Tras una noche en la que Elisabeth se dejó llevar por la pasión de un momento, rindiendose ante la calidez que ahogaba su soledad, nunca imaginó las consecuencia de ello. Tiempo después de que aquel despiadado hombre la hubiera abrazado con tanta pasión para luego irse, Elisabeth se enteró que estaba embarazada.
Pero Elisabeth no se puso mal por ello, al contrario sintió que al fin no estaría completamente sola, y aunque fuera difícil haría lo mejor para criar a su hijo de la mejor manera.
¡No intentes negar que no es mi hijo porque ese niño luce exactamente igual a mi! Ustedes vendrán conmigo, quieras o no Elisabeth.
Elisabeth estaba perpleja, no tenía idea que él hombre con el que se había involucrado era aquel que llamaban "el loco villano de Prusia y Babaria".
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Capitulo 23
Los días que siguieron al rechazo de Elisabeth estuvieron envueltos en una calma tan artificial que parecía a punto de quebrarse en cualquier momento. Heinrich volvió al día siguiente como si nada hubiera ocurrido. Saludó con su acostumbrada cortesía, habló de trivialidades, sonrió con aparente serenidad. Elisabeth se sintió confundida al principio, insegura de cómo comportarse. Sin embargo, al percibir que él se esforzaba por fingir una normalidad absoluta, decidió corresponder del mismo modo. Cualquier intento por aclarar lo sucedido solo haría más incómoda la atmósfera entre ambos.
Así pasaron los días, marcados por una rutina tensa pero estable. Elisabeth comenzó a convencerse de que Heinrich había desistido de sus sentimientos, que estaba tratando de olvidarla. Ese pensamiento le trajo un alivio tenue, como un respiro breve tras una pesadilla.
Pero la paz se rompió de golpe.
Una noche, Derrick comenzó a llorar sin cesar. Su pequeño cuerpo, apenas de unos meses de vida, ardía de fiebre. Gemía con tal dolor que su llanto sonaba más como el lamento de un alma torturada. Falko, ladraba furioso, girando en círculos frente a la cuna, como si comprendiera que algo muy malo estaba ocurriendo y no pudiera hacer nada para detenerlo. Elisabeth intentó calmar a su hijo con caricias temblorosas, con canciones murmuradas entre sollozos, pero nada funcionaba.
—Por favor... por favor, ya, mi amor... —suplicaba, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas.
Sentía el pecho apretado, el corazón colapsando en impotencia. ¿Debía salir corriendo en plena noche en busca de Heinrich? ¿Podía siquiera dejar al bebé solo unos minutos?
El miedo la paralizaba. Sostenía a su hijo contra el pecho mientras su mente giraba sin encontrar salida.
Entonces, como una aparición imposible, un golpe sonó en la puerta.
Falko ladró con más fuerza, casi histérico. Por un instante, no supo si estaba imaginando cosas. Pero otro golpe más firme la obligó a reaccionar. Corrió a la puerta, con Derrick aún en brazos. Cuando la abrió, se encontró con Heinrich de pie bajo la luz tenue de la luna.
—Heinrich... —murmuró, desbordada por el alivio.
No hubo tiempo para explicaciones. Elisabeth lo tomó del brazo y lo arrastró hacia dentro.
—Por favor, te lo ruego... Derrick está muy mal. No deja de llorar, su cuerpo está ardiendo...
Heinrich se agachó junto a la cuna, su expresión se volvió seria, casi sombría. Comenzó a revisar al niño, tocando su frente, examinando su respiración, observando con atención cada detalle. Mientras tanto, Elisabeth se mantenía de pie, temblando. Sentía que el suelo podía desaparecer en cualquier instante.
Falko no dejó de ladrar ni un segundo. El perro se interponía entre Heinrich y el bebé, mostrando los dientes, gruñendo como nunca antes lo había hecho. Pero Elisabeth no lo notó. Su mundo entero era el dolor de Derrick.
Tras unos minutos, Heinrich preparó una infusión con hierbas. Ayudó a Elisabeth a darle de beber al bebé, gota a gota. Derrick, al fin, comenzó a calmarse. No dejó de llorar del todo, pero su respiración se volvió más regular. El llanto disminuyó a un gemido débil.
Elisabeth, exhausta, se dejó caer en una silla. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Gracias, muchas gracias... no sé qué hubiera hecho sin ti.
Heinrich la miró en silencio. Luego, se sentó frente a ella, su semblante grave.
—Necesitamos hablar, Elisabeth.
El tono de su voz la hizo enderezarse con recelo.
—¿Hablar?
—Sí. Escúchame bien —dijo él, entrelazando las manos frente a sí—. El estado de Derrick no es normal. Esta fiebre no es producto de un resfriado cualquiera. Necesita estudios... más atención de la que puedo darle aquí.— Heinrich bajó la mirada por un instante, como si eligiera con cuidado las palabras que iba a pronunciar.
— Sospecho que puede tener una enfermedad... una que requiera un tratamiento costoso. Y solo en la capital hay médicos capaces de atenderlo como es debido.
Las palabras cayeron como un puñal en el pecho de Elisabeth.
— ¿Una enfermedad...? —repitió, con la voz vacía. Sus ojos se nublaron mientras su alma se asomaba a un abismo—. ¿Cómo...?
Una lágrima silenciosa descendió por su mejilla.
Entonces Heinrich se inclinó hacia ella y tomó sus manos entre las suyas.
—No tienes por qué preocuparte —dijo con suavidad—. Yo me encargaré de todo. Aseguraré que Derrick reciba la mejor atención... pero todo depende de ti.
Elisabeth parpadeó, desconcertada.
—¿Qué... qué quieres decir?
La mirada de Heinrich se volvió intensa, casi posesiva.
—Quiero que me aceptes, Elisabeth. Que me acepta a mí y a mis sentimientos.
Elisabeth sintió que todo dentro de ella se rompía.
—¿Qué?
—Sabes lo que siento por ti... Si estás conmigo, si me aceptas, no faltará nada. Ni a ti, ni a tu hijo.
Elisabeth intentó retirar su mano, pero Heinrich la sujetó con más fuerza. En sus ojos ya no había ternura, sino una oscuridad que la heló hasta los huesos.
—No... —susurró, con un temblor en los labios—. No puedes hacer esto.
—No estoy haciendo nada injusto. Solo te estoy dando una opción —dijo él, con una calma perturbadora.
Elisabeth lo miró con repugnancia. Su pecho se alzó con un temblor de rabia y asco. Se sintió atrapada, traicionada. ¿Ese era el hombre en quien había confiado? ¿Ese era el amigo en quien creyó poder apoyarse?
Permaneció inmóvil por un largo rato. Se sintió atrapada. En la palma de su mano. Su hijo era su prioridad, lo único que le importaba. Si tenía que vender su alma para salvarlo, lo haría. Pero eso no hacía menos repugnante y decepcionante la situación.
Luego, con una voz apagada, murmuró:
—Las cosas son así... No pensé que fueras este tipo de basura, Heinrich. Sabes bien que no podría negarme.
La expresión de desprecio en sus ojos fue inconfundible, y Heinrich la vio. Pero no le importó. Todo lo que importaba era que ahora ella era suya. Se inclinó un poco más hacia ella, aún aferrado a su mano, la sombra de una sonrisa deformaba su rostro.
—Todo estará bien, Elisabeth. Confía en mí.
Pero justo en ese instante, un estruendo los sacudió. La puerta se abrió de golpe con una fuerza brutal. Heinrich fue arrastrado hacia atrás por un brazo que ni siquiera pudo anticipar, su cuerpo se estrelló contra el suelo y soltó un quejido.
Elisabeth se quedó paralizada.
El tiempo pareció detenerse cuando sus ojos se encontraron con la figura que acababa de irrumpir. Sus labios se entreabrieron sin emitir sonido alguno, y por un instante pensó que estaba soñando, o enloqueciendo.
—Finalmente... te encontré —dijo Dietrich, de pie en el umbral, con la mirada clavada únicamente en ella.
Elisabeth sintió cómo su corazón se detenía. Su garganta se cerró por completo.
—Dietrich... —susurró.
Su voz era un eco ahogado de sorpresa y terror.
Traía médicos con él Dietrich
Q pasara si ese doctor q hecho le hizo algo y a ella la intimido con el bb y lo dejo ir así como así
Autora denos más capítulos /Chuckle/ jejejeje q intrigada me quede /Shy/. Gracias por su Novela.