Divorciada

Sofia:

cuando este dia extraño llega a su fin, me dirijo a paso tranquilo a mi casa. mi hija me ha llamado diciéndome que irían esta noche junto con James y Andrés. Hace mucho que no veo a mi muchacho y me encuentro emocionada por verlos esta noche.

Llego a casa y me doy un baño rápido para ponerme a preparar una cena rica y nutritiva, después de todo estoy en un nuevo plan nutricional y no quiero romperlo por lo que a mis hijos y yerno les tocara hacerse a la idea.

Hoy no tuve tiempo de comenzar con mi rutina de ejercicio por lo que mañana me tocará madrugar y apropiarme del gimnasio antes de que abra. Obviamente ya tuve la aprobación de mi gruñón jefe.

Cuando pienso en el recuerdo el momento extraño que vivimos esta mañana y que nunca aclaramos. Se que algo anda ahí cosiéndose. Se que actúa de una forma sobreprotectora conmigo que no tiene sentido, pero necesito aclarar, puede que me guste como es conmigo, pero no quiero confundirme. Seguro que es así con todas las mujeres y yo aquí sintiéndome especial.

Barro esos pensamientos de mi mente y me concentro en preparar la cena. Cuando ya tengo todo organizado mi familia llega.

Saludo a mi hija y Jimi como siempre pegado a ella me saluda rápidamente y luego cuando mi hijo entra lo envuelvo en un abrazo de oso y beso ambas mejillas de mi niño hermoso.

—¿Cómo andan mis bebes? —pregunto.

—Bien mama, pero ya no somos bebes —dice Andrés, pero de todos modos me devuelve el beso cariñoso como siempre lo hace.

Cuando la cena esta lista nos acomodamos en la mesa de la sala y comemos mientras me cuentan sus avances universitarios. Mi hija esta emocionada con su carrera y mi hijo en su primer año no deja de mencionar lo productiva que son sus clases. Son unos ñoños mis hijos. Los amo. Terminamos de cenar y nos acomodamos ara ver una película.

Mientras los créditos están pasando, mis hijos ya están casi dormido miro la repisa donde tengo las fotos familiares y me parece que me falta una. Acompaño a mis hijos a la salida y luego de llenarlos de besos y arrumacos entro a la casa, derecho a la repisa para ver las fotos.

Falta la foto que tengo de mi boda. Extrañada miro los otros estantes y no la veo por ningún lado. Presto atención y veo que los demás marcos están movidos. En ese preciso momento recuerdo esta mañana que mi gruñón estaba justo parado aquí.

¿Qué habrá estado haciendo?

Uno de los cajones está mal serrado y por curiosidad lo abro, al comienzo no veo nada raro, pero si muevo los manteles abajo de todo está el portarretrato faltante.

Sonrío, definitivamente sea lo que sé que mi gruñón jefe este queriendo hacer me está gustando.

Vuelvo a dejar el portarretrato donde estaba, acomodo las demás fotos solo de saber que la foto esta donde cabe la posibilidad de que le moleste a mi jefe me hace querer ver su reacción.

Sonriendo y con nuevas expectativas para mi futuro me voy a dormir después de todo mañana tengo que madrugar comenzado con mi nueva rutina en el gimnasio, todo un desafío.

Me levanto con una energía que no sé de dónde viene. Supongo que todo tiene que ver con él. Ya tengo un mensaje de ánimo de mi amiga Paola, ella sabe muy bien que los ejercicios y yo no somos grandes amigos por lo que me desea lo mejor.

Llego al gimnasio temprano, mi gruñón ya me está esperando listo para ayudarme con la rutina. No tengo idea de nada y el me indicara lo que debo hacer. Se suponía que el entrenador me estaría indicando las rutinas, pero al parecer Alessandro a ocupado su lugar. No me quejo, todo lo contrario.

 Me manda derechito a una bici fija luego de saludarme y tomar el enorme bolso que cargo para dejarlo sobre un mostrador. Comienzo por pedalear sintiendo que esto va a ser fácil, pero luego de cinco minutos después el viene y ajusta la maquina haciendo que se vuelva más pesada.

La facilidad se borra de mi rostro cuando comienzo a sudar. Diez minutos más y estoy sin aliento. Bajo de la bicicleta sintiendo que me desmayo.

—¡Por dios, voy a morir! —me quejo arrastrándome.

—Vamos no seas floja, ahora a la cinta caminadora —indica y lo miro como si se tratara de una broma.

—¿Enserio? —pregunto.

—Si, vamos yo haré lo mismo —dice y me subo a la dichosa máquina para seguir sudando como puerco.

Ajusta la velocidad de mi cinta para una caminata y él se pone a correr a mi lado. Mientras que yo sudo a mares el apenas tiene unas gotitas que resbalan por su rostro.

—No es justo —me quejo sin aliento, el me mira sin dejar de correr—. ¿Acaso sudas?

—Si, pero recién estoy calentando —dice con una mirada arrogante.

—Diablos —chillo y sigo caminando, pensando en la meta final.

Luego de la tortuosa caminata, procedemos hacer ejercicios con pesas. No muchas repeticiones, pero termino mojada. Literal, el sudor corre por cada rincón de mi cuerpo. Las piernas me tiemblan y los brazos me duelen.

—Vamos te ayudare a estirar —dice.

Me indica que me siente en el piso y el hace lo mismo frente de mí, me muestra como debo hacer para estirar mis piernas y brazos y luego me ayuda con la espalda.

En el preciso momento en que sus manos recorren mi talle para ayudarme a estirar la espalda debo suprimir un gemido de placer. Tenerlo tan cerca, que su toque se parezca a una caricia me hace olvidar donde estoy. Por suerte el chivo que cargo me lo recuerda rápidamente y el momento de excitación se desvanece tan rápido como llego.

Bueno, un poco porque cuando ambas manos masculinas hacen presión en mi cintura tengo que rezar para no derretirme en el proceso, gimiendo como una loca desvergonzada.

Si esto va hace así todos los días, santa mermelada la que me espera.

—Muy bien señorita, una cálida ducha la espera y luego te espero en la cocina para tomar una colación y recuperar fuerzas —dice y me arrastro hasta la zona del vestuario.

En este momento sería un espléndido personaje para las series de zombi, mi andar es similar o mejor diría yo.

Toda mi ropa esta mojada, me la quito y la dejo sobre un banco. Ciega me dirijo a una de las duchas, necesitando ese chorro de agua caliente sobre mí. Espero que todo esto valga la pena porque volver a pasar por esta tortura a diario es un sacrificio definitivamente.

Sintiendo que me paso de la raya si me quedo un minuto más corto el caudal del agua caliente y tomo una mullida toalla, la misma es del gimnasio y es tan amplia que me puedo envolver completamente con ella.

Salgo y veo mi ropa mojada y sudada donde la deje, pero mi bolso no lo encuentro por ningún lado.

Carancho, ¿Dónde lo deje?

Escucho que otra de las duchas está ocupada y puedo adivinar que se trata de Alessandro. Creo que me confundí y me metí al vestidor de los hombres y para confirmarlo aún mejor, el Dios griego sale de la ducha con una toalla en su mano a la vez que se seca el cabello. Todo su esplendoroso cuerpo esta como lo trajo Dios al mundo y el orgullo de ver semejante espécimen cubre mi cuerpo.

Santa barra de chocolate la que me quiero comer.

Diablos, ¿De dónde salen esos pensamientos?

Seguro es culpa de mi amiga Paola y su mente pervertida.

Pero volviendo a la realidad, semejante pastel y uno a dieta. Casi lloro.

—¡Mierda! Lo siento —dice cuando se descubre la cara y me ve babeando por él.

—Si te soy sincera, puedo morir en paz ¡Dios mío, que cuerpazo! —digo y siento como el calor cubre mi cuerpo.

No puedo creer que aquellas palabras salieron de mi boca, que desvergonzada. Corro y huyo hacia la salida del vestuario, entrando al indicado y viendo mi bolso sobre la banqueta. Me siento un momento y respiro, cierro los ojos, pero ese monumento de hombre vuelve a mí y reprimo un gemido.

¡Es tu jefe Sofia! ¡No seas una cualquiera! ¡Hace miles de años que no tienes estos pensamientos pecaminosos y comienzas un nuevo trabajo para tenerlos todos junto, que vergüenza!

Me reprendo y luego trato de borrar los últimos minutos de mi mente, procedo a vestirme, pero las manos no dejan de temblarme.

¿Como voy a verlo a la cara si solo recuerdo su espléndido cuerpo desnudo? Es una obra maestra, tallado por manos angelicales y si hablamos de... mejor no voy por allí. En eso tuvo que ver el diablo, definitivamente.

¡Ahhh!

Sacudo mis pensamientos y termino de vestirme, tomo una buena bocanada de aire y salgo del vestuario.

Maldición, mi ropa empapada y sudorosa quedo allí, en el vestuario de hombres. Casi caminando de puntillas me acerco para ver dentro, donde la había dejado. No la puedo hallar y me extraña ya que no la había quitado.

Deberé de pregúntale a mi gruñón, eso sí hayo las palabras para hacerlo.