Me hice millonario antes de graduarme, cuando todos aún se reían del Bitcoin. Antes de los veinte ya tenía más dinero del que podía gastar... y más tiempo libre del que sabía usar. ¿Mi plan? Dormir hasta tarde, comer bien, comprar autos caros, viajar un poco y no pensar demasiado..... Pero claro, la vida no soporta ver a alguien tan tranquilo.
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Capítulo 10. Es hora de decir adiós
Adrián Foster notaba que la esposa de Richard Quinn lo amaba profundamente. Cada uno de sus gestos estaba lleno de ternura; era evidente que existía un lazo fuerte e inquebrantable entre ambos.
Por primera vez, comprendió que gastar decenas de millones de dólares para preservar la felicidad de una familia común podía ser algo profundamente satisfactorio.
Al fin y al cabo, aquel viejo dicho tenía razón: “Es mejor demoler diez templos que destruir un matrimonio.”
Una sensación de soledad le atravesó el pecho. Adrián negó con la cabeza, intentando sacudir esa sensación. Aún tenía a Claire Williams.
El verano en Nueva York estaba alcanzando su punto más sofocante. Incluso después de la puesta del sol, el aire no refrescaba. Gotitas de sudor recorrían su frente, y al pasarse la lengua por los labios notó el sabor salado.
Lo que más lo incomodaba era la falta de brisa del Hudson mientras corría por Riverside Hills; el aire estaba pesado, inmóvil.
El cielo se veía oscuro, cubierto de nubes densas que se acumulaban como un telón de tormenta, inspirando una vaga inquietud. Las nubes parecían tan bajas que amenazaban con desplomarse sobre la ciudad.
Para evitar empaparse, Adrián terminó su trote antes de lo habitual y regresó a su complejo residencial.
—¡Joven, volviste de correr! —la voz temblorosa de una anciana lo detuvo apenas cruzó la reja principal.
Era una mujer de unos ochenta años, con el cabello completamente plateado recogido en un moño descuidado, ojos vivaces y un rostro surcado de arrugas profundas. Llevaba dentadura postiza y un abrigo de punto color lavanda, con un aire de dignidad que delataba su pasado.
En Riverside Hills, incluso los ancianos eran ricos; muchos habían sido magnates o empresarios en su juventud. Aunque ahora parecían inofensivos, bastaba con verlos fruncir el ceño para comprender la autoridad que habían tenido.
—¡Sí! —respondió Adrián con una sonrisa educada—. ¡Abuela, será mejor que vuelva a casa! Parece que va a llover fuerte.
No tenía intención de quedarse a charlar. Por alguna razón, todos los ancianos del vecindario —fueran ricos o modestos— adoraban conversar. Podían hablar por horas, incluso olvidarse de comer con tal de tener compañía.
Por eso, Adrián solía evitarlos.
—¡Sí! —repitió la anciana, mirando hacia el cielo ennegrecido—. Va a llover… y mi madre se casa.
Adrián se quedó helado.
—¿Qué...? —parpadeó sin comprender—. Abuela, hablaba del clima, no de bodas.
La anciana soltó una risita, ajena a su desconcierto, y lo observó fijamente con una sonrisa tan arrugada que casi se deshacía en líneas. Aquella mirada lo hizo estremecer.
—Si tiene algo que decir, dígalo —bromeó Adrián nervioso—. No me mire así… me da miedo. Soy apenas un bebé de más de doscientos meses.
—Jovencito, ¿tienes novia? —preguntó ella con un tono agudo y pícaro, entrecerrando los ojos.
Adrián casi se atraganta con su propia risa.
—¿Todo este tiempo pensando eso? —pensó con ironía—. Podría haberlo dicho desde el principio y me habría ahorrado el susto.
En ese vecindario de alto perfil, los ancianos no tenían que preocuparse por nada material; su pasatiempo favorito era buscar pareja para sus nietos o nietas.
—Gracias por su preocupación, abuela —respondió con amabilidad—, pero sí, tengo novia.
La anciana suspiró con dramatismo. Si hubiera sido antes, habría insistido en que conociera a su nieta. Pero viendo el brillo en los ojos del joven, comprendió que ese amor ya estaba ocupado por otra.
“Ah, el amor llega tarde para todos,” pensó con melancolía. “Y cuando por fin lo hace, ya es demasiado tarde.”
Lo observó alejarse, admirando su porte: joven, guapo, con buenos hábitos, y se notaba que provenía de una familia acomodada. Era el tipo ideal. Pero el destino no se apiada de las oportunidades perdidas.
Mientras caminaba de regreso, pensó resignada: “Bueno, quizá el chico del edificio de al lado no sea tan malo. Mañana le echaré un vistazo.”
Un trueno retumbó, profundo y vibrante, sacándola de sus pensamientos.
El cielo estalló en una tormenta repentina. Relámpagos en forma de zarcillos iluminaron los rascacielos, y en cuestión de segundos, la lluvia se desplomó sobre la ciudad. Las gotas se estrellaban contra los ventanales como miles de agujas de cristal.
Adrián apenas alcanzó a entrar en su departamento antes de que el aguacero se volviera incontrolable. Miró por las ventanas panorámicas mientras la tormenta tocaba una melodía de verano en los cristales.
Se felicitó en silencio por haber regresado temprano.
Después de ducharse con agua caliente, la fatiga del día desapareció. Aquella sensación de limpieza, junto con el sonido constante de la lluvia, lo envolvió en una calma especial.
Preparó algo sencillo para cenar: alitas de pollo glaseadas, carne de res salteada con apio y una sopa de tomate con huevo. El aroma llenó el loft, y por un momento, se sintió satisfecho.
Sin embargo, algo le faltaba.
—¡Claro! —dijo en voz alta—. Una copa de vino.
Abrió el refrigerador, pero no tenía vino. Solo una botella de Sprite.
—Bueno, esto servirá —rió.
Comió despacio, disfrutando de cada bocado. Tardó casi media hora en terminar. Luego lavó los platos y los dejó relucientes en la encimera.
Cuando se sentó frente a su computadora, encendió la cámara y comenzó su transmisión en directo.
Los mensajes no tardaron en aparecer:
[Streamer, no has hecho directo estos días. ¿Te arrestó la policía por “hablar” con una jovencita?]
[No, lo arrestaron por ser una jovencita.]
[¿Cómo lo supiste?]
[No hace falta decirlo, hermano.]
[¡Vaya! Me encanta este drama. Sigue, sigue.]
En cuanto comenzó el directo, miles de sus seguidores habituales llenaron el chat. Adrián —conocido en línea por su sarcasmo y humor filoso— sonrió resignado.
Sabía que ellos lo querían, aunque lo disfrazan de bromas.
—Chicos —dijo, mirando la cámara—, la transmisión de hoy es especial. Es para despedirme.
El chat se congeló unos segundos.
—He decidido dejar de hacer directos —continuó con serenidad—. Empecé esto solo para pasar el rato, pero terminé recibiendo cariño de miles de personas. Me cuesta irme… pero debo hacerlo. La vida cambia, y es hora de seguir adelante.
[¡De acuerdo! 88]
[El streamer ha muerto. Quemen incienso si tienen algo que decir.]
[¿Dejar el stream? Ni siquiera puede con un juego, ¿cómo va a poder con la vida real?]
[¡Por favor, no te vayas! 😭]
Adrián soltó una risita triste. Había esperado lágrimas, pero lo que recibió fue pura comedia.
—Fue mi error —murmuró con media sonrisa—. Siempre creyendo que alguien querría que me quedara.
Por un momento dudó si cerrar el directo sin decir nada más, pero finalmente respiró hondo y habló con sinceridad:
—Creanlo o no, hace unos días compré una empresa. Soy oficialmente el jefe de Lark Media Inc.. A partir del lunes, comenzaré una nueva etapa.
Pausó un instante.
—También conocí a alguien especial —agregó suavemente—. Haré todo lo posible por conquistarla.
[JAJAJA, buena broma.]
[¿Lark Media Inc.? Claro, y yo soy Elon Musk.]
[Vamos, no nos tomes el pelo.]
Adrián sonrió.
—Es el destino habernos encontrado aquí, chicos. Y como despedida, dejaré un pequeño regalo: un sorteo de 200,000 dólares.
El chat estalló.
[¡No puede ser, está loco!]
[¿Doscientos mil? Este tipo es un maldito millonario encubierto.]
[¡Te odio, rico bastardo! Pero igual participaré.]
[¿Quién es la mujer que lo atrapó? Seguro es horrible.]
Adrián ignoró los comentarios. Activó la ruleta digital y, con un clic, lanzó la lotería.
Mientras veía la lluvia caer tras la ventana, una sonrisa sincera apareció en su rostro. Por primera vez, no sentía soledad, sino paz.
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