En un matrimonio desgastado por el machismo y la intromisión de su suegra, Lara Herrera vive atrapada entre el amor que alguna vez sintió por Orlando Montes y la amargura de los años. Su hija Rashel, una niña de seis años, es su único rayo de luz en un hogar lleno de tensiones. Pero todo cambia trágicamente cuando un descuido termina en la pérdida de Rashel, una tragedia que lleva a Lara a enfrentarse a su dolor, su culpa y a la decisión de romper con una vida de sufrimiento para buscar su redención y sanar sus heridas.
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Viejos sentimientos
Orlando conducía por la carretera rumbo a Toluca, sintiendo una mezcla de ansiedad y determinación. No tenía un plan concreto, solo una certeza: encontraría a Lara. No sabía dónde vivía ni dónde trabajaba, pero eso no lo detendría. Se instalaría en la ciudad, buscaría un empleo y averiguaría su paradero.
El paisaje cambiaba a su alrededor mientras los recuerdos lo asaltaban. Recordaba la primera vez que vio a Lara, su sonrisa dulce, sus ojos llenos de vida. Recordaba cómo ella lo hacía sentir invencible, como si el mundo estuviera hecho solo para ellos. Pero también recordaba el momento en que todo se derrumbó. Las peleas, las lágrimas, el dolor. Había perdido su matrimonio por su propia culpa, lo sabía, pero se negaba a creer que todo estuviera realmente acabado.
—Ella aún me ama, tiene que amarme… murmuró, apretando el volante con fuerza.
Después de varias horas de viaje, Orlando llegó a Toluca. El cielo ya se teñía de un tono anaranjado cuando estacionó frente a un hotel modesto. No podía permitirse lujos, no por ahora. Se registró y, sin perder tiempo, se sentó en la cama con su laptop para buscar trabajo. Era arquitecto, tenía experiencia y buenas referencias, así que encontrar empleo no debía ser complicado.
Pasó toda la noche enviando currículums a distintas empresas constructoras, pero su mente no podía evitar divagar. ¿Cómo encontraría a Lara? ¿Seguiría amando? ¿Habría cambiado su número celular?
—No importa cuánto tarde, te encontraré… susurró para sí mismo antes de quedarse dormido.
Mientras tanto, Lara continuaba con su vida, sin imaginar que Orlando estaba cada vez más cerca. Sus días en la clínica eran cada vez más llevaderos. El trabajo le servía como refugio, un escape del torbellino de emociones que aún la consumía. La pérdida de su hija, su divorcio, todo aún pesaba en su corazón, pero al menos ahora tenía algo a qué aferrarse.
En medio de su rutina, Cristóbal se estaba convirtiendo en un apoyo invaluable. Su jefe, un hombre comprensivo y amable, había estado ahí en los momentos en que más lo necesitaba.
Aquella tarde, tras una larga jornada de trabajo, Cristóbal la llamó a su oficina.
—Lara, quería decirte que eres una persona sumamente diligente y he notado todo el esfuerzo que has puesto en la clínica. No sé qué haría sin ti.
Lara sonrió, agradecida por sus palabras.
—Gracias, Cristóbal. Me gusta mi trabajo y me hace bien tener algo en qué enfocarme.
Cristóbal asintió, observándola con una mirada cálida.
—Me alegra escuchar eso. Y ya que has trabajado tanto, ¿qué te parece si cenamos juntos esta noche? Solo como amigos, claro.
Lara dudó por un momento. No había salido con nadie desde su separación y la idea de una cena con Cristóbal le resultaba extraña. Pero él siempre había sido amable con ella, y, después de todo, era solo una cena.
—Está bien aceptó con una pequeña sonrisa. Será un gusto.
Cuando la jornada terminó, Cristóbal la llevó a un restaurante acogedor en el centro de la ciudad. Las luces tenues y la música suave creaban una atmósfera tranquila, algo que Lara no recordaba haber experimentado en mucho tiempo.
Durante la cena, la conversación fluyó con naturalidad. Cristóbal le habló sobre su vida personal, sobre cómo había perdido a su esposa y cómo le costó salir adelante.
—Al principio, pensé que nunca superaría su muerte confesó, removiendo su copa de vino. Pero con el tiempo entendí que la vida sigue, aunque nos duela.
Lara lo miró con comprensión.
—Sé lo que es perder a alguien que amas. Es un dolor que nunca desaparece del todo.
Cristóbal asintió y, tras un momento de silencio, la miró con intensidad.
—Después de perder a mi esposa, no volví a interesarme en ninguna mujer… hasta ahora que apareciste tú, Lara.
Lara sintió que el aire se volvía denso. No esperaba escuchar eso.
—Cristóbal, yo… no sé qué decir.
—No tienes que decir nada ahora respondió él con suavidad. Solo quiero que consideres la idea de darme una oportunidad.
Lara bajó la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.
—Tengo demasiadas cicatrices en mi corazón. Apenas me acabo de divorciar, perdí a mi hija, todavía llevo ese dolor dentro de mí…
—Lo sé, y no espero que me des una respuesta inmediata dijo Cristóbal, tomando su mano suavemente. Pero quiero que sepas que no todos los hombres son como él. No todos te harán daño.
Lara sintió un escalofrío al escuchar eso. Había amado una vez y terminó sumida en la más profunda tristeza. ¿Podría volver a confiar en alguien?
Cristóbal le sonrió con ternura.
—Seré paciente, Lara. Yo curaré a ese corazón poco a poco.
Ella lo miró, sintiendo algo en su interior que no sabía definir. No estaba lista para algo más, pero por primera vez en mucho tiempo, la posibilidad de sanar no parecía tan lejana.
En otra parte de la ciudad, Orlando recibió una llamada que cambiaría el rumbo de su búsqueda.
—Señor Montes, nos interesa su perfil. ¿Podría venir mañana a una entrevista?
—Por supuesto. Muchas gracias.
Al día siguiente, se presentó en la constructora. La entrevista fue fluida, su experiencia hablaba por sí sola. Cuando le dieron la noticia de que había sido contratado, una chispa de esperanza se encendió en su interior.
—Ahora tengo un empleo y un punto de partida.
Solo faltaba un paso más: encontrar a Lara. Y lo haría, sin importar cuánto tiempo le tomara.
felicitaciones autora!!!
Me conmovió hasta las lágrimas, la sentí, la viví y sin dudas la disfruté ... Gracias por compartirla...
FELICITACIONES 👏👏👏👏