Ming ha amado a Valentina Jones, su mejor amiga, toda la vida, pero nunca se ha atrevido a decirle lo que siente. Cuando su madre, que está muriendo por un cáncer, le pide como último deseo que despose a Valentina, Ming pierde la cabeza. Esa locura temporal lo arroja a los brazos de Valentina, pero el miedo a decirle la verdad arruina todo.
Ahora su mejor amiga cree que la está usando y se niega a escuchar la verdad.
¿Podrá el destino unirlos o las dudas terminarán separándolos aún más?
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Destruida
Val
–Podríamos haber ido a una farmacia y comprar una prueba. Lo sabes, ¿verdad? –le pregunto mientras muerdo la uña de mi dedo pulgar, ansiosa por saber si estoy realmente embarazada o no.
–¿Y perdernos la primera sonrisa de nuestro bebé? No lo creo –devuelve mientras sigue leyendo uno de los cientos de folletos que hay esparcidos sobre la mesa de centro de vidrio en la sala de espera.
–Creo que tienes tus expectativas demasiados altas, Ming –trato de razonar con él–. Aunque esté embarazada, no veremos nada en la ecografía, solo un destello.
–Y será el destello más lindo de todos –devuelve con una sonrisa que me hace rechinar los dientes.
Más presión para mí, ¡Yupi!
Comienzo a rebotar mi pierna derecha, cosa que no hacía desde que era una niña.
Maldita sea, que nerviosa estoy.
Frente a mí hay una mujer embarazada, que me sonríe cuando se da cuenta que la estoy mirando. Le sonrío de vuelta, sintiendo que algo me destroza desde adentro hacia fuera.
–¿Primeriza? –pregunta la mujer.
Asiento. –¿Tan evidente es mi temor? –pregunto de vuelta y ella ríe.
–No te preocupes. Este es mi tercer bebé, y aún me siento nerviosa. Tantas cosas pueden salir mal.
–Nada saldrá mal con nuestro bebé –interrumpe Ming.
Trato de contagiarme con su serenidad y resolución positiva, pero fallo. Soy doctora y sé que muchas cosas pueden salir mal. El bebé puede estar mal implantado, si es que hay un bebé. Puedo tener un embarazo embrionario o un embarazo ectópico. Puedo tener un embarazo Molar o un Mortinato… Tantas cosas pueden salir mal. Ahora o después, incluso en el parto.
Mierda, quizá debí asegurarme de que el bebé esté bien antes de involucrar a Ming.
Miro su rostro y un dolor nuevo astilla mi corazón. Si no estoy embarazada o si pierdo a este bebé, Ming sufrirá.
–Cuando volvamos a casa tenemos que contarle a mi mamá –dice entusiasmado.
–¿Casa? –pregunto sin entender–. Tu casa querrás decir.
–Nuestra casa –contradice–. Tenemos muchas cosas que planificar –declara casi zumbando de anticipación–. La habitación del bebé, a qué colegio irá, qué nombre tendrá –enumera sin detenerse ni siquiera para coger aire–. Y tenemos que planificar la boda.
–¡¿Boda?! –pregunto poniéndome de pie.
Ming enloqueció.
–Señorita Jones.
Me giro cuando una voz suave me llama. Tomo mi cartera y camino hacia el box. Ming trota detrás de mí como un perrito entrenado.
La doctora me recibe con una cálida sonrisa.
–Embarazada –dice levantando una hoja con lo que creo es el resultado del examen que me hicieron cuando llegué a la Clínica–. Tres semanas –agrega y respiro algo más tranquila.
Al menos ahora existe la posibilidad de que este bebé sea de Ming y no de Milton.
La doctora comienza con el discurso de los cuidados que debo tener y me recomienda algunas vitaminas prenatales.
–Val es doctora, y es la mejor –interrumpe Ming.
–Mucho mejor –celebra la doctora con una enorme sonrisa–. Sabrás que cuidados tener. A la camilla –ordena y obedezco mientras todo mi cuerpo se enfría con cada minuto que pasa.
Seré madre.
Seré una madre y ni siquiera sé si he hecho un buen trabajo cuidando de mí misma.
–Quiero a mi mamá –susurro mientras lágrimas nublan mis ojos.
Siempre me ha dolido haber perdido a mis padres en ese horrible accidente. Pero creo que nunca me ha dolido tanto como ahora.
–Me tienes a mí –declara Ming tomando mi mano–. No pienso ir a ningún lado, hermosa.
Golpeo su hombro. –¿Ya no soy Val la apestosa? –le pregunto cuando recuerdo cómo me llamaba cuando éramos niños.
–Siempre he amado tu olor –devuelve con una sonrisa tirando de sus labios–. Siempre he amado cada pequeña parte de ti.
Pongo los ojos en blanco mientras la doctora sube mi blusa y me aplica el gel.
La ginecóloga prende la pantalla y me incorporo para poder ver mejor. Sonrío cuando puedo ver una pequeña luz resplandecer.
–Aquí está su bebé –dice la doctora.
Ming toma mi mano con más fuerza. –Ya se parece a ti –declara–. Es brillante igual a su madre.
Vuelvo a poner los ojos en blanco, pero me tranquilizo al ver que, por ahora, todo va bien con mi bebé.
Mi bebé.
Tengo que repetirlo, porque me es difícil creer que en treinta y siete semanas más seré madre.
–El blastocito está bien implantado –me asegura la doctora.
–Lo sé –susurro y tengo que secar las lágrimas que siguen escapando de mis ojos–. Ya se puede ver el saco amniótico.
–Así es –devuelve.
–¿Eso qué quiere decir? –pregunta Ming sin despegar sus ojos de la pantalla.
–Va todo bien – le aseguro.
Ming me golpea con toda la fuerza de su sonrisa y tengo que incorporarme cuando mi corazón comienza a latir más de prisa.
No debo creer en sus sonrisas ni en sus palabras, no después de lo que hizo.
Recibo la imagen de la ecografía, que Ming se apresura en arrebatármela.
–Quiero enmarcarla –explica sin dejar de ver esa pequeñita luz dentro de un océano de oscuridad.
Mi pequeño blastocito.
Nos despedimos de la doctora y salimos de la consulta. Cuando estamos llegando al estacionamiento toma mi mano y entrecruza mis dedos con los suyos, como una pareja lo haría.
Me detengo en seco y recupero mi mano.
–Detente –le ordeno.
–¿Te sientes mal?
–No –siseo–. Deja de tratar de hacer de esto algo más.
Se rasca su cabeza y sonríe de lado. –Creo que no te sigo, hermosa.
–Y deja de llamarme así.
–Pero eres hermosa –devuelve mientras toma mi rostro en su mano–. Tan hermosa que es doloroso mirarte.
Me cruzo de brazos y me alejo un paso de su magnetismo.
–Te agradezco que no hayas enloquecido con la noticia de mi embarazo y me acompañes.
–No tienes que agradecerme. Es nuestro hijo.
–No lo sabemos. Tenemos que hacernos el examen de paternidad.
Se acerca y coloca sus manos detrás de mi espalda, pegándome por completo a su cuerpo.
–No lo haremos porque no tengo ninguna duda. Es nuestro hijo. Estaba destinado a pasar, Val. Ahora seremos nuestra propia familia, ¿no lo ves?
–Tú y yo no somos familia, Ming –digo retrocediendo un paso–. Entiendo por qué hiciste lo que hiciste, y en cierta forma me alegra, porque quizá gracias a eso Mei tendrá una alegría, pero no quiero que sigas mintiéndome. Somos amigos y nos queremos. No sigamos dañándonos el uno al otro.
–¿Dañándonos?
–No tienes que mentir.
Sonríe. –No estoy mintiendo. ¿Por qué lo haría? Te amo, hermosa, siempre te he amado. Quiero que seas mi esposa.
Cubro mi rostro y niego con mi cabeza. –No. Ya no es necesario, ¿no lo ves? Mei tendrá lo que quiere, no tenemos que casarnos.
–¡Claro que tenemos que casarnos! –gruñe.
–No, Ming. Ya no tienes que seguir mintiendo. Ya no es necesario –insisto golpeando el suelo con mi pie–. Mei estará feliz. No tienes que arruinar tu vida al lado de una mujer a la que no quieres.
Sonríe tensamente. –No crees que te amo, ¿verdad?
–Claro que no. Me utilizaste –le recuerdo–. Lo reconociste.
–No fue así –sisea tomando mi brazo con fuerza, pero se aleja de inmediato y luego pasa las manos por su rostro–. Fui un idiota, Val. Debería haberte dicho que quería casarme contigo porque te amaba, pero me acobardé.
–¡Deja de mentir! –le pido mientras enormes lágrimas corren por mis mejillas–. Solo deja de hacerlo –exijo antes de salir corriendo.
Odio sentirme así. Tan sensible que cualquier cosa pueda romperme, pero entiendo que es normal en mi etapa de embarazo. Lo que no entiendo es por qué Ming se empeña en lastimarme.
¿Es qué acaso no puede ver que su incapacidad para amarme me está destruyendo?
Espero que esto no cambie nada los resultados🥺😬