Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 10 – Primeros pasos
Los días siguientes transcurrieron con una calma que, aunque Gia seguía sufriendo pesadillas casi todas las noches.
Despertaba sola, tarde, con la luz del sol colándose por las cortinas. Noa nunca estaba en las mañanas, pero cada día encontraba algo distinto: un desayuno preparado, una taza de café aún tibio en una taza blanca con una nota breve o un dibujo torpe que parecía hecho a propósito para hacerla sonreír.
Pequeños detalles. Silenciosos, pero cálidos.
El tercer día decidió salir, ya no quería seguir compadeciéndose de sí misma, sintiéndose un alma errante.
Abrió el clóset y eligió algo sencillo: jeans, una blusa suelta, una chaqueta ligera. Ató su cabello en una cola alta y, por primera vez desde que llegó a Ciudad Luz, cruzó la puerta del edificio sin temor.
La ciudad era distinta a todo lo que conocía. Edificios modernos se mezclaban edificios clásicos, parques y pequeñas plazas llenas de vida. Caminó sin rumbo fijo. A veces se detenía frente a vitrinas, no para comprar, sino para observar: una librería, una cafetería donde compro un café, luego fue a una tienda de flores con girasoles en la entrada y se compro un hermoso ramo de astromelias y gerberas, que eran sus flores favoritas.
Se sentía como si estuviera despertando dentro de su propio cuerpo de una larga, muy larga pesadilla.
Camino a una esquina del parque y se sentó en una banca. Observó a la gente pasar: madres con niños, parejas discutiendo, ancianos leyendo el periódico. Vida en movimiento. Y por primera vez en años, se sintió tranquila y segura.
Un mundo nuevo estaba ahí. Y por fin podía pertenecer a él, aunque fuera solo un poco.
Al caer la tarde, regresó al departamento con una bolsa de pan recién horneado y dos postres pequeños. Algo dentro de ella quería dejarle un gesto a Noa, como agradecimiento tácito.
Abrió la puerta con suavidad. El departamento olía a madera y jabón. Al fondo, la voz de Noa se escuchaba por teléfono, apagada y seria. Cuando colgó, salió de su habitación y se encontró con ella en la cocina.
—Hey —dijo él, con una sonrisa cansada—. ¿Saliste?
Gia asintió.
—Solo a caminar. Quería conocer un poco la ciudad.
Noa la miró con sorpresa.
—¿Y qué te pareció?
—Luminosa. Ruidosa. Distinta. Pero… linda —respondió ella, y por primera vez le sostuvo la mirada sin bajar la cabeza.
Él notó ese cambio. Pequeño, pero claro.
—Bienvenida oficialmente a Ciudad Luz, entonces —dijo mientras colgaba la chaqueta
—. ¿Compraste algo?
Ella levantó la bolsa de papel.
—Pan, y… —sacó con timidez una caja pequeña—. Un pequeño postre. Pensé que… tal vez te gustaría probarlo.
Noa arqueó una ceja con falsa solemnidad.
—¿Postre? ¿Para mí? Gracias, que atenta.
—Es lo mínimo —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Por los desayunos. Y las notas. Y por… no hacer preguntas.
Noa no respondió de inmediato. Solo la miró un segundo más de lo normal. Luego sonrió, de forma sincera.
—A veces no hacen falta preguntas para entender que alguien está intentando empezar de nuevo.
Se sentaron en la barra de la cocina y compartieron el postre en silencio. No como extraños, pero aún no como amigos.
Algo nuevo estaba germinando. Lento, cuidadoso y real.
Esa noche Gia no tuvo pesadillas. Soñó con su paseo por la ciudad. Pero mientras Gia trabajaba en sanar y volver a empezar, Roberto se levantaba de la cama de Bianca, después de una jornada de lujuria y de pasión. Según el necesitaba desahogar la ansiedad de la desaparición de Gia. La miraba dormir, pero seguía pensando en Gia, comparándola y diciéndose para si mismo que Gia era mas hermosa y sexy y en lo que le haría cuando la encontrara.
Mientras se tomaba un wishky y fumaba un habano, pensaba en contactar a la tía Margaret, aunque sabía que estaba aún fuera del país para saber si Gia estaba con ella o si conocía su paradero, pero ¿Cómo lo haría? Pensaba y pensaba.