En esta historia, se encontrarán con Ángel, una niña que fue abandonada al nacer y creció en una abadía, donde un grupo de religiosas le ofreció amor y cuidado. Sin embargo, a medida que Ángel va creciendo, comienza a sentir un vacío en su interior: el anhelo de tener un padre, como los demás niños que la rodean. A pesar de su deseo, no se atreve a manifestar sus sentimientos por miedo a lastimar a quienes la han criado, y su vida tomará un giro inesperado una noche fatídica.
Una enigmática mujer aparece y le revela a Ángel un oscuro secreto: es una heredera y debe buscar venganza por la muerte de su madre. Así inicia su transformación en la Duquesa Sin Corazón, una niña destinada a cumplir con un legado de venganza que no es suyo. ¿Qué elecciones hará Ángel en su camino? ¿Podrá encontrar su verdadera identidad en medio de la oscuridad que la rodea?
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CAPÍTULO 7. EL CORAZÓN EN LLAMAS
CAPÍTULO 7. EL CORAZÓN EN LLAMAS
La bruma matutina no aliviaba la inquietud que Ángela experimentaba en su pecho. Se encontraba sentada en el carruaje, con las manos firmemente entrelazadas sobre sus piernas. Sus dedos, cubiertos con guantes, temblaban ligeramente. Su vestido de terciopelo gris perlado, adornado con hilos plateados, parecía más una armadura que un atuendo apropiado para el viaje. Un sombrero decorado con encajes cubría parcialmente su cara, sin ocultar sus ojos, donde se reflejaba el terror de una madre sumida en la incertidumbre.
El camino de tierra, encharcado por las lluvias, sacudía el carruaje en cada bache. Ángela apenas sentía los impactos. Su pensamiento estaba en otra parte.
"¿Y si ella me rechaza? ¿Y si no me perdona por no haberla buscado antes? ¿Y si no me reconoce? "
De repente, el sonido de las ruedas se detuvo en seco.
—Mi señora —dijo el cochero, saliendo con prisa—. Algo está sucediendo…
Ángela se bajó sin esperar asistencia. Una densa y oscura nube de humo se alzaba en el horizonte, oscureciendo el cielo. En un instante, comprendió lo que ocurría. Su rostro se volvió pálido.
—La abadía…
Y salió corriendo.
El vestido se enredaba en sus piernas y el barro salpicaba sus botas, pero no se detuvo. Cruzó los campos hasta que la imagen de la abadía apareció entre las llamas como un infierno en la tierra. El caos reinaba: parte del techo había colapsado, las columnas ardían, y las monjas, cubiertas de hollín, corrían con cubos de agua, intentando apagar un fuego imposible. Algunas gritaban, otras lloraban. El aire tenía un fuerte olor a cenizas y desesperación.
—¡La niña! —gritó Ángela al entrar en el recinto en llamas—. ¡¿Dónde está mi hija?!
Su voz atravesó el aire como un golpe. Nadie respondió. Siguió avanzando entre las brasas, esquivando escombros, con los ojos llenos de lágrimas y humo.
—¡¿Dónde está?! ¡Mi hija! ¡¿Dónde está mi hija?!
—¡Señora, no! —Sor Magnolia la vio y corrió tras ella, respirando con dificultad—. ¡No hay nadie adentro, por favor, puede morir!
—¡No me importa! ¡Necesito encontrarla!
Sor Magnolia la alcanzó justo cuando una viga en llamas cayó a pocos centímetros de ellas. La sujetó de los brazos y la hizo retroceder.
—¡Por favor, escúcheme! Ya no hay nadie ahí dentro. ¡No hay nadie!
Ángela se debatía, abrumada por la situación.
—¡Mi hija! ¡Ella estaba aquí! ¡La estaban cuidando en esta abadía!
Sor Magnolia se quedó paralizada. Su expresión se transformó. Miró a Ángela con sorpresa.
—¿Su hija…? ¿Una niña? ¿No se está refiriendo a una de las novicias?
—No —sollozó Ángela, llena de angustia—. La niña que dejaron aquí hace años.
Un denso silencio envolvió el ambiente. Sor Magnolia retrocedió un paso.
—Entonces… usted… usted es su madre.
Ángela solo pudo asentir, incapaz de decir una palabra.
—Ella ya no está —comentó Sor Magnolia, con voz temblorosa—. Cuando esos hombres llegaron, corrí a buscarla… pero había desaparecido. Creo que la abadesa la mandó a un lugar más seguro.
—¡Llévame con ella! —suplicó Ángela—. ¡Por favor!
Sor Magnolia no respondió verbalmente. La tomó del brazo y la llevó rápidamente a la capilla, una de las pocas áreas que aún no había sido consumida por el fuego.
Dentro, entre el humo y las sombras, las novicias heridas recibían atención con vendajes improvisados. El altar estaba cubierto con mantas. En el centro, la abadesa, con su hábito quemado y su rostro ennegrecido por el hollín, estaba aplicando ungüentos y bendiciendo en silencio.
—Abadesa… —llamó Sor Magnolia—. Esta señora la necesita.
La abadesa levantó la vista. Su mirada se enfocó en el vestido bordado, en la postura recta y orgullosa de Ángela… y luego en sus ojos, tan semejantes a los de Ángel.
—Sígueme —dijo con suavidad.
Salieron al patio, donde aún se podía sentir la brisa. Ángela notaba que sus piernas apenas la mantenían en pie.
—Sé por qué ha venido —afirmó la abadesa directamente—. Pero su hija ya no está bajo mi cuidado. Su madre se ocupa de ella.
—Mi madre no me dirá dónde se encuentra —susurró Ángela, su voz temblando—. Solo quiero verla. Sé que no la merezco, pero necesito verla.
La abadesa la miró con compasión. Sus ojos eran firmes, pero no crueles.
—No sé a dónde la llevaron. Fue por su seguridad. Cuando esos hombres llegaron, ella ya se había ido. Ni yo tengo información sobre su paradero.
Ángela bajó la vista. Lagrimas silenciosas caían por sus mejillas.
—Tengo miedo… miedo de que me odie. De que no me perdone por no haberla buscado antes.
La abadesa le tomó las manos con una calma firme.
—Ángel tiene un corazón bondadoso. Nunca la odiará. Ella conoce el amor, porque ha crecido rodeada de él. Vaya con su madre, habla con ella. Y reza. Dios unirá sus caminos si así lo quiere.
Ángela asintió con un nudo en la garganta. Se quedó un momento más, observando el humo ascender hacia el cielo como una súplica silenciosa. Luego, sacó de su bolso una pequeña bolsita de cuero y se la entregó a la abadesa.
—Para las reparaciones. Lo siento. . . por todo esto.
La abadesa hizo una leve inclinación, aceptando sin palabras.
De regreso al carruaje, Ángela sintió que su alma se movía entre la ira y la esperanza. Douglas. No necesitaba pruebas para entender que él estaba detrás de todo. Y si había puesto en peligro a su hija, no quedaría sin castigo.
La próxima vez que lo mirara a los ojos, ya no sería la duquesa resignada. Sería una madre dispuesta a todo… incluso a la guerra.
LA ABADESA.
ANGELA EN LA ABADIA, BUSCANDO A ANGEL EN MEDIO DEL FUEGO.