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Dueños Del Juego

Dueños Del Juego

Status: En proceso
Popularitas:665
Nilai: 5
nombre de autor: Joe Paz

En el despiadado mundo del fútbol y los negocios, Luca Moretti, el menor de una poderosa dinastía italiana, decide tomar el control de su destino comprando un club en decadencia: el Vittoria, un equipo de la Serie B que lucha por volver a la élite. Pero salvar al Vittoria no será solo una cuestión de táctica y goles. Luca deberá enfrentarse a rivales dentro y fuera del campo, negociar con inversionistas, hacer fichajes estratégicos y lidiar con los secretos de su propia familia, donde el poder y la lealtad se ponen a prueba constantemente. Mientras el club avanza en su camino hacia la gloria, Luca también se verá atrapado entre su pasado y su futuro: una relación que no puede ignorar, un legado que lo persigue y la sombra de su padre, Enzo Moretti, cuyos negocios siempre tienen un precio. Con traiciones, alianzas y una intensa lucha por la grandeza, Dueños del Juego es una historia de ambición, honor y la eterna batalla entre lo que dicta la razón y lo que exige el corazón. ⚽🔥 Cuando todo está en juego, solo los más fuertes pueden ganar.

NovelToon tiene autorización de Joe Paz para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 8: La Decisión

Así terminaba un gran día en Vittoria. Entre reuniones, celebraciones y tensiones, el club parecía tomar forma, tanto en la cancha como en la sala de juntas. Pero la noche aún guardaba sorpresas.

Poco después de la llamada, Adriano se quedó mirando por la ventana, dejando que la luz de la ciudad se mezclara con sus dudas. La oferta de Giovanni Rinaldi había calado hondo. Federico, con todo su potencial y entrega, era vital para el proyecto de Vittoria; sin embargo, la inyección de capital que Torino FC prometía podría aliviar las crecientes tensiones financieras.

No pasó mucho tiempo antes de que Luca llamara a una reunión de emergencia en una sala privada de la sede. La atmósfera era densa y el ambiente, apenas iluminado, reflejaba la gravedad de la decisión que debían tomar. Allí se encontraban Luca, Adriano y Massimo Bellucci, el entrenador, cuya experiencia y sentido del fútbol siempre habían sido un faro para el club.

Luca abrió la conversación con voz pausada y segura: —Chicos, la oferta de Torino FC no es algo que podamos dejar pasar sin pensarlo bien. Federico ha sido el motor que nos ha impulsado, pero también es innegable que nuestra situación financiera pide soluciones urgentes.

Adriano, aún con el eco de la llamada resonando en su mente, intervino: —La propuesta es tentadora en términos económicos. Si aceptamos, podríamos invertir en fichajes y mejoras que quizá nos acerquen a la Serie A. Pero… ¿a qué precio? Federico no es una simple transacción; es parte fundamental de lo que estamos construyendo.

Bellucci, con la mirada fija en el horizonte a través de la ventana, aportó su punto de vista:

—En el vestuario y en la cancha, Federico es más que un jugador. Su actitud, su habilidad para inspirar a los compañeros… sin él, el equipo perdería esa chispa. El fútbol se gana con pasión y compromiso, no solo con números en una cuenta bancaria.

Luca suspiró y pasó la mirada entre sus compañeros: —Exactamente. Venderlo podría ayudarnos a solventar algunas deudas y darnos margen para renovar, pero también podría desestabilizar lo que tanto nos ha costado construir. Federico es esencial para nuestro proyecto de ascenso, y mi instinto me dice que no debemos desprendernos de él sin condiciones claras.

Adriano asintió, dejando que la tensión se disipara levemente en un murmullo de reflexión:

—Estamos en una encrucijada. Si aceptamos la oferta sin negociaciones, corremos el riesgo de perder la identidad del club. Pero, si nos aferramos a Federico a cualquier costo, podríamos ver agravarse la situación financiera.

Bellucci agregó, con tono sereno pero firme: —El éxito a largo plazo de Vittoria no se mide solo en resultados inmediatos. Es un equilibrio entre estabilidad económica y la pasión que llevamos dentro. Si Federico se va, no solo perdemos a un jugador; perdemos un pilar en el vestuario. Los muchachos lo sienten, y eso afecta la moral del equipo.

Luca tomó unos instantes para meditar, con la mirada perdida en los documentos sobre la mesa. Finalmente, habló con decisión: —Lo que propongo es lo siguiente: no responderemos a la oferta de inmediato. Necesitamos evaluar en profundidad una posible negociación, pero con condiciones muy claras. Si Federico va a ser parte de un eventual acuerdo, debemos asegurar que su futuro en el club –y, por extensión, el alma de Vittoria– permanezca intacto.

Adriano, con un brillo determinado en los ojos, concluyó: —Entonces, dejaremos la puerta abierta a Torino FC, pero solo en términos que protejan nuestra visión. Federico es nuestro futuro; cualquier trato deberá respetar eso.

Bellucci asintió y añadió: —Mientras tanto, el trabajo en el campo sigue. No podemos permitir que la incertidumbre perturbe el rendimiento diario. El vestuario debe saber que, pase lo que pase, la identidad de Vittoria sigue intacta.

La conversación dejó claro el dilema que enfrentaban. La posibilidad de vender a Federico era a la vez una solución inmediata y una amenaza a largo plazo. Y aunque la oferta de Giovanni seguía en el aire, lo que importaba era mantener el espíritu y la convicción que habían llevado a Vittoria a renacer.

En esa sala silenciosa, con la ciudad de Milán extendiéndose a lo lejos, Luca, Adriano y Bellucci sellaron un pacto tácito: negociarían desde la fortaleza de sus principios, sin ceder la esencia que hacía único al club. El futuro aún era incierto, pero, unidos, estaban dispuestos a forjarlo a su manera.

Después de que concluyó la reunión, Luca envió un mensaje a su hermano desde la sala de juntas:

—Voy a ir a Suecia a ver a Astrid. Quiero estar cerca de ella en estos días.

No tardó en recibir una respuesta en su teléfono:

—No te metas en líos, como en París. Recuerda lo que pasó.

Luca suspiró al leer esas palabras, consciente de que su hermano trataba de advertirle sin dejar de mostrar preocupación. Con su jet privado ya listo, se encaminó hacia el hangar y emprendió el viaje, dejando atrás el bullicio de Vittoria para dirigirse a Estocolmo.

A su llegada, Luca se desplazó sin demora a la sede donde Astrid estaba trabajando en sus asuntos musicales. Al entrar en el salón principal, la vio al instante: estaba revisando unos papeles, concentrada, pero con una mirada que reflejaba alivio. Al notar su presencia, sus ojos se iluminaron, sorprendidos y felices al mismo tiempo.

—Luca… —murmuró Astrid, dejando escapar una sonrisa sincera.

Él se acercó con suavidad y, sin mediar formalidad, le tomó la mano. Con voz baja, comentó:

—Quería estar cerca de ti. Después de lo de París y de todo lo que ha pasado, necesitaba verte.

Astrid lo miró y, sin dudar, se adelantó para estrecharle la mano y, en un impulso de cariño, lo besó. El gesto fue breve pero lleno de significado. Se separaron para hablar y, con naturalidad, comenzaron a charlar sobre lo ocurrido.

—Valentina me ayudó a firmar con otra disquera —confesó Astrid, con una nota de sorpresa en la voz—. Mi gira por Europa se canceló, pero ahora me siento... más libre, yo diría. He aprendido a tomar el control de mi propio camino.

Luca asintió, dejando que la conversación fluyera entre ellos:

—Sabes que siempre he pensado que tu autenticidad es lo que te hace única. No importa lo que diga Isabella o lo que intenten imponer, lo que importa es que sigas siendo tú.

Astrid, con una mirada mezcla de gratitud y resignación, comentó:

—Isabella insiste en que mantenga distancia, que pueda complicarme las cosas. Pero tú, Luca, entiendes que hay algo en nosotros que no se puede forzar ni alejar.

La charla se prolongó, amena y sincera. Entre risas suaves y silencios cómplices, se fueron recordando viejos tiempos y compartiendo esperanzas sobre el futuro. Con el paso de las horas, la atmósfera se volvió más cercana y relajada.

Luca decidió quedarse dos días en Estocolmo. Durante ese tiempo, se dedicaron a recorrer la ciudad, a conversar en cafés y a disfrutar de momentos sin la interferencia de obligaciones laborales. Cada encuentro reafirmaba la importancia de ese vínculo especial, una conexión que iba más allá de cualquier conflicto o recomendación externa.

Mientras se despedían en su último día, Astrid lo miró con sinceridad:

—Gracias por estar aquí, Luca. Esto me ha recordado lo esencial: ser yo misma, sin barreras.

Él sonrió y le respondió:

—Yo solo quiero que sigas brillando, sin que nadie decida por ti.

En ese adiós, sin grandes dramatismos, ambos comprendieron que, pese a las dificultades y las voces que intentaban separarlos, lo que compartían era genuino y valioso. Así, con la promesa de mantenerse en contacto y de apoyarse mutuamente, Luca regresó a Vittoria, dejando en Suecia un recuerdo imborrable de autenticidad y afecto.

Al final de esos dos días en Estocolmo, cuando parecía que el reencuentro se convertía en algo más que una visita puntual, Luca y Astrid se sentaron en el pequeño salón del hotel para despedirse. Antes de dirigirse a su jet privado, Luca se inclinó hacia ella y, con voz pausada, le dijo:

—Astrid, antes de que me vaya, piensa en esto: me gustaría que consideraras mudarte a Italia. Tenerte cerca no solo me haría feliz a mí, sino que también podrías aportar tu esencia a lo que estamos construyendo. La liga continúa, y necesitamos que tú estés presente para marcar la diferencia.

Astrid lo miró, sorprendida por la propuesta y por la sinceridad de sus palabras. Después de un silencio breve, con una sonrisa que mezclaba timidez y complicidad, respondió:

—Luca, lo pensaré. Sabes que siempre he valorado lo que compartimos, y quizá este cambio sea justo lo que necesito para seguir creciendo.

Mientras tanto, en el grupo de mensajes, el teléfono de Luca vibró con la advertencia de su hermano:

—No te metas en líos, como en París. Cuídate.

Esa breve comunicación le recordó a Luca la responsabilidad que conlleva cada decisión, pero él, con la mirada fija en Astrid, solo pudo asentir internamente. Con un gesto cálido, se despidió: se abrazaron y se besaron brevemente, sellando ese instante con la promesa tácita de mantenerse en contacto.

Luca subió a su jet privado, sabiendo que el reencuentro había dejado una marca en ambos. Mientras el avión se alejaba, dejó atrás Estocolmo con la firme convicción de que, a pesar de los desafíos y las voces que intentaban imponer límites, había algo auténtico y valioso en esa conexión. La temporada seguía, la liga continuaba, y para Luca, cada paso—por pequeño que fuese—contaba en la dirección de un futuro donde lo personal y lo profesional se entrelazaban de manera única.

Mientras Luca volaba de regreso a Italia tras su viaje a Suecia, en Vittoria, Adriano estaba lidiando con un problema que no podía seguir ignorando.

El equipo femenino había perdido nuevamente. Quinta derrota consecutiva. Y esta vez, Adriano no necesitó ver el partido completo para saber que la situación era insostenible. Se quedó en las gradas durante el primer tiempo, observando con los brazos cruzados, el ceño fruncido y una expresión que dejaba claro su disgusto. Lo que vio fue un equipo sin alma, sin dirección. Jugadoras corriendo sin sentido, sin conexión, sin una idea clara de lo que estaban haciendo. La defensa era un desastre, el mediocampo estaba partido, y el ataque, inexistente.

En cuanto cayó el tercer gol en contra, Adriano se puso de pie y salió del estadio. No tenía sentido seguir viendo algo que ya sabía cómo iba a terminar.

Subió a su auto y, sin dudarlo, tomó su teléfono.

—Quiero a Claire Dubois en mi oficina en cuanto termine el partido.

No hubo más palabras. No esperaba excusas ni justificaciones. Quería respuestas.

Claire llegó al despacho de Adriano con el rostro serio, pero intentando mantener la compostura. Se notaba que estaba cansada, que también sentía la frustración de las derrotas, pero eso no iba a suavizar la conversación.

Adriano no le ofreció asiento. Ni siquiera le dio tiempo de saludar.

—Cinco derrotas seguidas, Claire. Cinco. ¿Vas a decirme qué carajo está pasando?

Claire apretó la mandíbula.

—Estamos en un proceso. Hay cosas que llevan tiempo—

Adriano golpeó la mesa con la palma abierta, sin levantar la voz, pero con un tono que dejaba claro que no estaba para discursos vacíos.

—No me hables de procesos cuando el equipo no tiene ni una idea de lo que está haciendo en el campo. No hay visión de juego, no hay liderazgo, no hay nada.

Claire mantuvo la mirada firme, pero no pudo evitar soltar un suspiro antes de responder.

—Las jugadoras están perdiendo confianza. Han encajado demasiadas derrotas y eso las ha afectado mentalmente. Estoy intentando recuperar el ánimo del grupo.

—¿Ánimo? —repitió Adriano con ironía—. ¿Crees que el ánimo va a solucionar la falta de táctica, de estructura, de disciplina? Esto no es solo cuestión de motivación, Claire. Es cuestión de trabajo. Si después de cinco derrotas seguidas sigues diciéndome que están "perdiendo confianza", es porque algo no está funcionando. Y si algo no funciona, hay que cambiarlo.

Claire cruzó los brazos y respiró hondo antes de hablar.

—Estoy dispuesta a hacer ajustes. Pero necesito saber hasta dónde me das libertad para tomar decisiones.

—Haz lo que sea necesario para que este equipo empiece a jugar como un equipo —respondió Adriano sin dudar—. Pero te advierto algo: no quiero ver otro partido como el de hoy. No más excusas, no más errores básicos. O arreglas esto, o tomaremos otras medidas.

Claire asintió, sin perder la compostura.

—Mañana a primera hora, el entrenamiento cambia. Voy a hacer modificaciones en la alineación y en el planteamiento. Pero si quiero que funcione, necesito que las jugadoras sepan que seguimos confiando en ellas.

Adriano la miró unos segundos, evaluando sus palabras.

—La confianza se gana en la cancha, Claire. No te pido que les hagas sentir bien, te pido que las hagas ganar.

Se hizo un silencio tenso en la sala. Finalmente, Claire se dio la vuelta y salió sin más palabras.

Adriano se quedó de pie, mirando por la ventana. Podía tolerar muchas cosas, pero no la mediocridad. O Claire arreglaba el desastre, o él mismo se encargaría de buscar otra solución.

Esa misma tarde, cuando el sol ya comenzaba a ocultarse detrás del estadio, Claire Dubois no dejó que ninguna de sus jugadoras se fuera. La práctica se alargó más de lo habitual. Las derrotas pesaban y Adriano había sido claro: no más excusas.

El grupo estaba agotado. Los pases eran imprecisos, los movimientos lentos, y la frustración se hacía evidente en cada jugadora. Claire intentaba corregir, dar indicaciones, gritar instrucciones, pero nada parecía hacer efecto.

Fue entonces cuando Massimo Bellucci, el entrenador del primer equipo masculino, cruzó el campo con las manos en los bolsillos. Se había quedado observando desde la distancia durante un buen rato, analizando cada jugada, cada error. Y cuando finalmente se acercó, su expresión era la misma de siempre: fría, impasible, con esa mirada que parecía atravesarlo todo sin dejar rastro de emoción.

—Esto es un desastre —soltó, sin preámbulos.

Claire, que estaba de espaldas, cerró los ojos un segundo antes de girarse para encararlo. No tenía paciencia para otra crítica.

—¿Necesitas algo, Massimo? —preguntó, con voz contenida.

El entrenador masculino apenas se molestó en mirarla.

—Sí. Saber si de verdad crees que con esto van a ganar algún partido.

La frase le cayó como un golpe seco. Claire apretó los labios.

—Estoy trabajando en ello.

Bellucci dejó escapar un resoplido, mirando a las jugadoras que corrían sin convicción por el campo.

—No es suficiente. No hay táctica clara, no hay visión de juego. Y, seamos honestos, tampoco hay suficiente talento.

Claire sintió un nudo en el pecho. Lo último que necesitaba era que alguien más, y menos él, le echara en cara lo que ya sabía.

—¿Y qué quieres que haga? —preguntó, con una mezcla de cansancio e irritación.

Bellucci alzó una ceja, como si la respuesta fuera obvia.

—Cortar lo que no sirve y empezar de nuevo.

Claire sintió que algo dentro de ella se rompía un poco más. Hacía semanas que dormía poco, que intentaba sostener al equipo cuando ni siquiera sabía si ella misma se sostenía. Había tratado de motivarlas, de buscar soluciones, de hacer todo lo posible para no llegar a este punto.

Pero ahí estaba, con un equipo que se derrumbaba y con Bellucci diciéndole en la cara lo que llevaba tiempo temiendo: que tal vez, simplemente, no era suficiente.

—No es tan fácil —murmuró, sintiendo la voz rasposa.

—Claro que lo es —respondió Bellucci, sin una pizca de compasión—. Lo haces o no lo haces. No hay puntos medios. Si quieres seguir perdiendo, sigue haciendo lo mismo. Si quieres resultados, toma decisiones difíciles.

Claire sintió las lágrimas acumulándose en sus ojos, pero no las dejó caer. No todavía.

—Estoy intentándolo… —susurró.

—No lo parece —respondió él con brutal honestidad.

Eso fue lo que la quebró. Claire bajó la cabeza y las lágrimas comenzaron a caer, sin que pudiera contenerlas más. Todo el peso de las derrotas, la presión, la sensación de fracaso, la impotencia… todo explotó de golpe.

Bellucci la observó en silencio. No la consoló, no le dijo que todo estaría bien. No era su estilo. Pero tampoco se fue. Simplemente esperó, dejando que descargara todo lo que llevaba dentro.

Cuando Claire logró calmarse, se secó la cara con la manga y respiró hondo.

—Voy a arreglarlo —dijo, con la voz aún temblorosa, pero con una convicción nueva.

Bellucci asintió, sin rastro de emoción en su rostro.

—Eso espero. Porque si no lo haces, alguien más lo hará.

Y sin más, se dio media vuelta y se alejó, dejándola ahí, de pie en medio del campo, con la sensación de que acababa de tocar fondo.

Pero tal vez, solo tal vez, ese fondo era justo lo que necesitaba para empezar a subir.

Un Nuevo Día en Vittoria

Luca llegó temprano al club, aunque su cuerpo aún cargaba con el peso del viaje. Había aterrizado tarde la noche anterior, pero eso no era excusa para retrasarse. Apenas puso un pie en la sede, Silvia lo estaba esperando con una pila de informes en las manos.

—Buenos días, Luca. Aquí tienes lo que quedó pendiente mientras estabas fuera —dijo, sin rodeos, mientras le entregaba la carpeta.

Luca la tomó sin chistar y comenzó a hojearla mientras caminaba hacia su oficina. Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para procesarlo cuando su hermano Adriano entró con su típica actitud despreocupada.

—¿Cómo le fue al romántico en Suecia? —soltó con una media sonrisa, apoyándose en el marco de la puerta.

Luca lo miró de reojo y negó con la cabeza.

—Si solo viniste a molestar, mejor ahórrate el esfuerzo.

Adriano rió entre dientes y se sentó frente a él.

—Vamos, cuéntame. ¿Se va a mudar o no?

Luca suspiró y cerró la carpeta.

—Le dije que lo pensara. No la voy a presionar.

Adriano asintió, como si estuviera evaluando la respuesta. Luego, su expresión se volvió más seria.

—Dejando eso de lado, tenemos un problema real en Vittoria. El equipo femenino es un desastre, Luca. Lo vi con mis propios ojos en el último partido. No hay juego colectivo, no hay disciplina, y Claire está perdiendo el control.

Luca lo miró con atención.

—¿Tanto así?

—Peor —afirmó Adriano—. Bellucci también lo notó. Lo vi quedarse a observar el entrenamiento anoche. Te digo algo, si él decide involucrarse, es porque la situación es grave.

Luca frunció el ceño y se levantó.

—Vamos a ver qué está pasando.

Ambos se dirigieron hacia la zona de entrenamiento. Lo que vieron los dejó en silencio.

La Práctica Brutal

En la cancha, Claire estaba de pie al costado, con los brazos cruzados, observando cómo Massimo Bellucci, el entrenador del equipo masculino, dirigía la sesión de práctica del equipo femenino.

Eso no estaba en el plan.

Pero Claire no dijo nada. Solo lo miró, sorprendida, cuando él tomó el control sin pedir permiso.

—¡A trabajar! —rugió Bellucci con su tono áspero y cortante—. ¡No quiero ver a nadie caminando en esta cancha!

Las jugadoras se movieron de inmediato, algunas con evidente cansancio, otras con miedo.

Pero lo peor estaba por venir.

Bellucci giró hacia su equipo masculino, que también estaba en el campo.

—¡Vengan aquí! ¡Quiero que entrenen con ellas!

Los jugadores se acercaron, algunos intercambiando miradas de confusión.

—¿Juntos? —preguntó uno de ellos.

—No —respondió Bellucci, con su habitual sequedad—. Van a enfrentarlas. Sin contenciones. Sin ajustes. Jueguen como lo harían contra cualquier otro rival.

Claire abrió la boca, pero Bellucci le lanzó una mirada rápida.

—Si quieren ser un equipo profesional, deben acostumbrarse a la presión real. Dejen de esperar que alguien las proteja.

Luca y Adriano observaban desde la oficina, en silencio.

—Esto es una locura —murmuró Adriano.

Luca, sin apartar la vista de la práctica, se cruzó de brazos.

—No. Esto es necesario.

En el campo, el entrenamiento se convirtió en un infierno.

Los jugadores masculinos no se contuvieron. Los pases eran rápidos, los duelos físicos intensos. Las jugadoras femeninas tropezaban, se desesperaban, pero Bellucci no detenía el entrenamiento.

—¡Levántate! ¡Sigue corriendo! —gritó a una que cayó al suelo tras un choque.

Claire observaba todo con el corazón latiéndole fuerte. Nunca había visto a su equipo en una situación así. Pero, en lugar de protestar, se quedó ahí, viendo, aprendiendo.

Después de más de una hora de una práctica brutal, Bellucci finalmente hizo sonar su silbato.

El campo quedó en silencio, con las jugadoras exhaustas, algunas con las manos en las rodillas, otras sentadas en el césped sin aire.

Bellucci caminó hasta Claire y la miró fijamente.

—Ese es tu equipo. Ahora dime, ¿qué viste?

Claire tragó saliva, con la voz temblorosa.

—Que... no están preparadas.

—Exacto —afirmó Bellucci—. No tienen físico, no tienen táctica, no tienen mentalidad de competencia. No están listas para este nivel.

Claire bajó la cabeza, sintiendo un nudo en el pecho.

—¿Cómo lo arreglo?

Bellucci la miró un segundo antes de responder.

—Primero, aceptando que el problema es más grande de lo que creías. Segundo, dejando de protegerlas. Si quieren jugar a este nivel, que se lo ganen. No hay otra forma.

Claire sintió un golpe de realidad en su estómago. Pero, por primera vez en semanas, no sintió ganas de llorar. Sintió ganas de cambiar.

Desde la oficina, Luca y Adriano seguían observando.

—¿Crees que funcionará? —preguntó Adriano.

Luca sonrió levemente.

—Si no funciona, Claire no estará aquí por mucho más tiempo.

Adriano soltó una carcajada seca.

—Duro, pero cierto.

Mientras las jugadoras recogían sus cosas con dificultad, Claire se quedó ahí, mirando a Bellucci, a su equipo y a sí misma.

No podía fallar de nuevo.

Decisiones Difíciles

Después de la práctica, Claire sintió que el aire le pesaba. La sesión con Bellucci había sido una bofetada de realidad, pero también un punto de quiebre. Sabía que no podía seguir justificando las derrotas con excusas. Había cosas que simplemente no funcionaban, jugadoras que no estaban listas para este nivel, y si quería salvar su puesto y, más importante aún, al equipo, tenía que actuar.

Por eso, en cuanto terminó de hablar con las jugadoras, fue directamente a la oficina de Luca Moretti.

Al llegar, Silvia la hizo esperar unos minutos antes de indicarle que pasara.

Dentro, Luca estaba revisando documentos mientras Adriano estaba de pie junto a la ventana, observando el campo de entrenamiento. Cuando Claire entró, ambos levantaron la vista.

—Presidente, necesito hablar con usted —dijo con firmeza, dejando claro que la conversación no sería una simple charla.

Luca cerró la carpeta que tenía en las manos y se apoyó en la mesa.

—Adelante —respondió, sin rodeos.

Claire tomó aire.

—Necesito más tiempo para arreglar esto. Sé que la situación es mala, pero después del entrenamiento de hoy, tengo claro que aún podemos revertirlo.

Adriano soltó un bufido y se cruzó de brazos.

—Tiempo es lo único que no tenemos, Dubois. Estamos en el puesto diez de la tabla. Ni siquiera en una categoría aceptable. ¿Cuánto más cree que podemos esperar?

Claire lo miró, sin dejarse intimidar, pero sabiendo que tenía que elegir bien sus palabras.

—Sé que los números son un desastre, pero no puedo arreglar esto en dos días. Lo que puedo hacer es empezar a cortar lo que no sirve, pero necesito que me permitan tomar esas decisiones.

Luca la observó por unos segundos, evaluando su respuesta. Luego, asintió lentamente.

—Bien. Diga quiénes deben salir de inmediato.

Claire tragó saliva. Sabía que llegaría este momento, pero decirlo en voz alta lo hacía más real.

—Tres jugadoras deben irse ya. No tienen nivel para competir y están arrastrando al equipo con su falta de compromiso. Además, hay al menos dos más que deberían ser evaluadas en las próximas semanas.

Luca miró a Adriano, quien se encogió de hombros.

—Al menos tiene claro que no puede seguir con las mismas. ¿Ya habló con las jugadoras que va a sacar?

—No todavía —admitió Claire—. Quería asegurarme de tener su respaldo antes de hacerlo.

Luca se apoyó en el escritorio y la miró fijamente.

—Hágalo hoy mismo. No hay más margen para dudas ni sentimentalismos. Si va a quedarse aquí, demuestre que puede tomar decisiones difíciles.

Claire asintió.

—Sí, señor.

Adriano sonrió levemente y se apartó de la ventana.

—Veremos si con estos cambios al menos dejan de hacer el ridículo en la cancha.

Luca no añadió nada más. Solo hizo un gesto con la cabeza, indicando que la reunión había terminado. Claire salió de la oficina con el peso de la conversación aún en el pecho, pero con un objetivo claro: si quería salvar el equipo, y su puesto, tenía que empezar por limpiar lo que no funcionaba.

No había más espacio para fracasos.

Crisis en Vittoria

Mientras Claire lidiaba con las decisiones difíciles en el equipo femenino, en otra parte de las oficinas del club, Marco Moretti e Isabella estaban reunidos revisando los avances en la infraestructura del estadio.

—Si logramos ampliar la capacidad en taquilla y mejoramos los accesos, podríamos aumentar la asistencia en al menos un 20% —explicó Marco, señalando los planos sobre la mesa—. Pero para eso, necesitamos coordinar con la municipalidad y asegurarnos de que la logística esté cubierta.

—Ya he hablado con los encargados de seguridad y transporte público —añadió Isabella—. Quieren garantías de que no habrá desorden ni problemas con la afluencia de gente, sobre todo si Vittoria empieza a ganar más relevancia.

Marco asintió, concentrado en los números y las proyecciones. Todo parecía avanzar bien, hasta que la puerta de la oficina se abrió de golpe.

Silvia entró con una expresión tensa, sujetando su tableta.

—Tienen que ver esto —dijo, sin rodeos.

Encendió la pantalla y giró el dispositivo para que pudieran ver la noticia que estaba explotando en redes sociales y en los medios deportivos.

"ESCÁNDALO EN VITTORIA: DOS JUGADORES DETENIDOS POR CONDUCIR EN ESTADO DE EBRIEDAD"

Acompañando el titular, una imagen mostraba a dos futbolistas saliendo de un club nocturno, escoltados por la policía, con los rostros cubiertos en un intento inútil de esconderse de las cámaras.

—No puede ser… —murmuró Isabella, llevándose una mano a la frente.

Marco tomó aire lentamente, tratando de contener su molestia.

—¿Luca y Adriano ya saben?

—No todavía —respondió Silvia—, pero deberían enterarse ahora. Esto se está saliendo de control.

Marco asintió y tomó el teléfono.

—Diles que suban a la oficina de inmediato.

La Ira de los Moretti

No pasó mucho tiempo antes de que la puerta se abriera y Adriano entrara primero, con la mandíbula apretada. Luca llegó detrás de él, con el ceño fruncido.

—¿Qué pasó? —preguntó Luca de inmediato.

Silvia no perdió el tiempo y mostró la pantalla.

—Esto.

Adriano se inclinó para ver la noticia y, en cuanto reconoció los rostros de los jugadores, golpeó la mesa con fuerza.

—¡Maldita sea! ¿Son idiotas o qué?

Luca, aunque menos explosivo, no ocultó su enojo.

—Dime que esto es un malentendido, Silvia.

—Ojalá lo fuera —contestó ella con seriedad—. Pero ya hablé con la policía. Los encontraron a las cuatro de la mañana saliendo de un club, conduciendo ebrios. No hubo accidentes ni heridos, pero los detuvieron por conducir en esas condiciones.

Adriano se pasó una mano por el cabello, intentando contener su furia.

—¿Cómo rayos creen que pueden hacer esto? Estamos en plena temporada, se supone que deben ser profesionales.

—Y lo peor es que ya se está filtrando a la prensa —agregó Isabella—. Si no controlamos esto rápido, será un golpe duro para la imagen del club.

Luca tomó asiento, frotándose el rostro con ambas manos.

—¿Ya los liberaron?

—No todavía —respondió Silvia—. Están en la estación esperando que alguien los saque bajo fianza.

Adriano soltó una carcajada irónica.

—Pues que esperen.

Todos lo miraron, pero nadie lo contradijo. Luca apoyó los codos sobre la mesa y exhaló.

—Silvia, contacta a nuestro abogado. Quiero saber exactamente qué implicaciones legales hay.

—Enseguida, presidente.

Luca desvió la mirada hacia Adriano.

—¿Quieres ir por ellos?

Adriano le sostuvo la mirada y negó con la cabeza.

—No. No pienso mover un solo dedo por dos idiotas que no saben comportarse. Que se queden ahí un rato. A ver si aprenden algo.

Marco, que había estado observando en silencio, finalmente habló:

—Necesitamos tomar una decisión clara con ellos. Si no hay consecuencias fuertes, esto puede repetirse.

Luca asintió, ya con una determinación más fría en su expresión.

—Van a recibir la multa más grande que hayamos impuesto en el club. Y a partir de ahora, queda prohibido que los jugadores salgan a beber en plena temporada.

—Y si vuelven a hacerlo, se van —añadió Adriano con tono cortante.

Hubo un silencio en la sala. Nadie tenía dudas de que, después de este escándalo, la política del club cambiaría para siempre.

Luca se levantó, ajustándose la chaqueta.

—Voy a dar la cara con la prensa. Adriano, quédate aquí y organiza con Isabella el comunicado oficial.

Antes de salir, Luca se giró hacia Silvia.

—Dile a Bellucci que venga ahora mismo. Quiero su opinión sobre esto.

Massimo Bellucci llegó a la oficina en menos de diez minutos. No parecía sorprendido por la situación. Se sentó sin esperar invitación y miró a los hermanos Moretti con su habitual expresión dura.

—¿Ya los sacaron de la cárcel? —preguntó con sequedad.

—Siguen ahí —respondió Luca, cruzando los brazos.

Bellucci asintió con aprobación.

—Bien. Déjenlos un rato más.

Adriano apoyó los codos sobre la mesa.

—Queremos saber tu opinión.

Bellucci se acomodó en la silla, sin rastro de paciencia en su voz.

—¿Mi opinión? Es sencilla. Jugadores así contaminan el vestuario. No se toman en serio su trabajo, no respetan el club ni la afición. ¿Quieren disciplina en el equipo? Entonces no basta con multarlos. Sáquenlos.

Luca y Adriano intercambiaron una mirada.

—¿Así de simple? —preguntó Adriano.

—Así de simple —afirmó Bellucci—. Ustedes deciden si este club va a ser un circo o un equipo serio. Yo no pienso trabajar con jugadores que no tienen compromiso.

Luca respiró hondo.

—Todavía tenemos que evaluar la situación con el abogado. Pero te aviso desde ahora: estos dos no van a volver a hacer esto sin consecuencias graves.

Bellucci se puso de pie y se dirigió a la puerta. Antes de salir, miró a los hermanos.

—No hay excusas en el fútbol. O juegan con disciplina, o se van.

Con esa última sentencia, salió de la oficina.

Adriano se apoyó en la silla y soltó un resoplido.

—Ese cabrón no se anda con rodeos.

Luca asintió, con la mirada fija en la pantalla de la tableta.

—No, y tiene razón.

Había llegado el momento de tomar decisiones difíciles.

El Comité Disciplinario de Vittoria

Tras unas horas en la estación de policía, los abogados del club finalmente lograron liberar a los jugadores bajo fianza. Niccolò Riva y Sergio Conti, ambos titulares en el primer equipo, salieron con el rostro serio y la mirada baja, sabiendo que lo que les esperaba en el club no sería fácil.

No hubo aplausos, ni camaradería, ni un rescate glorioso. Ningún directivo se presentó a recibirlos. Solo un chofer del club los recogió y los llevó directamente a las instalaciones.

Horas después, Niccolò y Sergio estaban sentados en la sala de juntas, enfrentando lo que podría ser la reunión más importante de sus carreras. Frente a ellos estaban Luca Moretti, Adriano Moretti, Marco Moretti, Isabella y Massimo Bellucci. No había espacio para excusas ni justificaciones.

Silvia se encargó de cerrar la puerta y dejó todo preparado para la sesión del comité disciplinario.

Luca tomó la palabra primero, con voz firme y sin rodeos:

—Ustedes representan a Vittoria, dentro y fuera de la cancha. Y lo que hicieron anoche no solo fue irresponsable, fue una humillación para el club.

Niccolò abrió la boca para responder, pero Adriano lo cortó de inmediato:

—Cierra la boca. No estamos aquí para escuchar excusas.

Los jugadores intercambiaron miradas incómodas, sintiendo la presión en la sala.

Luca continuó:

—Desde el primer día, dejamos claro que esto no es solo un equipo, es una institución. Y ustedes, con su falta de disciplina, han puesto en riesgo todo lo que estamos construyendo.

Marco, quien hasta ahora se había mantenido en silencio, intervino con tono cortante:

—El daño a la imagen del club es real. Los patrocinadores ya han preguntado por el incidente, la prensa está destrozándonos y la afición está furiosa.

Sergio tragó saliva y bajó la mirada.

—Presidente, lo sentimos mucho…

Bellucci lo interrumpió de inmediato:

—No me interesa si lo sienten o no. Me interesa si piensan seguir comportándose como idiotas o si van a actuar como profesionales.

El silencio fue absoluto.

Luca tomó aire y apoyó ambas manos sobre la mesa.

—Aquí está la decisión del comité disciplinario. Ambos recibirán la multa más alta jamás impuesta a un jugador de Vittoria. Un mes de sueldo menos para cada uno.

Adriano, con los brazos cruzados, añadió sin titubear:

—Y además, a partir de hoy, ambos quedan suspendidos indefinidamente hasta que el entrenador considere que merecen regresar.

Los jugadores quedaron atónitos.

—¿Indefinidamente…? —murmuró Niccolò, con los ojos abiertos de par en par.

—Así es —confirmó Luca—. Si Bellucci no los quiere en el once, se quedan fuera. Punto.

Bellucci sonrió levemente y miró a los jugadores con desprecio.

—Deben agradecer que no los echamos hoy mismo. Si fuera por mí, estarían fuera.

Isabella tomó la palabra con tono más moderado, pero igualmente severo:

—Pueden aceptar la sanción y demostrar que tienen compromiso con el equipo, o pueden buscar otro club donde hagan lo que quieran. Pero aquí, esto no se va a tolerar.

Niccolò y Sergio asintieron lentamente, sintiendo que habían tocado fondo.

Luca los miró una última vez y sentenció:

—Ahora salgan de aquí. Y no quiero verlos en otro escándalo nunca más.

Sin más opción, los jugadores se pusieron de pie y salieron de la sala con la cabeza gacha.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellos, Adriano soltó un suspiro.

—Si vuelven a joder, se van.

Luca asintió sin dudarlo.

—Sí. No habrá una segunda oportunidad.

El mensaje estaba claro. Vittoria no era un club que se arrodillaba ante la indisciplina. Y quien no respetara esa regla, no tenía lugar en el equipo.

Cuando Niccolò Riva y Sergio Conti salieron de la sala con la cabeza baja, Luca apoyó los codos sobre la mesa y recorrió con la mirada a los directivos.

—No podemos darnos el lujo de quedarnos con menos opciones en la plantilla —dijo, con tono firme—. Necesitamos reemplazos, y los vamos a sacar de nuestra cantera.

Adriano asintió de inmediato.

—Exactamente. Prefiero apostar por chicos con hambre de gloria que por "estrellas" que no saben lo que significa representar a Vittoria.

Marco desbloqueó su tableta y comenzó a revisar los informes de los jugadores juveniles más prometedores.

—Hay varios nombres en el radar. No podemos fichar a nadie ahora mismo, así que tenemos que elegir con inteligencia entre lo que ya tenemos.

Isabella cruzó los brazos y miró a Luca.

—Si vamos a subir a alguien del filial, tenemos que hacerlo ahora. No podemos dejar estos huecos en la plantilla por mucho tiempo.

Luca asintió y miró a Bellucci.

—Tú los conoces mejor que nadie. ¿A quién ves listo para dar el salto?

Bellucci no dudó en responder:

—Hay tres jugadores con potencial para reemplazar a Riva y Conti. Samuel Núñez, un mediocampista español con gran control de balón y excelente pase; Thiago Duarte, un extremo brasileño veloz y desequilibrante en el uno contra uno; y Elliot Harris, un delantero inglés con potencia física y buena definición en el área.

Adriano revisó los informes y asintió.

—Núñez es el más sólido de los tres, tiene buena visión de juego. Duarte es rápido, pero a veces toma malas decisiones con el balón. Harris es fuerte y tiene buena pegada, pero aún no ha jugado en un nivel de exigencia como este.

—¿Pueden aguantar la presión? —preguntó Luca, mirando a Bellucci.

—Eso solo lo sabremos cuando los pongamos a prueba —respondió el entrenador—. Pero lo que te aseguro es que tienen más disciplina que los dos idiotas que acabamos de sancionar.

Luca cerró la carpeta de los informes y se puso de pie.

—Bien, entonces esto es lo que haremos. Samuel Núñez sube al primer equipo de inmediato. Thiago Duarte y Elliot Harris entrenarán con los titulares en las próximas semanas, y si demuestran que están listos, también les daremos minutos.

Marco tomó nota y asintió.

—Voy a coordinarlo con el cuerpo técnico y con el equipo de prensa para anunciar la promoción de Núñez.

Adriano se acercó a la ventana, observando el campo de entrenamiento.

—Esto también manda un mensaje claro al vestuario: aquí nadie tiene el puesto asegurado. Si no respetan el club, hay jóvenes listos para tomar su lugar.

Bellucci sonrió levemente.

—Y si estos chicos aprovechan su oportunidad, puede que ni siquiera extrañemos a Riva y Conti.

Luca miró a los demás y concluyó:

—Entonces está decidido. Nos movemos rápido. Vittoria no se detiene por nadie.

Con esa resolución, la directiva selló una decisión clave para el futuro del equipo. Ahora era el turno de la cantera para demostrar que podían estar a la altura del desafío.

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Joe
Animo, no olviden leer mis nuevas obras!!
☯THAILY YANIRETH✿
Tu forma de escribir me ha cautivado, tu historia es muy intrigante, ¡sigue adelante! 💪
Joe: Muchas gracias!!
total 1 replies
Leon
Quiero saber más, ¡actualiza pronto! ❤️
Joe: Por supuesto
total 1 replies
Texhnolyze
😂 ¡Me hizo reír tanto! Tus personajes son tan divertidos y realistas.
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