Maten A La Más Bella Del Mundo

¿Por qué querían matarme?  Simple: le arruiné el negocio a una mafia de apuestas. Eso fue antes de que me convirtiera en la señorita Perú.  Desde un comienzo yo era la favorita y la prensa me eligió como la señorita simpatía porque era carismática, alegre, distendida y me importaba un bledo el concurso. Participé por darle la contra a Jonathan y hacerlo renegar.  Yo ya sabía que odiaba los certámenes de belleza y adrede me apunté a participar para reírme de él y hacer amigas, pero de repente todo se hizo cuesta arriba.

   A los periodistas les encantaba mi forma de ser tan disparatada, siempre brincando como una adolescente, riéndome de cualquier cosa, coqueteando con los reporteros, mostrándome muy sexy y sensual en las fotos y luciendo, además, vestiditos muy cortitos y sugerentes. También les hacía bromas y ellos reían mucho.

-¿Saben cuál es el colmo de un pescador?-,  retaba a los hombres de prensa. Ellos se aventuraban en mil respuestas pero no atinaban ninguna.

-¡¡¡Pescar un resfriado!!!-, decía yo a viva voz  y todos estallaban en carcajadas.

  Y fue, entonces, que me contactaron de la casa de apuestas clandestina. Recibí una llamada anónima. -Eres la favorita, pagas apenas tres a uno y no eres buen negocio. Queremos que gane otra chica que está pagando veinte a uno. Te tropiezas en la pasarela, hablas barbaridades, muéstrate como una tarada, así perderás y nosotros ganaremos, si no lo haces la pagarás muy caro-, me dijeron.

  Bien se imaginan. Soy terca, rebelde, caprichosa, vanidosa y me gusta dar la contra a todo, más cuando se trata de amenazas, je. Y por puro capricho, me propuse ganar el cetro, solo por reírme porque pensaba renunciar antes del Miss Sideral. Modestia aparte, fui la mejor del señorita Perú y me impuse sin problemas sobre las otras chicas. Me coronaron en una noche fastuosa de color, música y muchas emociones.

-Vas a morir, perra-, me escribieron, entonces, a mi whatsapp. No me gusta que me insulten y se lo dije a Jacqueline Harper, ella se contactó con la policía y la casa de apuestas colapsó, se arruinó y varios de sus accionistas se fueron a la cárcel, toda en una.

Pero el suceso era tan solo una punta de iceberg. Las apuestas ilegales tenían al certamen de belleza Miss Sideral como panacea para curar la pobreza de inescrupulosos sujetos afincados en todo el mundo. Uno a uno fueron cayendo, y el negocio que les dejaba millones y millones de dólares, se derrumbó como un castillo de naipes.

Los pocos que lograron fugarse y declararse prófugos, entonces, acordaron hacer estallar mi cabeza a balazos.

  El primer atentado fue al volver de Europa oriental, cuando me dirigía al hotel donde estaba alojado.  Un francotirador disparó directo a mi frente sin embargo le erró de milagro, gracias a la diosa fortuna. Tropecé y trastabillé subiendo los escalones y el balazo astilló los vidrios de la mampara.

  Melissa me cubrió con su cuerpo, Daisy gritó espantada y Sandra ordenó entrar agachadas al hall.  La seguridad del hotel rodeó el edificio y no se pudo dar con el asesino. Temblando de miedo, puse mis manos encima de mi cabeza, pensando que me harían pedazos al cráneo.

-Escapó-, chasqueó la boca Melissa, guardando su pistola en la cartuchera que tenía colgando del sobaco.

-¿Capturaron al sujeto?-, pregunté aún nerviosa, con mis ojos encharcados en lágrimas.

-No, pero la policía ya está al tanto-, me dijo.

  Melissa y Sandra decidieron entonces que yo no estuviera sola en ningún momento y que, en lo posible, debía evitar exponerme en la calle.

-A mí me gusta comprar-, quise ser irónica.

-En el hotel hay tiendas-, también fueron sarcásticas ellas.

Lo único que hice fue chirriar los dientes.

*****

  Schelott se paseaba intranquilo en el hall del hotel, con el rostro adusto y no dejaba de fumar, cuando bajé de mi cuarto con Sandra y Melissa. Ya estaba arreglada y pintada. Nancy llevaba mi abrigo y Margot se apuraba en ponerme la corona.

  -No vayas a decirle al presidente del país que hace preguntas estúpidas-, me pidió él, parpadeando y mirándome fijamente.

  Me jalé la falda. Me parecía muy corta. La pantimedia me fastidiaba además. Trataba de acomodarla.

  -Marisol, te estoy hablando-, se molestó Schelott.

-Ay, ni que yo fuera una ogro-, me reí.

-Eso es lo que parece. Todos han empezado a tenerte miedo-, seguía él furioso.

-No me gusta que me hagan preguntas tontas-, alcé mi naricita.

-Espero respetes la investidura del presidente-, me pidió.

Mordí coqueta mi lengüita. -Por supuesto-, le dije.

  El presidente había pedido conversar conmigo, en forma privada, sin periodistas ni testigos, en Camp David. Cuando llegamos muchos periodistas nos rodearon y empezaron a hacerme preguntas y tomar fotos.

-El mundo requiere acción, el problema de la inmigración es latente,  día a día los refugiados padecen angustias descomunales, solo se habla y habla y no se soluciona nada. Los campamentos se han tornado en ratoneras-, dije a los cronistas, que se daban empellones y empujones queriendo captar imágenes y recoger mis impresiones.

  -Hay mafias detrás de los inmigrantes. Ellos, los mafiosos, usan de carne de cañón a las ilusiones de mucha gente humilde. Hagamos la guerra a las mafias-, dije, avanzando hacia las grandes rejas de Camp David.

   El mandatario me esperaba en los jardines. Muchos drones flotaban en los alrededores, captando lo que según era la prensa, era "una tregua entre el presidente y Miss Sideral". Me acerqué escoltada por varios hombres enormes. Conmigo iban Sandra, Marisol, Jaclyn y Margot. Con ellas me sentía segura.

  Me impresionó lo alto que era el presidente, sus cabellos canos, la mirada campechana y la sonrisa larga y agradable. Me estrechó la mano con firmeza. Me habló en español.

  -¿Ratoneras?-, me preguntó, invitándome a sentarme junto a él.

  -Es lo que veo-, junté los dientes.

-La inmigración o la recesión son temas complejos, delicados, las guerras también, hacemos esfuerzos para evitar mayores catástrofes en el mundo-, me dijo.

-Es lo mismo que se ha venido hablando desde doscientos años, señor-, alcé un hombro.

-¿Qué sugieres?-, empezó a examinarme con atención.

-Atacar el problema de fondo, ¿quiénes están detrás? ¿qué buscan, qué quieren, qué pretenden? resolver esas preguntas dará las soluciones-, le dije resoluta.

  -¿Qué es lo que usted pretende, entonces, qué busca, qué quiere?-, sonrió él con ironía.

  Sonreí y acerqué mi naricita a la suya. -Lo mismo que usted-, y los dos soltamos una risotada intensa, al unísono, sin dejar de mirarnos a los ojos.