En un mundo de apariencias perfectas, Marina creía tenerlo todo: un matrimonio sólido, una vida de ensueño y una rutina sin sobresaltos en el exclusivo vecindario de La Arboleda. Pero cuando una serie de mentiras y comportamientos extraños la llevan a descubrir la verdad sobre Nicolás, su esposo, su vida se desmorona de manera inimaginable.
El amor, la traición y un secreto desgarrador se entrelazan en esta historia llena de misterio y suspenso.
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El legado del pasado
El viento soplaba con fuerza mientras Marina entraba al pequeño anticuario que se encontraba al final de una calle empedrada. Había estado buscando respuestas desde que adquirió el relicario, y las señales la llevaron allí. El lugar era una cueva de tesoros antiguos, con estantes abarrotados de libros polvorientos, figuras de porcelana y relojes que parecían haber detenido el tiempo.
—¿Puedo ayudarte? —dijo una voz grave desde el fondo del local.
Marina dio un paso adelante. Un hombre mayor, de cabello blanco desordenado y gafas gruesas, se encontraba detrás del mostrador, hojeando un libro con encuadernación de cuero.
—Me dijeron que usted es experto en reliquias antiguas, —respondió Marina, sacando el relicario de su bolso y extendiéndolo hacia él. —Quiero saber la historia detrás de esto.
El hombre levantó la mirada, sus ojos estrechándose al ver el objeto. Colocó el libro a un lado y tomó el relicario con delicadeza, como si fuese una pieza de cristal a punto de romperse.
—¿Dónde lo conseguiste? —preguntó, sin despegar la vista del objeto.
—En un mercado de antigüedades, —contestó Marina. —Pero siento que hay algo más. Algo que no me han contado.
El hombre asintió lentamente, observando los intrincados grabados del relicario. —Esto no es cualquier objeto. Tiene una historia oscura, una que ha pasado de generación en generación. ¿Estás segura de que quieres escucharla?
Marina tragó saliva, pero afirmó con la cabeza. Algo en su interior sabía que necesitaba saber la verdad, aunque pudiera ser dolorosa.
Una historia de traición
El hombre la condujo hacia una mesa en la parte trasera del local. Encendió una lámpara de aceite que proyectó sombras danzantes en las paredes y colocó el relicario sobre un paño de terciopelo.
—Mi nombre es Álvaro, y soy historiador, —dijo mientras abría un libro antiguo que sacó de un cajón. —Lo que tienes aquí es un relicario de principios del siglo XIX. Perteneció a una mujer llamada Isabela de los Santos. Su historia está llena de amor, traición y sangre.
Marina se inclinó hacia adelante, atrapada por el tono misterioso de Álvaro.
—Isabela era una mujer adelantada a su época. Bella, culta y con una posición privilegiada. Pero también era ingenua cuando se trataba del amor. Se enamoró perdidamente de un hombre llamado Sebastián, quien juró amarla por encima de todo, —comenzó Álvaro, pasando las páginas del libro hasta encontrar un retrato.
El dibujo mostraba a una mujer de cabello oscuro, con ojos penetrantes y una expresión melancólica. Marina sintió un escalofrío recorrer su espalda; había algo inquietantemente familiar en esa mirada.
—¿Qué pasó con ellos? —preguntó Marina en un susurro.
Álvaro suspiró. —Sebastián no era el hombre que aparentaba ser. Mientras prometía amor eterno a Isabela, mantenía una relación clandestina con alguien más. Cuando Isabela descubrió la verdad, confrontó a Sebastián, pero lo que ocurrió después aún se debate entre historiadores.
—¿Por qué? —inquirió Marina, sintiendo su pecho apretarse.
Álvaro acarició la cubierta del libro. —Porque Isabela apareció muerta esa misma noche. Algunos dicen que Sebastián la asesinó para proteger su secreto. Otros creen que Isabela, al ver su mundo derrumbarse, decidió quitarse la vida. Lo único cierto es que el relicario estaba con ella cuando murió.
Marina se recostó en la silla, su mente girando. —Eso es… trágico.
Álvaro asintió. —Pero hay algo más. Una leyenda que ha acompañado al relicario desde entonces.
La maldición del relicario
Álvaro cerró el libro y fijó su mirada en Marina. —Dicen que el relicario está maldito. Se cree que lleva consigo los ecos de la traición y el dolor de Isabela. Las personas que lo poseen comienzan a revivir patrones similares en sus propias vidas: amor, desamor, y tragedias.
Marina sintió que la sangre se le helaba. —¿Cree que eso es posible?
Álvaro encogió los hombros. —No soy un hombre supersticioso, pero he estudiado lo suficiente para saber que hay cosas que no podemos explicar. Tal vez no sea una maldición, pero el relicario parece tener una manera de aferrarse a las almas rotas.
—¿Qué debo hacer con él? —preguntó Marina, con la voz temblorosa.
Álvaro le devolvió el relicario, mirándola con seriedad. —Eso depende de ti. Pero si decides quedártelo, debes estar preparada para enfrentarte a lo que venga. No todos tienen la fortaleza para soportar las sombras del pasado.
Marina guardó el relicario en su bolso y se levantó. —Gracias por su ayuda.
Álvaro la observó mientras se dirigía a la puerta. —Ten cuidado, Marina. A veces, mirar demasiado al pasado puede nublar el presente.
Un eco inquietante
De camino a casa, Marina no podía dejar de pensar en la historia de Isabela. El relicario pesaba más en su bolso, como si supiera que su portadora conocía su verdad. Al llegar a su apartamento, lo colocó sobre la mesa y lo observó fijamente.
—¿Qué me estás haciendo? —murmuró, como si el objeto pudiera responder.
Esa noche, los sueños volvieron. Esta vez, el hombre misterioso no estaba solo. A su lado, una mujer de cabello oscuro lloraba en silencio mientras él intentaba consolarla.
—“Ella no lo merece,” —dijo la mujer entre sollozos.
El hombre respondió con tristeza en su voz. —“Las almas entrelazadas siempre encuentran su camino, pero no sin un precio.”
Marina se despertó de golpe, su respiración agitada. Miró el relicario en la mesa y supo que ya no era solo un objeto antiguo. Era un vínculo, una pieza de un rompecabezas que aún no entendía.
A la mañana siguiente, mientras Marina salía de su apartamento, encontró un sobre sin remitente en el suelo frente a su puerta. Lo recogió con cautela y lo abrió. Dentro, había una foto: era ella, en el anticuario, hablando con Álvaro.
En el reverso de la foto, alguien había escrito con tinta roja:
"El pasado nunca muere. Y tú tampoco escaparás de él."
Marina sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. ¿Quién estaba detrás de esto? ¿Y qué querían de ella?
Ella sigue mira la foto con miedo mientras el relicario brilla débilmente en la mesa, como si tuviera vida propia.