La primera regla de la amistad era clara: no tocar al hermano. Y mucho menos si ese hermano era Ethan, el heredero silencioso, la figura sombría que se movía como una sombra en la mansión de mi mejor amiga, Clara.
Yo estaba allí como refugio, huyendo de mi propia vida, buscando en Clara la certeza que había perdido. Pero cada visita a su casa me acercaba más a él.
Ethan no hablaba, pero su presencia era un lenguaje. Podías sentir la frustración acumulada bajo su piel, el resentimiento hacia el mundo que su familia le obligaba a soportar. Y, de alguna forma, ese silencio me llamó.
Sucedió una noche, con Clara durmiendo en el piso de arriba. Me encontró en el pasillo. Su mirada, siempre distante, se clavó en la mía, y supe que la línea entre la lealtad y el deseo se había borrado. Me tomó la cara con brusquedad. Fue un beso robado, cargado de una rabia helada y una necesidad desesperada.
No fue un acto de amor. Fue un acto de traición.
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Capitulo XVI ¡Anula el matrimonio!
El triunfo de Ethan se desvaneció al ver mi rostro. Mi silencio y la frialdad con la que sostenía el ramo fueron suficientes para alertarlo.
—¿Qué pasa, Liv? ¿Qué te dijo Alexander? —Su voz bajó, la euforia reemplazada por una cautela tensa.
—No fue Alexander. Fue su padre —respondí, mi voz apenas un susurro.
El señor Hawthorne, que estaba en el estudio revisando los documentos de la fusión con una sonrisa por primera vez en semanas, se giró, con el ceño fruncido.
—¿Qué tonterías son esas? La fusión está firmada. La empresa está a salvo. Alexander retiró la amenaza de la prensa.
—Alexander no estaba jugando a lo mismo que nosotros, señor Hawthorne. Él estaba dos pasos adelante —dije, sintiendo la necesidad de ser cruelmente clara.
Ethan se acercó y me tomó del brazo. —Habla, Liv.
Le conté el plan de Alexander, la cláusula modificada que anulaba el trato si el cónyuge de un firmante era un criminal, la transferencia a mi nombre de una cuenta sucia y la posterior detención de Alexander por un delito menor.
—Se casó con usted, Ethan, solo para asegurarse de que su matrimonio fuera el detonante de la anulación. Si la fusión se firma, es nula de inmediato. La cláusula se activa. Ambos son cómplices de un fraude.
El señor Hawthorne palideció. Miró los documentos de fusión en sus manos como si fueran veneno.
—¡Ethan, tienes que divorciarte ahora! ¡Anula este matrimonio! ¡La fusión no puede pasar!
—Es demasiado tarde, Padre —dijo Ethan, su rostro transformado en una máscara de rabia.
—¡No! No lo es. ¡El acuerdo de Alexander tiene que ser nulo! —El señor Hawthorne comenzó a hojear frenéticamente el contrato.
—No es el acuerdo, Papá —intervino Clara, entrando a la sala—. La fusión es nula si hay fraude. Pero lo más importante, ¡la cláusula de Alexander fue modificada!
—Sí, la de anulación por delito del cónyuge —murmuró el señor Hawthorne.
—No —dijo Clara, señalando un punto en la letra pequeña—. La cláusula que anulaba la fusión si un firmante era culpable de un delito financiero, esa fue la que Alexander modificó. La nueva cláusula dice que si la fusión es anulada por cualquier motivo, Alexander recibe una penalización del 10% de los activos totales de Hawthorne.
El señor Hawthorne se quedó sin aliento. Alexander no solo había asegurado la anulación de la fusión; había garantizado una compensación masiva por el "tiempo perdido" en su juego.
—¡Nos ha arruinado! —gritó el señor Hawthorne, su voz quebrándose.
Ethan se quedó en silencio, procesando la derrota. Su puño se cerró tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos. Había subestimado la crueldad de Alexander.
—No. Aún no —dijo Ethan, levantando la mirada. Había perdido su empresa, pero no su espíritu.
—¿Qué harás, Ethan? ¿Te divorciarás de Olivia y la mandarás a la prensa para salvarte? —preguntó su padre, con una pizca de esperanza brutal.
—No. Olivia no se va a ninguna parte. Es mi esposa. Y Alexander ha cometido un error.
—¿Cuál?
—Él me ha obligado a casarme. Pero la cláusula modificada solo se activa si la fusión se anula. Aún podemos evitar la anulación.
—¿Cómo? ¡Si eres el cónyuge de una criminal, y él es un criminal!
—La única forma de que la fusión no se anule es si Alexander es encontrado culpable de un delito mayor que el simple altercado en el bar. Algo que lo inhabilite como firmante del trato de fusión. Un delito que invalide la firma antes de que la noticia de mi matrimonio se haga pública.
Clara, que había estado observando a su hermano, intervino: —¡El fraude! ¡El fraude de la cuenta de ahorros de mi padre!
—No lo tenemos, Clara. Alexander borró todas las pruebas antes de que te casaras.
—Pero no borró todo —dije, sintiendo una chispa de esperanza en medio de la desesperación—. No borró el rastro de la transferencia a mi nombre. El dinero que me implicó en el fraude. Alexander transfirió el dinero a una cuenta a mi nombre en el extranjero, ¿verdad?
—Sí. ¿Y qué? —preguntó Ethan.
—Esa cuenta está a mi nombre. Como su esposa, no puede tocarla. Pero lo más importante: Alexander hizo esa transferencia antes de que yo me casara. El dinero es, técnicamente, mío. Y lo podemos usar.
—¿Usar cómo?
—Ethan. Si el fraude de Alexander fue mover activos ilícitos, y ese dinero está ahora en mi cuenta, puedo entregarlo. Puedo convertirme en una testigo protegida de la junta. No de la policía, sino de la junta financiera de los Hawthorne. Yo revelo el fraude de Alexander.
—No podemos. Alexander tiene la prueba de que eres su cómplice con esa cuenta —dijo el señor Hawthorne.
—No. Si Alexander hizo la transferencia antes del matrimonio, no éramos cómplices. Yo fui una víctima. Si me presento, le devuelvo el dinero a la empresa y le doy a la junta las pruebas de la transferencia que él intentó usar como trampa.
Ethan sonrió, un gesto feroz y lleno de reconocimiento.
—Es el único camino. Tú te presentas a la junta como la víctima y la testigo. Yo la apoyo como tu esposo. Exponemos a Alexander por el fraude financiero que quería ocultar con la pelea. La fusión se anula, no por nuestro matrimonio, sino por el crimen de Alexander, antes de que tu cláusula de penalización se active.
—Y Alexander no tiene el 10% de los activos —dijo Clara, con una sonrisa triunfal.
El señor Hawthorne miró a su hijo y a su nueva nuera. Por primera vez, en lugar de desprecio, había respeto en sus ojos.
—Bien. Hagámoslo.
Ethan se acercó a mí, y me tomó la mano. Su mirada era de absoluta lealtad.
—¿Estás lista para ser la testigo que arruinó al heredero perfecto, Sra. Hawthorne?
—Nací para ser tu cómplice, Sr. Hawthorne —respondí.
Nos besamos en el vestíbulo, no ya por la farsa, sino por la realidad de un matrimonio que había nacido de una guerra y que se convertiría en el arma final contra nuestro enemigo. La luna de miel tendría que esperar; teníamos una junta directiva que enfrentar.
