El misterio y el esfuerzo por recordar lo que un día fué, es el impulso de vencer las contradicciones. La historia muestra el progreso en la relación entre Gabriel y Claudia, profundizando en sus emociones, temores y la forma en que ambos se conectan a través de sus vulnerabilidades. También resalta la importancia de la terapia y la comunicación, y cómo, a través de su relación, ambos están aprendiendo a reescribir sus vidas.
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El misterio.
El tormento interno de Gabriel comenzó a manifestarse con mayor intensidad a medida que se adentraban en los misterios de la mansión. Aunque intentaba mantener el control, había noches en las que despertaba sobresaltado, cubierto de sudor, con el rostro pálido y la mirada perdida en algún rincón oscuro de la habitación. Claudia lo observaba en silencio, sabiendo que su sufrimiento iba más allá de lo visible. Los secretos que guardaba estaban atados a algo profundo, algo que temía confrontar.
Una tarde, durante una sesión con el terapeuta, Claudia decidió hablar de Gabriel. Aunque sabía que la terapia era para su propio bienestar, sintió que hablar sobre él podría ayudar a ambos.
—Siento que está atrapado en su propio infierno, —dijo, su voz cargada de preocupación—. Quiero ayudarlo, pero no sé cómo.
El terapeuta asintió, siempre sereno, pero con un aire de comprensión.
—Es importante recordar que no puedes salvar a alguien que no está listo para salvarse a sí mismo, —dijo con suavidad—. Pero puedes ser una fuente de apoyo. Quizás él también necesite alguien que lo guíe, así como tú has encontrado ayuda aquí.
Las palabras resonaron en Claudia. Tal vez Gabriel también necesitaba terapia, pero nunca lo había considerado. Ella había asumido que su propio dolor era el más grande, sin darse cuenta de que Gabriel estaba luchando una batalla similar. Al salir de la sesión, decidió que no lo presionaría, pero le hablaría sobre la ayuda que ella estaba recibiendo, abriendo la posibilidad de que él también buscara esa clase de sanación.
Esa misma noche, mientras ambos estaban en la biblioteca de la mansión, Claudia rompió el silencio.
—He estado pensando mucho en lo que me dijiste el otro día, sobre el pasado que te atormenta, —dijo con cautela—. Yo también he luchado con demonios que pensé que nunca podría superar. Pero desde que empecé a ir a terapia, las cosas han cambiado.
Gabriel levantó la mirada, sus ojos oscuros y agotados. Claudia continuó, eligiendo sus palabras con cuidado.
—No es fácil enfrentarse a esos fantasmas, pero con ayuda profesional, he empezado a ver las cosas desde otra perspectiva. Tal vez… podría ser algo que te ayude también.
Gabriel permaneció en silencio por un momento, su mandíbula tensa como si estuviera considerando la idea. Luego asintió lentamente, aunque no parecía convencido.
—Quizá, —murmuró—. Pero hay cosas en mi pasado que no creo que nadie pueda entender, ni siquiera un terapeuta.
Claudia no presionó, pero sabía que había plantado una semilla. Tal vez, con el tiempo, Gabriel podría abrirse a la posibilidad de buscar ayuda.
El vínculo entre Gabriel y la mansión comenzó a revelarse en fragmentos. Un día, mientras exploraban juntos uno de los pasillos del ala este, tropezaron con una habitación cerrada con llave. Gabriel parecía nervioso, y Claudia lo notó al instante.
—¿Qué hay aquí? —preguntó, su curiosidad despertada.
—No lo sé, —respondió Gabriel, pero el temblor en su voz lo traicionó.
Finalmente, con cierta reticencia, forzó la cerradura. Al entrar, encontraron una habitación en penumbras, donde el polvo cubría todo. En el centro de la estancia había una cuna antigua, y en las paredes, fotos en blanco y negro de una familia que, por alguna razón, llenaron a Gabriel de una melancolía aplastante.
—Esta habitación… —comenzó a decir, pero su voz se quebró.
De repente, el pasado de Gabriel comenzó a desmoronarse ante ellos. Recordó su infancia, marcada por la tragedia. La cuna le pertenecía a su hermana menor, una niña que había muerto cuando él tenía apenas ocho años. La imagen de su madre llorando desconsolada y su padre hundido en la culpa lo habían perseguido toda su vida. Aquella muerte fue un accidente, pero Gabriel siempre se había sentido responsable. Había estado en la misma habitación el día que ocurrió, y aunque no pudo hacer nada para evitarlo, ese evento lo había moldeado, lo había llenado de una culpa que lo seguía como una sombra.
—Yo… no pude salvarla, —susurró, su rostro descompuesto por el dolor—. Mi hermana… tenía solo tres años. Yo estaba jugando cerca de la cuna cuando ocurrió el accidente. Fue culpa mía.
Claudia sintió un nudo en la garganta, comprendiendo ahora el peso que Gabriel había estado cargando. Se acercó a él lentamente, colocándole una mano en el hombro.
—No fue tu culpa, —dijo suavemente—. Eras solo un niño. No podías haberlo sabido.
Pero Gabriel no parecía escucharla. Estaba inmerso en sus recuerdos, reviviendo ese momento una y otra vez. Esa era la raíz de su tormento, su incapacidad para dejar atrás aquel día. El mismo día en que su familia se había derrumbado.
En ese momento, Claudia entendió que la mansión no solo guardaba secretos físicos, sino que también era un reflejo de las cicatrices de Gabriel. Su trauma estaba enterrado en cada rincón de aquella casa, y para que él pudiera sanar, tendría que enfrentar todos esos demonios que lo acechaban.
A medida que avanzaba su proceso de sanación, Claudia comenzó a ver la importancia de la ayuda psicológica para Gabriel también. Decidió no forzar el tema, pero le habló de su propio progreso en terapia cada vez que tenía la oportunidad, mostrando cómo estaba empezando a sentir que había luz al final del túnel. Gabriel, en silencio, parecía escuchar con más atención cada vez.
Una noche, después de una de sus charlas, Gabriel miró a Claudia con una expresión que ella no había visto antes. Una mezcla de vulnerabilidad y esperanza.
—Tal vez debería intentarlo, —dijo finalmente—. Tal vez hablar con alguien podría ayudarme a dejar de huir de lo que ocurrió.
Claudia asintió, sonriendo suavemente. Sabía que el camino de Gabriel apenas comenzaba, pero el simple hecho de que hubiera considerado la posibilidad era un paso gigantesco.
Mientras seguían investigando los secretos de la mansión, comenzaron a aparecer pistas de que no solo Gabriel estaba conectado a ese lugar. El detective retirado les reveló que, en los archivos que había encontrado, la casa había sido construida sobre un antiguo orfanato que había cerrado misteriosamente tras una serie de desapariciones. A medida que profundizaban en los documentos, comenzaron a surgir preguntas inquietantes.
¿Estaba la tragedia de la familia de Gabriel relacionada con los oscuros secretos del orfanato?
Claudia y Gabriel sabían que si querían sanar, tendrían que enfrentar juntos no solo los fantasmas del pasado, sino también los horrores enterrados en la misma tierra que pisaban.