Un deseo por lo prohibido
Viviendo en un matrimonio lleno de maltratos y abusos, donde su esposo dilapidó la fortuna familia, llevándolos a una crisis muy grave, no tuvo de otra más que hacerse cargo de la familia hasta el extremo de pedírsele lo imposible.
Teniendo que buscar la manera de ayudar a su esposo, un contrato de sumisión puede ser su salvación. En el cual, a cambio de sus "servicios", donde debía de entregársele por completo, deberá hacer algo que su moral y ética le prohíben, todo para conseguir el dinero que tanto necesita...
¿Será que ese contrato es su perdición?
¿O le dará la libertad que tanto ha anhelado?
NovelToon tiene autorización de Ana de la Rosa para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capitulo 10
Ella lucia triste, sus ojos hinchados y su cuerpo decaído, mostraban su estado de ánimo. No obstante, aun así, era preciosa.
— Puedes acercarse, señora.— dijo Alfred.
Ella se acercó a Alfred, ignorando por completo a Yeikol. Era la decisión más difícil de su vida.
— Acepto.
— Acepta ser…
— No tienes que repetir esa palabra.— interrumpió Muriel a Alfred, y continuó hablando. — Haré lo que me pidas, pero necesito un adelanto de dinero. Mi esposo está en el hospital y requiere una operación de emergencia.
Yeikol escuchó cada palabra. Era evidente que ella estaba pensando por un mal momento.
— Señora, no es tan fácil. Tienes que leer y firmar un contrato.— explicó Alfred.
— Dale dinero, y entrégale un teléfono para que se pueda comunicar conmigo, cuando esté lista.— dijo Yeikol y salió de la oficina, malhumorado por la indiferencia de Muriel.
Alfred llegó a un acuerdo con Muriel, y le depositó un millón de dólares.
Cinco días después.
Noah se estaba recuperando satisfactoriamente. La operación había dado bueno resultados.
Muriel, sentada en una silla, mirando a su esposo, quien ya empezaba a hablar con normalidad, y mostraba buen semblante. Recordó el contrato que debía firmar. Para ella, era el principio del fin.
— ¿En qué piensas?— preguntó Noah.
Ella se acercó a él, y le agarró la mano.— Estoy feliz. Gracias a Dios, te estás recuperando pronto.
Él hizo un gesto de dolor mientras intentaba acomodarse.
— No te esfuerces. — dijo Muriel.
— De qué sirve que me cuide, si tengo que volver a prisión y ahí no serán amables conmigo.
La señora Beatriz, entraba a la habitación, y escuchó lo que dijo su hijo, comentó despreocupada. — Quién digo que vas a volver a prisión. Gracias a tu esposa, volverá a casa.
Muriel la miró de reojo. Si tan solo supiera cuál era el pago por la vida de su hijo, y su libertad.
Noah sonrió y miró a su esposa, emocionado.— ¿Eso es cierto amor? Qué generoso es tu jefe.
Muriel caminó hacia la puerta, necesitaba tomar un poco de aire fresco.— Sí, mi jefe es muy generoso.— dijo antes de salir.
Ella sentía que su mundo se venía hacia abajo. Como podía dejar que otro hombre la tocara. No quería pensar en lo que se avecinaba, pero el sonido del teléfono que le entregó Alfred, la hizo pisar tierra firme.
Ella contestó y únicamente escuchó la parte en la que el asistente de su jefe, preguntó; — Señora Brown, ¿ya estás lista?
“¿Lista? Jamás voy a estar lista”. — se respondió a sí misma. Pasó aproximadamente un minuto antes de responder. Quería que fuera una pesadilla, pero la voz de Alfred sonaba muy real.
“Señora, espero su respuesta”
“Sí, dígame que tengo que hacer”
Alfred le dio la dirección de un hotel, el número de habitación, y la hora.
Muriel sabía que debía cumplir con lo acordado. No tenía opción, y tampoco podía obviar el hecho de que ya había recibido dinero. “¿Por qué en un hotel? ¿Acaso no podían elegir otro lugar?”— se preguntó la joven.
Ella volvió a la habitación, y le dijo a su esposo. — Amor, nos vemos al rato. Tengo algo que hacer.
— ¿A dónde vas a esta hora?
— Hijo, Muriel, tienes algunas cosas pendientes que resolver, pero cuando tú vuelvas con nosotras, todo volverá a la normalidad. ¿Verdad, Muriel?
La joven la miró, y deseó que fuera así.— Sí, así es.
A la hora acordada, ella se presentó en el hotel. Era un hotel cinco estrellas, muy lujoso. Preguntó en recepción, en que piso quedaba la habitación 201. La recepcionista le dio la información y ella le dio las gracias.
Subió al ascensor, y sentía que le faltaba el aire. Sentía una mezcla de ira, lástima, y autodesprecio.
Estaba frente a la habitación. Respiró profundamente. Nerviosa y a punto de llorar, tocó la puerta.
Alfred le abrió, e hizo una reverencia.— Bienvenida, señora. Pase adelante.
Ella entró lentamente y miró todo el espacio. Pudo ver a Yeikol sentado, como de costumbre, en silencio. Mirándola fijamente, con una postura de estar esperando una reacción de su contrincante.
— Puede sentarse, señora. Estamos aquí por seguridad. Como sabes, todo es estrictamente confidencial.— dijo el asistente.
Muriel se acomodó en el sofá. Los latidos de su corazón eran acelerados. Su nerviosismo era evidente y sus ojos cristalizados mostraban miedo.
Alfred dedujo la angustia y temor de la mujer, y para que se relajara le ofreció un trago de whisky.
— Mucha gracia, señor, pero no consumo alcohol. ¿Sería tan amable de regalarme un vaso de agua? — Muriel observó a Yeikol, como podía estar tan relajado.
Alfred amablemente le tendió la mano con el vaso de agua. — Señora, puede leer el contrato con detenimiento.
Ella se tomó un sorbo de agua. Realmente, tenía la garganta seca.
Alfred sacó el contrato del maletín, y se lo entregó a la joven. La carpeta tenía más o menos nueve páginas. Sin duda, tenía muchas cláusulas.
Muriel volvió a tomar agua y procedió a leer.
Al principio del documento, estaba la fecha, la dirección, y el nombre completo de la mujer. Seguido del nombre de la contra parte, y el tema acordado.
Luego estaban las cláusulas.
1; No hablar del contratante bajo ninguna circunstancia.
2; No crear vínculo con el contratante.
3; No negarse a cumplir ninguna petición.
4; No derramar lágrimas.
5; No expresar palabras obscenas.
6; Estar disponible, sin poner objeciones.
7; No hacer preguntas.
8; Si tiene pareja sentimental, no quedar embarazada durante el año que dure el contrato.
9; No comunicarse con el contratante.
10; No tocar, ni besar al contratante.
Había más cláusulas, pero eran irrelevantes.
Muriel leyó las cláusulas, pero había algunas que no entendía, y le preguntó a Alfred.— Me puedes explicar la cláusula número 2.
— No puedes sentir ningún tipo de afecto por mi señor.
Ella miró a Yeikol con desdén.— Créame que nunca sentiría algo con alguien que me use a su voluntad.
Deja a Muriel en paz, que cargue con su cruz.....allí estás echándole sal a la erida
Ay Milena .....que no digas que nadie le dijo.