Después de casi cinco años de una relación donde Adrien Gautier amaba de manera incondicional, decide liberar al aparentemente indiferente periodista de nota roja, Carlo Mancini, convencido de que sus sentimientos no son correspondidos. Sin embargo, conforme Adrien avanza en su nueva vida, surge la pregunta intrigante: ¿Carlo experimenta celos hacia su mejor amigo?
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📌Tercer novela de la trilogía: Hermanos Mancini
📌 Relación gay
📌 M-preg
(No pregunten si habrá alguna pareja heterosexual, porque no hay)
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Capítulo 09. Te dejo libre.
El recorrido hacia el departamento de Adrien fue envuelto en un silencio denso que parecía anunciar el fin de algo más que una simple noche. Para Adrien, cada paso hacia su hogar resonaba como un compás melancólico, marcando el final de una etapa. Estaba decidido a despedirse de Carlo de la forma más cruel posible, no hacia él, sino hacia sí mismo, sumiéndose en el sufrimiento y el dolor como un intento desesperado de olvidar.
Mientras tanto, el silencio en el auto comenzaba a pesar en los pensamientos de Carlo. Nunca había logrado entender completamente a Adrien Gautier, siempre actuando de manera impulsiva y a veces destructiva. Le desconcertaba la dualidad de su personalidad, alternando entre la indiferencia y la vulnerabilidad, entre la frialdad y la necesidad de consuelo. Carlo se sentía atrapado entre el deseo de abrazarlo y el impulso de golpearlo por su comportamiento egoísta y errático.
Le aterraba la forma en que Adrien ocupaba sus pensamientos, temiendo nunca poder sacarlo de su mente. Había momentos en los que deseaba confrontarlo y hacerle ver sus errores, pero al instante siguiente, anhelaba poder darle el amor y la comprensión que parecía necesitar desesperadamente. Sin embargo, temía que cualquier gesto de cariño fuera malinterpretado y reforzara la idea equivocada que Adrien tenía sobre sus sentimientos.
—Hemos llegado —anunció Carlo al detener el auto y apagar el motor. Adrien, quien había permanecido en silencio y con los ojos cerrados, asintió con cansancio.
—Ayúdame a bajar —murmuró Adrien, tomando la mano de Carlo antes de que este pudiera salir del vehículo. Carlo frunció el ceño, confundido por la repentina acción y las palabras que siguieron—. Que idiota —exclamó Adrien, con un tono de desánimo evidente. Carlo se mantuvo en su lugar, observándolo con desconcierto mientras Adrien continuaba—. Vamos, quiero hablar contigo.
Sin más opción que seguirlo, Carlo salió del auto y siguió a Adrien hasta el elevador del estacionamiento. Ambos subieron en silencio hasta el departamento en el último piso. Al llegar, Adrien se despojó de su saco, corbata y zapatos, dejando un rastro de ropa por el camino. Carlo, con gesto resignado, recogió las prendas y las colocó ordenadamente, antes de dirigir su mirada hacia Adrien.
—¿Qué es lo que me quieres decir? —preguntó Carlo al ver que Adrien permanecía en silencio, esperando una explicación que seguramente sería tan desconcertante como todas las demás facetas de Adrien que había conocido.
—Estuviste con esa zorra, ¿verdad? —Cuestionó Adrien con frivolidad—, y no trates de negarlo, pude oler su perfume barato impregnado en tu piel. ¡Ja!, ni siquiera para uno de calidad decente le alcanza.
—¿Cuándo dejarás de menospreciar a las personas? Pareces un adolescente con ese comportamiento tan estúpido. Si solo me invitaste para hablar de ella, es mejor que me vaya —respondió Carlo, frunciendo el ceño y cruzando los brazos.
—Si sabes a quién me refiero, entonces me das la razón de que simplemente es una mujer sin escrúpulos —proclamó Adrien, cruzando las piernas y adoptando una postura de superioridad que incomodaba a Carlo.
—Adrien...
—Está bien, no diré nada más sobre ella —dijo Adrien, levantando las manos en señal de rendición—. Pero dime, ¿por qué ella? ¿Por qué la defiendes y valoras si apenas la conoces? En cambio, nunca me defendiste cuando todos decían cosas horribles sobre mí. Nunca valoraste mi amor. Me esforcé mucho por lo que pensé que teníamos. Pero solo bastó un mes, Carlo, un mes para darme cuenta de que, aunque entregara todo, nunca recibiría nada. Y ahora ella tiene todo lo que yo siempre quise de ti.
Las palabras de Adrien eran como dardos cargados de dolor y resentimiento. Cada vez que pensaba en el tiempo y la energía que había invertido en amar a Carlo, sentía una profunda sensación de abandono y desilusión. Se preguntaba una y otra vez si realmente había significado algo para Carlo, pero la respuesta parecía ser siempre la misma.
—Estás equivocado, Adrien —respondió Carlo, metiendo las manos en los bolsillos y apretando los puños—. Tú ya lo sabías, lo dejé claro desde el principio, cuando me obligaste a firmar ese contrato.
Adrien mordió su labio inferior con fuerza, luchando contra las lágrimas que amenazaban con escaparse. Las palabras de Carlo le recordaban una realidad dolorosa que prefería no enfrentar.
—Y no entiendo qué es lo que ella tiene que nosotros no tenemos —añadió Carlo, buscando comprender la situación.
—¿No? —Adrien se puso de pie y se dirigió al librero detrás de la sala. Sacó un sobre amarillo y lo arrojó hacia Carlo con desdén—. ¿Y esto qué es? —preguntó con voz cargada de amargura.
Carlo abrió el sobre y encontró fotografías de ellos en diferentes lugares, incluida una donde se veían besándose.
—No significa nada —intentó explicar Carlo—, fue un error, solo eso.
La frialdad con la que Carlo hablaba solo hizo que la sonrisa sarcástica de Adrien se ensanchara.
El peso de la indiferencia y la falta de reciprocidad de Carlo se había vuelto insoportable para Adrien. A pesar de que habían pasado meses, el dolor de no ser correspondido seguía siendo agudo. Se sentía como si hubiera sido arrastrado a un torbellino de emociones falsas y promesas rotas. La frialdad de Carlo se había convertido en un puñal que se clavaba repetidamente en su corazón, dejándolo herido y confundido.
Estaba cansado de perseguir a alguien que nunca lo amaría de la manera que él anhelaba. Estaba cansado de sufrir por un amor unilateral y superficial. Adrien lamentaba haber permitido que sentimientos superficiales crecieran en su corazón, prometiéndose a sí mismo que no volvería a caer en esa trampa emocional.
El dolor y la rabia de Adrien se expresan a través de sus palabras y acciones:
—Yo sé que no te gusto, y sé que nunca te voy a gustar, entonces, ¿Por qué no aprovechas esta oportunidad para decirlo claramente?, justo como lo hacías antes.
Adrien caminó hacia Carlo y se paró frente a él, después, recargó su frente en el fuerte pecho y dejó caer sus manos a su costado, dándole un semblante de rendición.
—Porque no importa lo que diga, siempre encontrarás la manera más ruin de atarme a ti. —Dijo después de varios segundos en silencio. Adrien sonrió amargamente. Otra vez, otra vez Carlo le reclamaba su libertad arrebatada hacía cuatro años.
—Tienes razón —Adrien levantó el rostro y lo miró con frialdad, aunque únicamente era una máscara perfecta para ocultar su sufrimiento—. Soy una persona que busca exclusividad, soy posesivo y celoso. Nunca permitiría que vieras a nadie más, ni que hablaras con nadie que no sean tus hermanos o cuñados. Sabes que, al igual que en el pasado, me desharía de cualquier persona que intentara coquetear contigo… te mantendría vigilado las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año. Tienes razón, soy ruin y egoísta, una completa mierda de persona.
Las palabras de Adrien causaron un vuelco en el corazón de Carlo. Por supuesto que había algunos comportamientos cuestionables, pero que él mismo se describiera de esa manera, y la forma tan calmada en la que lo hizo, le hicieron querer abrazarlo y decirle que no era verdad todo.
Adrien, a pesar de ser un cabrón, tenía una humanidad y humildad que no había visto en muchas personas. Siempre ayudaba en obras de caridad para huérfanos, además apoyaba a las asociaciones animalistas y demás, pero, al parecer, eso no lo podía ver él mismo.
—Pero, ¿sabes qué? —Adrien dio dos pasos hacia atrás y regresó al librero, de donde sacó algunos papeles—, ya me cansé de jugar contigo, fueron cuatro años en los que estuve detrás de ti como si fueras el último hombre en la tierra —Adrien se cruzó de brazos y se rio—, pero ni siquiera eres tan atractivo. Solamente eres uno más del montón.
—¿Qué mierda estás diciendo? —Carlo arrugó las cejas y caminó hacia él.
—¿A caso eres sordo? —Se burló—, puedo encontrar a cualquier persona cuando yo quiera, después de todo, los rumores que creíste decían que soy una puta, ¿no es cierto?
Carlo se quedó en silencio. Adrien estaba en lo correcto, todos esos rumores, a pesar de que evitaba escucharlos y pensar en ello antes de conocerse más íntimamente, estaban metidos en su cabeza y, en ocasiones, incluso él se lo había dicho. Le había dicho que tenía una gran lista de candidatos y no tenía que obsesionarse con él. Pero, al escucharlo decir que buscaría a su remplazo, no pudo evitar sentir coraje.
—Tienes razón, intenta reemplazarme, a ver si lo logras. Pero, no te sorprendas si algún día te llega la invitación a mi boda.
Esas palabras hicieron que el pecho de Adrien doliera. Estaba dispuesto a dejarlo, pero no quería escucharlo decir nada como eso. Era realmente doloroso. Sin embargo, se obligó a ser fuerte y mostrar un rostro indiferente.
—Estaré encantado de ir, por eso, te dejo libre, Carlo Mancini.
Adrien extendió las hojas hacia él y Carlo las agarró, leyendo el contenido, se dio cuenta de que era el fin de su contrato.