Brenda Sanches es una mujer de 29 años que después de descubrir a su enamorado con quien pensaba ser madre decidí irse y hacerse madre mediante inseminación artificial lo que no sabe que el donante no es humano por error a ella le llegó su donación y el reclamara a sus hijos que pasara entre ellos ? estarán juntos por amor oh llegarán a un acuerdo por sus hijos ven a leer esta historia facinante
NovelToon tiene autorización de Aye Simbron para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capitulo 6
Entre mentiras y miradas
La cena con Santiago transcurría en silencio, al menos del lado de mi boca. Mi cabeza, en cambio, estaba a punto de explotar.
Primero, la traición: mi exnovio y mi prima. Eso aún dolía, por más que fingiera que no.
Segundo, el bebé. Mi bebé. Un milagro. El sueño que tanto anhelé, y que decidí cumplir sola. Hoy me dieron la mejor noticia del mundo: está sano… y más fuerte de lo normal.
Tercero, la sorpresa sobrenatural: es un licántropo.
Y como si fuera poco, el donante "por error" es nada menos que Santiago Black…
Sí, el hombre más rico, enigmático y guapo de la ciudad. Filántropo, influyente… y ahora resulta que también es un lobo. Literal.
Y ahora, ese mismo hombre está sentado frente a mí, sirviéndome vino y mirándome con esos ojos que no sé si me analizan o me d*voran.
—Te ves muy pensativa —dice de pronto, rompiendo el silencio. Me mira con una expresión que no logro descifrar—. Si tienes dudas, puedes preguntarme lo que quieras.
—Oh, nunca imaginé al señor Black dispuesto a responder preguntas personales —digo con una sonrisa irónica.
Frunce ligeramente el ceño, gesto que me causa una satisfacción inexplicable.
—No me digas “señor Black”. Es demasiado formal. Si vamos a vivir juntos y fingir que somos pareja, deberías llamarme por mi nombre. Además, es lógico que tengas mil preguntas.
—Disculpa —digo, divertida por su molestia—. Solo estaba siendo educada. Es que no es común ver a alguien tan… creído y calculador siendo tan considerado. Me sorprende, eso es todo.
Me observa con atención, y siento que por un momento se está conteniendo de decir algo más. Luego, con una sonrisa cargada de intenciones, responde:
—Veo que te gusta provocarme… pero si fuera tú, tendría cuidado. Podría dejarme llevar… y hacerte cosas que te gustarían —dice en voz baja y profunda, mirándome de una forma que me ruboriza por completo.
¡Dios! ¡¿Cómo puede decir esas cosas tan tranquilo?!
—No quiero que te enamores de mí —añade de pronto, divertido, como si supiera exactamente qué decir para fastidiarme.
Frunzo el ceño.
—¿Enamorarme de ti? No me hagas reír, “señorito”. No eres mi tipo.
—¿Ah, no? —arquea una ceja, con una media sonrisa—. Me parece que el que va a enamorarse aquí… eres tú.
Cuando termina la frase, suelta un gruñido bajo, como si mi respuesta lo hubiera molestado. Pero lejos de asustarme… ese sonido fue lo mejor que escuché en todo el día. Tenía fuerza, poder… y algo que me estremeció por dentro.
—Solo dije un hecho —dice él, intentando recuperar la compostura, aunque en sus ojos aún brilla esa chispa salv*je.
—Bueno, ya que vamos a fingir que somos pareja… ¿nos llamamos por apodos? —pregunto, desafiante.
—Exacto —responde él, inclinándose hacia mí—. Así que te diré enana, por tu estatura.
—¿Qué? —frunzo el ceño, molesta—. Entonces yo te diré jirafa. Ya que empezamos con los apodos ridículos…
Él suelta una carcajada, y debo admitirlo… su risa es adictiva.
—Jirafa, ¿eh? Está bien. Pero como soy un hombre lobo, podrías decirme Lobo, lobito… o mejor aún… amor —dice entre risas.
Repito la palabra en voz baja, más para mí que para él:
—¿Amor…?
No puedo evitar que mis mejillas se sonrojen. Y cuando levanto la vista, lo encuentro observándome con una mirada intensa. Me atraganto con mis propios pensamientos, y enseguida mi mente vuela a lugares no aptos para menores. ¡M*ldita hormona del embarazo!
Rápidamente recupero la compostura y bromeo:
—No. Jirafa te va mejor.
—Está bien, enana. Pero si vamos a fingir, lo haremos bien —dice con una sonrisa peligrosa.
Yo también sonrío, tratando de no mostrar cuánto me afecta su cercanía.
—Lo haremos bien… —repito. Pero en mi cabeza, esa frase tiene otras connotaciones. Y eso solo logra que me sonroje aún más.
Él nota mi expresión y, por supuesto, aprovecha para burlarse con una mirada cargada de picardía.
La cena sigue entre bromas, risas contenidas y miradas que no sé cómo interpretar. Y cuando termino mi plato, me estiro un poco y digo:
—Bueno, estoy cansada. ¿Dónde dormiré?
Su sonrisa se ensancha, y me da miedo su respuesta antes de que la diga.
—Dormirás en mi habitación. ¿No es obvio?
—¿¡Qué!? —me ruborizo al instante—. No, quiero mi propio dormitorio.
—Mi dormitorio es ahora el tuyo también. Te dije que fingiríamos bien. No puedes dormir en otra habitación si queremos que crean que somos pareja.
Lo miro, confundida. Me muerdo el labio. Sé que tiene lógica. Pero no sé si podré dormir junto a él sin imaginarme cosas... prohibidas.
—Está bien… —susurro finalmente—. Pero… no prometo nada —digo, intentando parecer firme, aunque mis mejillas ya me delataron.
Él sonríe. Esa sonrisa…
Estoy perdida.