CADA DÍA

...[Algo más que intimidad]...

La noche aún no terminaba, y mientras salíamos de la galería, sentía que el mundo se había reducido a nosotros dos. Las luces de la ciudad titilaban a lo lejos, pero mi mente seguía atrapada en lo que acababa de vivir. No podía dejar de pensar en cómo Areu había logrado conocerme de una manera que ni yo misma entendía del todo. Y lo más loco era que me gustaba. Me gustaba mucho.

Subimos al auto en silencio, pero esa clase de silencio que estaba cargado de significado. Mientras avanzábamos por las calles iluminadas, él deslizó su mano sobre mi muslo, suave, pero firme, como si quisiera recordarme que todavía quedaba algo más por descubrir.

—¿Te gustó la sorpresa? —preguntó, su voz baja y con un matiz de satisfacción.

Me giré hacia él, mordiéndome el labio para contener la sonrisa que amenazaba con escaparse.

—Me encantó, —admití.

Él soltó una risita y, sin apartar la vista del camino, añadió:

—Entonces, ya sabes lo que sigue, ¿no?

Mi corazón dio un salto. Claro que sabía.

Habíamos bromeado sobre eso en la cafeteria, cuando me dijo que si la sorpresa era buena, no tendría excusa para no quedarme a dormir con él. En ese momento lo tomé como un juego… pero ahora, las palabras cobraban un peso distinto.

Lo miré de reojo, notando la seguridad en su rostro, la forma en que la luz de la calle resaltaba sus rasgos. Sentía el calor subiéndome por el cuerpo, la mezcla de nervios y deseo enredándose en mi pecho.

—Supongo que no tengo excusa, —susurré finalmente, dejando que mis palabras colgaran en el aire.

Areu solo sonrió, esa sonrisa que ya sabía que significaba problemas… de los buenos.

Llegamos a su edificio, un rascacielos elegante en el centro de la ciudad. El guardia nos saludó con una inclinación de cabeza, y tomamos el ascensor hasta el último piso. El silencio en ese espacio cerrado era casi palpable, la tensión entre nosotros creciendo con cada piso que subíamos. Sentía su mirada en mí, intensa, como si pudiera leer mis pensamientos.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, me tomó de la mano y me guió hasta su penthouse. Al entrar, me sorprendió el espacio: amplio, con ventanales enormes que dejaban ver toda la ciudad iluminada. Pero apenas tuve tiempo de admirar el lugar. En cuanto la puerta se cerró detrás de nosotros, Areu me empujó suavemente contra la pared, sus labios encontrando los míos con una urgencia que me dejó sin aliento.

El beso fue intenso, cargado de todo lo que habíamos contenido durante la noche. Sus manos exploraron mi cintura, subiendo por mi espalda mientras yo me aferraba a su cuello, sintiendo cómo el calor entre nosotros aumentaba. Me dejó sin espacio para pensar, solo para sentir.

Me levantó en brazos sin esfuerzo, haciéndome reír contra sus labios, y me llevó hacia su habitación. La risa pronto se desvaneció cuando sus labios encontraron mi cuello, dejando un rastro de besos que me erizaban la piel.

La habitación era un reflejo de él: elegante, pero con un toque desordenado que lo hacía sentir real. No había tiempo para fijarme en los detalles. En cuanto me dejó caer sobre la cama, sus manos comenzaron a deslizarse por mi cuerpo con una seguridad que me encendía aún más.

Mis dedos encontraron su camiseta, tirando de ella hasta quitársela, revelando su torso marcado. Sus labios volvieron a los míos, mientras nuestras respiraciones se mezclaban, rápidas y desordenadas. Sentía cada latido de mi corazón retumbar en mis oídos, mientras sus manos bajaban por mis muslos, levantando mi vestido con una lentitud que me volvía loca.

Nuestros cuerpos se movían al mismo ritmo, sincronizados en una danza que no necesitaba palabras. Las caricias se volvían más intensas, los besos más profundos. Sentía su piel contra la mía, caliente y firme, y cada roce encendía una chispa que me hacía arquear la espalda de placer.

La noche se convirtió en un torbellino de sensaciones. El mundo exterior desapareció, dejando solo el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas y los gemidos que escapaban de mis labios. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero cuando finalmente llegamos al límite, el clímax fue como una explosión que me dejó temblando entre sus brazos.

Nos quedamos así, enredados en las sábanas, con la respiración agitada y el corazón desbocado. Areu acariciaba mi cabello, sus dedos suaves recorriendo mi piel, y yo me aferraba a la sensación de su cuerpo junto al mío.

—No sabía que me gustarías tanto, —susurró contra mi oído, su voz ronca por el cansancio y la satisfacción.

Sonreí, apoyando mi cabeza en su pecho, escuchando el ritmo constante de su corazón.

—Yo tampoco lo sabía, —admití, cerrando los ojos, dejando que el calor de su cuerpo me envolviera.

Esa noche, en su penthouse, supe que algo había cambiado. No era solo la atracción física, no era solo la emoción de lo nuevo. Era algo más profundo. Algo que me asustaba y me emocionaba al mismo tiempo. Y mientras me quedaba dormida en sus brazos, supe que esto apenas comenzaba.