La Princesa Y Andrómeda

En el mundo de Ira todo marchaba de forma habitual, bueno, luego del coronavirus, el planeta tuvo que volver a la normalidad, hasta ese momento, cuando en el calendario se acababa de anclar aquella fecha; catorce de febrero del año dos mil veinticuatro, día que pasaría para la posteridad, no solo porque cuatro años antes la humanidad había sido azotada por un virus tipo pandémico, sino que en ese año, el dos mil veinticuatro otro evento histórico tomaría su rumbo, durante aquella fecha quedaría tatuado un acontecimiento que marcaría para siempre la historia de la humanidad.

Durante ese fatídico día el sistema planetario recibió una descarga de cuásar; siendo el cuásar fuente de energía que se forma cuando un agujero negro, que se encuentra en el centro de una galaxia, comienza a absorber toda la materia presente en la misma. Esto provocó una enorme cantidad de energía alrededor por la rotación del disco que se forma alrededor del agujero negro. El fulminante rayo esparció toda su potencia e irradiación en la constelación, dejando así a toda la población que habitaba la superficie de los planetas en total solemnidad de la ira, si, era un rayo tipo fúrico y propagó la enfermedad de la cólera, la cual se apoderó de todo a su paso, como una especie de ráfaga que ocasionó una infame metamorfosis de sonrisas gentiles a ceños fruncidos. Las personas se encontraban a completa merced de aquel drástico catalizador.

Los días transcurrieron y con ellos se abrió paso la inevitable guerra, como si el mismísimo Ares hubiese tomado el mando de toda la galaxia, pues no solo se entronó la furia en el planeta tierra. La región de los humanos estaba plagada en forma pandémica, pero también otras zonas menos conocidas por ellos habían sido azotadas y convertidos sus habitantes en marionetas de las más ruines pretensiones bélicas. Todo el sistema planetario a disposición del peor de los males: la rabia, ese resentimiento babeante que consume a quien toca; desde Neptuno hasta el sol.

En la ciudad de Atenea no era diferente, los residuos de la rabia crearon sus propios vestigios, incluso su soberana la princesa Ira, había recibido el impacto de aquel oleaje. Ira, nombrada por muchos como la princesa oscura, decía no tener soldados, pero al igual que Ares, dios griego del cual descendía, su ADN contenía la capacidad de derrocar con solo una mirada, entraba en sus almas para apoderarse de ellas, porque no existe cosa más instigadora que la demagoga ira en el corazón de los hombres. Sus ojos oscuros reflejaban ígneo resplandor que hacía estremecer hasta el espíritu más rígido, pero Ira no dedicaba su vida a infundir tal poder sobre las personas, ella vivía alejada de los suburbios en el palacio familiar a las afueras de la gran ciudad. Físicamente la princesa presentaba una belleza evidente; contextura delgada, piel trigueña, pómulos pronunciados, nariz perfilada, labios carnosos y enmarcados en su parte superior izquierda por un diminuto pero provocador lunar, ojos cafés semi rasgados, en los que el brillo danzaba sobre toda su órbita (sobre todo a la hora de fomentar su poder), cabellera negra como la penumbra y lacia como la seda que se derramaba hasta su cintura, mientras enmarcaba su frente con un flequillo. Una mujer realmente hermosa con un aura invisible pero notoria que agraciaba aún más lo imponente de su presencia.

Se rumoreaba que, algunas veces dirigentes de varias naciones se acercaban a su residencia para pedirle consejos de guerra, otros para intentar conquistarla, los últimos sin obtener mínimo chance. Su guía era reconocida por la influencia que ejercía de forma no física sobre los hombres, era una maestra de la persuasión, muy apreciada por aquellos que querían ganar batallas. Sin embargo, ella muy pocas veces recibía emisarios, prefería la tranquilidad de una vida normal, confinada dentro de los muros de su fortaleza. En el palacio no moraba sola, además de gente a su servicio para las labores domésticas y su cuidado, convivía con su séquito de amigos más cercanos: los prodigios, cuatro hermanos que descendían de las musas, algo así como la contraparte de las músicas; aquellas mujeres que también fueron herederas de las reinas de las artes. Estaban de igual forma Melancolía, su amiga de toda la vida, quien permanecía la mayor parte del tiempo encerrada en su habitación, se decía que provenía de la estirpe de Ezis, divinidad de la tristeza y angustia. Nicolasa o Nicky, como le llamaban de cariño, también era una amiga cercana derivada del linaje de Nix, la diosa de la noche.

Ese aterrador catorce de febrero del 2024, provocó decenas de guerras, en Atenea gracias a la habilidad y don innato de la princesa oscura, junto con sus amigos, no se acrecentó aquella avalancha de decadencia y terror. No obstante, el período caótico vio su fin con prontitud, un incidente espacial pronosticado durante décadas trajo consigo la estabilidad nuevamente: Andrómeda colisionó con la vía láctea y después de ese choque, tan rápido como para notarse el impacto, la paz reinó otra vez sobre todo el sistema planetario.

El día de los enamorados, en el planeta tierra no sería igual que los demás, después de una contingencia histórica como lo fue la pandemia por el COVID 19, el mundo creyó haber visto lo peor, pero estaban lejos de ello, pues en el dos mil veinticuatro, solo cuatro años después de la aparición del virus, un nuevo evento catastrófico apareció, se trataba de una eventualidad de índole espacial; un cuásar sorprendió al planeta lanzando su onda fúrica en toda la extensión de no solo el planeta terrestre, sino toda la vía láctea. En el mundo de Ira todo marchaba de forma habitual, bueno, luego del coronavirus, el planeta tuvo que volver a la normalidad, hasta ese momento, cuando en el calendario se acababa de anclar aquella fecha; catorce de febrero del año dos mil veinticuatro, día que pasaría para la posteridad, no solo porque cuatro años antes la humanidad había sido azotada por un virus tipo pandémico, sino que en ese año, el dos mil veinticuatro otro evento histórico tomaría su rumbo, durante aquella fecha quedaría tatuado un acontecimiento que marcaría para siempre la historia de la humanidad. Durante ese fatídico día el sistema planetario recibió una descarga de cuásar; siendo el cuásar fuente de energía que se forma cuando un agujero negro, que se encuentra en el centro de una galaxia, comienza a absorber toda la materia presente en la misma. Esto provoca una enorme cantidad de energía alrededor por la rotación del disco que se forma alrededor del agujero negro. Es decir, que los cuásares son los elementos más luminosos del universo conocido, y se encuentran a cientos de millones de millones de años luz.

Normalmente, estos fenómenos tienen un rojo muy intenso y, considerando la distancia, los cuásares que observamos hoy son los fenómenos que existieron en un universo del pasado, sin embargo, el fulminante rayo esparció toda su potencia e irradiación en la constelación, dejando así a toda la población que habitaba la superficie de los planetas en total solemnidad de la ira, si, era un rayo tipo fúrico y propagó la enfermedad de la cólera, la cual se apoderó de todo a su paso, como una especie de ráfaga que ocasionó una infame metamorfosis de sonrisas gentiles a ceños fruncidos. Las personas se encontraban a completa merced de aquel drástico catalizador.

Los días transcurrieron, veintinueve para ser más precisos, y con ellos se abrió paso la inevitable guerra, como si el mismísimo Ares hubiese tomado el mando de toda la galaxia, pues no solo se entronó la furia en el planeta tierra. La región de los humanos estaba plagada en forma pandémica, pero también otras zonas menos conocidas por ellos habían sido azotadas y convertidos sus habitantes en marionetas de las más ruines pretensiones bélicas. Todo el sistema planetario a disposición del peor de los males: la rabia, ese resentimiento babeante que consume a quien toca; desde Neptuno hasta el sol.

En ese año, el dos mil veinticuatro, la princesa Ira al igual que su gemelo, el príncipe Odio, ya sostenían a cuestas veintiocho años de edad, los cuatro prodigios, Bastián, Saxo, Cyril y Giordano tenían treinta y dos años, mientras Melancolía y Nicolasa treinta años, ambas. La monarca junto a sus compañeros y hermanos de crianza, se encontraba reunida en el vestíbulo del palacio, indagando sobre la reacción que tendrían con respecto a la eventualidad cósmica.

— ¿Qué haremos? —preguntó la precipitada Nicky a la monarca de Atenea. —Ya va casi un mes del resplandor rábico.

— ¿Me creerías si te digo que no lo sé?

— No. No te creería. Tú siempre sabes que hacer.

— Pues no lo sé. En esta ocasión no tengo la menor idea de cómo confrontarlo.

— ¿Y si reunimos a la bancada? —inquirió Giordano. — Quizá los miembros del gabinete tengan algunas ideas.

— En lo absoluto. —replicó Nicky. —Si no tiene una idea sobre qué hacer la princesa que es prácticamente una semidiosa, ¿Cómo van a saber ellos, unos simples humanos?

— No subestimes el valor de lo que llamas simpleza, Nicolasa. — repuso la princesa. —Todos somos iguales, contenga nuestro torrente icor o sangre.

— Es cierto. Tus palabras sonaron muy despectivas Nicky. —expresó Cyril.

— Te desconozco. —confesó Giordano.

— ¡Ay por favor, Giordano! —exclamó Nicky. — Hablas como si supieras todo acerca de mí.

— Tienes razón. —afirmó el prodigio. —Sin dudas, no conozco nada acerca de ti.

— Ya mejor cállate. —Nicky estaba molesta y miraba a Giordano de forma fulminante.

— Mantengamos la calma. —pidió Melancolía. —No discutamos entre nosotros, mucho menos en este preciso momento en que Atenea nos necesita a todos y debemos estar más unidos que nunca para enfrentar las repercusiones del cuásar en la ciudad.

— Mel tiene toda la razón. — Ira los miró a todos. —es imprescindible la coalición en estos momentos, estar unidos y mantenernos serenos es indispensable para tomar decisiones certeras.

— Disculpen todos. —expresó Nicky. —En ocasiones pierdo los estribos con facilidad.

— Deberías disculparte con Giordano. —la miró Saxo. — No entiendo el porqué de la constancia de sus discusiones, sin la intervención de intervalos prolongados.

— Seguramente están enamorados. —catapultó Cyril. —Y esa es la retorcida forma con la que expresan tan profundo sentimiento. —sonrió.

— ¿Tú crees? —preguntó Bastián, mirando a Giordano que sonrojado bajó la mirada.

— No me cabe la menor duda. —contestó Cyril, manteniendo la sonrisa en su boca.

— Hablas demasiado. —intervino una fúrica Nicky. —¿Te lo han dicho, Cyril?

— Algunas veces, pero bailo mucho mejor. —le picó el ojo.

— Eres insoportable. —blanqueó los ojos Nicky.

— Aprendí de la mejor. Le tiró un beso.

— ¡Paren todos! —gritó la princesa. — Miren hacia la ventana.

Un rayo de luz se esparcía sobre el cristal, aquella luminiscencia desencadenaba destellos iridiscentes, un espectáculo de colores en una transmisión singular, cuya dinámica reflejaba un festival cromático jugando a sus anchas con la gama colores. Algo parecido a las auroras boreales que se logran ver en las zonas australes, pero con un resplandor más potente, chirriante y que a la vez acariciaba la retina de quienes lo mirasen.

— ¿Qué es eso? —preguntó Mel.

— No tengo idea. — respondió la princesa Ira.