El Imperio De Las Rosas

Todo había salido bien para el archiduque. El debut de Ellie fue un éxito, pero algo no iba bien; la repentina aparición de Esteban y el estado de ánimo de su hija no iban acorde con la noche.

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Ellie se quedó en el jardín, ni siquiera quiso entrar a su habitación. Solo quería disfrutar de su soledad por un momento, algo que no era habitual en ella. Observó cada una de las estrellas y las contó hasta quedarse dormida. Añoraba ser una de ellas.

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El archiduque había sido llamado al palacio del emperador a primera hora para recibir al segundo príncipe, quien había llegado antes de lo previsto. Posiblemente, iba a necesitar más tropas y por eso estaba siendo llamado, o ya había sido derrotado.

No tardó en alistarse y al salir, notó los tacones que había usado Ellie al lado de las rosas azules que le había obsequiado; extraño. Con su espada al lado, se acercó más al jardín y notó a su hija dormida, sus ojos hinchados. ¿Por qué habrá llorado?

“Esteban”, llamó al mayordomo, quien apareció al instante detrás de él. Hizo una seña y este, tocando el hombro de Dietrich, transfirió los recuerdos de esa noche a él.

Pudo sentir lo que sintió Ellie, la impotencia y el asco hacia Arthur; fue abrumador. Debía castigarla; no debió reaccionar de esa manera tan impulsiva.

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Los nobles no dejaban de murmurar ante el regreso del segundo hijo del emperador, estaban seguros de que había fracaso en la conquista de Amperion. Era prácticamente imposible conquistarla debido a que habían sido bendecidos por la diosa de la guerra.

Se abrieron las puertas del palacio dejando ver a los soldados y a la cabeza estaba Richard, el hijo ilegítimo del emperador con un trapo en la mano. Al estar al frente de la familia imperial hizo una reverencia y mostró el trapo, era la bandera de Amperion cubierta en sangre junto con el anillo del gobernante de esta.

Se quitó su casco y mostró su rostro, no había ningún rasguño presente. Los murmullos de los nobles se escucharon más fuertes mientras que la emperatriz casi se desmaya y Arthur miraba con odio a su hermano menor.

“Acércate, hijo”. Dijo el emperador orgulloso de la hazaña de Richard, este hizo caso omiso y se acercó más a él; haciéndole entrega de la bandera junto con el anillo del gobernante de Amperion. El emperador lleno de euforia se colocó el anillo, su imperio estaba completo ahora.

El archiduque observaba con detenimiento la situación, era posible armar una rebelión si tenían a ese Richard de su lado. Sus ojos estaban llenos de entusiasmo, Richard era su descubrimiento; lo que él no sabía es que incluso el emperador lo quería en el trono.

Para nadie era secreto que el emperador odiaba a la emperatriz por haber matado a su gran amor, pero con su hijo siempre se había mantenido al margen y lo ha apoyado incondicionalmente para volverlo emperador. Más este no era su deseo, para él Richard es el indicado para el trono.

Los nobles empezaron a hablar cada vez más alto sobre la gloria de Richard y esto solo hacía sentir incómodo a Arthur, el no había pisado el campo de guerra mientras que Richard desde sus diez años estaba masacrando a cualquiera que estuviera en contra su padre, llevándole siempre la victoria. Esta vez no había sido la excepción.

El emperador, con una mirada que destilaba una mezcla de orgullo y astucia, se dirigió a Richard en un tono que resonaba por todo el salón del trono: “Richard, hijo de valor incalculable, tu hazaña ha resonado a través de los rincones más distantes de nuestro imperio y más allá. La conquista de Amperion no es solo una victoria militar; es un triunfo que será recordado a lo largo de las eras, un legado que perdurará tanto como las estrellas en el cielo. Por tal victoria, se te concederá cualquier deseo que tu corazón anhele. Pide, y será tuyo, pues tal es el poder y la generosidad de tu emperador.”

La sala se mantuvo en silencio, la molestia entre los demás miembros de la familia imperial era notoria y la sorpresa en sus rostros; divertido, desde el punto de vista del archiduque y Richard. Él cuál sabía con qué intención iban dirigidas las palabras de su padre.

“Mi emperador, mi único deseo es servir a nuestro imperio y expandir sus fronteras. Por eso, pido algo que no es para mí, sino para la grandeza de nuestro reino. Solicito que el príncipe heredero, Arthur, me acompañe en la próxima campaña. Su presencia fortalecerá la moral de nuestras tropas y unirá aún más a nuestra familia imperial en la vista de todos”. Los nobles quedaron impactados, sin creer en como Richard había perdido su oportunidad de exigir el trono como suyo a excepción del archiduque quién se dio cuenta del plan del bastardo del emperador. Matar al príncipe heredero en el momento indicado y culpar al enemigo. Astuto.

La emperatriz no pudo evitar hacer notar su evidente preocupación por su hijo, temía por la vida de este debido a la nula experiencia en el campo de batalla qué este poseía. Se le hacía una falta de respeto ¿por qué su hijo debía ir a la guerra si estaba ese bastardo? Solo para eso lo dejó vivir, para proteger a su hijo de morir en manos enemigas.

“Es una petición inusual, pero veo la sabiduría en tus palabras. La presencia del príncipe heredero en el campo de batalla será un mensaje poderoso para nuestros enemigos y aliados por igual. Que así sea, Arthur te acompañará y aprenderá de tu liderazgo”. Los nobles conversaron entre ellos hasta que uno en voz alta dijo “Seguramente por la falta de experiencia lo matan y quedará como príncipe heredero ese bastardo”

La sala fue inundada por el silencio. El emperador bajó de su trono y con su espada mató al noble que se atrevió a decir tales blasfemias de su hijo. Él sabía sobre las intenciones de Richard, pero no debía dejar que este rumor se propague porque sería inculpado como traición tan solo llegase con la noticia que había muerto Arthur.

“Quién se atreva a decir que mi heredero no es capaz de ir a la guerra, será ejecutado por blasfemia”. Los nobles empezaron a temblar desde sus lugares mientras Richard disfrutaba del espectáculo y desde la lejanía le guiño un ojo a Arthur quien solo miró con rabia. Parecía que haría un berrinche en cualquier momento.

Con esto se dio por terminada la sesión de ese día.

...... ...

“No pienses que te has salido con la tuya, te recuerdo tu lugar; eres un bastardo”. Las palabras de la emperatriz iban llenas de veneno y rencor hacia Richard, quien solo le sonrió con ironía.

El odio que sentía hacia esa mujer era inmenso, desde que mató a su madre había jurado vengarla, pero hasta este momento no había tenido la oportunidad; le quitaría lo que más quería y ese es su hijo, Arthur. La haría rogar porque la matase.

... ......

El emperador le había dado un palacio a su madre, la amaba. Richard no podía sentirse más feliz al ver a su madre hablar sobre como su padre los adoraba y le había prometido regalarle el territorio más fértil del todo el imperio como muestra de su amor. Afton.

Y de un momento a otro, entraron los secuaces de la emperatriz tomando a su madre del cabello, Richard no sabía que estaba ocurriendo. ¿Por qué trataban de esa manera a su madre? Hasta que la vio a ella llegar, la emperatriz. Rebeca.

“¿Cómo has estado, Roxana? Disfrutando de lo que me pertenece, perra”. La mirada de la emperatriz iba con recelo hacia Roxana, pasando la espada por su bello rostro, lastimándolo. La risa de Rebeca no dejó de sonar en la habitación al herirla.

El niño no sabía que hacer, estaba estupefacto, todo estaba sucediendo tan rápido. Cuando parpadeo la cabeza de su madre ya estaba en el suelo rodando, llegando hasta sus pies.

“Mantente seguro entre las sombras”. Su madre en ningún momento rogó por su vida, solo dijo esto último que iba dirigido hacia su hijo. Esto llenó de más rabia a la emperatriz.

Tomó del cuello al bastardo, queriendo matarlo hasta que escuchó a uno de sus aliados quien dijo que le sería útil para proteger a su hijo de las guerras. Una sonrisa se enganchó en su rostro y soltó al niño, tirándolo contra la pared.

“Recuerda siempre tu lugar, no seas como tu madre de ambicioso”