El vínculo los unió, pero el orgullo podría matarlos...
Damián es un Alfa poderoso y frío, criado para despreciar la debilidad. Su vida gira en torno a apariencias: fiestas lujosas, amigos influyentes y el control absoluto sobre su Omega, Elián, a quien trata como un mueble más en su casa perfecta.
Elián es un artista sensible que alguna vez soñó con el amor. Ahora solo sobrevive, cocinando, limpiando y ocultando la tos que deja manchas de sangre en su pañuelo. Sabe que está muriendo, pero se niega a rogar por atención.
Cuando ambos colapsan al mismo tiempo, descubren la verdad brutal de su vínculo: si Elián muere, Damián también lo hará.
Ahora, Damián debe enfrentar su mayor miedo —ser humano— para salvarlos a los dos. Pero Elián ya no cree en promesas... ¿Podrá un Alfa egoísta aprender a amar antes de que sea demasiado tarde?
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10. Elian
La luz del hospital parpadeó sobre el rostro cansado del doctor Velázquez mientras mis palabras flotaban entre nosotros como cuchillos suspendidos en el aire.
—A la mierda lo que significaba una pareja destinada ¿Se puede romper el vínculo? —pregunté, sintiendo cómo los dedos de mi madre se aferraban a los míos con fuerza de ahogada.
El doctor ajustó sus lentes, las huellas digitales en los cristales distorsionando sus ojos marrones. El olor a alcohol y café rancio se mezclaba con el aroma a canela del perfume barato de mamá.
El doctor Velázquez miró hacia la puerta, como si temiera que John Vásquez apareciera de nuevo. Luego se inclinó, su voz bajando a un susurro áspero:
—Hay un procedimiento. Quema de marca, terapia de choque emocional, inhibidores químicos... —sus ojos se posaron en mis brazos esqueléticos— ...pero en tu estado, podría matarte.
El monitor cardíaco aceleró sus pitidos.
El doctor suspiró, su pluma escribiendo algo en mi expediente con un rasguño de plástico contra papel.
—Hay otra forma —continuó, sacando un cuaderno arrugado de su bolsillo—. Menos médica. Más... ancestral.
—El vínculo funciona en ambos sentidos, Elian. Si aún sientes algo por él...
—Si el amor los unió.. —comenzó, limpiándose las manos en la bata manchada de tinta— ...solo necesitan dejar de amarse.
Mi risa sonó como cristales rompiéndose.
Damien bebiendo whisky en nuestro aniversario mientras yo fingía no ver los mensajes de otras personas en su teléfono.
Damien oliendo a vainilla barata cuando regresaba de madrugada, su marca en mi nuca ya no ardía al contacto.
Damien rompiendo el plato de cerámica que compramos juntos en el mercado, mientras yo recogía los pedazos con dedos sangrantes.
—Eso será fácil —mentí, mirando las grietas en el techo blanco—. Él no me ama.
El gotero junto a mi cama goteaba con metrónomo implacable. Cada gota era un segundo perdido. Cada segundo, una mentira más.
Las páginas amarillentas mostraban dibujos de símbolos que hacían que mi piel se erizara. Círculos concéntricos. Runas que parecían sangrar en el papel.
—Es un ritual omega. Se usaba cuando los alfas morían en guerra y el vínculo ahogaba a los que quedaban. —Su dedo tembló al señalar una ilustración de una daga sobre piel—. Debes encontrar cada recuerdo de él en tu mente y... cortarlo.
Mamá gimió. Yo sonreí.
Damien riendo contra mi pelo cuando le enseñé a hacer figuras en el café.
Damien temblando al confesar que le tenía miedo a las alturas.
Damien durmiendo abrazado a mi costado como si yo fuera su ancla en un mar furioso.
—Perfecto" —dije, sintiendo cómo la primera lágrima quemaba su camino hacia mi almohada.
El doctor Velázquez cerró su tablero con un golpe seco que hizo eco en la habitación. Sus ojos cansados, rodeados de arrugas profundas como cicatrices, se posaron en los míos con una mezcla de advertencia y lástima.
—El proceso no será rápido—dijo, ajustándose los lentes empañados—. El vínculo destinado no se rompe con un simple deseo. Requerirá tiempo... y dolor.
Mi madre, sentada a mi lado, apretó mi mano con una fuerza que no sabía que tenía. Sus dedos—ásperos de años lavando ropa ajena—temblaban contra mi piel.
—No tienes que hacer esto, hijo—susurró, su voz quebrada como el cristal de la ventana tras una tormenta—. Podemos irnos. Escapar. Hay lugares donde ni los Vásquez pueden encontrarnos.
Miré hacia la ventana. La lluvia golpeaba los vidrios, distorsionando el mundo exterior hasta convertirlo en manchas grises y borrosas. Como mi futuro.
—No, mamá—respondí, con una calma que ni yo reconocía—. En este mundo, los alfas como John siempre ganan. Y los omegas como yo... solo sobrevivimos si aprendemos a jugar su juego.
El doctor Velázquez tragó saliva, su nuez subiendo y bajando como un péndulo.
—Elian, si insistes en esto, al menos deja que te administre un inhibidor temporal. Algo para suavizar los efectos del vínculo cuando estés cerca de él.
Asentí con la cabeza.
El día siguiente llegó con lentitud, mientras mis memorias ayudaban a borrar todo lo que sentía por Damien.
El frío de los mármoles de la mansión Vásquez se me clavaba en las rodillas incluso a través del pantalón. Había practicado mil veces esta reverencia—la inclinación perfecta para un omega presentándose ante su futuro suegro—pero nada podía prepararme para el silencio que siguió.
John Vásquez no me ofreció su mano. No pronunció las palabras de bienvenida que Damien me había asegurado que diría. Solo dejó que su mirada—fría como el acero quirúrgico—me desnudara capa por capa.
—Un barista. —La palabra sonó como un insulto en sus labios—. Sin linaje. Sin propiedades. Sin conexiones políticas.
El reloj de pared—un monstro de oro y ébano—marcaba cada segundo con un tictac que resonaba en mis huesos. Damien, a mi lado, se ajustó el cuello de la camisa pero no habló.
—Papá, Elian tiene.
—Silencio. —John cortó el aire con un gesto. Su anillo de sello, el mismo que llevaban todos los patriarcas Vásquez, destelló bajo la luz del candelabro como una advertencia. —Este... muchacho será una carga. ¿Qué pasa cuando te canses de su aroma a leche vaporizada y fresas corrientes?
El olor a filete Wellington se volvió repulsivo de pronto. Noté cómo Damien apretaba los puños, pero cuando esperé que defendiera nuestro vínculo, solo murmuró:
—Elian se adaptará a tus gustos, como un buen omega.
Trague algo de saliva amarga y pensé negativamente. Esa era su única defensa
La copa de vino tintó en mi mano temblorosa. El reflejo de mi rostro—pálido, con los ojos verdes demasiado brillantes—se distorsionó en el cristal.
Fue entonces que sentí el primer cambio.
La marca en mi nuca, esa que ardía cada vez que Damien entraba a una habitación, se enfrió ligeramente. Como si alguien hubiera abierto una ventana en pleno invierno.
John sonrió, satisfecho, y sirvió más vino, solo para su hijo.
—Al menos sabe callar. Eso es algo.
Esa noche, cuando Damien me llevó a casa, su mano en mi muslo ya no quemaba como antes. Y cuando intentó besarme en la puerta de mi departamento, por primera vez desde nuestro primer encuentro en la cafetería...
...yo giré la cabeza.