En un giro del destino, Susan se reencuentra con Alan, el amor de su juventud que la dejó con el corazón roto. Pero esta vez, Alan regresa con un secreto que podría cambiar todo: una confesión de amor que nunca murió.
A medida que Susan se sumerge en el pasado y enfrenta los errores del presente, se encuentra atrapada en una red de mentiras, secretos y pasiones que amenazan con destruir todo lo que ha construido.
Con la ayuda de su amigo Héctor, Susan debe navegar por un laberinto de emociones y tomar una decisión que podría cambiar el curso de su vida para siempre: perdonar a Alan y darle una segunda oportunidad, o rechazarlo y seguir adelante sin él.
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Revelaciones y Rupturas
Capítulo 10.
La puerta de la casa se cerró tras Alan, pero el silencio que esperaba encontrar estaba lejos de ser real. En cuanto cruzó el umbral, algo lo detuvo: ropa tirada por el suelo. Su corazón comenzó a latir más rápido, un presentimiento oscuro lo asaltó. El pasillo hacia la recámara parecía interminable, y con cada paso, los sonidos al fondo se volvían más nítidos: jadeos, risas y palabras entrecortadas que destrozaban su alma con cada sílaba.
—H: Mujer, ¿realmente creíste que podrías escapar de mí?
—Helen: Papi, lo siento... pero te encontré con esa zorra.
—H: Je, fue solo una vez.
—Helen: Esa "una vez" me hizo casarme con el imbécil de Alan.
Alan se detuvo en seco al escuchar su nombre. Su respiración era un torbellino, pero sus piernas seguían avanzando como si tuviesen voluntad propia.
—H: Yo dejé que te casaras con él, Helen. Te protegí porque sabía que, si seguías conmigo, te iban a llevar presa. Te lo dije: quédate con él. Es fácil de manipular. ¿No entiendo por qué nunca te embarazaste de él o por qué ahora vives como una pordiosera? Te dije que le sacaras todo el dinero que pudieras, así podríamos escapar juntos nuevamente.
Alan apretó los puños. Su mente era un hervidero de recuerdos y decepción.
—Helen: Sí, me lo dijiste, y lo intenté. Le inventé lo del supuesto cáncer, pero las cosas se complicaron. Además, no quería tener hijos con él... Solo contigo. Tú eres el único hombre para mí.
—H: Ja, pero también eres mía. Ahora, Helen, debes buscar la manera de sacarle más dinero a sus padres.
Alan se apoyó contra la pared, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba. Todo lo que alguna vez creyó cierto se hacía pedazos frente a sus ojos. Pero el golpe más fuerte llegó cuando Ramón continuó hablando.
—H: Aunque, debo admitir algo, amor. Susan estaba buenísima. Tú eres guapa, pero ella... Era como una modelo: curvas perfectas, esa carita angelical. Si yo hubiera estado en su lugar, la habría atado a mi cama hasta que me diera hijos.
Alan sintió una punzada en el pecho. El dolor se mezclaba con la rabia, una furia que le quemaba por dentro. Recordó los momentos con Susan, su risa, su dulzura, y la manera en que él mismo la había dejado ir por alguien que ahora veía con claridad: Helen nunca fue el amor de su vida, solo su primer amor.
El sonido de risas lo sacó de sus pensamientos. Algo dentro de él hizo clic. Sin pensarlo más, empujó la puerta de la recámara.
Helen y Ramón lo miraron sorprendidos. Ella, aún sin ropa, intentó cubrirse con las sábanas.
—Helen: ¿Amor...? ¿Qué haces aquí? Pensé que te quedarías en casa de tus padres.
Alan no respondió. Su mirada estaba fija en Ramón, quien se levantó lentamente de la cama y comenzó a vestirse.
—Alan: Ramón, o como te llames, te dejo a esta zorra. Y tienes razón: Susan es mil veces mejor que ella.
Helen, roja de ira, se acercó a Alan y le dio una bofetada.
—Helen: ¡Idiota! ¿Cómo te atreves?
Alan la miró con desprecio, pero no dejó que el golpe lo detuviera.
—Alan: ¿Sabes qué, Helen? Quizá no lo sabías, pero quiero ser quien te lo diga: está así de deforme porque ni siquiera es una mujer.
El silencio cayó como un balde de agua helada. Ramón lo miró confundido.
—Ramón: ¿Qué tonterías dices, amigo? Helen, dime que es mentira.
Helen desvió la mirada, pero su silencio fue suficiente.
—Alan: Es un transexual. Se cambió de sexo, y tú, tan machito, ni siquiera lo notaste.
Helen gritó, tratando de defenderse.
—Helen: ¡Cállate! No tienes derecho a hablarme así.
Alan soltó una carcajada amarga.
—Alan: ¿Derecho? Yo no tengo derecho, pero tú sí lo tuviste para hacer todo lo posible por separarme de Susan. Lo lograste, Helen. Pero ¿sabes qué? Ya no más. Te quiero fuera de mi vida.
—Helen: ¡No puedes echarme! No tengo a dónde ir.
—Alan: No me importa, bueno mejor espera y quédate aquí si quieres, pero mañana a primera hora estaremos en el registro civil firmando el acta de divorcio.
Helen intentó decir algo más, pero Alan ya no la escuchaba. Dio media vuelta y salió de la casa, dejando atrás el eco de sus palabras.
En ese momento, Alan entendió que el amor no era una cárcel ni una obligación. Era un lugar donde la felicidad era mutua, y con Helen nunca lo había sido. Por primera vez en mucho tiempo, sabía lo que tenía que hacer: empezar de nuevo.