"No todo lo importante se dice en voz alta. Algunas verdades, los sentimientos más incómodos y las decisiones que cambian todo, se esconden justo ahí: entre líneas."
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Problemas matrimoniales.
Es el día siguiente y el sol de la mañana se cuela tímidamente a través de las persianas de la habitación del hospital, proyectando rayas de luz sobre el suelo de baldosas blancas. El aire huele a antiséptico y a ese aroma estéril que parece impregnarse en todo lo que hay aquí, mezclado con un leve rastro de café que alguien debe haber derramado en el pasillo. Estoy sentado en una silla junto a la cama de Heather, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas, mi mirada fija en mi hija mientras duerme. Es una bendición que esté bien, que siga aquí conmigo, respirando, viva. Después de la noche que pasamos, pensé que la perdería, y ese miedo todavía me tiene el corazón apretado, como si una mano invisible lo estuviera estrujando.
Los doctores me explicaron todo esta mañana, justo después de que estabilizaron a Heather. Fue un aborto espontáneo, el tercero que ha tenido, y cada uno ha sido más duro que el anterior. La doctora, una mujer de mediana edad con el cabello recogido en un moño apretado y una voz que destilaba profesionalismo, me llevó a un pequeño consultorio que olía a papel y a tinta. —Señor Marshall, el embarazo de su hija era extremadamente riesgoso— dijo, ajustándose las gafas mientras miraba los informes médicos. —El desprendimiento de placenta que sufrió anoche fue la causa del aborto, pero también provocó una hemorragia masiva. Su presión arterial se desplomó, y si no hubiéramos actuado rápido, podría haber sido fatal—. Hizo una pausa, sus ojos encontrándose con los míos, y continuó: —El útero de Heather está muy debilitado después de tantas complicaciones. Seguir intentando tener hijos podría poner su vida en peligro. Le recomendamos encarecidamente que no vuelva a intentarlo—. Sus palabras me golpearon como un martillo, y solo pude asentir, con la garganta tan cerrada que apenas podía respirar. Lo que pasó anoche fue un milagro y una advertencia, una línea que no podemos volver a cruzar.
Ahora, mientras miro a Heather, veo lo frágil que se ve bajo las sábanas blancas del hospital. Su piel está pálida y su cabello oscuro está desordenado, cayendo sobre la almohada en mechones que parecen apagados, sin vida. Sus ojos están cerrados, pero cuando los abre, hay una distancia en ellos, una disociación que me parte el alma. Está despierta, pero no está aquí, no realmente. Sus manos descansan sobre su regazo, los dedos entrelazados con una quietud que no es natural en ella, y su respiración es lenta, casi mecánica. Me levanto de la silla con un movimiento lento, mis piernas protestando por las horas que he pasado sentado, y me acerco a su cama, forzando una sonrisa que no llega a mis ojos.
—Hola, mi cielo— digo, mi voz suave pero cargada de alivio mientras me inclino para besar su frente, su piel fría contra mis labios. —Estás bien, gracias a Dios. No sabes lo preocupado que estuve—. Hago una pausa, buscando su mirada, pero sus ojos están fijos en un punto lejano, como si estuviera mirando a través de mí. —Damon también estaba destrozado, Heather. No se apartó de aquí hasta que supo que estabas fuera de peligro. Estaba muy asustado por ti—. Mis palabras son un intento de reconectarla, de traerla de vuelta, pero no hay respuesta. Solo silencio, un silencio que me pesa en el pecho como una losa.
Me siento en el borde de la camilla, el colchón hundiéndose ligeramente bajo mi peso, y extiendo una mano para acomodarle el cabello, mis dedos deslizándose con cuidado entre los mechones oscuros. Su expresión no cambia; sigue perdida, destrozada, como si algo dentro de ella se hubiera roto para siempre. Me duele verla así, y siento un nudo en la garganta que me hace tragar con dificultad. Mis manos tiemblan ligeramente mientras sigo acariciando su cabello, un gesto que solía calmarla cuando era niña, pero que ahora parece inútil. —¿Dónde está Damon?— pregunta de pronto, su voz ronca y apagada, rompiendo el silencio con una brusquedad que me toma desprevenido.
Está en casa, limpiando— respondo, mi tono cuidadoso mientras la miro, intentando descifrar su expresión. —Dijo que quería arreglar todo para cuando volvieras, pero prometió que regresaría pronto—. Hago una pausa, esperando alguna reacción, pero lo que veo en su rostro me paraliza. Heather frunce el ceño, sus labios apretándose en una línea tensa, y hay un destello de disgusto en sus ojos que me deja helado. —No quiero verlo— dice, su voz baja pero firme, cada palabra cargada de una amargura que no esperaba.
Me quedo inmóvil, mis manos deteniéndose en su cabello mientras la miro con incredulidad. —¿Por qué, mi vida?— pregunto, mi voz temblando ligeramente mientras intento entender qué está pasando. —¿Qué pasó?—. Mi corazón late con fuerza, y siento un frío que no tiene nada que ver con la temperatura de la habitación. Heather niega con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas mientras baja la mirada, sus manos apretándose contra la sábana con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos.
Finalmente, se sincera, su voz quebrándose mientras las palabras salen de su boca como un torrente. —Todo con Damon fue demasiado rápido, papá— murmura, su tono cargado de dolor y arrepentimiento. —Nos casamos tan pronto, y pensé que era lo que quería, pero... no sé. Ha sido tan cruel conmigo últimamente. Me dice cosas horribles, cosas que no puedo soportar—. Hace una pausa, sus ojos vidriosos mientras recuerda, y continúa: —La semana pasada, después de una discusión, me gritó que si no podía darle un hijo, entonces para qué demonios me había casado con él. Dijo que era una inútil, que estaba cansado de mis fracasos, que tal vez debería buscar a alguien más que sí pudiera darle una familia—. Las lágrimas caen por sus mejillas, y su voz se quiebra aún más mientras añade: —Es como si ya no lo amara, papá. No sé cómo llegamos a esto, pero no siento nada por él ahora—.
Sus palabras me golpean como un puñetazo, y por un momento, no sé qué decir. Me quedo paralizado, mi mente dando vueltas mientras intento procesar lo que acaba de confesar. Mi mano sigue en su cabello, pero mis dedos están rígidos, y siento un nudo en la garganta que me hace jadear. —Oh— es todo lo que logro decir, mi voz apenas un susurro mientras miro a mi hija, destrozada frente a mí. Quiero decir algo más, quiero ayudarla, pero no sé cómo. No puedo meterme en su matrimonio, no puedo tomar decisiones por ella, y eso me frustra más de lo que puedo expresar.
Heather levanta la mirada hacia mí, sus ojos suplicantes mientras las lágrimas siguen cayendo. —¿Puedo quedarme contigo, papá?— pregunta, su voz temblando con una vulnerabilidad que me parte el corazón. —No quiero volver con él, no ahora—. Su mirada se pierde de nuevo, fijándose en un punto lejano mientras su cuerpo tiembla ligeramente, como si el peso de todo esto la estuviera aplastando.
Siento una chispa de ira dentro de mí, un impulso de regañarla, de decirle que no puede simplemente huir de sus problemas, que un matrimonio no se abandona así como así. Pero me detengo, porque sé que no es mi decisión, y sé que está sufriendo demasiado como para soportar un sermón ahora. Mi expresión se endurece por un momento, mis ojos verdes brillando con una intensidad que la hace retroceder ligeramente. —Heather, sabes que esto no es algo que puedas ignorar para siempre— digo, mi voz grave y autoritaria, con un tono que la amedrenta un poco. —Pero sí, puedes quedarte conmigo. Siempre tendrás un hogar conmigo, mi cielo—. Hago una pausa, suavizando mi tono mientras extiendo una mano para tomar la suya, sus dedos fríos contra mi piel. —Sin embargo, vas a tener que arreglar las cosas con Damon cuando pienses con claridad. No puedes dejar esto así, no es justo para ninguno de los dos—.
Ella asiente débilmente, pero su mirada sigue perdida, sus ojos vidriosos mientras se fija en la pared frente a ella. —Está bien, papá— murmura, su voz apenas audible, y siento que no está realmente aquí conmigo, no del todo. Su cuerpo está rígido, sus hombros encorvados, y sus manos tiemblan ligeramente mientras aprieta la sábana con más fuerza. Me quedo ahí, sentado en la camilla, con su mano en la mía, sintiendo el peso de su dolor como si fuera el mío. Mi pecho se aprieta, y respiro hondo, el aire frío del hospital llenándome los pulmones mientras intento encontrar las palabras para consolarla, pero no las hay. Todo lo que puedo hacer es estar aquí, a su lado, mientras ella se enfrenta a este nuevo abismo, uno que no sé cómo ayudarla a cruzar.