Esta es la historia de una joven enfermera, que tuvo que pasar por muchas adversidades, pero eso no la llevo a rendirse y lucho por lograr su sueño.
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08
— José, primero que todo, era un hombre casado y también era muy mayor para mí. Sí, era muy simpático, pero no era mi fuerte.
—De vez en cuando iba donde María, aunque supuestamente vivía bien, era pequeño y feo donde vivía, y la cama tampoco me parecía de recién casados. Un día le dije: ¡María, no tenemos nada de comer en la casa! Me dijo: ahora que te vayas, te llevas una comprita pero te llevas la ropa sucia para que Iván crea que me vas a lavar la ropa.
—Hizo un bulto, colocando primero las sábanas, las toallas y después la ropa. Luego la compra: arroz, tres bolsitas, aceite, una botellita pequeña, unas pastas y una bolsa de frijol, lentejas y eso fue todo. Unos jabones para lavar y me dio los pasajes de hoy y mañana para que le regresara la ropa.
—Llegué a la casa feliz porque mis hermanos iban a poder comer. Mi mamá y yo lavamos la ropa de María, y al día siguiente se la llevé como habíamos acordado.
—"Juanita, vamos, te conseguí un trabajo para que cuides dos niños en el Rodadero y te dejan salir los domingos. Tú sabes que estamos pasando trabajo", me dijo mi mamá.
—"Sí, señora". Salimos entonces para el Rodadero, llegamos a un apartamento en un segundo piso.
—"Buenas", dijo mi mamá.
—"Buenas, adelante", le contestó una mujer como de unos treinta y siete años, morena, gruesa, cabello corto.
—"Buenas, adelante", respondió mi mamá.
—"Gracias. Mire, esta es la niña que le dije, ella es mi hija, se llama Juanita", respondió la mujer.
—"Bueno, ya usted le dijo qué tiene que hacer", preguntó mi mamá.
—"Sí, mija, ya le dije", contestó mi mamá.
—Me dijo mi mamá: "Juanita, mija, te quedas aquí, mija. Tú sabes, estás pendiente de los niños, te portas bien. Yo vengo por ti el domingo".
—Fueron como cuchillo en mi garganta, algo frío me corrió por todo mi cuerpo, pero aún así no podía defraudar a mi mamá, necesitábamos ese dinero.
—Se fue mi mamá. "Juana, mira, lávame y me imagino que tú sabes cocinar", me dijo aquella señora que ni su desagradable nombre recuerdo.
—Le respondí: "Sí, señora". Me dijo: "Ven, lávame esos platos y limpia la cocina. Después, te haces un jugo, en la nevera hay fruta y leche, y haces unos sandwiches".
—Entré a aquella cocina que parecía un chiquero de puerco y suspiré. "Dios mío, qué mujer tan puerca. ¿Por dónde empiezo? Mi mamá me enseñó a hacer oficio, pero tampoco nunca tanto".
—Terminé, ya lavé todo y hice el jugo de maracuyá con leche y los sandwiches. Le dije a la mujer: "Bueno, ven, estos son los platos y vasos de los niños. Tenía dos niños, dijo la mujer".
—Una niña de cinco y el más pequeño de dos. Y ella estaba embarazada como de siete meses. Me dijo: "Ven, ayúdame. Trae esos y llamo a los pequeños a la mesa".
—También se encontraban otras personas, eran como familiares de ella. Me dijo: "Trae la jarra de jugo y los sandwiches y varios platos y vasos". Traje lo que me pidió. Algunos se sentaron a la mesa. Me llamó mucho la atención una joven como de veinte años que cogió un sándwich en la mano y se encerró en una habitación.
11:20 am
—"Juana, ¿tú sabes cocinar?", preguntó aquella mujer.
—"Sí, señora", contesté.
—"Ven, has una sopa. Aquí tienes y en la nevera tienes el resto. Le echas de todo y haces un poquito de arroz".
—Contesté yo: "Casi no sé hacer arroz".
—Me dijo: "Bueno, yo lo hago. No te preocupes". Buscó entonces una olla que era casi más grande que yo, y comencé pelando y picando guineos, papá, auyama, yuca y verduras. Tenía tanto tiempo que no veía tanta comida junta.
—Ya al momento del almuerzo, aquella mujer sirvió el almuerzo.
—Se sentaron todos a la mesa. "Juana, ven, siéntate aquí", me dijo. Me senté. Ella me sirvió. Cuando vi aquella comida, mis ojos se nublaron, agaché mi rostro. Quise comer porque tenía mucha hambre, pero pensé: mis hermanos no habrán ni desayunado. Se me hizo un nudo en la garganta y solo me tomé dos cucharadas de aquella deliciosa sopa.
—Después de lavar la loza y arreglar la cocina, me puse a ver televisión con los niños. Ya entrando la noche, me dice aquella mujer: "Juana, haz una yuca cocida para comer con queso y un jugo".
—Respondí: "Bueno, sí, señora". Fui a la cocina y me puse a hacer los oficios.
—Ya como a las nueve de la noche, les coloqué pañales a los niños y les hice un tetero de leche con Nestun y los acosté.
—Me pregunta: "¿Ya organizó la cocina y la sala?", respondo: "Sí, señora". "Ven para que veas dónde vas a dormir", salí detrás de ella.
—Ese apartamento tenía un patiecito pequeño y el techo no cubría todo el patio. Había una cama pequeña de esprín y una colchoneta delgadita, una sábana y una almohada.
—"Ya, se puede acostar. Mañana te levantas temprano porque traen la leche de la finca para que la recibas", respondo: "Bueno, sí, señora".
—Hasta mañana", me dijo aquella mujer.
—Me acosté, pero el frío y la incomodidad me impedían conciliar el sueño. La sabana era para vestir la cama, nada más, y no hubo cortesía de darme otra.
—Desde donde acomodé la cabeza, alcanzaba a ver el cielo y las estrellas, que parecían estar mirándome. Pensé en qué estarían haciendo mis hermanos y mi mamá a esas horas. ¿Habrán comido algo?
—El sueño finalmente me venció, quedándome dormida.
06:30 am
—"¡Juana, niña, levántate! ¡Apúrate, que va a pasar el señor que me trae la leche y no va a tener con quién dejarla!", me desperté afanada con esos gritos.
—"Ya voy, sí, señora", le respondí.
—Lavé mi rostro, arreglé mi cabello y, cuando iba saliendo, me dijo: "Vez con la niña, ojo, la cuidas. Estás pendiente".
—"Sí, señora, tranquila", salí entonces a buscar la leche, que llegó veinte minutos después.
—Subí con la niña y el calambuco de leche. "La pones a hervir, no la vayas a dejar que se vote. Y haz yuca otra vez y un café con leche", me ordenó.
—"Sí, señora, ya lo hago", respondí.
—Todavía tenía un poco de sueño, me sentía cansada y con frío. Hice el café, y la mujer me pidió café para sus familiares. Yo serví las tazas y las llevé. Tomé un poco para quitarme el frío, y cuando ya iba a pelar la yuca, entra aquella mujer y me dice: "Juana, mejor hágame unas arepas con queso".
—"Bueno, sí, señora".
10 am
—Ya había hecho desayuno, aseo, recogí todo el reguero que tenía aquella mujer, lavé ropa, sábana, y lave loza y arreglé la cocina. Monté el almuerzo.
—Cuando sonó el timbre de la puerta, ella salió y abrió, diciendo: "¿Quién es? Ya va".
—Buenos días, dijeron aquella mujer respondió: "Buenos días, adelante, ¿cómo amaneció?".
—Siga bien, gracias a Dios. Adelante, aún yo en la cocina, pues me encontraba haciendo el almuerzo. Cuando vi que era mi mamá, me alegré, y ella puso la mirada triste.
—Yo vine por ella. Uff, el papá llegó anoche y me echó un poco de vaina porque él no quiere nada con su hija, aquella mujer le respondió: "Anda, verdad. Bueno, espérese y le pago el día".
—Salió la mujer hacia su habitación y trajo el pago. Mi mamá lo recibió y diciéndole: "Bueno, gracias por todo. Juanita, mija, trae tu bolso", yo enseguida lo busqué y salimos caminando rápido.
—Cuando íbamos saliendo a buscar el bus, dice mi mamá con lágrimas en los ojos: "Anoche no pude dormir nada pensando en ti", se limpió las lágrimas y continuó, "y dije, 'eche, mañana voy por mi hija temprano. No la voy a dejar que trabaje de sirvienta. Es muy bonita mi hija'". Yo me reí, y ella también soltó la risa.
—Me preguntó cómo me trataba ella.
—Le dije: "Bien. Lo único malo fue que dormí en el patiecito y veía las estrellas".
—Expresó mi mamá: "Mal nacida".
—Una semana después, hoy es domingo y, como cosa rara, tampoco hemos almorzado. Mi papá salió para ver adónde conseguía, y dijo que también llegaría adonde un primo de él que vivía en Los Almendros.
—En la casa, aunque tuviéramos la mano mala, siempre parecía un hotel. La familia de mi mamá y de papi siempre venían a quedarse.
—Esta vez había venido un primo de catorce años, hijo de la tía Luz Mila. Vino a quedarse el fin de semana. Estábamos jugando cuando vi que mi hermana Andreita sale del lado de la cocina y me mira, pero no me dijo nada tampoco.
—Cuando de repente se cae de frente al piso, yo grito: "¡Ay, se cayó ama, corre!", salieron corriendo y mi mamá la levantó. Nos dimos cuenta de que Andreita se había partido la barbilla y aún estaba desmayada. En la casa no había ni un peso, así que salí corriendo a buscar a mi papá. Santiago, mi primo, se fue contigo.
—Corríamos y corríamos.
—Corríamos por las calles y las avenidas y no veía cuándo terminaríamos, hasta que por fin llegamos adonde el primo de papi. Y gracias a Dios, él también acababa de llegar. Llegué corriendo y alterada. "Buenas, prima, mi papá está aquí", ella nos abrió la puerta.
—"Sí, prima, ¿qué pasó, por qué están así?", mi papá se levantó rápido y el primo de mi papá también, preguntaron ambos.
—"¡¿Qué pasó?!", mi papá volvió a preguntar. "¿Qué pasó, mija?", yo le dije: "¡Papi, corre, que Andreita se cayó y se partió la barbilla!", mi papá se puso pálido. Octavio, el primo de mi papá, tenía una camioneta tipo Ranger.
—Dijo: "Vamos, primo, venga, yo los llevo", y le dijo a la prima, quien era su esposa: "Mija, Amanda, cógeme la cartera ahí y tráeme las llaves".
—Salimos en la camioneta con mi papá y el primo Octavio. Llegando a la casa, mi mamá tenía a Andreita sentada en una silla, sosteniéndose un pañuelo en la barbilla. Mi papá se bajó corriendo, y fuimos hasta el hospital.
—Mi mamá era muy nerviosa con cosas de hospital, así que ella no quiso entrar a urgencias.
—La sorpresa más grata era que el médico de turno era del pueblo, amigo de mis padres y de una reconocida familia. Este médico era diferente en el turno a los demás médicos porque él tenía una condición especial.
—Tenía sus piernas pegadas y caminaba con dificultad. Mi papá, al ver a aquel médico, se sintió tranquilo, y el médico, al ver a papi, se alegró, expresó: "Nojoda, Anaya, ¿qué te pasó, Mantilla? Mi hija que se cayó y se partió la barbilla, muéstrala para ver, Montaña, ahí para revisarla".
—"¿Qué más, Anaya, cómo estás?", respondió mi papá: "Bueno, bien, pero pasando trabajo, Mantilla".
—"Mija, tráeme el equipo de suturas y guantes estériles, por favor", le dijo a la enfermera de turno.
—Aquel médico paisano le cogió los puntos a mi hermana y no cobró. Gracias a Dios, porque tampoco teníamos claro. El primo Octavio preguntó cuánto es para el pagar, pero el Dr. Mantilla le dijo: "No se preocupe, no es nada", mi papá le dijo: "Gracias, Mantilla".
—Estábamos esperando en la puerta, viendo el mar y los carros que pasaban, cuando le dice mi papá a mi mamá: "Mami, mira quién es el médico de turno", y cuando nos vio, saludó muy emocionado.
—"Señora de Anaya, ¿cómo está?", respondió mi mamá: "¿Qué más, Dr. Mantilla, cómo está?", contestó: "Bien, gracias a Dios, señora de Anaya".
—Aquel médico salió para darle unos medicamentos y algo de dinero. Nos despedimos y nos fuimos a la casa. Octavio nos trajo y le dijo a papi: "Primo, mira, ve, saqué plata para que tengas por si acaso necesitas para algo, uno no sabe".
—Mi primo que se estaba pasando el fin de semana en la casa se llamaba Cristian y el lunes lo llevamos a su casa. Creo que no le quedaron más ganas de pasar con nosotros.