La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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conflictos de hermanos
Elaiza estaba en la habitación de los niños, dando los últimos toques a la ropa que llevarían al baile en palacio. Emanuel dormía plácidamente en su camita, mientras Rosalba observaba con interés cómo Elaiza preparaba todos los detalles de su ropa.
Mientras que Tomás estaba mirando por la ventana, con una expresión pensativa en su rostro. "¿Tomás, en qué estás pensando?", preguntó Elaiza, acercándose a él.
Tomás se volvió hacia ella sorprendido, y Elaiza vio que estaba mirando hacia el jardín, donde Alessandro y Marcello estaban practicando boxeo. "Nada", dijo molesto Tomás, encogiéndose de hombros y se retiro de la ventana.
Elaiza sonrió, sabiendo que Tomás estaba un poco fascinado por los hermanos. "Bueno, si cambias de opinión y quieres hablar sobre ello, estoy aquí para escucharte", dijo Elaiza.
De repente, Rosalba se acercó al armario y descolgó el vestido nuevo que su padre había traído para ella. "¿Puedo probármelo, Elaiza?", preguntó con ojos brillantes.
Elaiza se detuvo en lo que estaba haciendo y miró a Rosalba con sorpresa. "Rosalba, no creo que sea una buena idea. Ese vestido es para la fiesta de mañana, no para jugar ahora."
Rosalba abrazo el vestido y comenzó a girar con el en brazos, y Elaiza no pudo evitar reír al ver la expresión de felicidad en su rostro. "Me encanta", dijo Rosalba, girando sobre sí misma para admirar el vestido "Me encantan los banquetes de palacio. Me gustaría ir a uno algún día a una De esas fiestas en la noche, y bailar con un muchacho apuesto como en los cuentos que nos lees".
Elaiza sonrió. "Quizás algún día, Rosalba", dijo Elaiza, sonriendo. "Pero por ahora, vamos a centrarnos en prepararnos para mañana".
Tomás se dirigió hacia Rosalba, su mirada de enojo y desprecio dirigida hacia ella. "Eso es una tontería", dijo, con un tono despectivo. "Los bailes, el romance, todo eso es para niñas bobas".
Rosalba se puso a la defensiva, su rostro enrojecido por la emoción. "No es una tontería", dijo, con voz temblorosa. "Yo quiero ir a muchos bailes y enamorarme de un apuesto joven con uniforme militar tan guapo como mi papá. Sería el sueño de mi vida".
Tomás se puso rojo de coraje "Los militares no bailan", dijo, con convicción. "Son fuertes y valientes, no se preocupan por esas cosas frívolas".
Rosalba se enfureció, sus ojos llenos de lágrimas. "claro que si lo hacen... mamá y papá iban a muchos bailes juntos, Antes que ella...", dijo, con voz temblorosa.
Elaiza intentó intervenir. "Tomás, no es cierto que los militares no bailen", dijo, con suavidad. "Muchos de ellos asisten a eventos formales y bailan como parte de sus deberes sociales".
Pero Tomás se negó a escuchar, su enojo y frustración aumentando. "¡Tú no sabes nada! eres una simple criada que solo ha leído esas cosas en los libros", dijo dirigiéndose a Elaiza, después dijo acercándose a Rosalba. "¡y tú Eres una niña tonta y soñadora!"
Rosalba se puso firme, enfrentándolo. "¡No soy tonta!", gritó, con lágrimas en los ojos. "¡Y no voy a dejar que me hables así! Soy tu hermana mayor" dijo y lo abofeteo
Tomás, en un arrebato de ira, le jaló el vestido a Rosalba, rasgándolo un poco en el proceso. Rosalba gritó de sorpresa, y Elaiza se apresuró a intervenir, intentando calmar la situación.
"Tomás, ¿qué estás haciendo?", dijo Elaiza, con preocupación y molestia, tomas estaba conmocionado no era su intención, sin embargo no pudo decir nada y salió corriendo.
"Tomás, ¿qué estás haciendo?", dijo Elaiza, con preocupación y molestia, tomas estaba conmocionado no era su intención, sin embargo no pudo decir Nada y salió corriendo.
Rosalba se derrumbó en los brazos de Elaiza, llorando desconsoladamente.
"No era así antes", dijo entre sollozos. "Tomás no era así de cruel y enojado, el era un niño muy dulce como Emanuel. Creo que es culpa mía, por mencionar a mamá".
Elaiza la abrazó fuerte, intentando consolarla. "No es culpa tuya, Rosalba", dijo con suavidad. "La muerte de tu madre ha afectado a todos de manera diferente. Tomás está tratando de lidiar con su dolor de una manera que no es saludable".
Rosalba se apartó un poco y miró a Elaiza con ojos tristes. "Sí, lo sé", dijo. "Desde que mamá falleció, todo ha cambiado. Tomás se ha vuelto más distante y enojado. Emanuel llora mucho y no entiende por qué mamá no está aquí, y se aferra a Isabel más de lo que debería. Y yo... yo me siento sola sin ella".
Elaiza no supo que decir, ella al ser huérfana no sabía cómo se sentía extrañar a sus padres, ella creció en un lugar donde la directora era muy estricta y nunca les demostró ninguna clase de afecto, y la única figura que habría cumplido ese rol era el padre que la había apoyado para convertirse en institutriz, sin embargo no sabía si lo que sentía era similar al cariño por un padre o solo agradecimiento por su apoyo.
Rosalba miró a Elaiza con ojos tristes. "Sabes, Elaiza, yo siempre apoyé a Tomás en sus travesuras y aventuras. Me gustaba verlo sonreír por eso lo apoye incluso aunque a mí también me reprimieron o castigaran. Pero desde que llegaste, todo ha cambiado. ".
Elaiza la miró con comprensión. "¿Qué quieres decir?", preguntó.
Rosalba suspiró. "Antes, Tomás y yo éramos inseparables. Hacíamos todo juntos y nos apoyábamos mutuamente. Pero desde que llegaste, yo ya no siento la necesidad de hacer esas cosas, no quiero ser tan grosera o desafiante como lo fui antes, tu castigo me hizo ver qué con esas conductas afectabamos a más personas de las que creía, y eso nos ha distanciado".
Elaiza asintió, entendiendo. "Entiendo que te sientas así, y es natural que los hermanos se distancien un poco al crecer e incluso que tengan discusiones de vez en cuando, lo importante es que se sigan queriendo"
Rosalba miró a Elaiza con lágrimas en los ojos. "Gracias, Elaiza. Solo quiero que Tomás vuelva a ser como antes. Quiero que sea mi hermanito nuevamente". Dijo entre sollozos
Mientras tanto Tomás corrió por el jardín hasta llegar al establo, su ira y frustración aumentaban con cada paso. Al ver a Marcello sentado en un banco, limpiando unas botas de trabajo, su enojo se intensificó. "Oye, tú, tonto, qué haces aquí", gritó Tomás, su voz llena de ira. "Sal ahora".
Marcello se levantó sorprendido y se acercó a Tomás con una expresión de confusión. "Buenas tardes, joven amo", dijo, intentando calmar la situación.
Pero Tomás estaba demasiado enfadado para escuchar. "Tú, eres el que me delató con Elaiza", acusó, su voz temblando de rabia. "Por tu culpa estoy castigado desde entonces".
Marcello se defendió, "No sé de qué estás hablando, joven. Solo estoy haciendo mi trabajo".
Tomás, cegado por su ira, comenzó a empujar a Marcello. "¡Sal de aquí! Te he dicho", gritó, sacándolo del establo a empujones.
Una vez fuera Marcelo , Tomás comenzó a patear cosas y a aventarlas por todos lados mientras murmuraba como todo era culpa de los demas, de pronto tomó un palo y comenzó a golpear los postes del establo con furia. El sonido de los golpes resonó en el aire, y el palo se rompió en pedazos bajo la fuerza de sus golpes.
Tomás, todavía enfurecido, le dio un puñetazo a un poste y se lastimó la mano. El dolor se extendió por su brazo, y se mordió el labio para contener un grito.
Luego, en un arrebato de ira, pateó el poste y se lastimó el pie. El dolor se intensificó, y Tomás se derrumbó al suelo, adolorido y frustrado.
Allí se quedó, tirado en el suelo, con la mano y el pie doloridos, y la ira y la frustración todavía bullendo en su interior. No sabía cómo controlar sus emociones, y se sentía abrumado por la rabia y el dolor.
Marcello se había quedado fuera del granero, recargado contra la pared, esperando a que Tomás saliera para continuar su labor. Después de un rato de silencio cuando solo se oían los quejidos de Tomás, Marcello entró al establo donde estaban todas las cosas tiradas, se acercó a Tomás sin decir nada, intentando ayudarlo. Pero Tomás se resistió, apartando su mano y tratando de levantarse y caminar solo. Sin embargo, su dolor y su cojera lo hacían tambalearse.
A pesar de la resistencia de Tomás, Marcello como pudo lo subió a su espalda. Tomás intentó protestar, pero Marcello lo ignoró y comenzó a caminar hacia la mansión.
Tomás se debatió un poco al principio, pero finalmente se rindió y se dejó llevar por Marcello. La ira y la frustración que sentía comenzaron a disminuir un poco, reemplazadas por un sentimiento de vergüenza y arrepentimiento por su comportamiento.Marcello lo llevó en su espalda hasta la mansión, sin decir una palabra. Su silencio y su calma parecían tener un efecto tranquilizador en Tomás, que se sentía cada vez más avergonzado de su comportamiento.
El marqués encontró a Tomás en una de las habitaciones de invitados, acostado en la enorme cama, con su mano inmovilizada por una tablilla, vendas y un cabestrillo que le sostenía el brazo. El doctor había explicado al marqués que la fractura de la mano requeriría un tiempo de recuperación y cuidados.
Elaiza estaba parada en un rincón de la habitación, con una expresión de preocupación y culpa en su rostro. Se sentía responsable por no haber podido evitar que Tomás se lastimara, si tansolo lo hubiera detenido de salir corriendo cuando pudo, se repetia en la mente.
El marqués se acercó a Elaiza y le puso una mano en el hombro. "No es culpa tuya, señorita Eliza", dijo con suavidad, está vez no le importo que le cambiara el nombre. "Tomás es un niño impulsivo y a veces se deja llevar por sus emociones. Ha hecho todo lo que ha podido para cuidarlo".
Elaiza asintió, pero todavía se sentía avergonzada. El marqués le hizo un gesto para que se retirara. "Déjame solo con mi hijo", dijo. "Necesito hablar con él".
Elaiza asintió y salió en silencio de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella. El marqués se acercó a la cama de Tomás y se sentó en una silla junto a él. "Tomás, hijo mío", dijo con suavidad. "¿Cómo te sientes?"
Tomas estaba sentado con lágrimas sostenidas en los ojos, acariciando su mano, el dolor era apenas soportable, sin embargo el marqués ya se había enterado por Marcello y Rosalba de todo lo ocurrido y dijo con una expresión seria pero preocupada en su rostro. "Tomás, necesito saber qué pasó", dijo con firmeza. "¿Cómo te lastimaste la mano?"
Tomás se quedó callado, mirando hacia abajo. Después de un momento, murmuró: "Fue un accidente, papá".
El marqués asintió, pero no parecía convencido. "Ya me enteré de lo que pasó con el vestido de Rosalba", dijo. "¿Tiene algo que decirme al respecto?"
Tomás intentó excusarse, evitando la culpa. "No, papá, no fue nada. Solo... me tropecé y lo rasgue sin querer".
El marqués lo miró con una expresión de desaprobación. "Tomás, tú hermana me dio otra versión...", dijo. " y Sé que algo pasó en el establo. Marcello me dijo que entraste y golpeaste los postes con un palo y que te lastimaste la mano y el pie en un arrebato de ira".
Tomás se ruborizó, sintiéndose descubierto. El marqués continuó: "Entiendo que estés molesto con Rosalba, pero no es excusa para perder el control de esa manera recuerda que eres el hijo del Márquez, capitán general del imperio". Esas últimas palabras resonaron fuertemente en la cabeza de Tomás.
Tomás bajó la cabeza, sintiéndose avergonzado y arrepentido. El marqués lo miró con una mezcla de decepción y preocupación. "Tomás, necesito que reflexiones sobre tu comportamiento y que aprendas a controlar tus emociones. No puedo permitir que te lastimes a ti mismo nuevamente ".El marqués lo miró con una expresión seria. "Tomás, tus actos tendrán consecuencias", dijo con firmeza. "pero hablaremos de eso más adelante. Por ahora, descansa y recupérate".
Tomás se sentía frustrado y creía que nada era su culpa. "No es justo", murmuró, pero su adre no lo escucho cruzando los brazos sobre su pecho.
El marqués lo miró con una mezcla de decepción y preocupación. "Tomás, esto no es un juego", dijo. "Tu salud y bienestar son importantes. Necesitas tomar esto en serio y hacer lo que es mejor para ti, por eso te quedarás en esta habitación hasta que te recuperes y No irás a la fiesta en palacio mañana, necesitas descansar y que tu mano se recupere"
Tomás se encogió de hombros, intentando aparentar que no le importaba. "No me importa", dijo con indiferencia, se volvió hacia la pared, intentando ignorar a su padre. El marqués suspiró y se levantó de la silla. "Descansa, Tomás", dijo. "Hablaremos mañana".
Al cerrar la puerta de la habitación de su hijo, una punzada de tristeza atravesó al marqués. Ver a Tomás en ese estado, a pesar de su rebeldía, le recordaba la fragilidad de la infancia y la profundidad de su amor paternal. Con un suspiro, intentó apartar esos pensamientos. Debía concentrarse en los compromisos del día siguiente.
La mañana amaneció con un ajetreo palpable en la mansión. A pesar del incidente de la víspera, los preparativos para la fiesta en el palacio seguían su curso. Elaiza ayudaba con diligencia a Rosalba a vestirse y arreglarse, asegurándose de que cada detalle estuviera impecable. En el aire se percibía la emoción de Rosalba, quien no podía dejar de admirar su vestido nuevo, mientras Emanuel correteaba entre los muebles escondiéndose de Isabel que intentaba terminar de vestir lo, ajeno a la ausencia de su hermano mayor y a la preocupación silenciosa que aún flotaba en el ambiente. terminando de ayudarla elaiza se dirigió rápido a su habitación a cambiar su vestido por uno más correcto para la ocasión.
De pronto la señora Jenkins avisó desde el pie de la escalera que el carruaje esperaba. Rosalba, ya vestida con su hermoso vestido nuevo, se detuvo un instante frente al ropero entre abierto. Su mirada se posó en la ropa que Tomás había preparado Elaiza con ilusión para el baile, ahora colgada y sin usar. Un atisbo de tristeza nubló sus ojos brillantes. A pesar de su enojo y frustración del día anterior, no podía evitar sentir pena por su hermano. Sabía cuánto anhelaba también él asistir a la fiesta en palacio, además la noche anterior no había podido dormir bien, no estaba acostumbrada a su ausencia en las noches.
Con un suspiro, se dirigió silenciosamente a la habitación de Tomás. La puerta estaba entreabierta. Asomó la cabeza y lo vio de espaldas, recostado en la cama con el brazo en cabestrillo. Dudó por un momento, pero finalmente entró.
"Tomás...", dijo en voz baja, acercándose a la cama.
Él no se movió, permaneciendo de espaldas y en silencio.
"Solo quería... desearte que te mejores pronto", continuó Rosalba, con la voz apenas un susurro. "Y... bueno, que ojalá pudieras estar con nosotros el día de hoy".
Siguió un silencio incómodo, solo interrumpido por la suave respiración de Tomás. Rosalba esperó unos instantes, con la esperanza de que él dijera algo, aunque fuera una sola palabra. Pero Tomás permaneció inmóvil, dándole la espalda.
Con el corazón un poco apesadumbrado, Rosalba se resignó. "Adiós, Tomás, si puedo te traeré algunos bocadillos", dijo suavemente antes de darse la vuelta y salir de la habitación.
Al cerrar la puerta, una lágrima solitaria rodó por su mejilla. La emoción por la fiesta seguía presente, pero ahora estaba teñida de una sombra de tristeza por la ausencia y el silencio de su hermano. Bajó las escaleras, tratando de borrar cualquier rastro de melancolía de su rostro antes de reunirse con Elaiza y el marqués para partir hacia el palacio.