Junsu, un sigma que oculta su verdadera naturaleza, con el peso de los prejuicios en su vida, sobreviendo en un mundo que lo rechaza. Junsu se ve envuelto en un falso acuerdo amoroso con Hyunmin, su jefe, un alfa. Lo que comienza como una farsa para salvar las apariencias y un futuro impuesto, pronto se transforma en una conexión genuina que ninguno de los dos esperaba.
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Despertar
Desperté de golpe, aturdido. El aire a mi alrededor estaba pesado, impregnado con el olor de lo que había pasado. Tardé unos segundos en ubicarme, en darme cuenta de dónde estaba y de lo que había sucedido. Giré mi cabeza lentamente, encontrándome con Hyunmin profundamente dormido a mi lado. Su respiración era regular, tranquila, como si nada de lo que había ocurrido le afectara. Sentí un nudo en el estómago, una sensación de culpa que me envolvía por completo, preguntándome cómo habíamos llegado a esto.
Me moví con cautela, pero cada pequeño movimiento me recordaba lo que había pasado. Mi cuerpo estaba adolorido, especialmente la espalda, como si hubiera sido forzado a doblarse de maneras que no estaba preparado para soportar. Me dolían las piernas, el cuello, todo. Con cuidado, me levanté de la cama, recogiendo mi ropa esparcida por el suelo, intentando no hacer ruido, con la esperanza de no despertarlo.
Caminé hacia el baño, cerrando la puerta tras de mí lo más suavemente posible. Me detuve frente al espejo por un momento, observando mi reflejo. Mi piel estaba marcada, llena de moretones y mordiscos, testigos de lo que había pasado. No pude sostener mi mirada mucho tiempo. Me giré hacia el lavamanos y comencé a limpiarme. Me sentía asqueroso, una sensación que no desparecía por más que me limpiara una y otra vez. Sentía la piel arder, pero no podía dejar de frotar, como si de alguna manera el agua pudiera borrar lo que había pasado.
Cuando terminé, volví a mirar al espejo, esta vez sin poder evitar la oleada de recuerdos. Mi ex padrastro, ese hombre que casi arruinó mi vida, era imposible no trazar la conexión en mi mente. Sentí una punzada de repulsión hacia mí mismo. Me pregunté qué clase de persona era para aprovecharse de Hyunmin en su estado. Sabía que los alfas, cuando estaban en su rut, muchas veces no eran conscientes de lo que hacían, y quizá Hyunmin ni siquiera recordaría lo sucedido, pero yo lo recordaría todo.
No podía soportar la idea de haber cruzado esa línea. Me sentí igual de asqueroso, igual de despreciable que ese hombre que una vez intentó abusar de mí. El hecho de que en algún momento hubiera deseado esto, que hubiera sentido excitación, solo empeoraba las cosas. Me hacía sentir más sucio, como si toda mi vida hubiera estado destinado a repetir este ciclo de violencia y abuso, aunque esta vez, yo era el que lo había permitido.
Salí del baño en silencio, asegurándome de no hacer ningún ruido mientras me deslizaba hacia la puerta de la entrada. Miré una última vez a Hyunmin, que seguía durmiendo profundamente. Rezaba en silencio para que no recordara nada de lo que había pasado.
Me repetía una y otra vez que no había razón para preocuparme. No iba a quedar embarazado, no era ni siquiera una posibilidad real, pero la ansiedad que recorría mi cuerpo no me dejaba en paz. Caminaba por las calles casi en automático, con los pensamientos nublados y la sensación de culpa aún latente. Todo lo ocurrido con Hyunmin me pesaba en la conciencia, y aunque trataba de tranquilizarme, sabía que la incertidumbre no me dejaría hasta que hiciera algo al respecto.
Lo cierto era que mi situación era peculiar. No nací siendo sigma, fui convertido en uno, algo raro y doloroso, y por mucho que mi cuerpo funcionara como uno, un sistema reproductor desarrollado de manera completamente funcional era casi imposible. No sabía si podía o no quedar embarazado, y nunca me detuve a comprobarlo. Solo fui al médico para que me recetaran los inhibidores y las otras pastillas necesarias para suprimir las feromonas y cualquier rastro que me expusiera. Nunca quise ahondar más en mi condición, era suficiente con mantenerla bajo control.
Además, la fertilidad de los sigmas era conocida por ser extremadamente baja, tanto para embarazar como para embarazarse. No éramos como los omegas, que parecen hechos para procrear. Los sigmas eran algo diferente, algo fallido a los ojos de muchos, y con todos los medicamentos que tomaba, las posibilidades de fertilidad eran casi inexistentes. Saber todo eso de manera racional no era suficiente para calmar mi mente. La ansiedad no escucha lógica, y una pequeña parte de mí seguía inquieta, como si hubiera una voz en mi interior que me empujaba a tomar todas las precauciones posibles.
Terminé entrando a una farmacia, mis manos sudaban mientras me dirigía al mostrador. La empleada me miró con indiferencia mientras le pedía una pastilla de emergencia y algunos antiinflamatorios. Me sentía ridículo por hacer eso, pero era lo único que me traía algo de paz. Salí de la farmacia con la bolsita en mano, sintiéndome un poco más en control, aunque el nudo en mi estómago no desaparecía del todo.
Volví a mi casa rápidamente, con la cabeza llena de pensamientos. El eco de lo sucedido con Hyunmin me acompañaba en cada paso. Cada vez que cerraba los ojos, recordaba la desesperación en su rostro, el dolor, el placer, el caos de esa noche que me había dejado marcado, tanto física como emocionalmente.
Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue dirigirme a la cocina. Tomé un vaso de agua y, sin pensarlo dos veces, me tomé la pastilla. Sabía que era innecesaria, pero la ansiedad me exigía que tomara todas las medidas posibles. Luego me tomé los antiinflamatorios, con la esperanza de que aliviaran el dolor físico que aún sentía en la espalda y en las piernas.
Mientras me sentaba en el sillón, miré la caja vacía de la pastilla de emergencia. La culpa seguía ahí, inamovible. No solo por lo que había pasado, sino por lo que había permitido que ocurriera. Había dejado que mi deseo, mi atracción hacia Hyunmin, nublara mi juicio. Había querido aquello en algún nivel, aunque no de la forma en que sucedió, y esa realización me carcomía por dentro.
El resto del día me dediqué a descansar, pero no era fácil ignorar lo que había pasado. Mi cuerpo seguía adolorido, como si los recuerdos de aquello estuvieran marcados en cada músculo. El dolor me recordaba lo que había permitido que sucediera, y por más que intentara relajarme, la tensión no desaparecía del todo. Decidí tomar un baño caliente, esperando que el agua aliviara parte de mi malestar y me permitiera estar lo suficientemente bien para ir al trabajo-
El baño ayudó un poco. El calor del agua suavizó el dolor en mi espalda y piernas, dándome al menos un pequeño respiro. me quedé en la bañera más tiempo del que normalmente lo haría, dejando que el vapor llenara la habitación, intentando despejar mi mente, pero los pensamientos seguían viniendo, uno tras otro, como si fueran imposibles de detener.