Jugando con fuego ll

A la semana volvió al local de siempre y se fijó que también

estaba Mario. Se hizo la despistada, pues ella le había dado plantón y no

quería hablar con él.

La suerte no quiso estar de su parte, porque queriendo

evitarlo se lo encontró de frente. ¡¡Vaya chasco!!, no tenía escapatoria y no

tuvo más remedio que improvisar una disculpa.

"-el otro día no pude venir, me encontré mal y como no

tenía tu teléfono no te pude avisar."

A Mario aquella disculpa no lo convenció mucho, pero tampoco

le pidió más explicaciones. Aprovechando que se habían encontrado de nuevo,

este aprovecho para invitarla a tomar un café y así podrían conocerse un poco

más.

Clara no se sentía en absoluto atraída por él, pero se lo

debía por haberlo dejado plantado y accedió.  Al final no era tan

egocéntrico como la primera impresión que había tenido de él.

 Aunque seguía sin

gustarle hasta que un día, no sabe porque razón empezó a sentirse atraída por

ese juego, porque cuanto más rechazaba sus invitaciones el más la persuadía.

Llego un momento que se sintió halagada por aquella persecución,

hasta que al cabo de unas semanas acepto a salir con él.  Aquel día en

concreto él quiso que fueran a ver los famosos cañones dorados.

Por lo que le habían dicho, era un sitio donde solían ir las

parejas a pasar un momento de intimidad y que estaba de moda visitarlo

principalmente con el alumbrado de las luces de la noche.

El sitio era precioso; era en lo alto de una montaña y desde

allí las vistas a la ciudad como al mar eran un paisaje digno de ver. Nunca

había visto algo tan bonito. De repente sintió un ligero escalofrió y empezó a

temblar.

Había refrescado y Mario muy caballeroso saco su americana y

se la puso a los hombros de ella y la invito a volver al coche. Ella confiada

lo siguió.

Una vez en el vehículo, le dice:

"-eres preciosa, tienes una cara muy bonita y

creo…que me estoy enamorando."

Clara no sabía lo que sentía, pero tenía ganas de besarlo, de

saber lo que es que alguien le diera placer y se dejó llevar.

Él, la beso muy tiernamente, le acaricio el cuello, le fue

desabrochando la blusa, el pantalón. Entre besos y caricias la iba desnudando

por completo. Ella titiritaba y no era de frio, estaba muy nerviosa, nunca

nadie la había visto completamente desnuda y sentía pudor. Pero estaba

decidida, aunque no había sido planeado tenía por fin la ocasión de saber lo

que era hacer el amor.

Mario se notaba su agilidad y se desnudó al momento.

Allí estaban desnudos con la luz de la luna y las estrellas.

Sus únicos testigos de lo que iba a suceder.

Clara estaba totalmente recostada sobre el asiento delantero

y Mario se colocó encima de ella (la postura del misionero), pero antes se

había colocado un preservativo; decía por eso de que no se le cortaba el

rollo en el momento de culminar.

Ella estaba muy tensa, iba a perder su dudosa virginidad y ni

siquiera lo había planeado para ese día;

"-por favor no me hagas daño, es mi primera vez."  le dijo con voz jadeante ya

que también estaba excitada.

Mario comenzó a rozar su intimidad, hasta que encontró la

entrada húmeda y bien apretadita. Cuando comenzó a hacer fuerza para hundirse

en ella sin consideración; Clara sintió dolor; mucho dolor; demasiado dolor; se

volvía insoportable.

"- ¡para! - ¡me estás haciendo daño, por favor, me duele.

- ¡No sigas!

Le pedía que parase, Una y otra vez… empezó a desesperarse.

Pero Mario ya estaba cegado y demasiado excitado para ver que Clara no lo

estaba disfrutando y siguió forzándola.

Ella se movía desesperadamente para que parase ¿Cómo podía

ser que no la escuchase, acaso estaba sordo? pero él la agarro con mucha fuerza

y se la hundió aún más hasta el fondo. Clara chillo de dolor, se agarró del

cabello con toda la rabia que sentía, lloraba desesperadamente, abofeteó a Mario

para que la soltase. En la posición que se encontraba y lo pesado que era su

cuerpo sobre el de ella, no conseguía zafarse de él. Mario no la soltaba y

entre jadeos le decía:

"- ¡ahora no puedo parar… estoy a punto de

explotar!"

Cuando acabo, le dice satisfactoriamente:

"- ¡A sido el mejor polvo de mi vida!" Ignorando el estado desconsolado en

el que se encontraba Clara. Solo pensó en él.

Clara seguía sollozando, recogía sus ropas y se vestía con

manos temblorosas. Ella no decía nada. Sentía mucho dolor en sus partes, notaba

el escozor y como caía la sangre. Él solo se fijó en que le había manchado el

asiento e hizo el comentario, que lo tendría que llevar a limpiar y le lanzo

unos clínex a Clara para que se limpiara.

A ella le costaba vestirse y en silencio sin dirigirle la

palabra ni ver para él, se vistió. Aun no era consciente de que la había

violado. Dentro del coche de camino a casa, en silencio, Clara pensaba en suicidarse;

se tiraría del coche en marcha; pero no fue capaz, era una cobarde, ya no tenía

dignidad ni voluntad. Le pertenecería siempre que él quisiera. Se arrepentía de

haber ido con él, de dejarse llevar sin estar realmente enamorada, de no haber

pensado mejor las cosas.

Mario le estaba hablando, pero Clara seguía sumergida en sus

pensamientos y no escuchaba lo que le iba diciendo.

Al llegar a casa, como Clara estaba muy callada y con los

ojos en agua Mario le dijo:

"- lo que ha ocurrido fue con tu consentimiento, tú me

has provocado, pero si no quieres volver a verme te entenderé."

Clara bajo del coche dando un portazo detrás de sí sin decir

palabra. Él tenía razón ella misma se lo había buscado. Se metió en la ducha

desesperada por sacarse esa sensación de rabia, vergüenza. Estaba sucia y por

más que se frotaba por todo el cuerpo no conseguía limpiarse. Se puso de

cuclillas con las manos en la cara y lloraba en silencio para que nadie la

oyera, mientras el agua de la ducha amortiguaba sobre su cuerpo el sonido de

sus sollozos.

Aquella experiencia le había provocado un desgarro vaginal y

estuvo tres días sangrando. No se lo dijo a nadie. Tendría que ser fuerte una

vez más, e intentar olvidarlo.

Durante una buena temporada no se dejó ver por los locales

que solía frecuentar. Poniendo un poco de distancia, seguramente Mario se

olvidaría de ella, pero el mundo era un pañuelo y no tardaría en encontrarse

nuevamente.

 Este cuando la vio, se

dirigió hacia ella para preguntarle qué tal estaba. Que hacía tiempo que no

sabía nada de su vida y tenía ganas de estar con ella.

 ¡Vaya! Pensó, quizás él no era consciente de lo que le

había hecho o tal vez ella había exagerado y era algo normal. Pensó.

Ya que ella esto no se lo había comentado a nadie e igual se

reían de ella por lo inocente que aún era.

Entonces le contesto que se encontraba bien, no iba a

permitir que la viera como a una niñata y avergonzada.

Él se acercó, la abrazo y la beso forzosamente en los labios.

Por un momento sintió el impulso de abofetearlo, pero se encontraba en un lugar

público y reprimió ese impulso y respondió a su beso. Aquello le dejo claro que

no era el final, sino el principio de una amargura que le tocaría vivir. No

sabe porque ni como, pero sentía que él tenía poder sobre ella. Ella le temía,

y aun no sentía la fuerza y no era capaz de alejarse de él.

Como si de un proxeneta se tratara Él le dejo claro que ella

era libre de estar con quien quisiera, con la condición de que cuando a él le

apeteciera estar con ella, estar siempre para el disponible.

No sabía porque lo hacía. Quizás porque le tenía miedo a él o

por miedo a que todos se enteraran que ya no era virgen. Sería la vergüenza de

la familia y repudiada por todos. A pesar de lo acontecido en su pasado, algo

que era evidente, pero secreto y que seguía ignorado por

parte del padre de Clara. Pues este le había dado una educación tan

estricta y religiosa, de que había que llegar virgen al matrimonio y honrar el

apellido.

Y por ese miedo a que se supiera la verdad, le tendría que

obedecer, sentía que le pertenecía. Estaba en las manos de Mario. ¿Qué había hecho?

Había tenido tantas ganas de su primera vez, que cuando lo obtuvo había quedado

trastocada completamente.

Su contraseña cada vez que se vieran seria - “luego te

invito a un café”.

Clara no lo quería, lo aborrecía, lo odiaba; cada vez que el

la tocaba era una violación consentida por ella. Nunca sintió placer. Siempre

fingió tener orgasmos para que él se sintiera satisfecho como hombre y no la

reprochara.

También le decía como tenía que vestirse, como peinarse y

cómo comportarse si visitaban alguna inauguración.

 Le decía que era mejor

que en los actos públicos se limitara a estar callada, y que estuviera

sonriente.

Llego un día en que él, le presento a un amigo suyo. También

era agente comercial. Era bastante atractivo; moreno, tendría unos veintiocho

años y estaba casado. Se llamaba Ferdinand.

Este cuando vio a Clara quedo maravillado. Le pareció la

chica más hermosa y atractiva que había conocido. La deseaba y no tardó en

hacérselo saber a Mario; este por su lado no tuvo inconveniente en ofrecérsela

y le pidió a Clara que fuera amable con su amigo.

Quizás en aquel momento tendría que haber sacado la fuerza

suficiente para plantarle cara y mandarlo al infierno, pero no lo hizo. Se

agarró del brazo de Ferdinand y se dejó seducir.

Por aquel entonces Clara se sentía muy vulnerable y dejaba

que Mario la manipulara a su antojo. Aquello era todo nuevo para ella.  Llego a convencerse, que esa forma de relación

era normal y que la tratara de aquel modo por haberse entregado a él.

Y como no

podía hablar con nadie de lo que estaba viviendo, por miedo a lo que pudieran

pensar de ella, no oponía resistencia.

En la

temporada que fue la amante de Ferdinand, Mario la dejo en paz.

A diferencia de él, Ferdinand la trataba bien. La llevaba a

comer de restaurante, a hoteles de lujo; cuando le hacía el amor tenía mucho

cuidado de no dañarla; hasta intentaba complacerla, pero Clara era incapaz de

sentir placer y fingía cuando él le preguntaba.

Él era un hombre que al mínimo roce provocado por ella lo

hacía eyacular precozmente. Quizás seguía con aquella relación porque él, la

hacía sentirse distinta. Ya no lo hacía por miedo sino porque le apetecía. Le

estaba cogiendo el gusto a provocar, a proporcionar placer, a jugar a la

seducción a cambio de nada. A diferencia de unos meses atrás ya se sentía

fuerte y empezó a seducir a todo hombre que se le pusiera por delante. Ya no

tenía miedo de nada.

Había creado una dependencia sexual, morbosa, complaciente y

no podía parar.

Se convertiría en una mujer promiscua. Tendría amantes, encuentros

esporádicos con desconocidos y algún amor. Hasta le llegaron a proponer para

hacer un trio, pero este último no lo acepto. Aquella proposición era demasiado

insólita para ella, por lo menos en aquel entonces.

A finales de ese año finalizo su relación con Ferdinand. Aquella

situación se volvió monótona y estaba aburrida. Necesitaba relajarse un poco y

cambiar de ambiente. Quería tener una relación normal.

Al poco

tiempo volvió al local de siempre.

Allí

conoció a Joey, un hombre tímido, moreno, delgado. A sus veinticinco años ya

estaba separado. Era muy cariñoso y Clara se sentía como una niña pequeña

cuando estaba con él. Quedaban muy seguido como buenos amigos y hasta participo

en un pequeño plan haciéndose pasar por su secretaria, para poder concretar una

cita con su exesposa para ver a su hijo y porque quería volver con ella, pero

ella lo rechazaba.

Aquel cariño que desprendía Joey fue lo que despertó en Clara

una ternura muy especial hacia él y lo intento seducir. Primeramente, parecía

que él se dejaba llevar, pero en el momento de consumar la relación Joey la

rechazo y le dijo que era mejor que no se acercara a él, que no le convenía,

que ella se merecía algo mucho mejor y no le quería hacer daño.

Clara pensó que aquel rechazo se debía a que aún seguía

enamorado de su ex. Sintió pena por él, pero le hizo caso. No era el indicado y

ella quería amar y ser amada.

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