Continuación de la emperatriz bruja y reencarne en una jodida villana.
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capítulo 10
La mañana siguiente comenzó antes del alba. Una campana resonó por todo el castillo, y los príncipes salieron a trompicones de sus habitaciones, con el rostro aún somnoliento y las ropas mal ajustadas.
En el centro del campo, Regulus los esperaba con una mirada severa y una vara larga de madera negra.
—Tardaron. Diez flexiones por cada minuto de retraso —anunció sin siquiera alzar la voz.
Alcides murmuró una maldición entre dientes, pero obedeció. Úrsula rodó los ojos. El resto no discutió. Ya habían aprendido que oponerse solo empeoraba las cosas.
Durante horas, el mago los hizo correr, cargar pesos con magia limitada y enfrentar ilusiones diseñadas para atacar sus mayores miedos. Cada vez que uno caía, Regulus solo decía:
—Levántate. En batalla, nadie esperará a que te repongas.
A media mañana, el sudor les caía en ríos por la espalda, y sus ropas estaban manchadas de tierra, sangre de nariz y frustración. Cuando creyeron que podían descansar, Regulus los obligó a luchar entre ellos en duelos con magia, pero con contención.
—Tú contra ella —ordenó, señalando a Alcides y a Selene, la hija más callada de Leonor, pero también la más precisa.
El duelo fue rápido y brutal. Selene era ágil, elegante, como un látigo de energía. Alcides, más fuerte, contrarrestaba con potencia y resistencia. Al final, ambos cayeron al suelo al mismo tiempo, respirando agitadamente.
—Empate —dictó Regulus con desdén—. Lo detesto.
El sol ya estaba en lo alto cuando les permitió una pausa. Los jóvenes se sentaron bajo la sombra, jadeando, bebiendo agua con desesperación. Fue entonces cuando surgió el conflicto.
—Esto es una locura —espetó Úrsula, limpiándose el sudor del cuello—. No somos soldados, somos príncipes.
—Y por eso somos más débiles —respondió Lyanna, aún con el ceño fruncido—. Toda nuestra vida nos han mimado. Ahora que alguien nos exige, ¿lloras?
—¡No estoy llorando! —gritó Úrsula, levantándose de golpe.
—¿Ah, no? Entonces deja de quejarte y demuestra que puedes con esto.
—¡Basta! —intervino Alcides, poniéndose de pie también—. Estamos todos agotados. Este no es el momento para pelear entre nosotros.
—Claro, el hijo perfecto, siempre tan equilibrado —bufó Isabela, con los brazos cruzados—. A veces desearía que te quebraras. Que dejaras de actuar como si todo dependiera de ti.
—Porque depende de mí —replicó él, con los ojos clavados en ella—. Si yo caigo, mi imperio cae conmigo. ¿O acaso tú no lo entiendes?
El silencio fue brutal. Todos lo miraron, incluso Úrsula, que nunca lo había escuchado hablar con esa mezcla de rabia y tristeza.
Fue Regulus quien interrumpió, apareciendo como una sombra.
—Interesante —dijo con una sonrisa fría—. Por fin empezamos a ver lo que hay debajo de las coronas. Ustedes no aprenderán a luchar con el cuerpo hasta que dominen lo que los consume por dentro.
Y sin más, se alejó, dejándolos con el sabor amargo de sus propias palabras.
Esa noche, en sus habitaciones, ninguno durmió bien. El verdadero entrenamiento apenas comenzaba... y los secretos, inseguridades y rivalidades que habían ocultado toda su vida ya no podrían mantenerse enterrados.
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**Madrugada siguiente**
Regulus se despertó de golpe en su habitación. Su cuerpo se tensó y sus ojos resplandecieron con una luz azulada. El aire a su alrededor se volvió denso.
—No... —murmuró, entrecerrando los ojos—. Neftalí...
Se puso de pie con rapidez. En menos de un minuto, había atravesado los pasillos y despertado a los cinco jóvenes con un solo golpe mágico en la puerta.
—¡Arriba! Cambio de planes. Una vida está en peligro.
—¿¡Qué!? ¿Otra prueba? —gruñó Lyanna, revolviéndose el cabello.
—No. Esto es real. Neftalí y el príncipe Elios han sido emboscados en las afueras del bosque del este.
—¿Elios? ¿Neftalí? ¿Quiénes son ellos? —preguntó Úrsula mientras se vestía.
—¡No tengo tiempo para esto! ¡Muévanse! —exclamó Regulus, sin paciencia.
De camino, Isabela volvió a explicarle a Úrsula que Neftalí era la nueva elegida, guardiana de los últimos dragones, y le pidió que prestara más atención en las reuniones importantes.
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La noche aún cubría el cielo cuando llegaron. Las ramas crujían, el aire olía a humo y metal. A lo lejos se oían gritos, hojas agitadas y el entrechocar de armas.
—¡Allí! —gritó Alcides, señalando una pequeña loma.
En la cima, una figura femenina se movía con velocidad sorprendente, blandiendo una navaja con precisión letal. Cortaba tendones, desviaba espadas y esquivaba lanzas como si hubiera nacido en el campo de batalla. Su cabello enmarañado caía sobre el rostro, pero sus ojos brillaban con concentración feroz.
Detrás de ella, el pequeño Elios se escondía tras una roca, cubriéndose con una capa raída.
**Veinte minutos antes de que los príncipes llegaran...**
Neftalí estaba por quedarse dormida cuando los bandidos aparecieron, atraídos por la pequeña fogata que los mantenía calientes a ella y al niño durante la noche. Sin perder tiempo, se puso en posición de pelea y, cubriendo a Elios con su cuerpo, le aconsejó ocultarse hasta que ella terminara con los atacantes. Mientras Neftalí luchaba con gran agilidad, los príncipes, ya cerca, observaban impresionados su destreza.
—¿Esa es Neftalí? —preguntó Isabela, asombrada.
—¿Alguien más se siente inútil de pronto? —murmuró Lyanna.
—¡Oye, bandidos! —gritó Úrsula, conjurando una lanza de fuego—. Atacar a una chica y a un niño en la noche no está bien. ¿Por qué no se meten con alguien de su tamaño?
Los bandidos se giraron justo a tiempo para recibir una andanada de hechizos. Selene conjuró raíces que atraparon pies, Isabela lanzó ráfagas de viento y Alcides envió una llamarada para forzarlos a retroceder.
Neftalí, aún jadeando, no bajó la guardia. Retrocedió dos pasos, cubriendo más a Elios, y alzó su navaja.
—¡Atrás! No sé quiénes son, pero si se acercan más, no dudaré...
—¡Relájate! —la interrumpió Lyanna, alzando las manos—. ¡Somos los refuerzos, bonita! Vinimos a salvarte, ¿no lo ves?
—Y un hermano que huele a sudor desde hace tres días —añadió Úrsula, mirando a Alcides.
—¡Fue parte del entrenamiento! —replicó él.
Elios parpadeó, confundido. Reconoció a una de las chicas por los retratos reales, pero no dejó que su hermana bajara del todo la navaja.
—Son las princesas de Atenea...
—¿Elios está bien? —preguntó Neftalí, sin bajar la guardia.
—Sí —respondió él, firme—. Hermana, ellos son príncipes...
Neftalí los observó con desconfianza.
—Pues lo disimulan muy bien.
Los bandidos, al verse superados, comenzaron a retirarse maldiciendo, arrastrando a los heridos.
Regulus apareció como una sombra, con el rostro serio. Se acercó a Neftalí sin temor.
—Baja el arma, niña. Han venido a ayudarte. Y lo hiciste bien… demasiado bien para una simple princesa.
Neftalí bajó la navaja, aunque sin soltarla.
—No soy una simple nada —respondió—. Él es mi responsabilidad. No me importa tu autoridad ni tus títulos. Si algo le pasa, juro que quemaré el bosque entero.
Los príncipes intercambiaron miradas incómodas. Alcides asintió con respeto.
—Eres valiente. Lo hiciste sola... pero acepta nuestra ayuda.
Neftalí suspiró, dejando que el cansancio finalmente la alcanzara.
—Solo si no se interponen en nuestro camino.
—Tranquila —dijo Úrsula, sonriendo—. A mí también me caen mal los desconocidos con complejo de héroe. Vas a encajar perfecto.
Y entre el humo disipándose, las ramas rotas y la calma que volvía lentamente al bosque, Neftalí, Elios y los cinco aprendices comenzaron a caminar juntos. No como amigos aún... pero ya no como completos extraños.