Una famosa Agente de las fuerzas especiales reencarna en un mundo lleno de magia, incertidumbre y tal vez un poco de romance... ¿Podrá adaptarse a su nuevo mundo? o ¿su nuevo mundo se adaptará a ella?...
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Capítulo 10
Capítulo 10
El día de hoy lo tenía claro: iba a la oficina del Duque. Después de todo, ¿qué clase de esposa no puede visitar a su marido, aunque sea para hablar un poco de lo que está sucediendo en sus vidas? Es absurdo. A pesar de que Diana intentó una vez más pedirme permiso para acompañarme, insistí en que no, no lo necesitaba. No podía creer que, como esposa, no pudiera hacer algo tan simple como caminar hasta su oficina sin tener que pedir permiso, como si fuera una niña. En algún momento, esto tenía que cambiar.
—Duquesa, ¿de verdad está segura? —preguntó Diana, su voz llena de preocupación.
—Sí, Diana, estoy más que segura. No soy una niña pequeña, ni una prisionera. No debería tener que pedir permiso para ver a mi esposo —respondí, irritada, pero manteniendo la calma. —Este es mi lugar ahora, y puedo hacer lo que me plazca. —
Diana no dijo nada más, pero pude notar que su preocupación seguía ahí, pegada a su rostro. Sin embargo, estaba decidida.
Al llegar a la puerta de la oficina del Duque, me encontré con dos caballeros de pie en la entrada. Los reconocí al instante: uno de ellos era Julio, un joven alto, con una actitud despreocupada que nunca me había dejado de parecer un poco... cómica. El otro, sin embargo, no lo conocía, y su rostro reflejaba una seriedad casi militar.
Me acerqué sin dudarlo, pero el caballero que no conocía se adelantó con un paso firme, bloqueando la entrada con su postura.
—Disculpe, Duquesa, pero no puede pasar. El Duque no está recibiendo visitas en este momento —dijo, con una voz tranquila pero firme.
Lo miré con incredulidad. ¿Este tipo realmente estaba impidiendo que su esposa viera a su marido?
—¿En serio? —le pregunté, levantando una ceja. —¿Es así como funcionan las cosas aquí? ¿Una esposa no puede visitar a su esposo? —
El caballero, claramente incómodo, ajustó su postura y trató de mantener la calma.
—Lo siento, Duquesa. No es que no quiera dejarla pasar, pero tengo órdenes muy claras. Debo seguirlas. —
Fue entonces cuando lo reconocí. No lo había visto bien antes, pero ahora lo recordaba. Era el mismo caballero que había encontrado el primer día aquí, cuando llegué, el que no había sido nada amable. El que ni siquiera se había inmutado al ver mi caída.
—Vaya, tú —le dije, un poco molesta, apuntando con el dedo hacia él. —¿Tú eres el que no me ayudó cuando ese cerdo me atacaba? ¿El que ni siquiera levantó un dedo? —
La sorpresa y la incomodidad se apoderaron de su rostro.
—Yo... —balbuceó, pero no tenía excusa. —Yo estaba asegurando que el área estuviera despejada... Hacía mi trabajo correctamente—
—¡Despejada! ¡Despejada de qué! —grité, ahora completamente enfadada. —Ja tú trabajo hacia… no me hagas reír. No sé qué clase de caballero eres, pero otro en tu lugar hubiera corrido a rescatar a la joven que estaba siendo atacada, no a tratar de agarrarla como un delincuente, eso no es de caballeros, del mundo que yo conozco... —
—Usted Duquesa no es ninguna santa, ¿cómo iba a saber que la estaban atacando? —
—Encima nos salió idiota… el caballero… Espero que mi golpe lo recuerdes de por vida—
La cosa comenzó a tensarse más, ambos nos empezamos a pelear a los gritos, de un momento a otro veo a Julio, el caballero que había estado todo el tiempo con su actitud despreocupada, intervenir. Se acercó rápidamente y comenzó a reírse a carcajadas, como si toda la situación fuera la cosa más graciosa del mundo.
—¡Vaya, vaya! ¡Esto sí que es un espectáculo! —dijo, entre risas, mientras trataba de mantener la calma de la situación. —Este es el tipo de problemas no los veo todo el tiempo... —
—¡No es gracioso! —le grité, pero mi enojo no podía durar mucho cuando veía lo ridícula que se veía la escena.—¡Este tipo me está diciendo que no puedo ver a mi propio esposo! —
Julio, intentando mantener la compostura, se metió entre el caballero serio y yo. No pude evitar ver lo ridículo que todo eso se veía. Estaba en plena discusión con un caballero sobre algo tan absurdo como no poder ver a mi esposo, mientras otro caballero no dejaba de reírse como si estuviéramos en un circo. Una Duquesa discutiendo con un caballero como si fueran dos borrachos en un bar y un tercero interponiéndose para que no lleguen a golpearse… una escena de ensueño, para una novela romantica… por cierto es sarcasmo…
—¡Oh, por favor, basta! —dijo Julio, intentando contener las carcajadas. —Duquesa, ¿realmente necesitas pelear con este pobre hombre? —
Pero no pude evitar reírme un poco. La situación era tan absurda sólo faltaba que alguien empezara a cantar y a bailar en medio de todo esto, y parecería cien por cien un bar.
—¿Sabes qué? —le dije al caballero que había intentado impedirme el paso. —Si no me dejas pasar, tendré que volver a patearte donde ya sabes….—
El caballero, visiblemente nervioso, no daba tregua
—Amenace cuanto quiera, no pasará —respondió, apurado.
Julio, entre risas, —cálmense los dos, que me van a terminar lastimando a mí—
Justo en ese momento, la puerta del estudio se abrió de golpe. En el umbral apareció el Duque, con el rostro tan confuso que parecía que no entendía qué demonios estaba pasando. Miró la escena como si fuera un espectáculo, y por un segundo se quedó paralizado, observando cómo su esposa y sus caballeros se peleaban en la entrada.
El caos duró unos segundos, hasta que, el Duque se acercó rápidamente, me tomó de la cintura con una fuerza inesperada, y en ese momento... sucedió… si, sucedió algo terrible…, aumenté el odio del Duque a su esposa...
Me adelanté un poco, y, sin querer, lo golpeé con el codo directamente en la nariz. El sonido del golpe fue lo suficientemente fuerte como para que todos en el pasillo lo escucharan. Fue un golpe accidental, claro, pero la situación quedó tan tensa que me sentí como si todo hubiera quedado en un congelamiento total.
El Duque se quedó allí, con su nariz que poco a poco comenzaba a sangrar, mirándome con una furia que ni siquiera sabía que podía poseer. El silencio que siguió fue tan espeso que parecía que podías cortar el aire con un cuchillo. Por un segundo, el Duque se quedó mirando con ojos fríos y, en su rostro, vi que la ira iba a estallar.
Miré a Julio y susurré— que lastima, tan frio pero tan sexi, tch no, no, no… que desperdicio de ser—
Antes de que pudiera decir algo más, sus ojos me fulminaron, y sus palabras salieron como un gruñido.
—¡Entra al despacho! —gritó, mientras la sangre caía de su nariz, tiñendo sus ropas de rojo. Me miró de nuevo, esta vez más frío que nunca, y su mirada estaba más allá de las palabras.
Julio, el caballero relajado, trató de contener una risa, pero lo hizo tan mal que terminó estornudando. El otro hombre, el serio, estaba tan indignado que ni siquiera me miró.