Novela Ligera de Aventura y Artes Marciales
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Capítulo 6 El Fuego Interior (2 Parte)
Parte 2: Cenizas que se Forjan en Acero
Los entrenamientos comenzaron antes del amanecer.
No en los campos comunes, ni en las salas de combate. Han Fei fue guiado por el maestro Gao a una cámara subterránea, oculta bajo una cascada seca al pie de la torre del reloj. Allí, el aire olía a tierra quemada y metal oxidado.
—Aquí entrenaban los fundadores, cuando aún éramos una academia de guerra y no de debates filosóficos —dijo Gao, lanzándole una lanza de madera astillada—. Vas a odiarme antes de que esto termine.
—Ya te odio un poco —gruñó Han Fei, atrapando la lanza por reflejo.
—Perfecto. Entonces estamos listos.
Los días se volvieron una tortura que se repetía sin fin.
Empujes, esquivas, rodar sobre piedras calientes, cargar pesos en los tobillos mientras subía una torre de mil escalones con vendas sobre los ojos. Si fallaba una vez, el maestro Gao lo hacía comenzar de nuevo.
Cada músculo dolía. Cada respiración era una hoja cortando su garganta.
“Tu cuerpo no puede cargar el poder que llevas dentro. No sin romperse primero,” le había dicho Gao. Y eso era exactamente lo que ocurría.
Sus nudillos sangraban. Sus rodillas se torcían. Sus costillas crujían con cada caída. Pero no se rendía.
Y en medio del dolor, vinieron los recuerdos.
[Flashback 1]
Tenía siete años cuando despertó en un campo cubierto de nieve, sin nombre, sin historia, solo con hambre y miedo. Fue entonces cuando una anciana de ojos como la luna llena lo encontró.
—¿Cómo llegaste aquí, niño? —preguntó, cubriéndolo con su abrigo.
Él no pudo responder. Solo se aferró a su mano.
La llevaron a una choza humilde. Lo alimentaron, curaron sus heridas, y cuando él preguntó si podía quedarse, el anciano respondió sin dudar:
—Ya estás en casa.
Volviendo al presente, Han Fei caía una y otra vez. Se levantaba. Avanzaba.
Una noche, el maestro Gao lo encontró de rodillas, intentando levantar una piedra que pesaba más que él. Sus brazos temblaban como ramas en tormenta.
—Ríndete —le dijo Gao—. No estás hecho para esto.
—Entonces… haré que lo esté.
—¿Y por qué diablos estás tan desesperado?
Han Fei lo miró. Tenía sangre en los labios, el ojo izquierdo cerrado, y una rodilla al borde de la fractura.
—Porque esta vez… no me voy a dejar usar. Ni sellar. Ni temer. Voy a elegir mi camino. Quiero… protegerlos.
—¿A quién?
—A mis abuelos. A mis amigos. A Yueran. A mí mismo. Aunque me rompa mil veces.
Gao guardó silencio. Luego sonrió, por primera vez.
—Bien. Mañana comenzamos el verdadero entrenamiento.
—¿Qué fue esto entonces?
—El calentamiento.
[Flashback 2]
—No tienes por qué cargar con el pasado que no recuerdas, Han Fei —le decía su abuela mientras le enseñaba a hacer pan—. Puedes construir algo nuevo. Aquí. Con nosotros.
—Pero… ¿y si fui alguien malo?
Ella le puso la mano sobre el corazón.
—Entonces puedes ser alguien mejor. Ahora.
Pasaron semanas. El cuerpo de Han Fei comenzó a cambiar.
Los músculos se endurecieron. Su velocidad se afinó. Su visión captaba detalles mínimos: una hoja cayendo, el temblor de una sombra.
Gao no se lo decía, pero lo observaba con ojos orgullosos.
—Ese niño va a destruirnos a todos… o salvarnos, pensó para si mismo.
Una noche, tras un entrenamiento especialmente brutal, Han Fei cayó de espaldas sobre la piedra. Miró el cielo sin estrellas.
—No sé quién fui. Pero sé quién soy ahora.
En ese instante, sintió una presencia detrás de él.
Una figura encapuchada emergió de las sombras, caminando lentamente hasta la luz.
—Parece que sobreviviste —dijo una voz grave y tranquila.
Era el maestro misterioso. El mismo que hablaba en susurros con el director Gao en lo alto de la torre.
—¿Quién eres?
—Soy la última persona que puede ayudarte a no morir… cuando tu verdadero poder despierte.
[Flashback 3]
El día que Han Fei cumplió once años, su abuelo le regaló una espada de madera.
—No para que pelees —dijo—, sino para que recuerdes que puedes defenderte. Siempre. Incluso sin recordar quién eres.
De vuelta al presente, el maestro misterioso lo miró con ojos que parecían haber visto siglos.
—Eres una chispa en un campo de pólvora. Todos quieren usarte. O sellarte. Pero tú debes elegir si serás destrucción o renacer.
—¿Y si no quiero ser ninguno?
—Entonces muere. Esa también es una elección.
Antes de irse, Han Fei preguntó:
—¿Por qué tú y el director me ayudan… en secreto?
El maestro guardó silencio unos segundos. Luego, habló sin volverse:
—Porque también fuimos armas. Y porque el mundo necesita más que dragones sin nombre. Necesita hombres que elijan.