Primer libro de la saga colores
Eleana Roster es hija de un fallecido conde, su hermano queda a cargo de su tutela y la de su hermana. La única preocupación es conseguirle esposos adecuados, pero la vida de Eleana no a sido del todo plena, debido un accidente que sufrió de pequeña a tenido que sobrellevar sus veinte años con una discapacidad, soportando muchos desprecios y cuando su hermano decide presentarla en sociedad recibe un desplante que le cambiará la vida por completo.
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El EXTRAÑO DUQUE
...DORIAN:...
Siempre me sentí diferente al resto del mundo, nunca encajaba en ninguna parte, desde niño me sentía fuera de lugar como una especie diferente del resto, era considerado un extraño, incluso una abominación. Muchos me creían un demente, otros un despiadado, sediento de sufrimiento y sangre. Era como el mismo demonio en persona. Lo que nadie sabía era lo que se ocultaba detrás de todo aquello, pero solo bastaba con las historias de todo lo que había hecho para que sintieran miedo y repulsión con solo verme.
Supongo que las historias se alteraron un poco cuando pasaba de boca en boca. A veces me sorprendía de todo lo que se decía de mí y me reía a carcajadas, cada vez sonaba más emocionante.
No me importaba en lo absoluto si me odiaban o me admiraban. Estaba cansado de tratar de que mi reputación no estuviese tan manchada, pero la oscuridad eran tan inmensa que no se podía tapar.
Había sido culpa mía, pero no tuve opción, nací en una familia que ya estaba llena de oscuridad y en parte todo ese miedo que me tenían era debido al legado abominable que mi padre me dejó.
El palacio donde vivía se hallaba completamente vacío desde que mi padre había tenido la decencia de morir, estaba cerca del mar carmesí, en un acantilado empinado y desde allí podía verse la playa solitaria.
Era demasiado helada para que alguien se atreviese a nadar allí y la arena era de un tono gris. El paisaje era frío, excepto en los atardeceres, cuando el mar hacía justicia a su nombre y se tornaba de un color tan rojo que parecía sangre.
Aunque otra persona le daría una mejor descripción más poética, solo yo pensaba en sangre al ver un atardecer.
En fin, mi palacio solo tenía unos dos criados, una sirvienta y el mayordomo. Las únicas personas lo bastante valientes para quedarse, la verdad es que le pagaba una buena cantidad para tolerar mi presencia.
Los menos valientes se habían marchado.
Entré en el salón cuando volví a mi palacio, ordenando que nadie me molestara y empecé a entrenar para aligerar mi tensión. Golpeé una y otra vez el muñeco de madera que usaba para entrenar. Los golpes hacían eco en las cuatro paredes, junto con mis gruñidos y mis jadeos.
Golpeé una y otra vez con mis nudillos, hasta que me sangraron las manos.
Llevaba un tiempo fuera desde mi última aparición en la celebración.
La Reina de Floris, Vanessa Milderton había solicitado mi presencia nuevamente en el castillo de la capital. Cuando quería eliminar a alguien que consideraba un obstáculo, yo era el indicado para el trabajo, la perra por supuesto no iba ensuciar sus manos llenas de joyas y diamantes, prefería dejar el peso de todas esas muertes en manos de los que la llevaban a cabo.
Había cazado a muchas personas que eran consideradas una amenaza y luego las asesinaba, no importaba si lo considerara una injusticia o no, yo debía obedecer, sino mi cabeza terminaría como la de todos esos hombres.
En muchas ocasiones me atrevía a ser desleal con la reina, cuando las razones de sus asesinatos eran tan absurdas y crueles me encargaba de hacer trampa. Una vez me mandó a acabar con una dama y su familia simplemente por el hecho de que la mujer había hecho un mal comentario en su presencia.
No en vano había muchos rebeldes alzándose en su contra, era una tirana, una maldita desgraciada que no tenía piedad.
Al llegar al lugar donde vivían, me hallé en una disyuntiva. La dama tenía hijos pequeños y un esposo, los vigiles por tanto tiempo que me percaté de que eran una buena familia. A pesar de que yo no tenía piedad no tuve la capacidad de asesinar a esos niños o dejarlos huérfanos si decidía matar únicamente a los padres. Así que me atreví a hablar con ellos sobre lo que pretendía la reina, les advertí que debían huir, cambiar de identidad y no volver a pisar tierra de Floris.
Yo me encargaba luego de buscar unos cuerpos en la morgue de las enfermerías, algunos muy parecidos y los hacía pasar por las víctimas. Como la distancia era larga los cuerpos se descomponían lo suficiente para ser irreconocible y para que no quedara duda le pedía a las víctimas una pertenencia o algo que servía para que a la reina no le quedara duda de que se trataba de los personas que había mandado a matar.
Era un juego peligroso, pero a mi no me importaba morir.
La Reina Vanessa no solo me tenía como su perro de caza, sino que se había aprovechado de su poder para tenerme como su amante. No me agradaba en lo absoluto, esa infeliz era perversa y solía amarrarme con grilletes para aprovecharse de mí a su antojo, me atormentaba con fantasías prohibidas, pero esas horribles sesiones habían disminuido cuando contrajo matrimonio con un príncipe y afortunadamente ya no me pedía ser su esclavo, estaba aliviado de que su nuevo esposo tomara mi lugar, pero me compadecía del pobre.
— Su Gracia, tengo una noticia que darle — La única mujer que se atrevía a desobedecer mis órdenes sin temor era mi ama de llaves, Lira, una mujer mayor con sobrepeso.
— Dije que no quería interrupciones — Jadeé, justo en ese momento había desprendido la cabeza del muñeco con una patada y había terminado muy cerca de Lira, pero ella no se inmutó en lo absoluto.
— Pero es urgente — Dijo, entrando.
Tomé la toalla de la silla, me limpié el sudor del rostro y el pecho.
— ¿De qué se trata?
— La mujer con la que pretendía casarse ya no está disponible — Informó y me quedé atónito.
— ¿Cómo rayos ha sucedido eso? Tenía a esa mujer babeando por mí — Hice una bola con la toalla.
Yo no estaba interesado en las mujeres, no en el sentido romántico. Lira había insistido tanto en que el palacio necesitaba a una mujer para darle otra luz y para encargarse del orden y la decoración, según ella, el lugar tenía una mala apariencia, tétrica y oscura.
A mi me gustaba tal cual, no quería ninguna extraña hurgando en mis cosas.
Terminé aceptando y cometí la estupidez de empezar con la búsqueda de una esposa, pero era complicado. Todas huían al saber mi nombre o sus padres las alejaban y me amenazaban con cortarme las bolas si las tocaba.
Mi fama no me ayudaba.
Me acerqué a la región y encontré la ideal.
Era dulce y tímida, de buena apariencia. Justo lo que necesitaba, lo menos que deseaba era una mujer altanera, una que diera problemas o incluso una lunática como la reina. Quería alguien pacífica que obedeciera mis órdenes sin rechistar.
Comencé con mis técnicas de cortejo y mi coqueteo.
De vez en cuando la hallaba comprando telas en el pueblo junto a su madre y aprovechaba alguna oportunidad para hablarle en secreto, cuando su madre estaba lo suficientemente ocupada.
Ella supo quién era yo y no le vió problema a mi reputación. Solo se fijó en mis atributos físicos y en mi forma de hablarle.
Supe que la chica había caído rendida a mis pies cuando le pedí su dirección para seguir conociéndonos por cartas, algo que era mi fuerte y me la dió sin objeción.
Pero al saber su nombre consideré alejarme.
Resultaba ser la hija del conde fallecido, ya tenía suficientes problemas con su hermano y obviamente no iba querer que yo fuese su esposo.
Además, recordaba que una vez en las tierras del conde cometí una torpeza con esa chica y lo menos que quería era que me reconociera y se alejara, pero no me pareció que fuese la misma, su cabello era muy diferente y su rostro también. Cuando me dijo su edad saqué las cuentas y no dieron, no era la misma chica.
Me iba llevar mucho tiempo encontrar a otra mujer, con esa apariencia y esa dulce personalidad, que no le diera miedo mi larga lista de malos actos.
Consideré seguir adelante, al fin y al cabo su hermano era quien debía temer.
Planeamos un encuentro en la celebración, ella iría con su hermana mayor y su hermano. Así aprovecharía de poner al tanto mis intereses, pero lo cierto es que no me agradaba ese protocolo de pedir permiso, odiaba las costumbres y toda esa estupidez.
La convencí de no presentar a su hermano mi interés, alegando que era muy pronto cuando nos acercamos en el balcón.
Ella no se mostró en desacuerdo y empecé nuevamente con mi coqueteo.
Yo era un galán con un talento innato en la seducción, pero todo eso se vió interrumpido por esa mujer, la misma que estaba en la mesa se hallaba ahora entre nosotros, pidiendo explicaciones, completamente furiosa.
Noté que renqueaba como si se hubiera lastimado y al ver el bastón todo encajó.
Era la chica del bosque, la hermana mayor de la Señorita Emiliana, de no ser por el bastón no la hubiese reconocido. Había cambiado mucho, era todo un monumento, con curvas exhuberantes y senos favorecidos.
Ya había notado su rostro precioso, con labios gruesos y nariz respingona, ojos verdes y cabello castaño claro, pero de pie frente a nosotros, bajo la luz de los faroles se veía más encantadora.
Una delicia a simple vista.
Lo que me dejó intrigado es que siguiera usando el bastón, habían pasado muchos años.
Me odiaba, con solo ver su reacción me despreciaba y por supuesto que no estaba de acuerdo en que cortejara a su hermanita. Aproveché y le informé que me iba casar con su hermana y casi pierde los estribos de la furia, pero Emiliana cegada por su ilusión la enfrentó.
Esa fue la última vez que las ví a ambas.
Escribí unas cartas y me marché a la capital, pero en ese tiempo al parecer las cosas habían cambiado.
— No lo sé, la boda fue tan precipitada mi señor, seguramente la asustó con eso de que quería fugarse con ella si no aceptaba, le dije que no era buena idea sugerir eso — Me regañó Lira, pero negué con la cabeza, sintiendo un enojo crepitar por mis poros.
En realidad no iba raptarla, pensé que eso sería más romántico, yo no estaba enamorado para llegar a ese extremo, simplemente necesitaba asegurarme de que la tenía en mis manos.
— No, algo debió ocurrir — Empecé a sacar conclusiones — ¿Quién es el sujeto con el que se ha casado?
— Un tal Lord Sebastian, hijo del Marqués Lorenzo.
— ¡Eso significa que es un conocido del Conde Lean, maldito, lo descubrió todo! — Pateé la silla, aventándola junto a la cabeza del muñeco.
— Tal vez la Señorita Emiliana se lo dijo, le entró la sensatez y se arrepintió... ¡Ya no me quedan sillas buenas! ¡Deje de romper todo! — Se quejó enojada.
La fulminé con la mirada, pero me retó y terminé soltando una carcajada.
— Estaba cegada por mis encantos, además, me prometió que no diría nada hasta que yo me presentara en su mansión... Alguien debió descubrirla y ese fue su hermano o su hermana — Gruñí, enterrando los dedos en mi cuero cabelludo — Eso explica la boda apresurada, la casó rápidamente para que yo no tuviera oportunidad — Caminé de un lado al otro con ímpetu.
— ¿Ahora qué hará? Supongo que buscará otra candidata.
Me detuve a pensar.
El Conde Lean me las iba pagar, no me gustaba que me subestimaran, el infeliz acabó con mis planes, me había costado demasiado encontrar una candidata que cumpliera con todas mis preferencias y él lo había arruinado.
Me las iba pagar.
Había una razón más por la que ese idiota me odiaba, no era solamente por mi mala fama y era de ahí de donde lo iba acorralar.
— Ya se lo que haré — Sonreí.
Lira se sobresaltó.
— Ya conozco esa expresión, por favor no cometa una locura.
— No es una locura, es lo justo — Dije, soltando otra carcajada, dándole un beso en la mejilla a mi sirvienta.
Pensé en lo mucho que iba divertirme mientras caminaba a grandes zancadas hacia mí habitación.
Le haría una visita al conde.