Traicionada por su propia familia, usada como pieza en una conspiración y asesinada sola en las calles... Ese fue el cruel destino de la verdadera heredera.
Pero el destino le concede una segunda oportunidad: despierta un año antes del compromiso que la llevaría a la ruina.
Ahora su misión es clara: proteger a sus padres, desenmascarar a los traidores y honrar la promesa silenciosa de aquel que, incluso en coma, fue el único que se mantuvo leal a ella y vengó su muerte en el pasado.
Decidida, toma el control de su empresa, elimina a los enemigos disfrazados de familiares y cuida del hombre que todos creen inconsciente. Lo que nadie sabe es que, detrás del silencio de sus ojos cerrados, él siente cada uno de sus gestos… y guarda el recuerdo de la promesa que hicieron cuando eran niños.
Entre secretos revelados, alianzas rotas y un amor que renace, ella demostrará que nadie puede robar el destino de la verdadera heredera.
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Capítulo 19
El salón estaba iluminado por candelabros de cristal que proyectaban reflejos dorados sobre el mármol blanco, como si cada rincón estuviera pensado para exhibir lujo y poder. Era la noche del baile anual de inversores, evento que reunía a los nombres más influyentes de la ciudad. El ambiente bullía de risas artificiales, brindis de copas de champán y conversaciones veladas que escondían negocios oscuros.
Aquella noche, todos esperaban lo mismo: la reaparición oficial de Cássio Lacerda. Muchos dudaban de que realmente hubiera despertado; otros creían que estaba demasiado débil para ser visto en público. El murmullo aumentó cuando los portones se abrieron y la atención de todos se volcó hacia la entrada principal.
Serena Valente surgió primero, con un vestido negro de seda que parecía moldeado a su cuerpo, realzando su postura erguida e imponente. El cabello recogido en un moño sofisticado dejaba al descubierto el cuello alargado y el brillo sereno, pero feroz, de sus ojos. A su lado, Cássio Lacerda caminaba sin bastón, en un traje oscuro perfectamente alineado. La recuperación parecía casi milagrosa, pero nadie se atrevió a cuestionar. Su presencia, incluso después de meses en coma, era como la de un rey que nunca había perdido el trono.
El salón se silenció. La aparición de ellos juntos, de manos entrelazadas, fue suficiente para apagar sonrisas falsas y despertar cuchicheos ahogados. Serena y Cássio no necesitaron decir una palabra: ya habían ganado la mitad de la guerra solo al surgir.
Entre los presentes, Edmundo Duarte tragó saliva. El director veterano que siempre se había presentado como aliado de Augusto mantenía la sonrisa educada, pero el sudor en su frente denunciaba la ansiedad. Sabía que el cerco se estrechaba. Aun así, creía que podría escapar.
La música suave continuaba, pero el ambiente estaba pesado. Cuando Serena y Cássio subieron al pequeño escenario reservado para discursos, los invitados se acercaron, ávidos por cada palabra. Serena tomó la delantera, la mirada firme y cortante.
—Buenas noches —comenzó, la voz clara resonando por el salón—. Sé que muchos aquí aún dudan de nosotros, que aún creen en las mentiras esparcidas. Pero hoy no estamos aquí solo para celebrar. Estamos aquí para revelar.
Abrió una carpeta en las manos de un asistente. Las luces se reflejaron en los papeles. El salón contuvo la respiración.
—Durante meses —continuó—, luché sola para proteger este imperio. Fui atacada, difamada, llamada loca. Pero no fue solo del lado de afuera que los enemigos surgieron. Hubo traición dentro de la propia casa.
Un murmullo atravesó la platea. Serena alzó los ojos, mirando directamente a Edmundo Duarte. El hombre intentó mantener la compostura, pero su mano tembló levemente al sostener la copa de vino.
—Edmundo Duarte —dijo ella, en tono solemne—. Director de la empresa, hombre de confianza de Augusto, que se vendió a los enemigos y entregó información, contratos y secretos a cambio de dinero.
La revelación cayó como una bomba. Gritos contenidos, expresiones de shock, reporteros corriendo para anotar. Edmundo abrió los ojos, enrojeciendo de furia.
—¡Eso es calumnia! —gritó, intentando imponerse—. ¡No tienen pruebas!
Fue entonces que Cássio se adelantó. Su voz, ronca pero firme, atravesó el salón como una lámina. —Pruebas no faltan. —Un gesto suyo hizo que un proyector exhibiera, en una pantalla al fondo, registros bancarios, contratos falsificados y mensajes interceptados. —Te vendiste como el cobarde que eres. Pensaste que yo nunca abriría los ojos. Pero estoy aquí. Y estoy viendo todo.
El impacto fue inmediato. El salón explotó en murmullos e indignación. Algunos inversores se alejaron de Edmundo, como si su simple presencia fuera contagiosa. El hombre intentaba defenderse, gritando, pero sus palabras ya no tenían peso ante la avalancha de evidencias.
Serena avanzó un paso, los ojos fijos en él. —No traicionaste solo a la empresa. Traicionaste a familias, destruiste empleos, pusiste vidas en riesgo al financiar ataques contra mí y contra mis padres. No mereces solo perder tu posición. Mereces pagar ante la ley.
Guardias contratados ya aguardaban en los laterales. A la señal de Cássio, avanzaron e inmovilizaron a Edmundo, que resistía a los gritos. —¡No entienden! —aullaba—. ¡Ellos van a volver! ¡Ellos no van a parar!
Serena lo encaró con frialdad, la voz firme como piedra. —Ni nosotros.
La imagen de Edmundo siendo arrastrado delante de la alta sociedad fue el espectáculo final de la noche. Los reporteros fotografiaban, los titulares ya estaban escritos. Para todos, quedaba claro: los traidores estaban cayendo, uno por uno.
Después del tumulto, el salón retomó un ritmo lento. Inversores se acercaban a Serena y Cássio, algunos para felicitar, otros por miedo a ser los próximos. Ellos se mantenían serenos, sin arrogancia, pero con la postura de quien sabía que había vencido otra batalla.
Cuando finalmente pudieron retirarse, Serena respiró hondo al lado de Cássio, ya dentro del coche. El silencio entre ellos era pesado, pero lleno de complicidad.
—Fue solo el primero —dijo ella, mirando por la ventana—. Aún restan muchos.
Cássio sujetó su mano, firme. —Uno a la vez, Serena. Hasta que no reste nadie.
Ella se volvió hacia él, los ojos llenos de lágrimas, pero llenos de orgullo. —Juntos.
Él sonrió, cansado pero determinado. —Siempre.
Y, mientras el coche se alejaba de las luces doradas de la fiesta, Serena sentía que aquella noche sería recordada como el hito del cambio. No eran más la heredera solitaria y el hombre en coma. Eran la pareja que renacía de las cenizas, más fuerte que nunca, listos para aplastar a todos los enemigos que osaran cruzar su camino.