Cuando Légolas, un alma humilde del siglo XVII, muere tras ser brutalmente torturado, jamás imaginó despertar en el cuerpo de Rubí, un modelo famoso, rico, caprichoso… y recién suicidado. Con recuerdos fragmentados y un mundo moderno que le resulta ajeno, Légolas lucha por entender su nueva vida, marcada por escándalos, lujos y un pasado que no le pertenece.
Pero todo cambia cuando conoce a Leo Yueshen Sang, un letal y enigmático mafioso chino de cabello dorado y ojos verdes que lo observa como si pudiera ver más allá de su nueva piel. Herido tras un enfrentamiento, Leo se siente peligrosamente atraído por la belleza frágil y la dulzura que esconde Rubí bajo su máscara.
Entre balas, secretos, pasados rotos y deseo contenido, una historia de redención, amor prohibido y segundas oportunidades comienza a florecer. Porque a veces, para brillar
NovelToon tiene autorización de Mckasse para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Sueño de Légolas.
El ladrón giró sorprendido, pero no tuvo tiempo de reaccionar.
Lina lo empujó contra la pared con una patada directa al pecho. El otro ladrón soltó la televisión en el suelo con un golpe sordo y corrió en su ayuda, sacando un cuchillo. Lina giró sobre sí misma y bloqueó el ataque con el antebrazo envuelto en su suéter grueso. El sonido metálico se mezcló con mis propios gritos al despertar.
—¡Lina! ¡¿Qué está pasando?!
—¡Aléjate, Rubí! ¡Quédate en la cama!
Me tapé con las sábanas, el corazón acelerado, las manos temblando. Pero tenía el celular en la mesita. Lo tomé y marqué el número de Jhon con dedos temblorosos. Sonaba y sonaba. Nada.
En un bar con luces tenues y música alta, Jhon se reía con una chica que acababa de conocer. Su celular vibraba sobre la mesa, pero no escuchaba nada. Al ver que insistían, lo miró. “Rubí”. Frunció el ceño y salió afuera, a la vereda.
—¿Rubí? ¿Todo bien?
Lo que escuchó lo paralizó.
—¡Jhon, por favor, hay hombres en la casa! ¡Lina está peleando con ellos, tiene un cuchillo! ¡No sé qué hacer! —lloré al otro lado, con la voz quebrada.
—¡Voy para allá!
Colgó y corrió hacia el estacionamiento mientras llamaba a la policía. El corazón le latía como si fuera a salírsele del pecho.
Mientras tanto, Lina esquivaba golpes como si estuviera en un entrenamiento. Uno de los ladrones logró rozarla con el cuchillo, abriéndole un tajo en el brazo. Gruñó, pero no se detuvo. Usó el mismo brazo herido para bloquear y con el otro le dio un codazo al segundo ladrón, tirándolo al suelo. Giró y pateó el cuchillo fuera del alcance del primero.
—No tienen idea con quién se metieron —escupió.
Rubí, desde la cama, no podía dejar de mirar. Lina parecía otra. Su cuerpo se movía con una precisión letal. Su rostro no mostraba miedo, solo concentración. En ese momento lo comprendí todo: ella no era una simple maquilladora.
Uno de los hombres intentó huir por la ventana, pero Lina lo sujetó por la chaqueta y lo lanzó al suelo con una llave de combate. El otro ya no se movía, gemía de dolor con el brazo torcido.
Las sirenas se escucharon a lo lejos justo cuando Jhon entraba por la puerta, jadeando, con los ojos abiertos como platos.
—¿Están bien? ¡Rubí!
—Estoy bien... —dije entre sollozos, sentado en la cama, con las piernas recogidas y los ojos aún húmedos.
Estaba temblando por este cuerpo tan débil. Una maraña de nervios.
Jhon corrió hacia mí y me abrazó. Lina se dejó caer contra la pared, respirando con dificultad, con un pequeño corte sangrando.
—¿Lina...? —murmura Jhon.
—Estoy bien —dijo ella, sin perder la compostura—. Solo es un rasguño.
Los policías llegaron segundos después. Arrestaron a los ladrones mientras Lina daba su versión sin titubear. Yo seguía sin poder creer lo que había pasado. Jhon me miraba con una mezcla de rabia y miedo. Y Lina… Lina ya no era solo una confidente.
Esa noche, entendí que estaba más protegido de lo que creía.
Y también más expuesto de lo que imaginaba.
La noticia salió en un pequeño portal local de Nueva York, como una nota fugaz entre los titulares de crímenes menores:
"Ladrones irrumpen en departamento al norte de la ciudad, frustrados por una valiente mujer."
Lo suficiente para que Leo la viera.
Al principio no pensó que se tratara de Rubí, pero algo en el detalle del vecindario y en la descripción del apartamento lo inquietó. Marcó el número de Lina desde un teléfono seguro.
—¿Estás bien? —pregunta con frialdad, pero con la preocupación colándose por sus poros.
—Sí. Pero entraron a la casa. Rubí estaba dormido. Yo los detuve. No fue grave, pero… está afectado. Ahora duerme a base de pastillas.
En la habitación de al lado Rubí sudaba. Su mente cayó en un sueño profundo por culpa de las pastillas de dormir.
Rubí dormía, pero su cuerpo temblaba bajo las sábanas. La medicina le había cerrado los ojos, pero su alma estaba despierta, arrastrada hacia un rincón lejano de su existencia. Un rincón que no pertenecía a este siglo, ni a este nombre, ni a este país.
En su mente, Rubí ya no era Rubí.
Era Légolas.
El viento frío le acariciaba el rostro, lleno de polvo. Estaba descalzo. Sus pies pequeños pisaban el barro congelado de una aldea pobre en medio de la dinastía Joseon. Tenía unos siete años. No recuerda quién le dió ese nombre si creció sin padres. La ropa era un jirón de tela vieja, apenas sostenida por un cinturón improvisado. No tenía padres, no tenía techo. Solo hambre, frío y sueño. Y la mirada dura de los adultos que lo evitaban como si su pobreza fuera contagiosa.
—¡Muévete, bastardo! —gritaba el carnicero mientras lo empujaba con un cubo de vísceras—. ¡Vete al callejón o te lanzo a los perros!
Légolas tragaba saliva y corría. Siempre corría. Había aprendido a robar, pero solo lo justo: un pan, una manzana. Si se pasaba, lo golpeaban. Si era invisible, sobrevivía.
En ese sueño, las noches eran aún peores. Dormía entre barriles vacíos, envuelto en un saco de arroz viejo. Escuchaba a las ratas pelear por las sobras. Pero lo que más lo aterraba no eran los animales… eran los hombres borrachos que, al verlo tan pequeño y bonito, lo llamaban "niña de ojos tristes". Y así creció rodeado de miseria.
Una noche, cuando cumplió los dieciocho, acostumbrado al trabajo duro, había dejado de robar cuando tenía diez, trabajaba por míseras monedas de cobre, varios de ellos se le acercaron.
—Ven aquí, gatito. No te haremos daño —le dijo uno, tambaleándose.
Légolas retrocedió, con sus ojos grandes llenos de pánico. Lo iban a violar, pero él hábilmente tomo una roca y golpeó a uno en la cabeza los otros dos se enojaron más y le cayeron a golpes, a patadas y puñetazos. Al final él no sabía por qué lo agredían. Uno de ellos tomó una roca más grande y se la dejo caer de lleno en la cabeza.
Légolas miró al cielo en un suspiro con la cabeza llena de sangre. Se imaginó una vida más pacífica, con abundancia, sin tener frio o hambre. Rodeado de gente linda. Deseó vivir. Fue cuando vió una luz y segundos después despertó en el cuerpo de Rolando. Se dió cuenta que Rolando no quería vivir y por eso termino allí, usurpando ese cuerpo.
Rubí murmuraba en su sueño. La frente empapada en sudor.
—Légolas... —susurra entre dientes.
Aunque no recordara los detalles al despertar, sentia que algo dentro de él había sido tocado. Algo profundo. Una herida antigua.
Y por eso ahora, en esta vida, Rubí huía del dolor. De los hombres. De la miseria. Quería poder. Control. Seguridad.
Pero… ¿podría realmente alejarse del pasado cuando ese pasado volvió esa noche a buscarlo?
Mientras tanto en la sala.
Hubo un silencio al otro lado del teléfono por unos segundos.
—Entiendo—dice Leo.
—¿Sabes qué pienso? —dijo Lina—. Es hora de que él sepa cuidarse solo. Yo puedo protegerlo, pero no siempre voy a estar ahí.
—¿Qué propones?
—Hay una escuela. No es pública. Antiguamente fue un dojo. Ahora entrena bajo otro nombre, sin publicidad. Entrena a personas de manera personalizada. El maestro es Hikaru Shion. No acepta a cualquiera, pero por ti, se que hará una excepción.
—Envíame la dirección —responde Leo—. Yo me encargo.
Y lo hizo.
Un día después, Rubí recibió una propuesta por parte de Lina. No le explicó mucho, solo que se trataba de una escuela privada donde podría aprender defensa personal, fuerza mental y control. La misma donde ella aprendió defensa personal.
—¿Por qué tanto misterio? —pregunta, con los brazos cruzados.
—Porque hay cosas que es mejor entender con el cuerpo, no con palabras —responde Lina, seria.