Entre La Equitación Y La Pasión

Dias despues, en una de las soleadas mañanas del ducado, el principe Emmet Dunwich recibió una carta sellada con el emblema real. El mensajero se inclinó con respeto, y Emmet, al reconocer el sello de su padre, el rey de Dunwich, supo antes de leerla que no traia simples formalidades.

La abrió con calma, desplegando el fino papel. Sus ojos recorrieron las lineas con atención, pero su expresión no cambió. Solo al final, un leve gesto.. una exhalación corta, imperceptible.. delató su molestia.

El mensaje era claro:

“Viajaras al Archiducado Cavendish para supervisar los acuerdos comerciales y representar a la Corona en los festejos por la cosecha. Tu partida sera inmediata.”

Nada mas que eso. Directo, frio, una orden como tantas.

Mas tarde, mientras Antony y Emmet compartian una partida de ajedrez en la biblioteca, el joven duque rompió el silencio.

Antony: Asi que te marchas, ¿eh? Me lo imaginaba. Tu padre no deja que te quedes mucho tiempo fuera de la capital.

Emmet: Es un deber, no un capricho. Debo estar en Cavendish antes del cambio de luna.

Antony asintió, aunque su mirada se desvió hacia la puerta, donde Astrid acababa de aparecer, con su habitual energia y una manzana en la mano.

Astrid: ¿De que hablan tan serios?

Antony: De la partida del principe. Debe marcharse en unos dias. Fue enviado al archiducado Cavendish

Astrid: ¿Tan pronto? Que lastima, crei que al fin empezaba a acostumbrarse a sonreir.

Emmet levantó la vista hacia ella, con esa calma gelida que lo caracterizaba.

Emmet: No suelo sonreir sin motivo, señorita Huxley.

Astrid: Claro que no. Si lo hiciera, el reino entero pensaria que ha perdido la razón.

Antony contuvo una carcajada, fingiendo revisar el tablero para no intervenir. Emmet, sin embargo, no apartó la mirada.

Emmet: No todos encontramos placer en hacer de la alegria un espectaculo público.

Astrid: Ni todos encontramos merito en parecer de piedra todo el tiempo.

Hubo un silencio tenso. La mirada de ambos se cruzó, fria contra fuego, hielo contra chispa. Antony, viendo el intercambio, decidió levantarse discretamente, murmurando algo sobre “revisar los establos”, y los dejó a solas..

Astrid apoyó la manzana en la mesa, observandolo con ese descaro natural suyo.

Astrid: Supongo que en el Archiducado todos estaran encantados con su presencia, Su Alteza. Quiza hasta logren contagiarle algo de entusiasmo.

Emmet: Dudo que el entusiasmo sea un requisito diplomatico.

Astrid: No, pero ayuda a que la gente no se duerma cuando uno entra en la sala.

Por primera vez, los labios del principe parecieron curvarse en una sonrisa minima, tan leve que cualquiera podria haber creido que era un reflejo del fuego de la chimenea.

Emmet: Es curioso, señorita Huxley. Habla como si disfrutara provocarme.

Astrid: ¿Provocarlo yo? ¡Jamas! Solo intento que recuerde que los humanos tambien se rien, ¿sabe?

Emmet la miró con detenimiento. Su voz seguia fria, pero en sus ojos brillaba algo distinto, una mezcla de desconcierto y... curiosidad.

Emmet: Tal vez, si usted no hablara tanto, podria notarlo mas seguido.

Astrid: Y tal vez, si usted hablara un poco mas, no tendria que hacerlo yo por los dos.

Por un segundo, el silencio volvió a llenarse de tensión, pero esta vez no era hostil. El aire se volvió denso, casi electrico, y aunque ninguno quiso admitirlo, habia algo mas que irritación en esa mirada compartida.

Finalmente, Emmet se apartó, recogiendo la carta de su padre.

Emmet: Parto en dos dias. No espero despedidas.

Astrid: Perfecto. No pienso hacerlas.

él se marchó sin mirar atras, y Astrid quedó sola en la biblioteca, con una sonrisa traviesa en los labios y el corazón latiendole un poco mas rapido de lo normal.

[Que hombre tan imposible… tan insoportable…]

Una hora antes de su partida, el príncipe Emmet Dunwich fue personalmente a las caballerizas para revisar que su caballo, Onyx, estuviera listo para el viaje. El aire olía a heno y a madera húmeda; los rayos del sol se filtraban entre las rendijas del techo, dibujando franjas doradas sobre el suelo.

No esperaba encontrar a nadie allí, pero al entrar, la vio.

Astrid Huxley estaba de pie junto a Valiant, cepillando su pelaje con calma. Llevaba el cabello trenzado y un atuendo que pocos en la corte habrían considerado apropiado para una dama pantalones de montar oscuros, botas altas y una camisa blanca remangada hasta los codos..

Sin embargo, a los ojos del príncipe, no había visto nunca algo tan fascinante.

Por primera vez, su habitual compostura se quebró. La observó en silencio unos segundos, notando cómo la luz se posaba sobre su piel, cómo cada movimiento suyo tenía una naturalidad imposible de fingir.

Astrid lo notó, por supuesto. No había nada que se le escapara cuando de provocar se trataba.

Le lanzó una mirada ladeada y una sonrisa traviesa.

Astrid: ¿Qué pasa, Su Alteza? ¿Nunca ha visto a una mujer con pantalones?

Emmet: No con tanta… confianza.

Ella dejó el cepillo a un lado y se cruzó de brazos, fingiendo indignación.

Astrid: Oh, vaya. ¿Eso es un cumplido o una crítica sutil?

Emmet: No estoy seguro todavía.

Astrid soltó una risa suave.

Astrid: Entonces me temo que tendrá que seguir pensándolo durante su viaje al Archiducado.

Él dio un paso más cerca, lo suficiente para que ella sintiera su presencia, pero sin romper la distancia que aún los separaba.

Sus ojos grises se encontraron con los de ella, intensos, serios, pero con una chispa que no había estado allí antes.

Emmet: Siempre te he considerado… demasiado insolente.

Astrid: ¿Ah, sí? Qué interesante. No sabía que pensaba en mí.

El comentario lo tomó por sorpresa. Por un segundo, el príncipe pareció quedarse sin respuesta. La sonrisa de ella se ensanchó al ver el leve rubor que cruzó su rostro antes de que él lo ocultara tras su habitual expresión fría.

Emmet: No suelo pensar en personas que me irritan.

Astrid: entonces debe haberlo pasado muy mal en este ducado, porque parece que no dejo de irritarlo.

El silencio se volvió denso. Onyx resopló suavemente detrás de ellos, rompiendo por un instante la tensión.

Emmet desvió la mirada, respirando hondo.

Emmet: A veces olvido que las palabras no te asustan.

Astrid: Solo las que no dicen nada.

Por un momento, ninguno habló. La distancia entre ellos se redujo a un suspiro.. bastaba un paso más para que el aire se rompiera del todo. Pero Emmet retrocedió con disciplina militar, ajustándose los guantes.

Emmet: Debería despedirme antes de que digas algo más que me quite la calma.

Astrid: ¿Calma? Oh, Su Alteza… creo que hace tiempo la perdió, solo que no quiere admitirlo.

Él la miró una última vez, y en esa mirada se mezclaron todas las cosas que no podía decir.. irritación, desconcierto, y una atracción que lo desarmaba más que cualquier batalla.

Emmet: Adiós, señorita Huxley.

Astrid: Buen viaje, Su Alteza. Trate de no congelar a nadie en el camino.

Él salió sin responder, con el paso firme y el corazón latiendo con una fuerza incómoda.

Mientras lo veía marchar, Astrid sonrió, acariciando a Valiant.

[Qué hombre tan frío… y tan fácil de hacer enojar.]