*Sinopsis:*
_Alejandra despierta en un hospital con la memoria intacta de su vida pasada, marcada por el dolor y la desesperación por el amor no correspondido de Ronan. Decidida a cambiar su destino, Alejandra se enfoca en sí misma y en su bienestar, pero Ronan no cree en su transformación. Mientras tanto, Víctor, un poderoso enemigo de Ronan, pone sus ojos en Alejandra y comienza a acecharla. ¿Podrá Alejandra superar su amor por Ronan y encontrar la felicidad sin él, o su corazón seguirá atado a él para siempre? ¿O será víctima de los juegos de poder de Víctor? "Renacimiento en Silencio". Una historia de amor, redención y autodescubrimiento en un mundo de pasiones y conflictos.
NovelToon tiene autorización de Frida Escobar para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
No soy una criada.
Me arrastro sin darme tiempo a reaccionar. Me resiti pero su fuerza es mas. Me empujo literalmente al asiento del copiloto, cerrando la puerta de un azote seco que me hace brincar ya que no lo esperaba.
—¿Y ahora qué mierda le pasa a este? —pienso mientras él rodea el coche serio, con la mandíbula apretada, el ceño fruncido y los ojos fijos en mí como si fuera la culpable de todos sus males.
Desde la ventana trasera, la abuela y su madre nos observan. Puedo sentir sus miradas como cuando están preocupadas pero hay otra cosa, una que no entiendo ya que es la primera vez que Ronan se comporta así.
Él enciende el auto sin mirarme y arranca. El motor ruge como si reflejara su humor. Se detiene en el primer semáforo y me lanza una mirada rápida. Señala el cinturón de seguridad con ese gesto autoritario que tanto detesto.
—Póntelo —dice, como si fuera una orden.
—Solo porque quiero… no porque tú me lo dices —le respondo, levantando el mentón con orgullo. Y sí, claro que me lo pongo. No porque me lo haya ordenado, sino porque es mi vida la que está en juego, y bastante tengo con sobrevivirme a mí misma como para confiar en sus reflejos al volante. No sé cómo maneje.
Conforme avanzamos, empiezo a reconocer el camino. No necesito que me lo diga: vamos a la casa. Por supuesto.
Cuando aparca en la cochera, él baja y da la vuelta para abrir mi puerta. Yo, con los brazos cruzados, no me muevo ni un centímetro. Solo lo miro con una mezcla de aburrimiento y desprecio.
—Sal —me dice.
—No.
Se agacha, y yo ajusto el cinturón, me quita lo quita con brusquedad y antes de que pueda reaccionar, ya estoy peleando con sus manos como si fuéramos niños de cinco años. Él, harto, me levanta como si fuera una muñeca de trapo, lanzándome al hombro como si yo no tuviera dignidad ni peso.
—¡Bájame, idiota! ¡BAJAME! —grito, golpeándole la espalda con los puños.
Y lo peor… lo peor es que justo en ese momento pasa una pareja caminando por la acera. La señora se queda con la boca abierta, y de la nada los dos sueltan a reír mientras Ronán me lleva a dentro. Me cubro el vestido con las manos para evitar que se me suba y muero de vergüenza.
Cuando por fin me baja, lo primero que hago es darle una cachetada tan fuerte que incluso yo me sorprendo del sonido.
—¡No vuelvas a hacer eso! —le espeto, temblando, más de rabia que de miedo.
—Deja de jugar conmigo.
Él me mira, entre enfurecido y desconcertado, pero no dice nada. Me sujeta del brazo con fuerza y me lleva al segundo piso. Me empuja dentro del cuarto de huéspedes.
—Me voy a bañar —dice, soltándome—. Y cuando salga, quiero mi ropa planchada. Justo como estaba en el ropero. Tengo una reunión importante y ya tienen rato esperándome.
—Pues diles que se sienten cómodos, porque van a esperar largo rato —le digo, cruzándome de brazos—. Yo no voy a hacer nada. Si quieres la ropa planchada busca a una empleada porque yo no soy tu sirvienta.
Él da un paso hacia mí como si fuera a decir algo más y solo el contacto de sus ojos me hace retroceder.
Se me acerca y estamos tan cerca que podemos sentir la reparación del otro.
Pero reacciono caminando hacia el ropero como si realmente fuera a buscar qué planchar. Lo hago solo para despistarlo, no quiero tenerlo cerca.
Lo veo caminar la baño y en cuanto lo escucho cerrar la puerta del baño, me quito los zapatos en silencio, camino de puntillas por el pasillo, y cruzo el umbral del cuarto principal.
¡Cierro la puerta con llave! Y por si acaso, atravieso una silla. A ver si puede entrar ahora, el cabrón.
—Que se joda. Esa ropa estaba planchada porque yo lo hacía. por querer tenelo bien pero al el le valio. Pero no más. Se acabó.
Voy al botiquín y saco la caja de primeros auxilios. Me cambio las vendas, otra vez. Las heridas siguen frescas, las marcas siguen ahí. En carne viva.
—Así nunca van a sanar —pienso, mirando la piel que aún sangra, trate de verme fuerte, de verme firme.
Del otro lado de la puerta, escucho cómo intenta abrirla.
—¡Alejandra, mi ropa!
—¡Señor Castillo! —le grito con ironía—. Apostaría lo que quieras a que en casa de tu abuela y de Isabela tienes ropa perfectamente planchada, así que no sé qué haces perdiendo tu tiempo aquí.
—Deja de comportarte así.
—Y tú deja de actuar como si fueras mi dueño.
—No me provoques.
Me dice por primera vez
—todo te enoja, ya dejame en paz.
El silencio es tenso. Luego escucho cómo se aleja, los pasos pesados sobre el piso de mármol, la puerta principal que se cierra de un portazo… y, finalmente, el sonido del auto alejándose.
respiro profundo.
Me siento al pie de la cama, acaricio mis muñecas cubiertas con las nuevas gasas, y murmuro con una sonrisa amarga:
Y aunque no lo sepa, o no lo crea le haré una propuesta que no podrá rechazar, por qué ahora......ya no soy la idiota que hacía de todo para llamar su atención.