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La Brigada Del Páramo

La Brigada Del Páramo

Status: En proceso
Genre:Mafia / Aventura Urbana / Amor-odio / Fantasía épica / Mundo mágico / Polos opuestos enfrentados
Popularitas:557
Nilai: 5
nombre de autor: Bryan x khop

La banda del sur, un grupo criminal que somete a los habitantes de una región abandonada por el estado, hace de las suyas creyéndose los amos de este mundo.
sin embargo, ¡aparecieron un grupo de militares intentando liberar estas tierras! Desafiando la autoridad de la banda del sur comenzando una dualidad.
Máximo un chico común y normal, queda atrapado en medio de estas dos organizaciones, cayendo victima de la guerra por el control territorial. el deberá escoger con cuidado cada decisión que tome.

¿como Maximo resolverá su situación, podrá sobrevivir?

en este mundo, quien tome el poder controlara las vidas de los demás. Máximo es uno entre cien de los que intenta mejorar su vida, se vale usar todo tipo de estrategias para tener poder en este mundo.

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capitulo 8. prueba de resistencia

LAS DOS SEMANAS DE ESTRÉS Y REVELACIONES

Dos semanas habían pasado, pero para los reclutas se sentían como una eternidad. Cada amanecer traía consigo el peso del dolor acumulado, la fatiga anclada en sus músculos como cadenas invisibles. Nadie osaba quejarse. La mirada de Raphael bastaba para silenciar cualquier intento. Dura como el acero, penetrante como un cuchillo, su sola presencia mantenía a todos en línea.

Esa mañana, el cansancio se reflejaba en cada movimiento, en los parpadeos pesados, en los cuerpos que se sacudían para ahuyentar el sueño. Máximo permanecía quieto, con los brazos cruzados y la vista clavada en el suelo, esperando la próxima orden. Entonces, el aire pareció cambiar.

Una silueta familiar se recortó contra la luz tenue del amanecer. Frank caminaba con su paso firme, y a su lado, Eulalia. Sus botas aplastaban la hierba con un ritmo marcado, atrayendo miradas de curiosidad y respeto. Nadie preguntó quiénes eran, pero todos se enderezaron instintivamente al verlos pasar.

Máximo los reconoció al instante. Su espalda se tensó, y sin pensarlo, se adelantó unos pasos.

—¿Cuándo vendrán a llevarme a la otra unidad de Oliver? —La impaciencia vibraba en su voz—. Ya llevo dos meses aquí.

Frank apenas le dedicó una mirada. Su expresión era una piedra tallada en desdén.

Eulalia, en cambio, sonrió.

—Cálmate, Máximo —dijo con un dejo de diversión—. Apenas llevas un mes. ¡Yo estuve aquí cuatro antes de que me trasladaran!

Su tono ligero, casi burlón, hizo que Máximo entrecerrara los ojos. Un mes… Se sintió como si el suelo se moviera bajo sus pies. Pero la certeza en la voz de Eulalia no dejaba espacio para la duda.

La fatiga seguía ahí, colgada de sus hombros, pero algo en la sonrisa de ella lo hizo olvidar por un instante el peso de su espera.

—¿De verdad? —Los ojos de Máximo brillaron con sorpresa. La idea de que Eulalia había pisado el mismo suelo, soportado el mismo rigor, hizo que algo dentro de él se encendiera.

—Por supuesto, cariño. —Eulalia le guiñó un ojo con una sonrisa traviesa—. Fui la mejor en todo cuando estuve aquí.

Máximo inclinó la cabeza, intrigado.

—¿Por qué están aquí? ¿Todo va bien?

Eulalia entrelazó los dedos detrás de su espalda y le sostuvo la mirada con un aire desenfadado.

—Venimos a supervisar cómo van los nuevos reclutas. Si te comportas bien, será una buena señal.

Había dulzura en su tono, pero también un filo escondido. Algo en sus palabras hizo que el pecho de Máximo se apretara.

—Si paso la prueba en cuatro meses… —la voz se le tornó más baja, más insegura—. ¿Me llevarás a tu unidad?

Por un instante, Eulalia titubeó. Su sonrisa se suavizó, y una leve sombra de rubor cruzó su rostro.

—Eso depende de cada participante. No todos logran salir de aquí fácilmente.

La respuesta no lo convenció. Algo en la forma en que lo dijo le dejó una sensación de vacío, de incertidumbre.

Mientras tanto, Frank se acercó a Raphael con el ceño fruncido.

—Se rumorea que en la localidad de Celeste la banda del sur está estableciendo bases de apoyo —dijo en un tono bajo, pero afilado—. Tienen la intención de invadir Colonia.

Raphael giró lentamente la cabeza, sus ojos entrecerrados.

—¿Es cierto? ¿O son solo rumores?

—Es información verídica —Frank cruzó los brazos—. No confíes demasiado. Debes terminar el curso lo antes posible. Vienen por los más débiles.

Un silencio espeso cayó sobre ellos. Raphael permaneció inmóvil, su expresión firme, pero sus dedos se tensaron levemente.

—Lo consultaré con nuestro superior —respondió al fin, con voz neutra, aunque el ritmo de su respiración delataba el peso de sus pensamientos.

Eulalia miró a Máximo una última vez.

—Si te esfuerzas más, podrás volver pronto a mi unidad. Tal vez a Oliver le alegrará verte regresar —dijo con una sonrisa fugaz, antes de girarse para partir—. ¡Adiós!

Su mirada se quedó en él un segundo más de lo necesario, como si dejara algo en el aire, un mensaje que solo ellos entendían. Y luego, se fue.

Leander observó a Máximo desde su rincón, su rostro dibujando una expresión entre divertida y intrigada.

—Vaya, Máximo, parece que te gusta Eulalia.

Máximo giró la cabeza rápidamente, sus mejillas encendiéndose, pero intentó disimular su sorpresa.

—¿Qué? ¡No! Ella no me daría ni la hora.

A pesar de sus palabras, una chispa de algo nuevo se prendió en su interior, un sentimiento confuso que trató de ahogar rápidamente.

Leander, con un leve suspiro, le lanzó una mirada cómplice.

—Como quieras... Pero yo intenté acercarme a ella y me dio un sermón —dijo, sacudiendo la cabeza con aire de desánimo.

Máximo se forzó a no pensar más en eso. Tenía que centrarse en el entrenamiento. Pero, sin que pudiera evitarlo, algo diferente se había encendido en su pecho, como una motivación inexplicable que se arrastraba por sus venas.

Los días siguientes parecían no terminar nunca. Raphael no solo les daba lecciones técnicas, sino que les inculcaba un propósito más profundo, más allá de las armas y las maniobras. Cada palabra de Raphael resonaba en su cabeza, recordándoles que su misión no solo era pelear, sino proteger a los inocentes en un mundo desbordado por el caos. Sin embargo, el entrenamiento tenía una intensidad que no comprendían del todo. Era como si Raphael supiera algo que ellos no, como si supiera que algo oscuro se estaba acercando.

Finalmente, un día, Raphael se detuvo frente a ellos. Su rostro, usualmente serio, se suavizó por un instante mientras pronunciaba palabras que marcarían un antes y un después.

—¡El entrenamiento básico ha terminado! —dijo, con una sonrisa que no se alcanzaba a percibir del todo—. Ahora vienen las pruebas. Veremos de qué están hechos en esta nueva generación.

La atmósfera cambió al instante. Las palabras de Raphael cayeron sobre ellos como una sentencia, el temor y la emoción entrelazándose en el aire pesado. Este era el momento que habían esperado, pero también el que temían. Un punto de inflexión.

Raphael se inclinó ligeramente hacia adelante, como si quisiera hacerles sentir el peso de lo que venía.

—Prepárense para enfrentar las cuatro fases del entrenamiento: resistencia, paciencia, reacción y puntería —anunció con firmeza, su mirada fija en ellos, oscura y penetrante—. El mundo no los perdonará.

Una mezcla de orgullo y una sombra de preocupación se reflejaron en sus ojos.

Así, el verdadero desafío comenzó. No solo era un entrenamiento, sino un enfrentamiento con lo que les aguardaba en el futuro. Un camino lleno de retos, de incertidumbre, que pronto demostraría si estaban preparados para lo que el destino les tenía reservado.

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PRUEBA DE RESISTENCIA

Raphael había ideado un desafío insidioso para sus reclutas, una prueba que no se medía en el sudor de su cuerpo, sino en el hambre de sus estómagos. Pidió al cocinero que redujera las raciones diarias, aunque de una forma que casi pasaba desapercibida al principio. Al inicio, el primer día, la falta de comida parecía más una ligera molestia que un obstáculo real.

—¿En serio? ¿Esto es todo? —se escuchaba entre murmullos mientras los reclutas se sentaban en sus bancos, observando el poco alimento que tenían frente a ellos—. Pensé que la prueba de resistencia iba a ser más difícil. Esto es igual a cualquier otro día —decían con una sonrisa confiada, convencidos de que Raphael se había quedado sin trucos, que ya habían alcanzado el límite de sus capacidades.

—Seguro que ese viejo ya no sabe qué más hacer —susurraban algunos, entre risas, mientras comían lo poco que tenían, sin preocuparse por las implicaciones de lo que estaba por venir. —Si no tiene más que ofrecernos, entonces no necesitamos esforzarnos más.

Pero Raphael, en silencio, observaba desde la sombra. Él sabía exactamente lo que estaba haciendo.

Los días pasaron y las porciones seguían disminuyendo, de forma tan sutil que ni los reclutas pudieron advertirlo al principio. A medida que el hambre crecía, también lo hacía la ansiedad en sus estómagos, aunque todavía no era suficiente para alertarlos. Raphael mantenía la misma rutina, sin mostrar signos de cambio. Los movimientos eran los mismos de siempre, ejercicios conocidos, pero el cansancio, el hambre, comenzaron a mermar poco a poco el ánimo de los reclutas. El tercer día llegó sin nada de variación; solo una leve incomodidad que pocos notaban.

Pero al noveno día, las raciones se habían reducido a la mitad, y un cambio se sintió en el aire. La fatiga ya no era solo física. Algo mucho más profundo comenzaba a desgastar sus cuerpos.

—¿De verdad esto es todo lo que vamos a comer? —se quejaban, alzando la vista hacia los demás mientras la comida se convertía en un simple recordatorio de lo que faltaba. Sin embargo, nadie se atrevió a cuestionar a Raphael.

Después de dieciséis días, los cuerpos de los reclutas estaban al borde del colapso. Las raciones habían disminuido tanto que el hambre se convirtió en un monstruo que les desgarraba las entrañas, un hambre feroz que ya no podían ignorar. Y aunque las órdenes seguían siendo las mismas, el agotamiento era tan palpable que ni siquiera los movimientos bien entrenados parecían funcionar al mismo nivel. Los músculos pesaban, las piernas flaqueaban, y lo único que resonaba en sus mentes era la falta de alimento.

Raphael no decía nada, pero sus ojos observaban todo, y dentro de él, la batalla por mantener el control era tan feroz como la que sus hombres libraban contra su hambre.

Un día, Eulalia llegó al campamento, acompañada de su amiga Thalia.

“Venimos a revisar cómo van los novatos”, dijo Eulalia, su tono suave y melodioso flotando en el aire, mientras Thalia, más reservada, esbozaba una sonrisa ligera, sus ojos brillando con una timidez encantadora.

“Eulalia, no esperaba tu visita. Adelante, inspecciona. Te mandó Elias, ¿verdad?” Raphael no pudo evitar levantar una ceja, su sorpresa se mezclaba con un toque de gratitud, la sonrisa que le apareció en los labios no era algo que se veía todos los días.

“Para nada. La señorita decidió ofrecerse por voluntad propia para la inspección”, intervino Thalia con un tono juguetón y una dulzura que hizo que algunos de los presentes la miraran fijamente, cautivados por su presencia.

Los reclutas, ansiosos por causar una buena impresión, comenzaron a acercarse a Thalia. Sin embargo, pronto se sintieron atrapados entre una necesidad de destacar y el peso de la atención sobre ellos, como si fueran aves de rapiña observando a su presa.

“Aprovechamos que estábamos cerca para venir a revisar un poco. Puede que haya un novato interesante”, comentó Eulalia, su mirada chisporroteando con un brillo de curiosidad, como si buscara algo que solo ella podía ver.

“Bien, Eulalia, quédate el tiempo que desees. ¿Te gustaría que te ofreciera algo?” Raphael, aunque con una calma aparente, no pudo evitar que su voz traicionara un ligero dejo de incomodidad al ver a su amante mirarlo con desdén.

“Solo dame algo de beber, ¡estaré por aquí!” Eulalia dejó escapar una pequeña risa mientras se adentraba en el campamento, sus pasos ligeros como si el lugar ya fuera casi familiar para ella.

En ese momento, Máximo, con la mirada algo perdida por el cansancio de los ejercicios, la interceptó. “Señorita Eulalia, ¿qué la trae por aquí?” La expresión de Máximo pasó de una sombra de aburrimiento a una chispa de alegría, los ojos iluminándose al verla.

“Máximo… ¿cómo estás? ¡Oh! Has adelgazado un poco”, dijo Eulalia, la preocupación natural en su voz haciendo que su tono se suavizara, como si realmente le importara.

“¡Sí! Estamos haciendo la prueba de resistencia y nos han reducido la comida. ¿Cuánto falta para que esto termine?” Máximo la miró fijamente, buscando en sus ojos alguna señal que le dijera que había una salida a su sufrimiento.

“Cálmate. Las pruebas son bastante sencillas. Ya hemos hablado para que, apenas termines, te lleve a nuestra unidad. ¿Qué te parece?” Eulalia sonrió, su cercanía parecía tranquilizarlo más de lo que las palabras podían hacer, y él pudo sentir un leve alivio en su pecho.

“Entonces, pronto estaré con usted y me sacará de aquí, ¿verdad?” La esperanza se reflejó en los ojos de Máximo, como una chispa que, aunque pequeña, parecía suficiente para encender su energía agotada.

Eulalia se sonrojó levemente, sin poder evitar que sus palabras se mezclaran con una incomodidad que solo él podía notar. “Eh… ¡sí! Es cuestión de que termines las pruebas”, respondió, su sonrisa dibujando una línea sutil en sus labios que aceleró el pulso de Máximo. Thalia, observando la escena desde un costado, pensó en silencio: “No sabía que la señorita tenía esos gustos. Parece que él es muy menor para ella.”

“Bueno, Máximo, prométeme que pasarás las pruebas. Te estaremos esperando en la otra unidad,” dijo Eulalia, su sonrisa era tan brillante y sincera que dejó a Thalia paralizada, con los ojos fijos en ella, incapaz de ocultar su sorpresa.

Eulalia revisó a los nuevos reclutas, sus ojos analizando cada uno de ellos, deteniéndose con especial atención en los más débiles. Después, sin decir nada más, hizo un gesto con la mano, despidiéndose de Máximo con una leve inclinación de cabeza, lo que provocó que los demás reclutas se miraran entre sí, cuchicheando sobre lo que podrían haber visto como un intercambio demasiado cercano para ser casual.

A medida que las pruebas continuaban, las raciones de comida disminuían hasta convertirse en apenas bocados insuficientes para alimentar el hambre constante que apremiaba a los reclutas. Cada vez que se les entregaba algo de comer, era recibido con un fervor desesperado. La fatiga, que se sentía como una niebla espesa, comenzó a mermar el rendimiento. Los cuerpos se veían más caídos, las miradas más vacías. Era un claro reflejo de lo que había sucedido: la resistencia de cada uno se quebraba lentamente.

Raphael, al oír murmullos sobre su falta de creatividad, levantó la cabeza con una sonrisa que, en lugar de amedrentar, dejó un regusto amargo en el aire.

“¿Creen que soy tonto? He escuchado todos los comentarios sobre mí. Piensan que me quedé sin qué enseñarles. Pero ahora les enseñaré nuevos ejercicios”, dijo, su voz cargada de una amenaza sutil, que se extendió como un frío a través de los cuerpos exhaustos.

“Ahora, ¡sí! Que comience la verdadera prueba de resistencia”, continuó, con un brillo en sus ojos que reflejaba una satisfacción maliciosa, como si disfrutara del sufrimiento ajeno.

Los reclutas, desnutridos y al borde de la extenuación, apenas podían levantarse para afrontar la nueva serie de ejercicios. Los músculos de sus piernas temblaban con cada paso, pero se obligaron a moverse, aunque el dolor se les hacía insoportable. Cada respiración se sentía como una lucha, y las quejas comenzaban a salir como murmullos ahogados. Unos pocos se desplomaron, otros intentaron, sin éxito, retener el contenido de sus estómagos.

“¡Más rápido! ¡Más rápido!” Raphael disfrutaba del sufrimiento. Su sonrisa se estiraba como una mueca en su rostro, mientras observaba la caída de sus reclutas uno por uno. El ambiente estaba cargado de sudor y desesperación. Máximo, sin embargo, recordó las palabras de Oliver, su mente se aferró a ellas como a una cuerda en medio de la tormenta.

Alzó la vista al frente, su cuerpo en lucha constante con su propio agotamiento. Respiró profundamente, cada respiración como un esfuerzo titánico, pero se negó a ceder. Sin embargo, cuando sus piernas no pudieron más, se desplomó al suelo, su cuerpo se hundió en el barro y la tierra como si fuera una extensión del sufrimiento que había estado soportando.

A medida que los días avanzaban, la fatiga acumulada se convertía en un peso tan denso que cada paso parecía arrastrar consigo una parte del alma. El aire, aunque caliente, no ofrecía consuelo; la sed se colaba en cada poro de la piel. Finalmente, Raphael, con voz baja y solemne, anunció que la prueba había llegado a su fin. Un suspiro colectivo de alivio recorrió el campamento.

“Para celebrar,” dijo Raphael, casi con desdén, “prepararemos una comida decente para ustedes.”

Los reclutas se abalanzaron sobre la comida en cuanto fue servida. Las manos temblorosas tomaron lo que pudieron, y los bocados desaparecieron en sus bocas con tal rapidez que parecía que el hambre los había poseído. La voracidad con la que comieron pronto se convirtió en un espectáculo grotesco: algunos comenzaron a vomitar, y sus cuerpos, que ya no podían procesar tanto, devolvieron la comida con la misma rapidez con que la habían devorado.

Raphael estalló en una risa burlona al verlos, observando cómo se retorcían en el suelo, incapaces de sostener la cantidad de comida ingerida. La escena era un recordatorio cruel de lo que ocurría cuando el agotamiento alcanzaba sus límites, de lo que sucedía cuando la voluntad de seguir adelante chocaba contra los límites físicos del cuerpo.

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Phone Oppo
Me enganchó, más capítulos bendiciones
Bryan x Koph: puedes seguirnos para no perderte ni un capítulo/Ok/
total 1 replies
Hebe
💕¡Estoy enamorada de tu historia! Los giros inesperados me mantuvieron intrigada hasta el final.
Madie 66
Me gustó, los personajes son fascinantes
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