Ángeles Y Demonios 2 La Sombra De La Verdad

   Entre la espada y la pared.

Axel (Adulto)

El desespero se posa en mí como una sombra, y odio esto. Siento el mismo miedo que viví hace muchos años, cuando mis hijos apenas eran unos bebés, respirándome en la nuca. Ver a Anna así es abrumador; cuelgo la llamada y mi hijo comienza a atacarme con preguntas que no sé cómo responderle.

—Ve junto a tu madre —le pido, pero no se mueve.—Iré cuando solucione esta mierda.

__No, papa—responde, su voz cargada de frustración.

—¡Axel, ya! —lo reprendo, alzando la voz—. Vete a la habitación con tu madre y tus hermanas; yo iré luego.

Me mira enojado, claramente ofendido, pero no me importa. No me gusta gritarles a ninguno de ellos, pero si lo tengo aquí, no puedo concentrarme. Sé que ya no es un niño, joder, claro que lo sé, pero desearía que aún lo fueran todos.

 La carga de la responsabilidad pesa sobre mis hombros, y el miedo a perderlos me consume.

Jared sale junto a él, y lo oigo maldecir mientras cruza el umbral de la puerta, su frustración palpable en el aire.

Isaac llega seguido de varios guardias más. Nunca he dejado de tener seguridad; a pesar de que la amenaza latente que representaban mis hermanos se acabó con sus muertes, decidí seguir manteniendo a la familia protegida, pero con claro disimulo, ya que sé que a mi mujer le ponen nerviosa este tipo de cosas. Revive lo mismo que yo cuando secuestraron a los niños, algo que ninguno de ellos sabe aún.

—Tenemos las grabaciones de las cámaras del jardín —comienza a decir Isaac, mientras uno de los que ha llegado comienza a encender el portátil frente a mí.

—Llegó por mensajería. Ya ordené que buscaran al sujeto que lo dejó en la puerta; en pocos minutos te daremos información —asegura, su tono profesional contrastando con la tensión que se siente en el ambiente.

Las puertas del despacho se vuelven a abrir, y entra Jhirot con expresión seria, dejándome saber que esto no se trata de una broma pesada.

—No busquen a nadie —suelta, y mi corazón se hunde.

—¿Por qué?

—Eliminaron la evidencia —sus palabras son un golpe en el estómago, y maldigo para mis adentros.

—Doblen la seguridad —demando—. Asigna a dos guardias para cada uno de mis hijos, ya mismo.

Isaac asiente y se marcha con el resto del equipo, su rostro reflejando la gravedad de la situación.

—¿Sospechas de alguien? —me pregunta, y niego con la cabeza.

—Los enemigos que tenía yacen bajo tierra, hermano, tú lo sabes bien —le digo, pero él niega.

—No, Axel, creo que estamos dejando pasar algo.

—No quiero volver a lo de antes —mi voz es un susurro, cargada de temor.

—No será así, hermano. Me encargaré de dar con el responsable —me asegura, y aunque su confianza me reconforta, no puedo evitar sentir que el peligro es más cercano de lo que parece.

Me siento detrás del escritorio, intentando pensar con claridad y buscar a alguien que aún tenga algo en contra de mi familia. La presión en mi pecho se intensifica, y la sensación de que el tiempo se agota me abruma.

—No busques en tus enemigos, Axel —suelta Jhirot, y tardo unos segundos en procesar lo que intenta decir.

—¿Anna...? —mi voz se quiebra al pronunciar su nombre.

Él asiente, dejándome saber que la amenaza no es contra mí, sino contra ella. La idea de que mi esposa pueda estar en peligro me llena de un terror indescriptible. La imagen de su rostro, pálido y asustado, se repite en mi mente, y la urgencia de protegerla se convierte en mi única prioridad.

—Debo ir con ella —digo, levantándome de la silla con determinación.

—Axel, espera —me detiene Jhirot—. Necesitamos un plan.

—No tengo tiempo para planes. Si algo le pasa a Anna, no me lo perdonaré.

La mirada de Jhirot es seria, y sé que tiene razón. Pero la idea de que mi familia esté en peligro me consume, y la necesidad de actuar se convierte en un grito en mi interior.

—Escúchame bien, Axel, deje atrás el bajo mundo —me recuerda Jhirot, su voz grave resonando en la habitación—. Pero sigo teniendo mis contactos, y sabes muy bien que también son tuyos.

—Así que es preferible que te sientes aquí hasta que labremos algún plan antes de ir con ella. Recuerda que cuatro personas te llenarán de preguntas —dice, refiriéndose a mis hijos—. Y creo que debes pensar bien las cosas. Ya no son unos niños; por ende, tienes que decirles de una vez, sin rodeos ni maquillar nada de lo que tuvieron que pasar cuando eran pequeños.

Las palabras me golpean de frente, dándome cuenta de que tiene razón. He querido postergar esto mucho tiempo, pero el hecho de que mis hijos tengan que enterarse de lo que vivieron de niños, y por eso el miedo de su madre ahora, me agrieta el pecho. La culpa se mezcla con el dolor, y siento que el peso de la verdad se vuelve cada vez más pesado.

Dejo salir una bocanada de aire, y me vuelvo a sentar donde estaba. Jhirot se acerca a la barra y sirve dos tragos, de los cuales me pasa uno. El líquido oscuro brilla en el vaso, y lo miro como si fuera un elixir que pudiera aliviar mi angustia.

—¿Crees que sea bueno consultarlo con mis padres? —pregunto, aunque en el fondo sé la respuesta.

—Axel, sabes lo que piensa tu madre. Nunca aceptará que les digas a los chicos lo que tus hermanos les hicieron, menos a él —suelta, y eso me hace sentir aún peor.

Los recuerdos de los sueños que ha tenido Anna se repiten en mi cabeza sin parar, haciendo que la jaqueca aumente considerablemente. Me llevo el trago a los labios y lo bebo de inmediato, sintiendo cómo el alcohol quema mi garganta, pero al menos me ofrece un breve alivio.

Durante unos minutos, me quedo con Jhirot, que no deja de hacer llamadas, movilizando a su gente. Este tipo de trabajos siempre se manda a hacer con delincuentes corrientes por algo de dinero, por ende creemos que dar con el responsable no será muy difícil. Y me juro a mí mismo que haré que pague este mal trago que le está haciendo pasar a mi familia.

...

Subí las escaleras, sintiendo que el peso de lo que tengo que contarles a los chicos me corroe la respiración. Cada paso se siente como una carga, y la ansiedad se acumula en mi pecho, como si un nudo se formara en mi garganta.

Al llegar a mi habitación, cuatro pares de ojos se posan sobre mí, la angustia es evidente en ellos. Puedo ver la preocupación en sus rostros, y eso solo aumenta mi culpa.

—Necesito hablar con ustedes —les digo, y de reojo veo a mi mujer, que sigue dormida, su rostro sereno en contraste con la tormenta que se desata en mi interior. Aimara se percata y me deja saber que le ha puesto un calmante.

—Yo me quedaré con ella —dice Tamara, y le agradezco con un gesto, sintiendo un alivio momentáneo al saber que estará cuidando de Anna.

—Vamos —me doy la vuelta y salgo de la habitación otra vez. A mis espaldas, escucho los pasos de mis hijos que me siguen hasta la habitación que veo y donde me meto: la de mi hijo.

El ambiente es tenso, y el silencio se siente pesado. Me siento en la cama, y ellos se agrupan a mi alrededor, sus miradas llenas de preguntas que no sé si estoy listo para responder. La verdad está a punto de salir, no solo es explicarles que sufrieron un secuestro, si no que fue por manos de su tío.

—¿Qué está pasando, papá? —pregunta Axel, su voz temblando ligeramente, y en ese momento, sé que no hay vuelta atrás.

—Hay algo que deben saber... —empiezo, sintiendo que el peso de la verdad se cierne sobre nosotros como una tormenta inminente__y que hará que muchas cosas cambien.