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La Rebelde Y El Rey De La Mafia

La Rebelde Y El Rey De La Mafia

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mafia / Completas
Popularitas:154
Nilai: 5
nombre de autor: ysa syllva

Júlia, una joven de 19 años, ve su vida darse vuelta por completo cuando recibe una propuesta inesperada: casarse con Edward Salvatore, el mafioso más peligroso del país.
¿A cambio de qué? La salvación del único miembro de su familia: su abuelo.

NovelToon tiene autorización de ysa syllva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 9

Era la madrugada cuando Julia se despertó con el ruido de voces provenientes del piso de abajo.

Inicialmente pensó que era un sueño. Pero el sonido de algo pesado siendo arrastrado y un grito ahogado cortaron cualquier ilusión de paz.

Ella se levantó en silencio, con el corazón acelerado. Se puso una bata sobre el camisón y salió de la habitación, caminando de puntillas por el pasillo oscuro. Cada paso era un peso en el estómago. Algo estaba mal.

Muy mal.

Se detuvo en lo alto de la escalera y vio las luces encendidas en el salón lateral de la mansión. Aquella puerta... siempre cerrada con llave. A aquella parte de la casa, ella jamás había entrado.

Pero estaba abierta ahora.

Con la respiración contenida, bajó un escalón, luego otro, hasta conseguir ver por la rendija de la puerta entreabierta. Lo que vio hizo que la sangre se le helara.

Edward estaba allí. De traje, como siempre. Impecable. Frío. Intocable.

Pero el hombre delante de él... estaba arrodillado. Sangrando. Con las manos atadas a la espalda. El rostro deformado de tanto golpear.

Y Edward sostenía un arma.

—Te lo advertí —dijo Edward, en tono bajo, cruel—. La traición tiene precio. Y el tuyo fue demasiado alto.

—Por favor... lo juro... nunca dije nada... —el hombre balbuceaba, con la voz quebrada.

Julia se llevó la mano a la boca, intentando contener un grito. Estaba paralizada.

—Vendiste información de mi familia. Quisiste jugar a ser espía con la mafia rusa... ¿y ahora estás implorando misericordia?

Edward se agachó delante del hombre, con la calma de quien da órdenes en una cena, no sentencias de muerte.

—Aquí no existe el perdón.

—Aquí, yo soy Dios.

El sonido del disparo fue sofocado por un silenciador, pero el impacto alcanzó a Julia como un puñetazo. Ella retrocedió un paso, con las piernas fallando, el corazón acelerándose en pánico.

Él mató. Allí. Sin dudar. Sin pestañear.

No era solo un hombre peligroso. Era un monstruo.

Ella volvió a la habitación, cerrando la puerta con fuerza. Las manos temblaban. El estómago se revolvía.

No importaba lo que él decía.

No importaba el beso.

O la tensión.

Nada borraba el hecho de que Edward Salvatore era un asesino.

Y ella estaba casada con él.

Julia estaba sentada en el borde de la cama, con los codos apoyados en las rodillas, los ojos fijos en el suelo de mármol como si pudiera quemar la imagen que presenció minutos antes.

El sonido del disparo aún resonaba dentro de ella.

Pero lo que quemaba no era miedo.

Era asco.

Era revuelta.

La puerta de la habitación se abrió con lentitud. Y, como una sombra, Edward entró.

Él estaba calmado.

Como siempre.

El traje ya había sido retirado, y él ahora doblaba las mangas de la camisa negra, como si hubiera acabado de resolver algo simple —no quitar la vida de un hombre.

—¿Ya decidiste si vas a fingir que no viste o si vas a armar un escándalo? —preguntó él, con la voz cortante como acero.

Julia levantó el rostro despacio.

Los ojos de ella no tenían pavor.

Tenían furia.

—Sabía que eras sucio. Pero no pensé que estuvieras podrido hasta los huesos —disparó ella, con desprecio.

Él se acercó con lentitud.

—¿Un hombre muerto te choca más que el contrato que firmaste para salvar a tu abuelo?

—El contrato lo firmé con el diablo —escupió ella—. Y tú probaste hoy que tienes el infierno dentro de ti.

Edward se detuvo delante de ella. Los ojos tan fríos que parecían de vidrio.

—Él me traicionó. Y la traición, conmigo, se paga con sangre.

—Claro. Porque solo así te sientes en control, ¿no? Necesitas matar para sentirte alguien.

La provocación fue una bofetada verbal. Pero Edward no reaccionó con gritos. No se exaltó. Él nunca necesitaba eso.

—Yo no necesito probar nada a nadie, Julia. Mucho menos a ti.

Ella se levantó, con el rostro cerca del de él.

Desafiante.

Sin desviar.

—Pues que sepas que yo no soy una de esas mujeres quebradas que debes comprar por ahí. Yo no voy a bajar la cabeza, Salvatore. Ni si me apuntas con un arma.

—Yo no quiebro cosas. Yo destruyo —respondió él, con la voz firme.

—Puedes intentar —susurró ella, con una media sonrisa torcida—. Pero yo no soy hecha de porcelana. Soy hecha de la mierda que la vida me arrojó. Y eso, mi querido rey de la mafia, no se destruye con un tiro.

Ellos se encararon por largos segundos.

Silencio.

Tensión.

Ninguno de los dos cedió.

Hasta que él viró de espaldas y fue en dirección a la puerta.

—Tienes una reunión mañana temprano. Vístete con algo decente. Y compórtate.

—¿Vas a matarme si uso jeans rotos?

—Aún no he decidido si vales el tiro —respondió él, antes de salir.

Ella soltó una risa seca, sin humor.

—Eres un despojo helado, Salvatore.

Pero él ya se había ido.

Y ella se quedó allí.

Sola.

Con el corazón latiendo fuerte —no de miedo, sino de adrenalina.

Porque ella sabía, con todas las letras, que este juego entre los dos solo estaba comenzando.

Y ella no iba a perder.

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