Elena lo perdió todo: a su madre, a su estabilidad y a la inocencia de una vida tranquila. Amanda, en cambio, quedó rota tras la muerte de Martina, la mujer que fue su razón de existir. Entre ellas solo debería haber distancia y reproches, pero el destino las ata con un vínculo imposible de ignorar: un niño que ninguna planeó criar, pero que cambiará sus vidas para siempre.
En medio del duelo, la culpa y los sueños inconclusos, Elena y Amanda descubrirán que a veces el amor nace justo donde más duele… y que la esperanza puede tomar la forma de un nuevo comienzo.
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Capítulo 10
Pov Elena
Los rayos del sol empezaron a entrar por la ventana, dándole un tono dorado a mi habitación. Me desperté y lo primero que hice fue a ver a Martin en la habitación de al lado, estaba dormido con las mantas desordenadas, abrazando su muñeco favorito, frunciendo el ceño como si tuviese un sueño serio. Siempre me sorprende ver que puede parecer una miniatura de adulto mientras duerme.
Le di un beso en la frente antes de bajar a preparar el desayuno. Mientras el aroma del café invadía la cocina, reflexioné sobre cuánto había cambiado mi vida en cinco años. Pasé de la total incertidumbre a esta tranquilidad donde cada día tiene su significado.
Carla llegó temprano, como casi siempre. Ella y Francesco vivían a pocos pasos, y era habitual que viniera primero aquí para ver a Martin antes de dirigirse a su oficina. Él la llama “tía” con un cariño que me hace sonreír cada vez que lo oigo.
—Vamos, Martin —le dije con suavidad mientras lo despertaba—. Hoy no puedes dormir hasta tarde.
Desayunamos juntos, entre risas y charlas simples, y luego Carla se lo llevó al colegio. Yo me preparé para mi día.
La fábrica me esperaba. Aunque me pertenecía, disfrutaba recorriéndola como si fuese una invitada, observando cada detalle, cada movimiento de las costureras, cada rollo de tela cuidadosamente apilado. Era un lugar lleno de vida, con el sonido de las máquinas de coser y las conversaciones en voz baja.
—Buenos días, señora ELI —me saludaron algunos empleados con complicidad.
Sonreí. No todos conocían que yo era “la ELI” de la marca, pero los más cercanos ya lo sabían. Lo importante es que todos comprendían mi deseo de ser discreta.
Me reuní con algunos supervisores, examiné las nuevas colecciones y escuché sugerencias. Tras algunas horas, me cerré en mi estudio dentro de la fábrica. Allí, con las paredes llenas de bocetos, telas colgando de maniquíes y lápices esparcidos, me sentí como en casa.
El diseño siempre fue un refugio para mí. Dibujar cortes, imaginar texturas, experimentar combinaciones… era como contar mi historia en un idioma que solo yo comprendía. Allí pasé gran parte de la tarde, absorta en mis creaciones.
Ya avanzada la tarde, Carla me recordó que teníamos una cena en su casa. No era la primera vez; a Francesco le encantaba organizar comidas sencillas, y Martin disfrutaba jugando en el jardín mientras nosotras compartíamos una copa de vino.
La mesa estaba cuidadosamente preparada. Francesco nos recibió con una sonrisa, con ese encanto que lo caracteriza. Su carisma parecía iluminar el lugar.
—La diseñadora más destacada de Italia bajo mi techo —bromeó, haciendo una exagerada reverencia.
Reí, aunque siempre le pedía que no me considerara tan especial. Para mí, seguía siendo Elena, no ELI. La cena se desarrolló entre risas y conversaciones casuales. Carla comentaba cuánto disfrutaba gestionar los contratos, mientras Francesco hacía observaciones sobre las cifras recientes.
—Tus diseños están causando un gran impacto en toda Europa, Elena —comentó con entusiasmo—. Sería un error no aprovechar esas ganancias. Por eso, estoy moviendo algunos recursos hacia inversiones más seguras y efectivas. Esto no solo mantendrá la fábrica en funcionamiento, sino que también la hará crecer sin tanto esfuerzo.
Le sonreí con gratitud.
—Francesco, honestamente no sé cómo lo logras, pero me siento en paz sabiendo que ayudas a Carla. Ella ya tiene mucho peso sobre sus hombros, y yo… solo quiero concentrarme en crear.
Carla sonrió con orgullo, tomando su mano.
—Siempre lo supe, Elena, mi esposo tiene una gran habilidad para los números. Yo también quiero que me muestre todos los documentos del plan de inversión. Así los revisaremos juntas y daremos nuestro visto bueno.
Francesco levantó su copa con naturalidad.
—Claro, cariño. Los tengo en la oficina. Mañana te los muestro sin problema.
Asentí, sintiendo una gran tranquilidad. ¿Cómo podría dudar? Carla era como una hermana para mí, y Francesco siempre estaba atento y dispuesto a ayudar. Martin crecía feliz, y mi trabajo se extendía más allá de mis expectativas.
Levanté mi copa.
—Hagamos un brindis —dije, sonriendo desde lo más profundo de mi ser—. Por nuestra amistad, por la familia que hemos creado y por el éxito de este negocio que nos ha transformado la vida.
Chocamos nuestras copas. El vino relucía bajo la luz cálida del comedor, y por un momento, me sentí invencible, como si nada pudiera romper la felicidad que habíamos edificado.
Esa noche, al llegar a casa, pasé un tiempo en el jardín, mirando la luna mientras Martin dormía. Respiré profundamente, convencida de que, al fin, la vida estaba de mi lado y tenia todo lo que siempre soñé.