MILO
Sus dos hermanos se veían serios y aburridos, aunque factiblemente a la caza de algunas chicas que quisieran entretenerlos más allá de la fiesta. Suspiró. Estaba cansado y si bien el motivo del festejo lo satisfacía, pues era el cierre de uno de los negocios más importantes de los últimos años y como tal debía ser anunciado con bombos y platillos a la prensa y a los rivales, no veía la hora de que todo terminara. Tener sexo, descansar, dormir, esas eran sus prioridades ahora mismo. Comenzaba a aburrirse de sonreír y hablar sin mayor sentido.
— Milo, querido—se volvió para recibir a su madre, que se había acercado con Melody a su lado.
La rubia lo miraba sin pudor, recorriendo cada uno de los músculos de su cuerpo, observando con lascivia. Sonrió en respuesta y deslizó su vista deleitándose con esos senos duros y levantados, dos melones inmóviles que hacían un escote fenomenal y que eran la mejor promoción de la opulencia de un bisturí de primera. La falda del vestido apenas cubría la mitad de sus muslos y daba vista a sus piernas kilométricas, unas que se hacían más largas con esos tacones con los que su libido ya había comenzado a fantasear. Ella sonrió con placer ante el escrutinio y su vista hambrienta se posó con descaro en la carpa evidente de su pantalón. Su madre continuó hablando mientras ambos se devoraban con la mirada.
—Melody me dice que la tienes un tanto abandonada. Le he comentado que sin duda este éxito que hoy coronas ha de ser la principal explicación.
—Madre— le sonrió con cierta frialdad—. Dices bien.
Le encantaba el sexo y ella era una mujer sin inhibiciones, aunque algo en él se rebelaba ante el juego. Le aburria la facilidad y la falta de desafío que implicaba Melody. Su cuerpo reaccionaba con obvia facilidad al físico privilegiado de la hembra, su masculinidad la quería ya, pero su mente no parecía acompañar el deseo.
Una noche con ella sería una gimnasia sucia, sudorosa y apasionada, pero vacía de sentimientos. Bufó ante los desvaríos de su mente. ¿Sentimientos? Violet lo había impresionado más de lo necesario. Buscó concentrarse y vio que la rubia platinada pasaba la lengua con lentitud por el labio superior para luego morder el inferior.
—Extraño tu compañía. Nuestras salidas tan divertidas.
En el momento en el que ella levantó su brazo aparatosamente para arreglar su cabello, una bandeja inoportuna se interpuso y las copas que portaba se deslizaron, volcando el contenido sobre la persona que servía, salpicando unas gotas pequeñas a Melody. Esto provocó el exagerado grito de fastidio y rabia de la mujer, que dio paso a la transformación de su rostro en una máscara fría y desdeñosa. Su voz se elevó:
—¡Es inaudito que una persona tan torpe pueda servir en un lugar tan selecto! — gritó a la mesera—. ¿Sabes el valor de este vestido? No alcanzaría toda una vida de tu salario para pagarlo. Aunque imagino que mover todo ese cuerpo regordete con fluidez debe ser imposible.
—Yo… Mil perdones, fue un mal paso—la voz temblorosa y baja, llamó la atención de Milo, que en un principio había desviado la vista para no aguantar las quejas destemplada de Melody. No le gustaba que esta mostrara su carácter caprichoso en público y menos aún que hostigara sin necesidad a quienes trabajaban. Al mirar a la mujer implicada en el incidente, se vio impactado por el rostro inmaculado y los ojos aterrados de una chica de mediana estatura y de curvas rotundas que el uniforme apenas podía contener.
La voz venenosa de Melody continuó, pero para Milo fue evidente que si alguien había sido afectado por el encontronazo era la pequeña camarera. Sus ojos se concentraron en los pechos traslúcidos por la camisa empapada de líquido. Su masculinidad se sacudió al notar esos globos abundantes y gloriosos, pesados y con las aureolas marcadas como roca por el frio líquido.
No podía despegar la vista y sin duda ella, aún en su confusión, percibió su mirada porque el tono rojizo de sus mejillas aumentó. Milo se regodeó con esas cumbres y luego de unos segundos, con pesar, elevó su vista y la clavó en esos ojos de una negrura casi impactantes, aunque aguados, probablemente al borde del llanto por los insultos y la misma situación.
Tenía una cara hermosa de nariz recta y unos labios gruesos y jugosos. Que suplicaban ser besados. Al menos esa fue la convicción que le atravesó como una flecha. En el medio de un salón en el que había mujeres de una belleza espectacular, impactantes en su brillos y joyas, con estados físicos impecables, él sintió el deseo furioso y urgente de besar a esa desconocida y sentir sobre sí el peso de sus pechos llenos. Debían sentirse deliciosos entre sus manos.
Hizo una mueca y procuró esconder la monumental imaginación y el dolor que sintió en su masculinidad, obvias reacciones de deseo primario y urgente. Reacción que le dejó sin aliento al someterla a la razón implacable.
Tenía que estar muy mal para pensar así. La aparición del maître calmó los ánimos y las disculpas exageradas y adulaciones hacia Melody fueron el momento en que la protagonista de su fantasía usó para salir de la vista de la furiosa rubia. Sin poder evitarlo, la siguió. La vio colarse en uno de los baños y como un vulgar espía fue tras ella, como un autómata que no pudiera dejar de seguir las imperiosas órdenes de una libido desbocada.
Por la puerta entornada, obvia evidencia del aturdimiento de la mujer, vio cómo se quitaba la camisa con agitación tratando de secar la humedad del líquido con el seca manos. Por el reflejo del espejo pudo apreciar los pechos, que parecían rogar ser acariciados. Imaginó sus dedos deslizándose hasta tocar esos gloriosos globos que se transparentaban tras el encaje del sujetador. Su garganta seca y sus ojos no perdieron detalle. El movimiento más atrás y las voces hicieron que retrocediera con renuencia, desalentado de que la imagen desapareciera de sus ojos. Pero se obligó, no correspondía que lo sorprendieran fisgando a una mujer en un baño, cual si fuera un adolescente calentón.
Justo cuando salía se encontró con el maître, que se acercó para pedir disculpas, tal vez pensando que estaba molesto, pero él sacudió la cabeza. No quería explicaciones, no era necesario. La vio aparecer y notó que palidecía al verlo, probablemente creyendo que estaba siendo expulsada. Nerviosa, se acercó con rapidez, su timidez y nervios probablemente sobrepasados por la necesidad del empleo:
—No volverá a suceder, me disculpo nuevamente por la torpeza.
Mas que las palabras, le traspasaron la urgencia y la emoción de sus ojos intensos. Se obligó a hablar, urgido por la necesidad de tranquilizarla.
—No es nada grave—dijo, en tono bajo.
¿Qué diablos le pasaba? La cabeza le decía que esto era un absurdo.
¿Por qué preocuparse por alguien que no conocía?
Mientras lo pensaba, las palabras del jefe fueron duras, más de lo necesario.
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Comments
Milagros Rodriguez
el flechazo fue certero
2024-07-12
1
Lisbeth Sanchez
éste CEO ya cayó 🤭🤭🤭🤭🤭🤭
2023-07-01
4
Maria Méndez
Upaaaaa......ya veremos
2023-01-13
0