⚠️ Contiene suicidio, depresión, transtorno de estrés postraumático, dependencia emocional, violencia, abuso, rasgos de psicopatía, sadismo, contenido +18 (censurado) y una relación poliamorosa.
John, un omega que se ha cansado de vivir. Decide que ya no hay sentido alguno, se sumerge en el lago pinos susurrantes y allí deja escapar su vida. Tercer intento fallido, pero ahora todo es diferente. Al parecer en ese mundo nadie conoce a los omegas y la persona que más le hizo daño, ha muerto. John descubre en este mundo la delicadeza que las personas pueden tener pero que él nunca conoció en su antiguo mundo, el doctor Jeison. El Dr se muestra amable, atento y cuidadoso de una manera que John no ha experimentado. Lleno de cicatrices tanto en su cuerpo como en su corazón, ignora el hecho de que quien acaricia su nariz es un lobo disfrazado de oveja.
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He hecho el desayuno para los dos
John
El Dr. no me había hablado desde la cena. Aún no había salido el sol, pero ya me encontraba despierto. Su cabello caía sobre su rostro relajado, su pecho sobresalía de las sábanas y se movía lentamente. Él dormía profundamente. Mi rostro se calentó al darme cuenta de la forma tan cuidadosa en que lo observaba.
El Dr. estaba actuando distante; sabía que me había equivocado en algo y necesitaba saberlo, pero temía que preguntar solo lo enfadara más. Hasta ahora, el Dr. no había sido brusco, así que no tenía nada que temer, pero era difícil sentirme completamente seguro cuando lo único que había aprendido era que no estaba seguro en ningún lugar. Tenía miedo de que en cualquier momento todo cambiara, que el amable Dr. que no me lastimaba se transformara en un lobo feroz.
Me levanté lentamente de la cama, me puse la bata y fui al baño a lavarme la cara y cepillarme los dientes. Me miré en el espejo y me veía bien: había subido de peso y las ojeras no eran pronunciadas; mis labios y mi rostro se veían hidratados, e incluso mi cabello había mejorado. Era un omega feo en comparación con los demás: carecía de buena salud y buena apariencia. Estaba seguro de que ni siquiera me había desarrollado bien. Era flaco y no tenía el color vivo que tanto caracterizaba a los omegas; me había apagado hace mucho tiempo.
Salí del baño y observé al hombre acostado en la cama. No podía arruinar lo que tenía con él. Esta estabilidad no la podía perder. Aunque él me viera como una mascota, estaba bien; podía soportarlo hasta que muriera. Ya no tenía tantas ganas de morir, pero no me importaría si lo hiciera. Salí de la habitación y llegué a la cocina. Estaba saliendo el sol, así que no había nadie allí. Podía aprovechar esta situación para mejorar su relación con el Dr.
Decidí hacerle el desayuno. Había trabajado hace tiempo en una granja, donde había mejorado mis habilidades culinarias al tener muchos ingredientes con los que experimentar. Revisé la cocina; lo primero que debía encontrar era el arroz, el Dr. debía tener arroz en su plato. Me encontré con unos aguacates y la cesta de huevos, con los cuales podría hacer un delicioso arroz. Revisé la nevera y había gran diversidad de frutas. Tomé varios tipos de frutas para hacer una ensalada.
Empecé cocinando el arroz. Mientras este se hacía, picaba las frutas y las ponía en un bol grande. Luego, limpié y enjuagué la lechuga y la añadí a la ensalada. Una vez que el arroz estuvo listo, lo serví en un tazón y coloqué las rodajas de aguacate encima. Cociné un huevo frito y lo puse sobre el arroz. El Dr. era grande y necesitaba mucha fuerza, así que terminé por cocinar un huevo extra. Ahora que todo estaba hecho, el sentimiento de arrepentimiento me invadió.
¿Y si no le gustaba? ¿Qué pasaría? Mi pecho me dolió y me sentí ahogado. No quería decepcionar al Dr., y menos cuando él no me había pedido nada de esto y lo estaba haciendo porque así lo quería. Mis ojos se pusieron borrosos y mi respiración se entrecortó. Cuando por fin estaba haciendo algo bueno, mis temores llegaban nuevamente. Debería estar alegre y esperanzado de que el Dr. comiera mi comida y al finalizar me acariciara la cabeza mientras me felicitaba. Pero no, en cambio, la respiración se me iba y mi cuerpo se debilitaba mientras caía lentamente al piso. No, no podía arruinarlo, si lo arruinara, sería tratado como un desperdicio, sería golpeado hasta hacerlo bien, sería insultado y humillado y entonces… Y entonces perdería toda la tranquilidad que había conseguido hasta ahora…
- Conejo, ¿qué te pasó? – Preguntó el Dr. mientras me sostenía en el suelo.
– Respira, vamos. Inhala y exhala lentamente, controla tu respiración. – Seguí su voz, aunque fue difícil obedecer en mi situación, lo logré. El Dr. me ofrecía control sobre mí mismo cuando yo no podía mantenerme en paz.
– Vamos a sentarnos– dijo y después de caminar unos pasos, recordé el desayuno que estaba en la cocina.
– No– Dije deteniéndonos a ambos. –Yo… he preparado el desayuno para los dos— realmente la situación por la que acababa de pasar no me importaba tanto como mejorar las cosas con el Dr.
– ¿Lo has hecho? – preguntó, mirando a la cocina. –Se ve delicioso– dijo mientras me miraba a los ojos. Mi corazón se aceleró y mi cuerpo se calentó de manera repentina. Sabía que la presencia del Dr. provocaba en mí cosas que no eran normales, pero esto, esto era necesidad pura de tenerlo para mí.
Aquellos ojos verdes y el roce de sus manos me hicieron estremecer, mis piernas se consumieron y escuché un gemido escapar de mi boca cuando instintivamente acerqué mi cara a su pecho. Quería llegar a su cuello, pero era demasiado alto y mis piernas estaban demasiado débiles y temblorosas.
– ¿Qué te está pasando? – Preguntó el Dr.
– Mi… mi celo se adelantó, Dr. –
– ¿De qué hablas? – preguntó.
– Yo… yo quiero pasar mi celo con usted Dr. – dije mientras apretaba mi rostro a su pecho, quería atrapar todo su olor e impregnarlo en mí. Quería estar rodeado por el olor del Dr.
– Estás muy caliente– dijo el Dr. mientras me levantaba en sus brazos y me llevaba a la habitación.
Me acostó en la cama.
– Traeré medicamentos– dijo, pero nada de eso funcionaría.
No tenía fiebre ni estaba enfermo, era mi cuerpo el que se había inducido al celo mucho antes de lo esperado. Era como si tuviera un afrodisíaco dentro de mí que luchaba por salir de la manera más pervertida y vergonzosa posible. Me quité la bata y la tiré lo más lejos que pude. No podía hacer eso, el Dr. podría verlo y sería demasiado vergonzoso. Pero aun así, el deseo de salir era imprescindible. Miré a mi alrededor y el Dr. no estaba. Rayos, no podía perder la razón ahora. John, no pierdas la razón, no lo arruines.