A sus 19 años, arina de lucas parece ser una estudiante común: bonita, callada y aplicada. Trabaja en la cafetería de su abuelo y aparenta ser una joven más de preparatoria. Pero bajo esa máscara se esconde la futura heredera de un poderoso imperio criminal. Entrenada en artes marciales, fría cuando debe serlo y con un corazón marcado por el rechazo de sus propios padres, dirige en secreto a los hombres de su abuelo, el único que la valora.
Del otro lado está ethan moretti, de 21 años. Inteligente, atractivo, respetuoso y aparentemente un estudiante modelo. Sin embargo, también arrastra un legado: pertenece a otra familia mafiosa rival, dirigida por su abuelo, que pretende heredarle el trono del poder. A diferencia de la chica, sus padres sí conocen la verdad, aunque intentan disimularlo bajo la máscara de ejecutivos ejemplares.
Lo que ninguno sospecha es que sus vidas están unidas por un destino retorcido: enemigos en la sombra, pero vecinos en la vida real.
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capitulo 8
El silencio se rompió con el sonido del bastón golpeando el suelo.
—No. —La voz de Don Alessandro resonó desde la entrada.
Todos giraron sorprendidos. El anciano había entrado sin anunciarse, acompañado de dos de sus hombres de confianza. Sus ojos grises, fríos como el mármol, se posaron en Marisa y luego en Bianca.
—Mi nieta no se comprometerá con ningún viejo codicioso —sentenció—. Y mucho menos con ese victor.
Marisa frunció el ceño.
—Alessandro, no puedes decidir por ella…
El anciano la interrumpió con un golpe seco de bastón contra el suelo.
—¡Claro que puedo! Ariana es mi sangre, mi heredera, y yo decidiré lo que sea mejor para ella.
Bianca lo miró con furia.
—¿Y yo qué? ¡Soy tu nieta también!.
—Eres mi nieta —respondió Alessandro con calma—, pero no mi heredera. Y si no aprendes a aceptar eso, te quedarás con nada.
Bianca palideció, pero no dijo más.
Alessandro se acercó a Ariana y le tomó el mentón con suavidad, obligándola a mirarlo.
—Escúchame bien, niña. No dejaré que te usen ni que te vendan. Tú tendrás un futuro digno. Ya tengo en mente a alguien para ti… un pretendiente adecuado.
Los ojos de Ariana se abrieron con sorpresa.
—¿Un pretendiente? ¿Quién?
El anciano sonrió apenas, con un brillo enigmático en su mirada.
—Eso lo sabrás cuando llegue el momento. Por ahora, basta con que sepas esto: nadie tiene derecho a contradecirme.
Marisa abrió la boca para protestar, pero Alessandro levantó la mano en el aire.
—Si alguien intenta obligar a Ariana a hacer algo que no quiere, esa persona quedará fuera de mi testamento. Y créanme, no dudaré en hacerlo.
El silencio fue absoluto. Marisa tragó saliva, sin atreverse a desafiarlo. Bianca apretó los puños, llena de odio, pero incapaz de responder.
Ariana, en cambio, sintió un calor extraño recorrer su pecho. Por primera vez en mucho tiempo, alguien la estaba defendiendo. Y no era cualquier persona: era el hombre más poderoso que conocía.
Esa noche Ariana regreso a su apartamento y encendió el televisor, las noticias no dejaban de repetir el escándalo. Las imágenes de su abuelo en el patio de la escuela, proclamando que Ariana sería la heredera, se convirtieron en virales. Los programas de análisis económico especulaban sobre el futuro del imperio De Luca. Los programas de farándula hablaban de ella como si fuera una celebridad.
—La nueva heredera —decían los presentadores con sonrisas falsas—. Ariana De Luca, la joven que de la noche a la mañana se convierte en la mujer más codiciada de la ciudad.
Ariana apagó el televisor, con el corazón desbocado. No quería esa atención, no había pedido nada de eso. Pero ya no podía escapar: el destino la había puesto en el centro de la tormenta.
Y lo que no sabía era que esa tormenta apenas estaba comenzando.
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La lluvia de comentarios en redes sociales parecía no tener fin. Videos, memes, titulares… todo giraba en torno a Ariana De Luca, la nueva heredera del imperio de su abuelo. Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, en una mansión tan imponente como fría, un hombre mayor observaba las noticias con una sonrisa ladeada.
Don Vittorio Moretti —abuelo de Ethan— apoyaba su bastón de ébano contra la mesa mientras los noticieros repetían una y otra vez la proclamación de Alessandro.
—Interesante… —murmuró con voz ronca, dejando escapar una risa breve, cargada de misterio.
Ethan entró en la sala en ese instante. Había terminado de entrenar con sus hombres y aún llevaba el sudor en la frente. Se detuvo al ver a su abuelo reír frente a la televisión.
—¿De qué se ríe, abuelo? —preguntó, arqueando una ceja.
Vittorio apagó la pantalla con el control y giró hacia él, recuperando de inmediato la seriedad en su rostro.
—De nada, muchacho. Solo… viejas historias que regresan cuando uno menos lo espera.
Ethan lo miró con desconfianza.
—¿Tiene algo que ver con el anuncio de Alessandro De Luca?
El anciano sonrió con ironía.
—Ese hombre siempre ha sabido hacer ruido cuando quiere. No le prestes atención.
Pero Ethan conocía demasiado bien a su abuelo: cada gesto, cada risa velada, cada mirada que escondía secretos. Supo que había algo más detrás de su reacción, pero Vittorio no pensaba darle respuestas.
—Confórmate con lo que te digo, Ethan —cerró el anciano con voz grave—. Ya tendrás tus propias batallas que pelear.
El chico suspiró, rascándose la nuca. No era la primera vez que su abuelo hablaba en acertijos, pero esa sonrisa en particular lo dejó inquieto.
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Al día siguiente, los pasillos de la escuela eran un hervidero. Los murmullos seguían a Ariana a cada paso, como un eco imposible de apagar. Algunos la miraban con envidia, otros con curiosidad morbosa, y unos pocos con sincera admiración.
Isabella, en cambio, la observaba con desprecio abierto, como si Ariana fuera una mancha que debía borrarse de la faz de la tierra.
—Mírenla… —susurró a sus amigas, lo suficientemente alto para que se oyera—. Ahora se cree reina solo porque su abuelo la nombró heredera. Pero no pasa de ser una cualquiera.
Ariana se limitó a seguir caminando, ignorándola, aunque por dentro hervía de rabia. Sabía que cualquier palabra que dijera solo alimentaría el veneno de Isabella.
En medio de ese ambiente cargado, llegó el momento de presentar el trabajo de historia. El profesor Ramírez, con su eterna carpeta bajo el brazo, entró al aula con su paso pesado y su mirada inquisitiva.
—Bien —dijo con voz fuerte—. Hoy escucharemos la exposición de cada grupo. Y recuerden: quiero compromiso, quiero pasión. La historia no es un texto muerto, es vida.
Ariana y Ethan intercambiaron una mirada rápida. Llevaban días trabajando juntos, a regañadientes, discutiendo por cada línea, pero al final habían logrado un guion sólido.
—De Luca, Moretti —llamó el profesor—. Son los siguientes.
Un murmullo excitado recorrió el aula. Verlos juntos en cualquier cosa era suficiente para despertar morbo y especulación, pero después de las noticias recientes, la expectativa era aún mayor.
Ariana se puso de pie, alisando su falda, y caminó hacia el frente con paso firme. Ethan la siguió, serio como siempre, pero con una tensión en los hombros que no logró disimular.
Otro leve murmullo recorrió la sala. Todos sabían que juntar a esos dos era como poner fuego y gasolina en el mismo espacio. Ariana camino hacia el tablero con sus hojas en la mano, vistiendo una blusa blanca impecable y una falda negra. Ethan, con las manos en los bolsillos, caminaba detrás de ella con esa calma fría que lo caracterizaba.
Frente a todos, Ariana respiró hondo.
—Nuestra exposición es sobre Alphonse Gabriel Capone, conocido como Al Capone, uno de los gánsteres más poderosos durante la Ley Seca en Estados Unidos. —Su voz sonaba clara, firme, aunque sabía que todos la miraban con curiosidad.
Ethan tomó la palabra, con un tono grave y pausado que acaparó la atención de inmediato.
—Capone no solo fue temido por sus crímenes. También fue respetado por su capacidad de mantener control en un mundo donde la traición era la moneda más usada. Y lo curioso es que detrás de ese hombre había alguien que casi nadie menciona: su esposa, Mae Josephine Coughlin.
Algunos compañeros se sorprendieron. Ariana lo miró de reojo: no esperaba que Ethan supiera tanto detalle.
Ella retomó, con voz más suave.
—Mae fue, en cierta forma, el único refugio de Capone. Mientras él manejaba negocios ilegales y guerras contra bandas rivales, ella era quien mantenía la familia de pie. Lo esperó, lo soportó y, de alguna manera, lo sostuvo incluso cuando todo se derrumbaba.
Ethan giró levemente la cabeza hacia Ariana. Sus palabras parecían tener otro peso, como si hablase de algo más que de historia.
—El poder de un hombre como Capone no solo estaba en su violencia o su dinero… sino en la mujer que lo acompañaba en silencio. Una mujer que no eligió el camino, pero aprendió a caminarlo.
El salón quedó en silencio. Algunos alumnos se miraban entre sí, intrigados por el tono con el que Ethan había dicho esas palabras.
Ariana apretó los labios y añadió, mirando hacia adelante pero con el corazón acelerado.
—Lo que la historia de Al Capone y Mae nos deja es que, incluso en la oscuridad más peligrosa, el amor y la lealtad pueden ser tanto un refugio… como una condena.
Ethan soltó una leve sonrisa de lado, apenas perceptible.
—Exacto. A veces, estar al lado de alguien fuerte significa cargar también con sus demonios. Y no cualquiera es capaz de soportarlo.
Los compañeros comenzaron a murmurar, sorprendidos por la intensidad de esa exposición. El profesor asintió, impactado también.
—Muy bien. Excelente presentación.
Ariana bajó del frente con el corazón latiendo desbocado. Ethan caminó a su lado, sin decir nada, hasta que ella susurró, apenas audible:
—Usaste esa parte de Capone y Mae para lanzarme indirectas, ¿verdad?
Ethan arqueó una ceja, con esa calma que lo hacía aún más enigmático.
—¿Indirectas? —se inclinó levemente hacia ella—. Solo conté la historia. Si algo te sonó personal… será porque te viste reflejada.
Ariana lo miró con rabia fingida, aunque por dentro no supo cómo responder. Y mientras ambos regresaban a sus puestos bajo la mirada atenta de todos, quedó claro que esa exposición había sido mucho más que un trabajo de historia.
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El aula estalló en aplausos, aunque muchos lo hicieron más por el espectáculo de verlos juntos que por la calidad de la exposición.
Ariana y Ethan regresaron a sus asientos. Ella fingió indiferencia, pero su corazón latía con fuerza. Él, en silencio, apretó la mandíbula, intentando convencerse de que lo que había sentido era solo parte de la presentación.
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En la parte trasera del salón, Isabella ardía de rabia. No podía soportar que Ariana, esa chica que consideraba insignificante, se robara todas las miradas… incluso las de Ethan.
—Esto no se va a quedar así —murmuró, con una sonrisa venenosa.
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Minutos después...
El timbre del recreo sonó, liberando a los estudiantes hacia el patio. Ariana avanzaba con paso tranquilo, aún cuidando su tobillo, cuando un murmullo extraño la alertó.
—¡Ahora! —gritó alguien desde el campo deportivo.
Un balón de fútbol salió disparado con una fuerza brutal, directo hacia ella. Ariana lo vio venir, pero su tobillo aún resentido no le permitió reaccionar a tiempo. Cerró los ojos, segura de que el golpe sería inevitable.
De pronto, un brazo fuerte la rodeó por la cintura y la atrajo hacia un lado. El balón pasó rozando, golpeando la pared con un estruendo seco.
Ariana abrió los ojos, sobresaltada. Ethan la tenía contra su pecho, mirándola con el ceño fruncido.
—¿Estás bien? —preguntó, sin soltarla todavía.
Ella asintió, algo aturdida, mientras escuchaban las risas contenidas de varios estudiantes. Isabella, desde la distancia, fingía conversar con sus amigas, pero la sonrisa en sus labios la delataba.
Ethan la miró directamente, su voz fría como el hielo.
—Te aconsejo que elijas mejor tus distracciones, Isabella. Un “accidente” puede costar caro.
Isabella se encogió de hombros, fingiendo inocencia.
—¿Yo? No sé de qué hablas.
Ethan la sostuvo un segundo más, hasta asegurarse de que Ariana recuperaba el equilibrio. Luego la soltó, pero no sin antes murmurar:
—Tienes que tener más cuidado. No todos en esta escuela juegan limpio.
Ariana lo miró de reojo, con el orgullo ardiendo.
—No necesito que me salves.
—Tal vez no —respondió él con calma—, pero no pienso quedarme quieto mientras alguien intenta lastimarte.
Ella se giró para ocultar el rubor que subía a sus mejillas, mientras en el fondo, Isabella hervía de odio.
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Las clases terminaron más tarde de lo habitual. Ariana caminaba sola hacia la salida, con los audífonos puestos, cuando una camioneta negra se detuvo de golpe a su lado. Tres sujetos bajaron y, antes de que pudiera reaccionar, la sujetaron por los brazos.
—¡Suéltenme! —gritó, forcejeando con todas sus fuerzas, pero el tobillo resentido limitaba sus movimientos.
La arrojaron dentro del vehículo, cubriéndole la boca con cinta adhesiva. Entre risas, uno de ellos dijo:
—Tranquila, muñeca. Solo queremos darte un paseíto.
El motor rugió y la camioneta desapareció en la oscuridad de la tarde.
Ariana, con el corazón desbocado, sabía que esto no era un simple susto: Isabella había movido sus hilos.
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Ethan salía de la escuela cuando notó algo raro: el bolso de Ariana estaba tirado cerca de la reja. Lo recogió y su instinto se encendió como una alarma.
—Maldición… —murmuró.
Con pasos rápidos, tomó su motocicleta y salió a toda velocidad por las calles, siguiendo rastros, preguntando discretamente a sus contactos hasta que obtuvo una pista: una camioneta negra había sido vista rumbo a las afueras de la ciudad.
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La lluvia comenzó a caer con furia cuando Ethan alcanzó la cabaña abandonada donde la retuvieron.
Con movimientos silenciosos, neutralizó a dos de los hombres en la entrada. Dentro, Ariana luchaba contra el tercero que intentaba atarla a una silla.
—¡Suéltala! —rugió Ethan, irrumpiendo como una sombra.
El matón apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de recibir un golpe que lo dejó inconsciente en el suelo.
Ethan arrancó la cinta de la boca de Ariana y la ayudó a ponerse en pie.
—¿Estás herida?
Ella negó con la cabeza.
—Solo… un poco asustada
Él la tomó de la mano, firme.
—Vámonos de aquí.
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La tormenta no dio tregua. El camino estaba imposible para la motocicleta, así que se refugiaron en otra cabaña más pequeña que encontraron en medio del bosque.
Dentro, solo había una cama desvencijada y una chimenea apagada. Ethan encendió un fuego improvisado mientras Ariana se abrazaba a sí misma, empapada hasta los huesos.
—No hay mantas… —dijo él, revisando el lugar.
Al final, solo encontró una cobija, delgada pero suficiente para cubrirlos. La colocó sobre la cama y miró a Ariana con seriedad.
—Tendrás que dormir aquí.
Ella lo miró con desconfianza.
—¿Y tú?
—También aquí. —Ethan se cruzó de brazos—. Está lloviendo demasiado fuerte y no pienso quedarme despierto vigilando como un idiota, pero antes...
continuará...