ella se disculpó por la repetición y volvió a enrojecer y él sonrió ante su aturdimiento—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Voy a tomar un café y quiero que te sientes conmigo.
Ella se sorprendió, mirando alternativamente a él y al hombre de la barra, que la observaba con ojos entrecerrados.
—No puedo. Mi jefe…
—Seguro podrá entender que te tomes unos minutos.
—No…No es un hombre que entienda—la convicción de su voz lo sacudió.
De seguro era un bastardo que la hacía trabajar sin descanso por un salario miserable.
—Lamento escucharlo. Tengo una propuesta que hacerte. Una que puede cambiar tu vida—si tenía poco tiempo, debía aprovecharlo para generar la suficiente intriga como para motivarla.
Ella lo miró con perplejidad. Claro, ¿qué esperaba? No lo conocía prácticamente.
—¿Una propuesta?—repitió, mirándolo con sus enormes ojos llenos de asombro.
—Así es—reafirmó él, sin apartar la mirada de su boca provocativa—. No me parece que te pueden pagar mucho aquí.
—No, es verdad—dijo ella, con gesto evidente de no entender nada —. Su visita… ¿Tiene que ver con lo que pasó anoche?
—Digamos que en parte sí.
—No puedo pagar por el desastre, pero el maître me descontó el sueldo, supongo que…—se apuró ella, con temor.
—No tienes que preocuparte por eso—buscó contener su preocupación.
No quería que lo asociara con estrés o problemas.
—El vestido de esa señorita, no fue tanto—la voz se elevó apenas, en una queja minúscula que dio cuenta de lo frustrada que estaba.
—Claro que no lo fue, querida—no pudo evitar el tono condescendiente. Ella despertaba su deseo de protección—. Claramente la más afectada fue tu camisa… Y tú.
Su voz, naturalmente grave, se había vuelto ronca y su mirada clara, la miraba con fijeza, procurando que no delatara el deseo que lo llenaba y hacía doler su entrepierna. Sintió el impulso de doblar a esa mujer sobre la mesa y acariciarla sin fin hasta arrancarle gemidos desesperados y que le pidiera que la hiciera suya. Ella no podía ver lo que le producía cada vez que movía sus caderas y meneaba su trasero, o una parte de su escote bajaba.
—Iré por un café. Debe tomar algo si va a quedarse—pareció reaccionar para moverse hacia el mostrador y servir el líquido, probablemente debatiéndose entre la curiosidad por sus palabras, lo extraño de su presencia y la necesidad de su trabajo.
Vio que el hombre que indicó como jefe la tomaba de un brazo y se lo apretaba y su rostro se endureció, sintiendo que una ola de furia fría subía desde su estómago hasta su rostro. Era palpable la violencia en la actitud inquisidora y en el apretón del que ella se deshizo con brusquedad. Cuando volvió unos minutos más tarde, la notó nerviosa y le dijo:
—Ese hombre te hizo daño. Eso es violencia laboral—su voz era fría y demandaba respuesta.
—No es nada que no pueda manejar. Quiere que trabaje más rápido y sin distracciones. Necesito…—había súplica en su voz.
—No quiero provocar más complicaciones—sentenció con brusquedad—. Esta es mi tarjeta. Te espero hoy a las 17:00 horas en mis oficinas. Tengo una propuesta que puede ayudarte. Sé que atraviesas problemas económicos graves y un trabajo como este no te ayudará a resolverlos. Y nada puede hacerte soportar a un hombre abusivo como evidentemente es tu jefe.
—¡Espere! —ella le tocó el brazo cuando ya se levantaba y luego lo quitó, sonrojada por el gesto—. ¿Cómo sabe…? ¿Qué tipo de propuesta?
—Lo sabrás. A las 17:00. Te estaré esperando.
Había casi una promesa en su voz.
Necesitaba…Se corrigió, quería que ella aceptara, pero no quería asustarla. Él estaba en una posición de poder y ella en una de necesidad. Había una desventaja obvia en el trato que pretendía ofrecerle. Mas él no era un maldito cobarde que necesitara escudarse en su dinero para ganarla. No le pediría nada que no pudiera darle. No tomaría nada que ella no quisiera entregarle. El suyo era un juego algo torcido, pero tan jodidamente excitante que lo tenía en vilo. Apenas podía esperar a tenerla frente a sí y ver su cara cuando le contara lo que había pensado para ella.
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Comments
Milagros Rodriguez
choque de realidades, ella busca resolver su situación desesperada y este demente libidinoso, buscá complacer su ego, pobre de el cuando le digan que no a su propuesta
2024-07-12
1
Lisbeth Sanchez
qué interesante 🤔🤔🤔🤔🤔 cuál será esa propuesta 🤔🤔🤭🤭🤭
2023-07-01
1
Maria Méndez
le proponda que sea su amante
2023-01-14
0