Caminos De Escape

Luego del conflicto que tuvo Jhon Bell con Oscar, llevó a Miranda al club. Al llegar, se dirigió solo a la habitación privada de Thomas Brown.

Al entrar al cuarto, la atmósfera se sentía pesada. Brown notó su llegada de inmediato; Jhon se quedó parado, con la cabeza medio agachada, como si intentara ocultar algo. Sin embargo, Thomas no podía ignorar el extraño matiz en el rostro de Jhon. Se levantó de su asiento y caminó lentamente hacia él, su mirada intensa escaneando cada detalle.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Thomas, su voz autoritaria resonando en el silencio del cuarto.

Jhon sintió cómo el peso de la mirada de Brown lo aplastaba. La incomodidad lo invadió, pero sabía que no podía ocultar la verdad.

Jhon hizo un movimiento con la cabeza.

—El hombre... —suspiró, sintiendo el peso de la situación—. El que quiere estar cerca de Miranda.

—¿Él te golpeó? —preguntó Brown, su voz resonando con una mezcla de incredulidad y enfado—. Jhon, ¿cómo vas a dejar que un tipo así te haga esto? Quiero que me digas qué ocurrió y por qué te hizo eso.

—Lo encontré saliendo de la casa de Miranda. Al parecer, ese sujeto ya sabe dónde vive... No sé cómo lo hizo.

—¿Qué? ¿Me estás diciendo que ese bastardo fue a su casa a verla? —la furia de Thomas se palpaba en el aire—. ¿Y no fuiste capaz de darle una golpiza? Solo lograste hacerme quedar como un ridículo. Recuerda que nosotros somos los que hacemos frente a idiotas como él.

El rostro de Jhon se tornó más serio. La decepción en los ojos de Thomas lo atravesó, pero también lo llenó de determinación.

—Ese bastardo no sabe con quién se está metiendo —dijo Thomas, caminando lentamente con las manos detrás de la espalda, su voz cargada de ira—. Quiere robarme a mi chica, y lo peor es que ella le sigue la corriente. Quiero que estés atento a todo, ¿entendiste, Jhon? Si esto se sale de control, tú también serás responsable.

Las palabras amenazantes flotaban en el aire, pesadas como una nube oscura. Jhon sintió un escalofrío recorrer su espalda; la presión era real.

Mientras tanto, Oscar llegaba a su departamento después de un largo día en las calles. Abrió la puerta con la esperanza de darse una ducha fría, comer algo y finalmente descansar. Sin embargo, al cruzar el umbral, se llevó una sorpresa: su representante estaba allí, sentado en una silla con una expresión seria.

—Oscar —dijo su representante, levantando la mirada—. Necesitamos hablar.

Oscar entró y dejó su mochila en una silla, sintiendo que el peso del día aún lo acompañaba.

—¿Qué haces aquí? ¿Pasó algo malo? —preguntó, con una mezcla de preocupación y confusión.

David se levantó de la silla y caminó hacia él, una sonrisa amplia iluminando su rostro.

—No, todo lo contrario, Oscar. Adivina qué —dijo, casi saltando de la emoción.

Oscar lo miraba fijamente, su curiosidad creciendo.

—No, no lo sé. Solo dímelo —expresó, impaciente.

—¡Vas a poder volver a las peleas! —exclamó David—. Encontré otro lugar para irnos, otra ciudad. Donde hay mejores oportunidades que aquí. Allí podremos empezar de cero. ¡Y la oportunidad de volver a pelear como has deseado se hará realidad! Conseguí los boletos en un autobús para los dos; nos vamos de aquí mañana por la noche. Así que prepárate para volver a triunfar y comenzar una nueva vida.

La emoción de David era contagiosa, pero Oscar sintió un torbellino en su estómago. ¿Era esto realmente lo que quería?

Miranda cruzó por la mente y el corazón de Oscar, como un eco de su promesa. Una parte de él no quería irse; sabía que le había hecho una promesa a Miranda, y romperla sería como traicionar no solo a ella, sino también a sí mismo. La imagen de su sonrisa lo perseguía, recordándole lo que significaba para él.

Por otro lado, la idea de volver a las peleas era simplemente magnífica. Después de tantas complicaciones y obstáculos, finalmente parecía que su sueño estaba al alcance de su mano nuevamente.

Oscar se encontraba en un cruce de caminos: ¿debería seguir el camino que siempre había deseado o aferrarse a la conexión emocional con Miranda? La lucha entre su ambición y su corazón lo hacía sentir dividido, como si cada opción llevara consigo un peso diferente.

Finalmente, Oscar suspiró, como si una carga pesada se hubiera posado sobre sus hombros.

—Lo siento, David...—dijo, dejando que un silencio incómodo llenara el aire—. Pero ahora no puedo irme.

—¿Qué? ¿Por qué no puedes irte?—preguntó David, con una mezcla de confusión y preocupación en su voz—. No me digas que te encariñaste con esta ciudad en tan poco tiempo.

David suspiró, sintiendo que algo no encajaba. Esperaba una respuesta clara, algo que pudiera entender.

—No, no es eso—dijo Oscar, tomando aire profundamente antes de revelar lo que realmente sentía—. Escucha, conocí a una chica aquí... ella es tan especial para mí. Aunque no la conozco desde hace mucho tiempo, verás, está pasando por un momento complicado. Le hice una promesa, David—se acercó a el con sinceridad en sus ojos—. Le prometí que no la dejaría sola en este problema. Y no puedo romper mi promesa.

Oscar sintió cómo las palabras pesaban en su pecho. A pesar de lo que podía perder al quedarse, sabía que el verdadero riesgo sería abandonar a alguien que necesitaba su apoyo.

David quedó un poco confundido y frustrado, como si una tormenta estuviera formándose dentro de él. Había dedicado tanto tiempo y esfuerzo a conseguir esos boletos, a crear documentos y identificaciones falsas para poder escapar a esa nueva ciudad.

—¿Me estás diciendo que vas a tirar tu vida y esta nueva oportunidad a la basura por una mujer?—exclamó David, su voz cargada de incredulidad—. Ese no es el Oscar que conozco.

Las palabras salieron de su boca como un eco de la desesperación que sentía. Se pasó una mano por el cabello, tratando de calmarse, pero no podía evitar sentir que todo lo que habían planeado se estaba desmoronando.

—Mira, Oscar—continuó, suavizando un poco su tono—. No se trata solo de ti. Se trata de lo que hemos construido juntos. ¿Y si esta chica no es lo que crees? No puedes arriesgarlo todo por alguien que apenas conoces.

—Te lo puedo asegurar que sí puedo confiar en ella y ella en mí —dijo Oscar, su voz firme, como si estuviera tratando de convencer no solo a David, sino también a sí mismo. —Si puedo ayudarla, lo haré. Muy pocas veces en mi vida he tenido la oportunidad de ayudar a alguien. Ahora que tengo esta oportunidad, tengo que intentarlo.

David lo miró con preocupación, sintiendo la intensidad de la declaración de su amigo.

—Está bien... Oscar, pero solo quiero que te escuches lo que estás diciendo. Estas oportunidades no se presentan muchas veces; espero que esto no afecte tu vida —dijo David, mientras pasaba al lado de Oscar, dirigiéndose hacia la salida.

—No es por esta vida que temo —interrumpió Oscar ligeramente antes de que David se alejara.

David se detuvo y se volvió lentamente hacia él.

—¿Crees que realmente puedes ayudarla?

—Creo que Dios la puso en mi camino —dijo Oscar con convicción, interrumpiéndolo nuevamente—. A veces, las cosas suceden por una razón.

David se dirigió a la salida, pero justo al llegar a la entrada, se detuvo y miró a Oscar con una mezcla de preocupación y determinación.

—Si cambias de opinión, llámame —dijo David, su voz cargada de una tensión silenciosa antes de irse.

Mientras David se marchaba, sintió el peso de sus palabras. Al final de todo, él era su representante, y tenía que apoyarlo así como el primer día que se conocieron. Era evidente que si Oscar no viajaba, David tampoco podría irse.

Oscar se quedó allí un momento, reflexionando sobre lo que había dicho David. La decisión de ayudar a esa persona no solo podía cambiar su vida; también podría afectar su relación con David. ¿Estaba dispuesto a arriesgar eso?

Finalmente, Oscar caminó hacia su cama, se sentó y tomó su Biblia. Las páginas parecían susurrarle consuelo.

—Padre mío, ¿estaré haciendo lo correcto? —dijo en voz baja, su voz apenas un susurro en la penumbra de la habitación.

—Lo que no cabe duda es que no puedo marcharme en este momento. Ella me necesita; nadie va a hacer que cambie de opinión —afirmó Oscar, sintiendo el peso de sus palabras.

Dejó la Biblia a un lado de su cama y se sumió en pensamientos sobre cómo podría arreglar todo. La realidad era abrumadora: era imposible solucionarlo todo en un solo día. La fecha de su compromiso de viajar se acercaba rápidamente, como una sombra que se cernía sobre él.

—Mañana lo pensaré con más claridad —se dijo a sí mismo, tratando de encontrar algo de paz en medio del caos.

Sin embargo, el nudo en su estómago persistía; todo lo que estaba pasando le había robado el hambre. Finalmente, se acostó, sintiendo cómo el cansancio lo envolvía y lo llevaba al sueño, aunque las dudas seguían danzando en su mente.