Uno asesina, otro espía, otro envenena y otro golpea y pregunta después. Son solo sombras. Eliminan lo que estorba, limpian el camino para quien gobierna con trampas y artimañas.
No se involucran. No se quiebran.
Pero esta vez, los cazadores serán cazados.
Porque hay personas que no preguntan, no piden permiso, no se detienen.
Simplemente invaden… y lo cambian todo.
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Fingir estar casados… si esto va a ser un desastre
Llevaba todo el día dando vueltas por la casa, sin saber qué hacer conmigo mismo. Clover me tenía inquieto. Me gustaba su compañía, eso era innegable. Pero había algo en su presencia que me descolocaba, algo que no podía entender del todo. Me costaba poner en orden mis pensamientos, como si todo en mi cabeza estuviera revuelto.
Finalmente, me dirigí al taller y me encontré frente al artefacto en forma de ave que solía darme mis misiones. Lo miré con frustración, esperando que al menos me ayudara a deshacerme de toda la tensión que sentía.
—Vamos, dame una misión pronto —le dije, más para mí mismo que para el ave—. Algo para liberar todo lo que llevo encima.
Me quedé mirando el artefacto como si mi desafío fuera a hacer que se activara antes. Nada. Solo silencio. Estaba a punto de salir de la habitación cuando, de repente, el artefacto brilló. Perfecto.
Me acerqué rápido y, cuando la misión apareció frente a mí, me dieron ganas de romper el maldito artefacto en mil pedazos. Y no solo el artefacto, sino a quien demonios me asignaba las misiones. Parecía hecho a propósito.
Tenía que viajar al pueblo de Berlith, hospedarme en una posada y averiguar sobre los contactos del dueño. Hasta ahí, todo sonaba fácil. El dueño estaba implicado en delitos graves, cosas que merecían acabar rápido y de forma definitiva. Eso no era lo que me molestaba. Lo complicado era que la misión principal era descubrir con quiénes trabajaba y quiénes eran sus clientes: nobles, y no cualquier noble, sino algunos cercanos a la corona. Un trabajo delicado que requería tiempo y discreción.
Pero esa no era la peor parte.
Tenía que hacerme pasar por un viajero y para no levantar sospechas, debía llevar conmigo a una esposa bonita o una amante. Eso haría que el dueño de la posada no sospechara. Sin esa distracción, corría el riesgo de ser descubierto antes de tiempo.
Me desplomé en la silla del taller, con la nota aún en la mano, sintiendo cómo todo el peso de la misión me caía encima. ¿De dónde diablos iba a conseguir una mujer que me acompañara sin hacer preguntas? ¿Cómo diablos iba a manejar todo eso sin complicarme la vida más de lo que ya estaba?
Fue entonces cuando Clover, que siempre parecía notar cuando algo estaba mal, se acercó y me miró con esa mirada curiosa.
—¿Qué pasa? —preguntó, sus ojos escrutando mi expresión.
Sin pensarlo mucho le di la nota. Era la primera vez que le daba una nota de misión directamente a Clover. Siempre había manejado esos detalles solo, sin meterla en los aspectos más sucios de mi trabajo, excepto aquella vez cuando enseñé a "Rowen" a espiar y esconderse. Fuera de eso, nunca había compartido las instrucciones, y mucho menos la fuente.
Clover tomó la nota con algo más que simple curiosidad; parecía sorprendida, pero no por lo que decía el mensaje, sino porque se lo había pasado. Sabía que algo había cambiado al hacerlo.
Sin decir una palabra, leyó el contenido. No hice nada por ocultar mi incomodidad. Lo que realmente temía no era que supiera de la misión, sino que viera quién la enviaba. Las iniciales "MD" al final del mensaje. Hasta ahora, Clover nunca había hecho preguntas sobre que hacia, pero estaba seguro de que, tarde o temprano, las haría. Era lista, y esas malditas iniciales ya debían haber levantado sospechas. Pero, sorprendentemente, no mencionó nada sobre eso.
Después de leerlo, levantó la vista y me miró.
—No veo el problema en sí —dijo, como si fuera lo más obvio del mundo.
Eso me enfureció un poco. De un movimiento brusco, le quité la nota de las manos.
—¿El problema? —repetí, tratando de contener la molestia—. Ya es bastante agotador tener que espiar y fingir ser alguien que no soy, pero ahora encima tengo que preocuparme por llevar una maldita acompañante y evitar que se meta en la misión. Ni siquiera voy a poder estar tranquilo.
Lo dije de una sola vez, más rápido de lo que pretendía. La misión ya de por sí me ponía de mal humor, pero ahora estaba atrapado en una situación en la que todo podía salir mal. No solo tendría que lidiar con las mentiras y las apariencias, sino con el constante miedo de que la persona que me acompañara complicara aún más las cosas. No podía concentrarme si tenía que estar pendiente de otra persona todo el tiempo, y mucho menos si esa persona no entendía del todo en qué estaba metida.
Clover, sin inmutarse ante mi enfado, simplemente se encogió de hombros. Como si todo el asunto fuera algo trivial.
—Pues yo no veo el problema —dijo, su tono era despreocupado, casi práctico—. Yo te acompaño.
Me congelé. No estaba seguro de haber escuchado bien. La miré como si hubiera perdido la cabeza.
—¿Qué? —dije, frunciendo el ceño.
—Lo que oíste. Yo te acompaño. —Clover me sostuvo la mirada, tranquila, como si acabara de ofrecer ir al mercado y no a una misión en la que el sigilo y la discreción eran cruciales.
Cuando Clover soltó su respuesta directa, "Yo te acompaño", una parte de mí sintió un extraño alivio. Y, aunque no quería admitirlo, algo más dentro de mí realmente disfrutaba la idea. El pensamiento de que ella estaría cerca, que pasaríamos tiempo juntos, me daba una sensación que no podía explicar. Pero al mismo tiempo, eso traía consigo un nuevo problema. Acercarme a ella de otra forma.
Mi mente se llenó de dudas al instante. ¿Cómo iba a manejar todo esto sin perder el control? No era solo una misión. Era Clover. Y, aunque fingir fuera nuestra especialidad, esta vez el papel que tenía que interpretar me resultaba más incómodo de lo que debería. Me quedé mirándola, sin saber muy bien cómo reaccionar.
Como si leyera mis pensamientos, Clover soltó una carcajada despreocupada y se volvió hacia mí con una sonrisa en los labios.
—No deberías preocuparte tanto —dijo, quitándole peso a la situación—. Nos conocemos. Nos cuidamos. Y, además, me has enseñado bien.
Claro, nos cuidamos. Eso era verdad. Pero esta vez, algo se sentía diferente. No estaba preocupado porque no fuera capaz de manejar la situación. Ella podía hacerlo. Lo que me inquietaba era cómo iba a manejarme yo con ella.
Intenté quitarme esas ideas de la cabeza, forzándome a sonar burlón, como siempre hacía.
—¿Y tú crees que podrías fingir ser mi esposa? —le dije, intentando sonar despreocupado, aunque mi tono no era tan firme como de costumbre.
Clover rió suavemente y, antes de que pudiera reaccionar, se acercó demasiado a mí. Podía sentir su presencia, su proximidad, algo que hacía que mi corazón se acelerara de una manera que no entendía. Se inclinó hacia mí, con esa confianza que siempre la caracterizaba, y sus ojos verdes brillaban con diversión.
—Si pude engañarle al increíble Ezran como Rowen, esto será fácil. —Su voz era suave, pero tenía ese tono burlón que siempre me descolocaba.
Y, sin más, me dio un beso en la nariz. Fue un gesto tan inesperado y casual que me dejó completamente congelado. No supe cómo reaccionar. Todo lo que sentía, todo lo que pasaba por mi mente, se detuvo en seco.
Ella se apartó con una sonrisa traviesa en los labios, como si hubiera sido la cosa más normal del mundo, y sin decir nada más, se giró y se fue, dirigiéndose de vuelta a las gemas que estaba puliendo antes de que la interrumpiera.
Me quedé allí, sentado en mi silla, sin saber qué diablos acababa de pasar. El beso en la nariz no era lo que esperaba. No había sido serio, pero me había dejado completamente fuera de lugar. Clover seguía siendo la misma: directa, sin filtros, segura de sí misma. Y aunque esa seguridad solía hacerme sentir tranquilo, ahora me dejaba completamente confundido.
Ella había vuelto a lo suyo, como si nada hubiera pasado, como si el beso fuera solo una pequeña broma. Pero a mí me había afectado más de lo que quería admitir. Mientras la veía continuar con las gemas, me di cuenta de que lo que acababa de suceder solo complicaba más las cosas.
Nos conocemos. Nos cuidamos.
Los días siguientes se llenaron de práctica. Teníamos que estar preparados para la misión, saber exactamente cómo actuar, qué decir, y, sobre todo, cómo parecer un matrimonio convincente. Eso era lo complicado. Clover estaba tranquila, más de lo que esperaba. En cuanto a investigar, descubrir los contactos del dueño de la posada y conseguir la información que necesitábamos, no había ningún problema. Ambos sabíamos cómo manejarnos en esos escenarios. Pero fingir ser esposos... ese era otro asunto.
Y para colmo, Clover se estaba divirtiendo a mi costa.
—Amor, ¿me alcanzas eso? —decía con una sonrisa traviesa, estirando la mano hacia mí en el taller.
—Mi amor, ¿puedes ayudarme con esto? —preguntaba de manera casual, como si fuera lo más normal del mundo.
—Buenas noches, amor —decía cada vez que íbamos a dormir, con un tono que rozaba lo burlón.
Cada vez que lo decía, me gustaba y me molestaba al mismo tiempo. Me gustaba, porque no había manera de negarlo: lo que sentía por ella no era solo amistad, ni camaradería, ni esa extraña hermandad que había imaginado al principio. Era amor, simple y claro. Y cada vez que la escuchaba decir "amor", me retorcía por dentro de una manera que no podía controlar.
Pero al mismo tiempo, me molestaba. Porque para ella, esas palabras eran solo parte del papel que teníamos que ensayar. Solo fingía. Y eso me irritaba más de lo que quería admitir. Cada vez que usaba esa palabra, recordaba que, para ella, esto era una simple práctica, un juego que nos preparaba para la misión. Pero para mí, era mucho más. Era real.
Cansado de sentirme acorralado por mis propios pensamientos, decidí que era hora de vengarme.
Mientras estábamos en el taller, Clover pasó cerca de mí, su atención completamente puesta en las herramientas que estaba usando. No lo pensé mucho. En un impulso, la agarré de la cintura y la jalé hacia mí, sentándola de golpe en mi regazo. Pude ver cómo se tensaba al instante, sorprendida por el movimiento repentino.
—Mi amor, qué rico hueles —dije, imitando su tono burlón, acercando mi rostro a su cuello y rozando la piel con mis labios. Le di un beso suave en el cuello, solo para ver cómo reaccionaba.
Sentí cómo su cuerpo se puso rígido, y luego me maldijo entre dientes. Trató de soltarse de mi agarre, pero no la dejé ir tan rápido. Era mi pequeña venganza, y estaba dispuesto a aprovechar el momento. Tenerla tan cerca, sentir su calor y su perfume, me volvía loco, y aunque sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, no podía evitarlo.
—¡Eres un maldito idiota! —gruñó, finalmente liberándose y levantándose rápidamente de mi regazo. Su rostro estaba completamente enrojecido, y no pude evitar soltar una risa baja. Me encantaba verla tan desconcertada.
Clover me fulminó con la mirada, evidentemente furiosa, y se dio la vuelta para salir del taller, lanzando una última mirada de advertencia.
—No vuelvas a hacer eso —dijo, aunque su voz no era tan firme como solía ser.
La vi irse rápidamente, con pasos firmes y apretados, y mientras desaparecía por la puerta, me maldije a mí mismo. Sabía que no había sido el momento adecuado para algo así, y sabía que probablemente había cruzado un límite que podría complicarlo todo. Pero, maldita sea, tenerla tan cerca había valido la pena.
Me quedé sentado allí, con la cabeza en un torbellino de pensamientos y emociones. Cada vez que Clover usaba la palabra "amor", me recordaba que esto era solo una actuación para ella. Pero tenerla en mis brazos, aunque fuera por un breve momento, me había hecho desear que no lo fuera.